Estábamos Héctor y yo en su
casa preparándonos para salir a comprar un par de helados y dar un paseo por el
parque cuando Leonardo llamó al móvil de Héctor.
-Hola papá. ¿Pasa algo?
No oí que le decía su padre
pero por la cara de alterado que puso, sé que nada bueno. Me acerqué a él y le
abracé por la espalda para que no se pusiera nervioso.
En cuanto colgó, se dio media
vuelta y me miró a los ojos.
-No me gusta esa cara. ¿Qué
ha pasado?
-Mi familia se ha dividido.
-¿Qué significa eso?
-Mi tío no acepta dejar sin
cobrar una deuda y dice que no le importa que alguien de la familia se meta de
por medio que arrasará con todo aquel que se ponga de por medio.
-¿Entonces viene a por
nosotros?
-Va a raptar a tu amiga para
que sus padres tengan que dar la cara pero sabe que no le será fácil si estamos
mi familia y yo de por medio.
-¿Tu padre va a ayudarnos?
-No va a dejar morir a su único
hijo.
-¿Hay algún plan? –inquirí
agarrándole fuerte de la mano.
-Dar la cara.
-¿Luchar?
-Sí, bueno… más bien disparar
–dijo mientras me soltaba e iba en dirección a un armario del salón.
-Matar.
-Sí y yo estaré al lado de mi
padre protegiendo todo aquello por lo que mi familia a luchado durante tantos
años –dijo mientras abría una puerta pequeña del armario y tecleaba una
contraseña en una caja fuerte de lo más moderna.
-¿Esa es la única solución?
¿Mataros unos a otros? –grité nerviosa.
-Alice, tranquilízate. Mi tío
no dudará en matarte si te metes de por medio. Lo hago para protegerte, ¿es que
no lo ves? –dijo mientras sacaba de la caja fuerte una pistola y otra más
pequeña.
-Ya vi una vez como te
disparaban y no pienso verlo de nuevo.
-No lo verás. Mi familia y yo
os llevaremos con unos cuantos guardaespaldas a un lugar secreto.
-No puedo impedir que
dispares, ¿verdad? –dije con los ojos llorosos.
-Pues no, no puedes
convencerme. Alice, he estado metido en problemas muchos más graves que este.
Mi tío es muy cabezón y él solo entiende un idioma. El de la sangre.
-¿Te matará?
-Llevaré todo tipo de
protección, además, que tenemos a los mejores francotiradores del mundo de
nuestra parte. Será pan comido.
-Ya…
-Confía en mí –me susurró
mientras acunaba mi rostro entre sus manos y me miraba fijamente a los ojos.
Nos quedamos toda la tarde en
su casa. Cuanto más intentaba convencerme de que no le iba pasar nada, más
nerviosa me ponía yo. Héctor me dijo que su tío nunca avisaba cuándo iba a
atacar pero tenían varios espías vigilando su casa, por lo que si intentaba
hacer algo, lo sabríamos.
Por la noche, cuando me llevó
a mi casa, Héctor convenció de una manera muy sutil a mis padres para quedarse
a dormir. Por supuesto, yo también tuve que insistir haciendo como que la idea
era mía. Mis padres no pusieron ninguna pega ya que les caía muy bien Héctor.
Como era de esperar, no le dejaron dormir en la misma habitación que yo. Por lo
que Teresa se fue a dormir con mi hermano, yo me bajé a dormir al salón con Lucy
y Héctor durmió en mi cuarto.
Mientras intentaba conciliar
el sueño, podía oír como la madera de las escaleras crujía. Me asusté y abracé
con fuerza a Lucy. En un solo segundo, se pasaron por mi mente un millón de
cosas. Empecé a pensar que tal vez el que bajaba, era un asesino de parte del
tío de Héctor y que ya se había encargado de liquidarle y ahora venía a por mí.
Luego pensé que puede que Johnny se hubiera colado en mi casa y quisiera acabar
con todo de una vez.
De repente, vi como una
sombra se acercaba sigilosamente hacia mí. Empecé a temblar pero intenté
contenerme para que la persona que se estuviera acercando, no viera que me
asustaba.
La sombra seguía acercándose.
Pasados unos segundos, la sombra se había acercado tanto que podía notar su aliento
en mi rostro. Cerré los ojos e intenté controlar mi respiración para que
pareciera relaja y la sombra pensara que estaba dormida.
De repente, note algo cálido
y suave en mi frente. Automáticamente, di una patada que impactó con la persona
que estaba a menos de un metro de mí. Me levanté nerviosa y en cuanto la sombra
volvió a ponerse de pie, lancé mi puño con fuerza pero noté como una mano lo retenía.
La sombra me empujó hacia la pared. Notaba su aliento en mi cuello.
-Alice, por mucho que te
esfuerces no te voy a dejar que dispares a mi lado –me dijo susurrando Héctor
mientras me tapaba con una mano mi boca.
Al notar como me relajaba,
Héctor quitó la mano de mi boca y me cogió del brazo para llevarme a donde se
encontraba el sofá-cama.
-Me has asustado –le susurré
mientras me sentaba.
-Perdona. Pero he de decirte
que sabes defenderte bastante bien aunque jamás tienes que dejar que tu enemigo
se ponga de pie.
-Está bien, la próxima vez no
pararé de pegarte hasta que me supliques que pare –dije bromeando.
-Me parece bien aunque a lo
mejor se te adelanta tu padre por haber bajado cuando me ha dicho que no podía
bajar a verte hasta mañana.
Me reí por lo bajo mientras
abrazaba con fuerza a Héctor. Bostecé un par de veces y Héctor me acunó entre
sus brazos. Poco a poco, me estaba quedando dormida y podía notar como Héctor
me tumbaba, me abrazaba y me arropaba. No tardé en quedarme dormida sabiendo
que me encontraba en buenas manos.
En cuanto me desperté, Noté
algo cálido a mi espalda. Me di la vuelta pensando que era Héctor que seguía
aún dormido. Pero me equivoqué. Él no se encontraba allí. Solo estaba Lucy
abrazando a Sáhara. Me levanté y me dirigí a la cocina.
-Buenos días –me saludó mi
madre con una sonrisa que le ocupaba medio rostro.
-Hola.
-¿Has dormido bien?
-Estoy acostumbrada a mi cama
pero bueno, es soportable –dije mientras cogía una magdalena de una bolsa de
plástico.
-Cariño no comas eso –me dijo
mi madre quitándomela y volviéndola a meter en la bolsa.
-¿Por qué no?
-Porque Héctor se ha levantado
antes que yo y a hecho tortitas. Es un cielo de persona.
Vi a Héctor al otro lado de
la cocina con una espumadera en su mano. Mi madre no paraba de sonreír y yo me
di media vuelta y me fui al baño a lavarme la cara. Cuando volví, mi madre y
Héctor estaban teniendo una conversación bastante animada y Héctor había parado de cocinar.
-Dormilona, ¿quieres sirope
con las tortitas? –me preguntó Héctor mientras ponía unas cuantas tortitas en
un plato.
-Creo que sí –murmuré con la
voz ronca.
Mientras desayunaba, Héctor
hacía lo mismo frente a mí. Mi madre nos dejó solos en cuanto terminó de
comerse sus tortitas.
-Aún me duele la patada que
me distes anoche.
-Por venir a hurtadillas.
-Hacía tiempo que quería
volver a verte recién levantada.
-Si eso fuera verdad, te
abrías quedado a mi lado hasta que despertara. Pero te has ido para cocinar.
-¿Acaso no te gustan mis
tortitas?
-Me encantan.
-Alice, ¿estás así porque no
me he arriesgado a que tus padres vieran que he violado su norma?
-Diciéndolo así parezco la
mala de la película –dije mientras ponía un poco de sirope en una tortita.
-Ay, mi niña. El día que te
vengas a mi casa a pasar la noche, me quedaré a tu lado hasta que te despiertes
–me susurró mientras se acercaba para darme un beso en la frente.
Mientras acabábamos de
desayunar, el móvil de Héctor empezó a sonar. Miró a la pantalla y me miró
fijamente a los ojos.
-Es mi padre. Ahora vengo.
Salió de la cocina, se puso
su abrigo y se fue a la calle. En cuanto terminé de desayunar, fregué todo lo
manchado y al ver que Héctor seguía fuera, decidí mirar por la ventana.
Seguía hablando por teléfono
y no paraba de ir de un lado para otro. Pude ver como la niebla ocultaba sus
pies. Tras unos cuantos minutos observándole, me di media vuelta y subí a mi
cuarto a vestirme por si teníamos que salir de casa.
-Me tengo que ir –me dijo Héctor en voz baja mientras yo daba un
pequeño salto porque no había oído su entrada en mi cuarto.
-¿Qué ha pasado?
-Mi tío va a atacar y hay que
estar preparados. Vendrán a buscaros unos guardaespaldas por si mi tío decide
atacar vuestra casa.
-Ten cuidado por favor.
-Tranquila, como ya te dije
ayer, este no es el primer tiroteo en el que participo. Tengo que irme. Te
quiero –me susurró mientras me abrazaba y me besaba.
-Te quiero.
Me besó en la frente y se fue
con un paso ligero hacia la puerta. Vi por la ventana de mi cuarto como Héctor
desaparecía en su coche a través de la espesa niebla.
Mi hermano vino a mi cuarto y
empezó a hacerme cosquillas.
-¡Para! –le grité mientras me
retorcía.
Mi hermano empezó a reírse y
en cuanto paró de hacerme cosquillas, olfateó como un perro.
-¿Tortitas?
-Las ha hecho Héctor.
-Pues entonces voy a
aprovechar –dijo muy sonriente mientras salía corriendo de mi cuarto.
Pasé varios minutos mirando
por la ventana. Tenía la mirada perdida en el horizonte. Solo podía pensar en
Héctor. Estaba metido en esto por mi culpa. Si no me hubiera conocido, no
tendría que enfrentarse a su tío. En ese mismo momento, me di cuenta de que no
me podía quedar en casa de brazos cruzados. ¿Pero qué podía hacer yo si iban a
por mi mejor amiga?
-Buenos días –me dijo Teresa
desde la puerta de mi habitación.
-Hola, Teresa. Mi hermano
está en la cocina zampándose todas las tortitas que ha hecho Héctor. Yo que tú
correría si quieres desayunar.
-¿Está Héctor aquí?
-No, se tuvo que ir –dije
mientras me acercaba a ella.
-¿Y eso?
-Vamos a la cocina y te lo
cuento.
-¿Habéis discutido?
-No y baja.
Tenía pensado contarles a
ella y a mi hermano en la que estábamos metidos. No quería asustarles, solo que
estuvieran preparados por si teníamos que huir.
-Hola, cielo –le dijo Robert
a Teresa mientras se levantaba para darla un beso.
-Tu hermana quiere contarnos
algo.
-¿De qué se trata?
-De Héctor.
-Vaya, ¿habéis discutido o
algo?
-No. Necesito que no le
contéis a nadie lo que os voy a decir. ¿Prometido?
-Prometido –dijeron Robert y
Teresa al unísono.
-Héctor es italiano y su
familia es la mafia más poderosa de Italia. Su tío es el que está persiguiendo
a tus padres. Cuando me secuestraron, fue orden de Johnny que me soltaran y me
dejaran en paz. Johnny y Héctor son primos.
-¡Pero si por poco Johnny
mata a Héctor! –dijo mi hermano sobresaltado.
-Lo sé. Pero ellos van a
luchar contra quien se les ponga por delante sin importarles quienes sean. El tío
de Héctor te quiere a ti Teresa. Cree que secuestrándote, tus padres darán la
cara.
-No la tocarán –dijo mi
hermano abrazando a Teresa con fuerza.
-Robert, usarán armas para
quitarnos a todos del medio para llegar hasta Teresa. Y por eso Héctor se ha ido.
Su familia se ha dividido y va a haber un tiroteo entre la familia de Héctor y
su tío.
-Alice, Héctor y yo apenas
nos conocemos y no tiene por qué hacer nada por mí.
-Teresa, no voy a dejar que
te toquen ni un solo pelo, ¿entendido? –le dijo Robert muy serio mirándola a
los ojos.
-Alice, debo ir.
-Teresa, si vas, matarán a
tus padres.
-Dame tu móvil –me pidió
Teresa.
-¿Para qué?
-¡Dámelo!
Se lo di confusa. Tecleó y
salió fuera de casa. Aunque Robert la agarraba con fuerza, ella se deshizo de
él rápidamente. Tras unos minutos esperando a que Teresa entrara, miramos por
la ventana y vimos que se dirigía a casa. Fuimos directos a la puerta.
-¿A quién has llamado? –le
preguntó Robert preocupado.
-Nos vamos.
-¿A dónde? ¿De qué hablas?
–le preguntó mi hermano.
-Al campo de batalla.
No entendíamos nada así que
la seguimos. Ella nos ordenó que fuéramos andando y nosotros le hicimos caso
sin rechistar. Tras media hora andando, llegamos a un parque en el que no había
nadie. Estaba completamente desierto. Teresa nos señaló que fuéramos por el
césped. Empezamos a hacer eses esquivando los árboles. Tras un par de minutos
andando, vimos algo parecido a un fuerte de metal. Era un parque en el que
jamás había estado y ya me imaginaba por qué no había nadie. Sería de la
familia de Héctor y seguramente, él ya sabría que estábamos a tan poca
distancia de ellos.
Teresa volvió a teclear en mi
móvil, que aún no me lo había devuelto, y al segundo, un hombre vestido de
militar, con un casco también de color verde camuflaje y con una escopeta en la
mano, salió del fuerte de hierro y nos ordenó que entráramos.
Nada más entrar, pude ver
como Héctor, también vestido como un militar, se acercaba con un rostro
bastante nervioso.
-¿Estáis bien? –me preguntó
mientras me abrazaba con fuerza.
-Sí. ¿Por qué estamos aquí?
-Teresa pensaba entregarse
sin luchar pero no la vamos a dejar rendirse tan fácilmente. Mi tío seguramente
ya sabrá que estará aquí y entonces, mandará sin control a toda su tropa y
nosotros les esperaremos. No podrán traspasar nuestro refugio por lo que aquí
estaréis a salvo.
-Quiero participar en la
lucha –dijo muy serio mi hermano.
-¡Robert, ni se te ocurra!
–dijimos Teresa y yo alteradas.
-Héctor, ¿puedo unirme a
vosotros? –preguntó mi hermano ignorándonos.
-Robert, no tienes experiencia
con las armas. No creo que sea correcto –dijo caballerosamente Héctor.
-No me importa, solo quiero
un arma para defenderlas.
-Te daré una pero no la uses
si no es extremadamente necesario.
-¡Héctor, no¡ -le grité.
Héctor me apartó de todos y
me agarró de los brazos.
-Tranquila. Solo le doy una
para que no intente hacerse el héroe y acabe herido. Os quedaréis aquí dentro y
ya te he dicho que no conseguirán pasar dentro por lo que no tendrá que usar el
arma –me susurró mirándome a los ojos.
-Está bien –le dije mientras
él me daba un beso en la frente.
Volvimos a donde estábamos
antes y Héctor nos explicó el plan. No era muy difícil nuestra parte. Solo
teníamos que escondernos en un sótano y esperar a que Héctor viniera a por
nosotros. Mientras tanto, todos ellos estarían en sus posiciones disparando.
Tras un par de horas
esperando, un soldado nos avisó que venían veinte coches y 30 motos. Todos los
vehículos empezaron a disparar mientras daban vueltas a nuestro refugio. Desde
el sótano podía ver a todos los soldados que disparaban. De momento, ninguno
estaba herido pero esto solo acababa de empezar. Pude observar como además de
disparar, tiraban granadas que explotaban a los pocos segundos de ser tiradas
causando un sonido bastante ruidoso y
que te ponía los pelos de punta.
Oíamos gritos, golpes, ruidos
de los motores de los vehículos… En uno de los gritos, pude oír el grito de
Héctor. Miré por una rendija para ver si estaba herido pero tan solo era un
grito de motivación mientras disparaba con una metralleta diez balas por
segundo.
A los dos segundos,
escuchamos una enorme explosión.
-Dos coches menos –gritó un
soldado.
Estaba bastante tranquila cuando la cosa se
puso peor. Oímos como las paredes que nos cubrían iban cediendo hasta caerse.
Héctor abrió la puerta del sótano.
-¡Corred! ¡Robert, cúbrelas!
–nos gritó Héctor mientras disparaba y esquivaba balas.
Salimos del sótano y nos
adentramos en un bosque. Nos escondimos detrás de un matorral a bastante
distancia de la lucha. Pude observar el porqué de la caída de nuestro fuerte.
Todos los vehículos, se habían estrellado a posta contra el fuerte. Al parecer
los coches estaban cargados de explosivos muy potentes. Pude ver como hombres de ambos bandos iban
cayendo al suelo heridos.
Vi a Héctor detrás de un
coche volcado. Cada dos minutos, salía un poco y disparaba y no paraba hasta
matar o dejar herido a alguien.
Robert tenía en sus manos una
escopeta bastante grande. La sostenía con bastante fuerza y Teresa le abrazaba
mientras que yo no podía dejar de mirar el campo de batalla y rezar para que no
le pasara nada a Héctor.
Los soldados de ambos equipos
iban disminuyendo. Pude reconocer al tío de Héctor y a Johnny. Un grupo de 20
hombres les escoltaban. Iban armados y con un chaleco cada uno. Vimos como Johnny miraba hacia nuestra
dirección. Nos había descubierto. Héctor también se dio cuenta y comenzó a
correr en nuestra dirección. Comenzamos a correr a través del bosque.
-¡Poneros detrás de aquellos
árboles! –nos gritó Robert.
Corrimos hacia unos árboles
que estaban bastante juntos y hacían de escudo. Héctor llegó a nuestro
escondite a los pocos segundos.
-Héctor, Johnny no viene solo
–dijo nervioso mi hermano.
-¡Mierda! Es mi tío. Hay que
frenarles –dijo mientras disparaba sin darles.
Robert y Héctor no paraban de
disparar sin conseguir darles pero los hombres que les acompañaban, iban
cayendo al suelo poco a poco. Cuanto más se acercaban, más nerviosos nos
poníamos todos. Johnny y su padre también disparaban y gracias a Dios, no tenían
buena puntería. Cuando estaban a menos de 10 metros de nosotros, se quedaron
sin balas y al minuto, Robert y Héctor también. Robert, lleno de ira, saltó por
encima de una piedra y se abalanzó encima de Johnny. Héctor, al verle
desprotegido, también saltó pero él se abalanzó encima de su tío.
-¡Bastardo, quita de encima!
–le gritaba su tío a Héctor mientras él le intentaba inmovilizar.
Héctor al oír eso, le apretó
el cuello a su tío mucho más cortándole, de esta manera, la respiración. Su tío
empezó a ponerse rojo e iba poco a poco cambiando de color. Johnny al ver como
su padre se asfixiaba, le dio una patada a mi hermano en la barriga y
habiéndose librado de él, fue a por Héctor para salvar a su padre.
Teresa y yo mirábamos con
terror aquella violenta escena. Las dos estábamos asustadas pero también llenas
de ira y si la cosa se ponía fea, saldríamos a luchar sin pensárnoslo. Porque
aunque no supiéramos ni cómo defendernos, serviríamos de distracción. Teresa y
yo nos miramos y al segundo, volvimos a mirar al campo de batalla.
Pude ver como Johnny le cogía
por el cuello a Héctor mientras éste intentaba deshacerse de sus fuertes manos.
Robert se levantó con valentía del suelo
y fue a por Johnny. Pero antes de que pudiera acercarse a él, el tío de Héctor
se interpuso de por medio. Robert esquivó dos de sus puñetazos. Cuando el tío
lanzó por tercera vez su puño, Robert lo cogió al vuelo y se lo retorció.
Después le propinó una fuerte patada en el estómago dejándolo en el suelo de
rodillas. Tras conseguir vencerle, Robert le dio un fuerte empujón a Johnny.
Héctor cayó de rodillas al suelo e intentó recuperar el aire antes de que le
volvieran a atacar.
En ese mismo momento, decidí
salir de mi escondite. Le dije a Teresa que se quedara ahí. Fui corriendo hasta
llegar al campo de batalla. Me arrodillé al lado de Héctor.
-¿Estás bien? –le pregunté
preocupada mientras vigilaba que no vinieran a por nosotros.
-¿Qué haces aquí? Te dije que
te quedaras con Teresa –me dijo mientras se esforzaba por respirar.
-No voy a dejarte solo, sin
protección.
-Sé cuidarme y tú estás en
peligro así que vuelve con Teresa.
-No.
-Te harán daño. ¡Vete!
-¡Te he dicho que me quedo!
-¡Estás loca!
-Lo sé –le dije mientras le
sonreía y me levantaba para darle un puñetazo en toda la cara a Johnny que
venía corriendo hacia nosotros.
Johnny cayó al suelo y vi
como sangraba del labio y le había roto la nariz. Robert vino corriendo y
cuando Johnny volvió a ponerse en pie, le dio una patada lanzándolo por lo
aires y chocando contra una piedra. Nos acercamos. Estaba inconsciente eso nos
dio ventaja.
Al segundo, Héctor se dio la
vuelta de una forma muy brusca. Me asustó y me di la vuelta y pude ver como le
daba un fuerte tortazo a su tío que se había acercado hacia nosotros pensando
que estábamos distraídos.
Héctor cogió a su tío por el
cuello de la camisa y lo puso en pie. Lo empujó contra la piedra contra la que
se había chocado Johnny. Héctor, agotado pero lleno de rabia, empezó a
estrangular a su tío.
-¡Eres un puto cobarde! –le
gritó Héctor a su tío.
-¡Soy más valiente que tú,
bastardo! –le replicó su tío.
Héctor cada vez le apretaba
más. La vena del cuello se le hinchaba y su frente se llenaba de sudor.
-¡Para! –le gritó Julieta a
Héctor.
-¿Por qué debería parar? Él
no dudaría en matarme.
-¡No! No lo haría.
-¿Y por qué no?
-¡Porque eres su hijo!
Héctor al escuchar eso, se
quedó helado. Dejó caer sus musculosos brazos y miró a su madre.
-Te lo estás inventando –le
dijo furioso Héctor a Julieta.
-Ya sabes que estuve casada
antes con otro hombre antes de casarme con Leonardo.
-Y el hombre con el que te
casaste fue este mal nacido, ¿no es así?
-Sí, hijo. Perdona por no
habértelo cont…
-¿Perdona? ¿Es lo único que
se te ocurre decirme?
-¡No sabía cómo decírtelo!
-¡Es que no quería saberlo!
–le gritó Héctor mientras se llevaba las manos a la cabeza.
-Hijo, no te pongas así.
-Déjame en paz –dijo mientras
se alejaba de todos nosotros y se perdía en el bosque.
Teresa, al verle pasar a unos
metros de él, nos miró y vino a nosotros en busca de explicaciones pero antes
de que pudiera decir ni una sola palabra, Robert se acercó corriendo hacia ella
y la abrazó con todas su fuerzas mientras la levantaba del suelo.
Yo, sin embargo, me quedé de
pies, muda, con la vista perdida en el bosque deseando que Héctor volviera.
Miré a Julieta que sostenía un pañuelo de seda en la mano mientras le caían
miles de lágrimas por sus mejillas.