jueves, 2 de julio de 2015

Capítulo 20 -> Desaparecido

A los pocos minutos de que Héctor se fuera, Robert y Teresa estuvieron hablando con Julieta y Francesco, el padre biológico de Héctor. Éste, al haberse dicho toda la verdad, sabía que si quería capturar a Teresa, antes de dar un paso, Héctor le mataría. Por lo que consiguieron llegar a un acuerdo. Teresa le iría pagando poco a poco la deuda de sus padres si él dejaba de perseguirles.

Tras conseguir el fabuloso acuerdo, volvimos a casa y Teresa llamó al móvil de sus padres rezando para que contestaran.

Mientras tanto, yo no paraba de llamar y de dejarle mensajes a Héctor. Desde que se enteró de la verdad, no le había vuelto a ver.

Pasaron semanas. Los padres de Teresa volvieron y se fueron a su casa. Robert estaba feliz porque ahora sabía que Teresa estaba feliz.
Mientras que yo, me pasaba las tardes de verano, lanzándole la pelota de goma a Sáhara.

Llegó Septiembre, Octubre, Noviembre… y Héctor seguía sin dar señales de vida. Estaba en 2º de bachiller y Johnny se había ido de la ciudad. No había vuelto a ver nadie de su familia.

Cuando llegó Diciembre, perdí la esperanza de que Héctor volviera y me centré en mis estudios. Aunque mi familia me notaba apagada, decidieron no preguntarme ya que Robert se lo había dicho.

Se empezaba a acercar mi cumpleaños y mi madre no paraba de intentar averiguar qué quería para mi cumple. Teresa le daba ideas ya que yo no abría la boca porque no tenía ganas de celebrar nada.
Sáhara, había crecido muchísimo y me llegaba un poco más allá de la rodilla. Todas las noches, se tumbaba a los pies de mi cama y si notaba que no podía dormir, venía a mi lado, se tumbaba y acercaba su nariz húmeda a la mía para que me calmase y me durmiese.

Siguieron pasando los días y las noches y yo seguía sin saber nada de Héctor. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. Había empezado a pensar que no le importaba tanto porque sino, habría venido a por mí o me abría llamado o algo. Pero en vez de eso, había desaparecido y yo tenía que aguantar como Robert y Teresa no paraban de darse mimos y de decirse cursiladas. Les envidiaba. Estaban juntos en lo bueno y en lo malo. Y yo, ahora mismo, solo tenía a Sáhara a mi lado y un bote enorme de helado entre las manos.

Llegaron las Navidades. Como todos los años, los abuelos venían desde muy lejos para pasarlas con nosotros. Mi madre me había pedido que estuviera alegre mientras ellos estuvieran con nosotros.

Mi abuela me trajo un llavero. Ella lo llamaba “El Llamador de los Ángeles” porque dentro de una bola, había un cascabel y si lo hacías sonar, un ángel acudiría a tu llamada. Quité mis llaves de mi otro llavero y las puse en este.
Mis padres me regalaron una cámara de fotos y yo a ellos, una foto enmarcada en la que salíamos toda la familia. Nada más dársela, la pusieron en un estante del salón y la miraron con alegría.

A mi hermano, le regalé en plan broma, una armadura de hierro que se puso en los carnavales ese mismo año. Él a mí, a parte de darme un fuerte abrazo, me dio un pequeño sobre.
-Ábrelo cuando todos estén dormidos –me susurró al oído.

Lo guardé en el bolsillo trasero de mi vaquero y nos sentamos para comenzar a cenar.
Por la noche, cuando todos estuvieron dormidos, me levanté de la cama y cogí el sobre que me había dado Robert.

Alice,

Quería desearte una Feliz Navidad. Sé que llevo meses sin dar señales de vida pero eso no significa que no te piense a cada segundo. Aunque espero que tú no te hayas olvidado de mí.
Creo que te debo una explicación por mi desaparición.
Tras saber que soy un bastardo, necesitaba alejarme de todo. Tiré mi móvil al mar y me fui. Necesitaba estar solo y pensar en todo lo que había pasado. Necesitaba organizar de nuevo mi vida. Mi vida se basa en una gran mentira que no se han atrevido a desmentir. Si te soy sincero, no sé cuando volveré. No intentes buscarme ni contactar con mi familia porque a parte de que no estoy en América, la que dice ser mi familia, no sabe nada de mí desde mi ida.
Te quiero muchísimo y por favor no me olvides ni estés mal, ¿vale? No soportaría ver que yo soy el culpable de tú tristeza.
Te añoro,
Héctor.

Un par de lágrimas empezaron a caer por mis mejillas. Me las sequé y salí de mi habitación. Sin hacer ruido, fui al cuarto de mi hermano.
-¿Le has visto? -le pregunté por lo bajo mientras cerraba la puerta de su cuarto para que nadie nos oyera.
-No, me lo dio un hombre que me dijo que te lo diera. Era de Héctor, ¿verdad?
-Sí, aunque no dice gran cosa.
-¿Te dice dónde está o cuándo volverá?
-No. Sólo dice que no está en América y que no sabe si volverá.
-¿Y no dice nada más?
-Lo típico de que no me ha olvidado, que me quiere… pero necesito verle y está en paradero desconocido.
-Volverá. Si te quiere, volverá. Estoy seguro de ello. Y ahora vete a dormir.

Salí de su cuarto y me acosté. Tras leerme un par de veces más su carta, la guardé en un cajón y a los pocos minutos, me quedé dormida.

Después de terminarse las vacaciones de Navidad, mis abuelos se fueron y yo comencé el instituto. Quedaban dos días para que fuera mi cumple y después de la carta de Héctor, estaba más alegre y hablaba mucho más. Aunque era una simple nota, para mí era suficiente como para saber que estaba sano y salvo y que no me había abandonado como hizo Johnny. Aunque me deprimía su ausencia, entendía perfectamente por lo que estaba pasando.

Llegó el 9 de enero, mi cumple, y mi madre había preparado muchísima comida y la gente no paraba de entrar por la puerta de mi casa. Pero cuando ya entraron todos, cerré la puerta y empezó mi madre a bailar con mi padre. En mi opinión, hacían el ridículo y para colmo, los invitados les animaban a que siguieran bailando.

Pasadas las 8 de la tarde, sonó el timbre y gracias a que estaba cerca de la entrada lo oí y abrí la puerta.
-Feliz cumpleaños –me dijo por lo bajo Héctor con una pequeña sonrisa ocupando su rostro.

Cogí impulso y salté quedándome colgando de él.
-Pensé que no volvería a verte –le susurré.
-Sabes perfectamente que no te iba a dejar abandonada. Espero no llegar tarde a la fiesta pero es que lo bueno se hace esperar –me dijo bromeando y me cogía el rostro con sus manos heladas para besarme.

Robert al verle, le dio un gran abrazo y le pasó un vaso lleno de alguna mezcla que se le había ocurrido al travieso de mi hermano. Héctor lo olfateó y dio un pequeño sorbo.
Mi madre al verle, cogió un micrófono.
-Héctor, ¿nos harías el honor de hacer el brindis?

Héctor se sonrojó y asintió y antes de irse, me dio un beso en la frente.
-Buenas noches a todos. Bueno, no sé ni cómo empezar.  Aunque creo que la frase idónea es “Feliz cumpleaños, Alice”. Y quiero decirte delante de todos tus familiares y amigos que ahora que tienes 18 años, te controlaré la bebida –dijo riéndose y haciendo que me sonrojara como un tomate.

Todos se rieron y Héctor continuó con su discurso.
-Y aunque hemos pasado unos meses separados, he vuelto para quedarme y espero que no me guardes rencor. A parte de desearte que cumplas muchos más años, me gustaría pedirte una cosa con tu familia y amigos como testigos. ¿Me harías el favor de venir aquí?

Fui hacia él y de repente vi cómo se arrodillaba. Yo me puse más roja todavía.
-Sé que no llevamos ni un año saliendo pero en todo este tiempo te he amado como a nadie en toda mi vida y por eso, no quiero dejarte escapar porque me siento afortunado de tener a un tesoro como tú entre mis brazos cada día. Por eso quisiera pedirte, con el permiso de tus padres, que seas mi esposa por el resto de nuestros días.

Me quedé con la boca abierta al igual que todos los allí presentes.

-¿Qué me dices? ¿Hasta que la muerte nos separe?
-Hasta que la muerte nos separe –le dije mientras le sonreía.

Héctor me puso un anillo de plata con un pequeño diamante. Después, se levantó y me besó mientras todos los invitados aplaudían.

En julio de ese mismo año, celebramos una boda por todo lo alto aunque no fue Francesco, sino Leonardo. De Luna de Miel, me llevó a Noruega a ver las auroras boreales y después me despedí de todos y nos fuimos a vivir una larga y feliz vida juntos a Verona, Italia, junto con Sáhara.  Tras dos años casados, tuvimos gemelos. Un niño, Noah y una niña, Clara.

Tres años más tarde de nuestro enlace, Robert y Teresa se casaron y al año tuvieron un precioso niño, Nico.

Francesco siguió persiguiendo a la demás parejas ya que Héctor no conocía a ninguna. Aunque ni Héctor ni yo podíamos dejar de pensar en lo mal que lo deberían de estar pasando sus familiares.

Esta es mi historia y como habréis podido observar, no es un cuento de hadas. Pero os puedo asegurar una cosa. Es difícil conseguir un final feliz, no imposible.


FIN

jueves, 25 de junio de 2015

Capítulo 19 -> El enfrentamiento

Estábamos Héctor y yo en su casa preparándonos para salir a comprar un par de helados y dar un paseo por el parque cuando Leonardo llamó al móvil de Héctor.
-Hola papá. ¿Pasa algo?

No oí que le decía su padre pero por la cara de alterado que puso, sé que nada bueno. Me acerqué a él y le abracé por la espalda para que no se pusiera nervioso.

En cuanto colgó, se dio media vuelta y me miró a los ojos.
-No me gusta esa cara. ¿Qué ha pasado?
-Mi familia se ha dividido.
-¿Qué significa eso?
-Mi tío no acepta dejar sin cobrar una deuda y dice que no le importa que alguien de la familia se meta de por medio que arrasará con todo aquel que se ponga de por medio.
-¿Entonces viene a por nosotros?
-Va a raptar a tu amiga para que sus padres tengan que dar la cara pero sabe que no le será fácil si estamos mi familia y yo de por medio.
-¿Tu padre va a ayudarnos?
-No va a dejar morir a su único hijo.
-¿Hay algún plan? –inquirí agarrándole fuerte de la mano.
-Dar la cara.
-¿Luchar?
-Sí, bueno… más bien disparar –dijo mientras me soltaba e iba en dirección a un armario del salón.
-Matar.
-Sí y yo estaré al lado de mi padre protegiendo todo aquello por lo que mi familia a luchado durante tantos años –dijo mientras abría una puerta pequeña del armario y tecleaba una contraseña en una caja fuerte de lo más moderna.
-¿Esa es la única solución? ¿Mataros unos a otros? –grité nerviosa.
-Alice, tranquilízate. Mi tío no dudará en matarte si te metes de por medio. Lo hago para protegerte, ¿es que no lo ves? –dijo mientras sacaba de la caja fuerte una pistola y otra más pequeña.
-Ya vi una vez como te disparaban y no pienso verlo de nuevo.
-No lo verás. Mi familia y yo os llevaremos con unos cuantos guardaespaldas a un lugar secreto.
-No puedo impedir que dispares, ¿verdad? –dije con los ojos llorosos.
-Pues no, no puedes convencerme. Alice, he estado metido en problemas muchos más graves que este. Mi tío es muy cabezón y él solo entiende un idioma. El de la sangre.
-¿Te matará?
-Llevaré todo tipo de protección, además, que tenemos a los mejores francotiradores del mundo de nuestra parte. Será pan comido.
-Ya…
-Confía en mí –me susurró mientras acunaba mi rostro entre sus manos y me miraba fijamente a los ojos.

Nos quedamos toda la tarde en su casa. Cuanto más intentaba convencerme de que no le iba pasar nada, más nerviosa me ponía yo. Héctor me dijo que su tío nunca avisaba cuándo iba a atacar pero tenían varios espías vigilando su casa, por lo que si intentaba hacer algo, lo sabríamos.

Por la noche, cuando me llevó a mi casa, Héctor convenció de una manera muy sutil a mis padres para quedarse a dormir. Por supuesto, yo también tuve que insistir haciendo como que la idea era mía. Mis padres no pusieron ninguna pega ya que les caía muy bien Héctor. Como era de esperar, no le dejaron dormir en la misma habitación que yo. Por lo que Teresa se fue a dormir con mi hermano, yo me bajé a dormir al salón con Lucy y Héctor durmió en mi cuarto.

Mientras intentaba conciliar el sueño, podía oír como la madera de las escaleras crujía. Me asusté y abracé con fuerza a Lucy. En un solo segundo, se pasaron por mi mente un millón de cosas. Empecé a pensar que tal vez el que bajaba, era un asesino de parte del tío de Héctor y que ya se había encargado de liquidarle y ahora venía a por mí. Luego pensé que puede que Johnny se hubiera colado en mi casa y quisiera acabar con todo de una vez.

De repente, vi como una sombra se acercaba sigilosamente hacia mí. Empecé a temblar pero intenté contenerme para que la persona que se estuviera acercando, no viera que me asustaba.
La sombra seguía acercándose. Pasados unos segundos, la sombra se había acercado tanto que podía notar su aliento en mi rostro. Cerré los ojos e intenté controlar mi respiración para que pareciera relaja y la sombra pensara que estaba dormida.
De repente, note algo cálido y suave en mi frente. Automáticamente, di una patada que impactó con la persona que estaba a menos de un metro de mí. Me levanté nerviosa y en cuanto la sombra volvió a ponerse de pie, lancé mi puño con fuerza pero noté como una mano lo retenía. La sombra me empujó hacia la pared. Notaba su aliento en mi cuello.
-Alice, por mucho que te esfuerces no te voy a dejar que dispares a mi lado –me dijo susurrando Héctor mientras me tapaba con una mano mi boca.

Al notar como me relajaba, Héctor quitó la mano de mi boca y me cogió del brazo para llevarme a donde se encontraba el sofá-cama.
-Me has asustado –le susurré mientras me sentaba.
-Perdona. Pero he de decirte que sabes defenderte bastante bien aunque jamás tienes que dejar que tu enemigo se ponga de pie.
-Está bien, la próxima vez no pararé de pegarte hasta que me supliques que pare –dije bromeando.
-Me parece bien aunque a lo mejor se te adelanta tu padre por haber bajado cuando me ha dicho que no podía bajar a verte hasta mañana.

Me reí por lo bajo mientras abrazaba con fuerza a Héctor. Bostecé un par de veces y Héctor me acunó entre sus brazos. Poco a poco, me estaba quedando dormida y podía notar como Héctor me tumbaba, me abrazaba y me arropaba. No tardé en quedarme dormida sabiendo que me encontraba en buenas manos.

En cuanto me desperté, Noté algo cálido a mi espalda. Me di la vuelta pensando que era Héctor que seguía aún dormido. Pero me equivoqué. Él no se encontraba allí. Solo estaba Lucy abrazando a Sáhara. Me levanté y me dirigí a la cocina.
-Buenos días –me saludó mi madre con una sonrisa que le ocupaba medio rostro.
-Hola.
-¿Has dormido bien?
-Estoy acostumbrada a mi cama pero bueno, es soportable –dije mientras cogía una magdalena de una bolsa de plástico.
-Cariño no comas eso –me dijo mi madre quitándomela y volviéndola a meter en la bolsa.
-¿Por qué no?
-Porque Héctor se ha levantado antes que yo y a hecho tortitas. Es un cielo de persona.

Vi a Héctor al otro lado de la cocina con una espumadera en su mano. Mi madre no paraba de sonreír y yo me di media vuelta y me fui al baño a lavarme la cara. Cuando volví, mi madre y Héctor estaban teniendo una conversación bastante animada y Héctor  había parado de cocinar.
-Dormilona, ¿quieres sirope con las tortitas? –me preguntó Héctor mientras ponía unas cuantas tortitas en un plato.
-Creo que sí –murmuré con la voz ronca.

Mientras desayunaba, Héctor hacía lo mismo frente a mí. Mi madre nos dejó solos en cuanto terminó de comerse sus tortitas.
-Aún me duele la patada que me distes anoche.
-Por venir a hurtadillas.
-Hacía tiempo que quería volver a verte recién levantada.
-Si eso fuera verdad, te abrías quedado a mi lado hasta que despertara. Pero te has ido para cocinar.
-¿Acaso no te gustan mis tortitas?
-Me encantan.
-Alice, ¿estás así porque no me he arriesgado a que tus padres vieran que he violado su norma?
-Diciéndolo así parezco la mala de la película –dije mientras ponía un poco de sirope en una tortita.
-Ay, mi niña. El día que te vengas a mi casa a pasar la noche, me quedaré a tu lado hasta que te despiertes –me susurró mientras se acercaba para darme un beso en la frente.

Mientras acabábamos de desayunar, el móvil de Héctor empezó a sonar. Miró a la pantalla y me miró fijamente a los ojos.
-Es mi padre. Ahora vengo.

Salió de la cocina, se puso su abrigo y se fue a la calle. En cuanto terminé de desayunar, fregué todo lo manchado y al ver que Héctor seguía fuera, decidí mirar por la ventana.
Seguía hablando por teléfono y no paraba de ir de un lado para otro. Pude ver como la niebla ocultaba sus pies. Tras unos cuantos minutos observándole, me di media vuelta y subí a mi cuarto a vestirme por si teníamos que salir de casa.
-Me tengo que ir –me  dijo Héctor en voz baja mientras yo daba un pequeño salto porque no había oído su entrada en mi cuarto.
-¿Qué ha pasado?
-Mi tío va a atacar y hay que estar preparados. Vendrán a buscaros unos guardaespaldas por si mi tío decide atacar vuestra casa.
-Ten cuidado por favor.
-Tranquila, como ya te dije ayer, este no es el primer tiroteo en el que participo. Tengo que irme. Te quiero –me susurró mientras me abrazaba y me besaba.
-Te quiero.

Me besó en la frente y se fue con un paso ligero hacia la puerta. Vi por la ventana de mi cuarto como Héctor desaparecía en su coche a través de la espesa niebla.
Mi hermano vino a mi cuarto y empezó a hacerme cosquillas.
-¡Para! –le grité mientras me retorcía.

Mi hermano empezó a reírse y en cuanto paró de hacerme cosquillas, olfateó como un perro.
-¿Tortitas?
-Las ha hecho Héctor.
-Pues entonces voy a aprovechar –dijo muy sonriente mientras salía corriendo de mi cuarto.

Pasé varios minutos mirando por la ventana. Tenía la mirada perdida en el horizonte. Solo podía pensar en Héctor. Estaba metido en esto por mi culpa. Si no me hubiera conocido, no tendría que enfrentarse a su tío. En ese mismo momento, me di cuenta de que no me podía quedar en casa de brazos cruzados. ¿Pero qué podía hacer yo si iban a por mi mejor amiga?
-Buenos días –me dijo Teresa desde la puerta de mi habitación.
-Hola, Teresa. Mi hermano está en la cocina zampándose todas las tortitas que ha hecho Héctor. Yo que tú correría si quieres desayunar.
-¿Está Héctor aquí?
-No, se tuvo que ir –dije mientras me acercaba a ella.
-¿Y eso?
-Vamos a la cocina y te lo cuento.
-¿Habéis discutido?
-No y baja.

Tenía pensado contarles a ella y a mi hermano en la que estábamos metidos. No quería asustarles, solo que estuvieran preparados por si teníamos que huir.
-Hola, cielo –le dijo Robert a Teresa mientras se levantaba para darla un beso.
-Tu hermana quiere contarnos algo.
-¿De qué se trata?
-De Héctor.
-Vaya, ¿habéis discutido o algo?
-No. Necesito que no le contéis a nadie lo que os voy a decir. ¿Prometido?
-Prometido –dijeron Robert y Teresa al unísono.
-Héctor es italiano y su familia es la mafia más poderosa de Italia. Su tío es el que está persiguiendo a tus padres. Cuando me secuestraron, fue orden de Johnny que me soltaran y me dejaran en paz. Johnny y Héctor son primos.
-¡Pero si por poco Johnny mata a Héctor! –dijo mi hermano sobresaltado.
-Lo sé. Pero ellos van a luchar contra quien se les ponga por delante sin importarles quienes sean. El tío de Héctor te quiere a ti Teresa. Cree que secuestrándote, tus padres darán la cara.
-No la tocarán –dijo mi hermano abrazando a Teresa con fuerza.
-Robert, usarán armas para quitarnos a todos del medio para llegar hasta Teresa. Y por eso Héctor se ha ido. Su familia se ha dividido y va a haber un tiroteo entre la familia de Héctor y su tío.
-Alice, Héctor y yo apenas nos conocemos y no tiene por qué hacer nada por mí.
-Teresa, no voy a dejar que te toquen ni un solo pelo, ¿entendido? –le dijo Robert muy serio mirándola a los ojos.
-Alice, debo ir.
-Teresa, si vas, matarán a tus padres.
-Dame tu móvil –me pidió Teresa.
-¿Para qué?
-¡Dámelo!

Se lo di confusa. Tecleó y salió fuera de casa. Aunque Robert la agarraba con fuerza, ella se deshizo de él rápidamente. Tras unos minutos esperando a que Teresa entrara, miramos por la ventana y vimos que se dirigía a casa. Fuimos directos a la puerta.
-¿A quién has llamado? –le preguntó Robert preocupado.
-Nos vamos.
-¿A dónde? ¿De qué hablas? –le preguntó mi hermano.
-Al campo de batalla.

No entendíamos nada así que la seguimos. Ella nos ordenó que fuéramos andando y nosotros le hicimos caso sin rechistar. Tras media hora andando, llegamos a un parque en el que no había nadie. Estaba completamente desierto. Teresa nos señaló que fuéramos por el césped. Empezamos a hacer eses esquivando los árboles. Tras un par de minutos andando, vimos algo parecido a un fuerte de metal. Era un parque en el que jamás había estado y ya me imaginaba por qué no había nadie. Sería de la familia de Héctor y seguramente, él ya sabría que estábamos a tan poca distancia de ellos.
Teresa volvió a teclear en mi móvil, que aún no me lo había devuelto, y al segundo, un hombre vestido de militar, con un casco también de color verde camuflaje y con una escopeta en la mano, salió del fuerte de hierro y nos ordenó que entráramos.
Nada más entrar, pude ver como Héctor, también vestido como un militar, se acercaba con un rostro bastante nervioso.
-¿Estáis bien? –me preguntó mientras me abrazaba con fuerza.
-Sí. ¿Por qué estamos aquí?
-Teresa pensaba entregarse sin luchar pero no la vamos a dejar rendirse tan fácilmente. Mi tío seguramente ya sabrá que estará aquí y entonces, mandará sin control a toda su tropa y nosotros les esperaremos. No podrán traspasar nuestro refugio por lo que aquí estaréis a salvo.
-Quiero participar en la lucha –dijo muy serio mi hermano.
-¡Robert, ni se te ocurra! –dijimos Teresa y yo alteradas.
-Héctor, ¿puedo unirme a vosotros? –preguntó mi hermano ignorándonos.
-Robert, no tienes experiencia con las armas. No creo que sea correcto –dijo caballerosamente Héctor.
-No me importa, solo quiero un arma para defenderlas.
-Te daré una pero no la uses si no es extremadamente necesario.
-¡Héctor, no¡ -le grité.

Héctor me apartó de todos y me agarró de los brazos.
-Tranquila. Solo le doy una para que no intente hacerse el héroe y acabe herido. Os quedaréis aquí dentro y ya te he dicho que no conseguirán pasar dentro por lo que no tendrá que usar el arma –me susurró mirándome a los ojos.
-Está bien –le dije mientras él me daba un beso en la frente.

Volvimos a donde estábamos antes y Héctor nos explicó el plan. No era muy difícil nuestra parte. Solo teníamos que escondernos en un sótano y esperar a que Héctor viniera a por nosotros. Mientras tanto, todos ellos estarían en sus posiciones disparando.

Tras un par de horas esperando, un soldado nos avisó que venían veinte coches y 30 motos. Todos los vehículos empezaron a disparar mientras daban vueltas a nuestro refugio. Desde el sótano podía ver a todos los soldados que disparaban. De momento, ninguno estaba herido pero esto solo acababa de empezar. Pude observar como además de disparar, tiraban granadas que explotaban a los pocos segundos de ser tiradas causando un  sonido bastante ruidoso y que te ponía los pelos de punta.

Oíamos gritos, golpes, ruidos de los motores de los vehículos… En uno de los gritos, pude oír el grito de Héctor. Miré por una rendija para ver si estaba herido pero tan solo era un grito de motivación mientras disparaba con una metralleta diez balas por segundo.
A los dos segundos, escuchamos una enorme explosión.
-Dos coches menos –gritó un soldado.
 Estaba bastante tranquila cuando la cosa se puso peor. Oímos como las paredes que nos cubrían iban cediendo hasta caerse. Héctor abrió la puerta del sótano.
-¡Corred! ¡Robert, cúbrelas! –nos gritó Héctor mientras disparaba y esquivaba balas.

Salimos del sótano y nos adentramos en un bosque. Nos escondimos detrás de un matorral a bastante distancia de la lucha. Pude observar el porqué de la caída de nuestro fuerte. Todos los vehículos, se habían estrellado a posta contra el fuerte. Al parecer los coches estaban cargados de explosivos muy potentes.  Pude ver como hombres de ambos bandos iban cayendo al suelo heridos.
Vi a Héctor detrás de un coche volcado. Cada dos minutos, salía un poco y disparaba y no paraba hasta matar o dejar herido a alguien.

Robert tenía en sus manos una escopeta bastante grande. La sostenía con bastante fuerza y Teresa le abrazaba mientras que yo no podía dejar de mirar el campo de batalla y rezar para que no le pasara nada a Héctor.
Los soldados de ambos equipos iban disminuyendo. Pude reconocer al tío de Héctor y a Johnny. Un grupo de 20 hombres les escoltaban. Iban armados y con un chaleco cada uno.  Vimos como Johnny miraba hacia nuestra dirección. Nos había descubierto. Héctor también se dio cuenta y comenzó a correr en nuestra dirección. Comenzamos a correr a través del bosque.
-¡Poneros detrás de aquellos árboles! –nos gritó Robert.

Corrimos hacia unos árboles que estaban bastante juntos y hacían de escudo. Héctor llegó a nuestro escondite a los pocos segundos.
-Héctor, Johnny no viene solo –dijo nervioso mi hermano.
-¡Mierda! Es mi tío. Hay que frenarles –dijo mientras disparaba sin darles.

Robert y Héctor no paraban de disparar sin conseguir darles pero los hombres que les acompañaban, iban cayendo al suelo poco a poco. Cuanto más se acercaban, más nerviosos nos poníamos todos. Johnny y su padre también disparaban y gracias a Dios, no tenían buena puntería. Cuando estaban a menos de 10 metros de nosotros, se quedaron sin balas y al minuto, Robert y Héctor también. Robert, lleno de ira, saltó por encima de una piedra y se abalanzó encima de Johnny. Héctor, al verle desprotegido, también saltó pero él se abalanzó encima de su tío.
-¡Bastardo, quita de encima! –le gritaba su tío a Héctor mientras él le intentaba inmovilizar.
Héctor al oír eso, le apretó el cuello a su tío mucho más cortándole, de esta manera, la respiración. Su tío empezó a ponerse rojo e iba poco a poco cambiando de color. Johnny al ver como su padre se asfixiaba, le dio una patada a mi hermano en la barriga y habiéndose librado de él, fue a por Héctor para salvar a su padre.

Teresa y yo mirábamos con terror aquella violenta escena. Las dos estábamos asustadas pero también llenas de ira y si la cosa se ponía fea, saldríamos a luchar sin pensárnoslo. Porque aunque no supiéramos ni cómo defendernos, serviríamos de distracción. Teresa y yo nos miramos y al segundo, volvimos a mirar al campo de batalla.

Pude ver como Johnny le cogía por el cuello a Héctor mientras éste intentaba deshacerse de sus fuertes manos.  Robert se levantó con valentía del suelo y fue a por Johnny. Pero antes de que pudiera acercarse a él, el tío de Héctor se interpuso de por medio. Robert esquivó dos de sus puñetazos. Cuando el tío lanzó por tercera vez su puño, Robert lo cogió al vuelo y se lo retorció. Después le propinó una fuerte patada en el estómago dejándolo en el suelo de rodillas. Tras conseguir vencerle, Robert le dio un fuerte empujón a Johnny. Héctor cayó de rodillas al suelo e intentó recuperar el aire antes de que le volvieran a atacar.

En ese mismo momento, decidí salir de mi escondite. Le dije a Teresa que se quedara ahí. Fui corriendo hasta llegar al campo de batalla. Me arrodillé al lado de Héctor.
-¿Estás bien? –le pregunté preocupada mientras vigilaba que no vinieran a por nosotros.
-¿Qué haces aquí? Te dije que te quedaras con Teresa –me dijo mientras se esforzaba por respirar.
-No voy a dejarte solo, sin protección.
-Sé cuidarme y tú estás en peligro así que vuelve con Teresa.
-No.
-Te harán daño. ¡Vete!
-¡Te he dicho que me quedo!
-¡Estás loca!
-Lo sé –le dije mientras le sonreía y me levantaba para darle un puñetazo en toda la cara a Johnny que venía corriendo hacia nosotros.

Johnny cayó al suelo y vi como sangraba del labio y le había roto la nariz. Robert vino corriendo y cuando Johnny volvió a ponerse en pie, le dio una patada lanzándolo por lo aires y chocando contra una piedra. Nos acercamos. Estaba inconsciente eso nos dio ventaja.
Al segundo, Héctor se dio la vuelta de una forma muy brusca. Me asustó y me di la vuelta y pude ver como le daba un fuerte tortazo a su tío que se había acercado hacia nosotros pensando que estábamos distraídos.

Héctor cogió a su tío por el cuello de la camisa y lo puso en pie. Lo empujó contra la piedra contra la que se había chocado Johnny. Héctor, agotado pero lleno de rabia, empezó a estrangular a su tío. 
-¡Eres un puto cobarde! –le gritó Héctor a su tío.
-¡Soy más valiente que tú, bastardo! –le replicó su tío.

Héctor cada vez le apretaba más. La vena del cuello se le hinchaba y su frente se llenaba de sudor.
-¡Para! –le gritó Julieta a Héctor.
-¿Por qué debería parar? Él no dudaría en matarme.
-¡No! No lo haría.
-¿Y por qué no?
-¡Porque eres su hijo!

Héctor al escuchar eso, se quedó helado. Dejó caer sus musculosos brazos y miró a su madre.
-Te lo estás inventando –le dijo furioso Héctor a Julieta.
-Ya sabes que estuve casada antes con otro hombre antes de casarme con Leonardo.
-Y el hombre con el que te casaste fue este mal nacido, ¿no es así?
-Sí, hijo. Perdona por no habértelo cont…
-¿Perdona? ¿Es lo único que se te ocurre decirme?
-¡No sabía cómo decírtelo!
-¡Es que no quería saberlo! –le gritó Héctor mientras se llevaba las manos a la cabeza.
-Hijo, no te pongas así.
-Déjame en paz –dijo mientras se alejaba de todos nosotros y se perdía en el bosque.

Teresa, al verle pasar a unos metros de él, nos miró y vino a nosotros en busca de explicaciones pero antes de que pudiera decir ni una sola palabra, Robert se acercó corriendo hacia ella y la abrazó con todas su fuerzas mientras la levantaba del suelo.


Yo, sin embargo, me quedé de pies, muda, con la vista perdida en el bosque deseando que Héctor volviera. Miré a Julieta que sostenía un pañuelo de seda en la mano mientras le caían miles de lágrimas por sus mejillas.

jueves, 18 de junio de 2015

Capítulo 18 -> Un golpe de suerte

Cuando me desperté, estaba en una cama de hospital. Mi hermano se acercó y me agarró de la mano con fuerza.
-¿Qué tal estás?
-Me duele la cabeza.
-Leonardo se pasó un poco pero se disculpará contigo.
-¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
-Una semana. Al darte en la cabeza con la pared, te hiciste una brecha y te tuvieron que coser y como los médicos tenían miedo de que quedara algún traumatismo craneal, te durmieron.
-¿Dónde están papá, mamá, Teresa y Lucy?
-Les dije que se fueran a casa, que yo cuidaría de ti.
-Gracias. Por cierto, Héctor al final no se despertó, ¿verdad? –pregunté con un tono bastante triste mientras le apretaba a mi hermano la mano.
-Prefiero que te lo cuente él.

No entendía nada. Héctor había muerto. ¿Estaba Robert gastándome una broma? Robert salió de la habitación y unos segundos más tarde entró Héctor.
-¡Héctor! ¡Estás vivo! –grité mientras alzaba los brazos para que se acercara para abrazarle.
-Gracias a ti.
-No entiendo.
-Por lo que me ha contado mi madre, te entró como un ataque de pánico o algo así y empezaste a moverte bruscamente para que tu hermano te soltara. Y en uno de esos movimientos, me diste en el pecho un golpe que fue lo bastante fuerte como para hacer que mi corazón volviera a bombear sangre. Estoy vivo gracias a ti.

No podía creerme lo que estaba viendo y oyendo. Decidí pellizcarme en el brazo pero no cambió nada de lo que estaba viendo. Me alegré al saber que esto no era un sueño.
-Pensé que no volvería a oír tu voz ni a ver tus ojos.
-Pues ya ves, gracias a tu fuerza, además de tener un moratón en el pecho, estoy vivo.

Mis dedos acariciaron su rostro mientras él me acariciaba las manos. Pude oler su colonia que me gustaba tanto.
Pasamos todo el día hablando aunque yo seguía pensando que esto era un sueño.
-Alice, es tarde y mis padres me han pedido que vaya a dormir a casa.
-Pero en casa estarás solo.
-Al ver lo que me ha hecho Johnny, me he ido a vivir con ellos por una temporada.
-¿No puedes quedarte aquí conmigo?
-Te van a poner ahora una anestesia para que no te duela el golpe que te dio mi padre y así puedas descansar.
-Quiero que te quedes conmigo.
-Me quedaré a tu lado hasta que te quedes dormida y mañana vendré antes de que te despiertes para que no notes mi ausencia. Tu hermano se quedará contigo toda la noche, no estarás sola, ¿vale?
-Vale. Te quiero.

Héctor me besó en la frente y un par de segundos más tarde, entro una enfermera con una jeringuilla, me pinchó en el brazo y unos minutos más tarde, me quedé dormida.

Al despertarme por la claridad que entraba por la ventana de mi habitación, pude observar dos rostros borrosos. Me froté los ojos y unos segundos más tarde, pude ver perfectamente a Héctor y a Robert. Estaban teniendo una conversación bastante animada. Me alegraba verle en perfectas condiciones.  A los pocos segundos de verles, Héctor miró por encima del hombro de mi hermano y se acercó a mí.
-Buenos días, dormilona. Ya me ha contado tu hermano que esta noche no has dado guerra –me dijo mientras se acercaba para darme un beso en la frente.
-Deberían ponerle anestesia más a menudo –dijo con un tono burlón mi hermano mayor.

Héctor se rió mientras yo le lanzaba una mirada asesina a mi hermano.
-¿Qué tal te encuentras? –me preguntó Héctor mientras me cogía el rostro para que le mirara a él.
-Bien, espero que me diga el médico que me puedo ir hoy a casa.
-Amor, has estado inconsciente unos días. Es normal que te estén haciendo pruebas de todo tipo. Y yo no dejaré que te vayas de aquí hasta que no te hayan hecho todas y cada una de las pruebas y me asegure de que estás en perfectas condiciones.
-Está bien pero no me gusta estar aquí.

Héctor se empezó a reír por lo bajo y Robert y yo le miramos confusos.
-¿Qué es lo que te hace gracia? –le pregunté mientras me cruzaba de brazos.
-Pues que acabas de decir que no te gusta estar aquí pero sin embargo, has pasado aquí los últimos dos meses.
-Bueno pero porque no quería dejarte aquí solo. Estabas en coma y necesitaba verte todos los días.
-Lo sé pero me ha hecho gracia. ¿Y sabes una cosa?
-¿Qué?
-Que me gusta cuidar de ti y que quiero devolverte esos dos meses que has perdido hablando con un cuerpo en coma. Voy a tratarte como a una reina mientras estés aquí para que te recuperes al 100% -me dijo mientras me acariciaba el pelo y mi hermano se ponía los auriculares para no escucharnos.
-Me gusta que me cuides y cuando estabas en coma, te hablaba porque pensaba que me escuchabas y que eso te haría mejorar.
-Eres mi ángel de la guarda, ¿lo sabes? –me susurró mientras acercaba su rostro al mío. Nuestros labios chocaron a los pocos segundos y pude sentir su calidez y suavidad.

Tras un par de días en el hospital, el médico me dijo que ya estaba recuperada y que podía irme a casa. Mis padres me llevaron a casa y en cuanto abrí la puerta, Sáhara vino corriendo hacia mi posición. Empezó a ladrar y a saltar y yo me agaché para acariciarle. Cogí la pelota de goma que estaba en medio de la entrada, y la tiré hacia el salón. Sáhara salió corriendo en busca de ésta.
-¡Alice! Te he echado muchísimo de menos. Fui a verte cuando aún no habías despertado, al igual que tus padres y mi hermana pequeña –me dijo eufórica Teresa mientras me abrazaba con todas su fuerzas.
-Me alegro de verte. ¿Qué tal estáis tú y tu hermana?
-Estamos bien, tranquila. Lo importante ahora es que tú estés bien –me dijo mientras yo me quitaba el abrigo y lo colgaba en el perchero de la entrada.

Subí a mi cuarto y me tiré encima de mi cama. Parecía como si llevara años sin ver mi cuarto. Noté como mi móvil vibraba en el bolsillo de mi pantalón baquero.
-¿Diga?
-Hola cielo. Me dijo tu hermano que hoy te dejaban irte a casa.
-¿Es por eso por lo que hoy no viniste?
-Sí. Pensé que como iba tu familia, yo ahí no pintaba nada. ¿Qué tal te encuentras?
-Perfectamente. ¿Cuándo podré verte?
-Mañana me pasaré por tu casa tengo que comentarte una cosa.
-¿Es algo malo?
-No mucho –dijo mientras se reía por lo bajo y sin muchas ganas.
-¿Pasa algo?
-No pasa nada, mañana te cuento.
-Vale. Te quiero.
-Te quiero.

No sabía qué quería decirme pero me puse bastante nerviosa. No me gustaba que me dejase con esta intriga. ¿Habría pasado algo malo? ¿Johnny y él habrían vuelto a tener algún altercado?

Durante la cena, no pude comer casi nada pero mi madre pensó que era por el golpe, el cansancio… un mezcla de todo.
Por la noche, tampoco pude pegar ojo más de tres horas seguidas.

Al día siguiente, el sol del amanecer me dio en los ojos y decidí que ya no podía estar más tiempo metida en mi cama. Me puse de pie y me puse un chándal. Cogí un libro de mi estantería y empecé a ojearlo. Era un álbum. Observé mis fotos de cuando era un bebé. Antes era todo más fácil. Solo me preocupaba de que nadie cogiera mi juguete favorito. Pasando las hojas, vi una foto en la que salíamos Teresa y yo con 3 años. En ese momento, me acordé de lo animada que estaba Teresa ahora que sabía que sus padres estaban bien.

Tras un par de horas ojeando todos los álbumes de fotos que tenía, oí el timbre de la puerta. Bajé silenciosamente por las escaleras ya que todos seguían durmiendo.

Abrí la puerta y pude ver el rostro serio de Héctor.
-Hola, ven a mi cuarto, todos están dormidos aún.

Subimos sin dirigirnos la palabra. Al cerrar con suavidad la puerta de mi cuarto, Héctor me cogió por los brazos y apretó con su cuerpo el mío hasta quedarme pegada a la puerta. Acercó su rostro y pegó su frente a la mía. Los labios le temblaban y su respiración era muy agitada. Estaba asustada. Sus manos se aferraban muy fuerte a mis brazos.

-Me estás haciendo daño.

Héctor se apartó y se sentó en mi cama deshecha. Yo me senté a su lado. A Héctor le temblaban las piernas. Sabía que algo le pasaba por lo que le cogí de la mano con fuerza y apoyé mi cabeza en su hombro.
-Perdona, no quería hacerte daño alguno.
-Nunca has actuado de esta manera.
-Lo sé y por eso te pido disculpas. No me he comportado bien.
-Me gustaría saber por qué estás así.
-Es sobre nosotros y mi familia.
-Dilo ya, por favor. Me estás asustando.
-Mi tío, el padre de Johnny, siempre se entera de todo por lo que sabe quién eres tú, quién es tu familia, tus amigos…
-¿A dónde quieres llegar?
-Sabe lo de los padres de Teresa y que ella está aquí. Pero Johnny, por muy cabrón que sea, tiene sentimientos y sabe perfectamente que para llegar a Teresa, tendrán que pasar por encima de todos vosotros y por supuesto, de mí. Lo que quiero decir es que Johnny le ha impedido a su padre que vaya a por Teresa porque estamos todos nosotros de por medio.
-¿Entonces qué va a hacer?
-Quieren atrapar a los padres de Teresa sea como sea. Por lo que de momento, estamos… en peligro.
-¿Vienen a por nosotros?
-Bueno con la ayuda de mi familia puede que no porque no creo que mis padres acepten la muerte de su único hijo.
-¿Muerte?
-Mi tío nunca se anda con chiquitas. Lo mejor sería irnos de Ohio.
-¿Irnos?
-Sí, es la única solución. No confío en mis padres, ¿sabes?
-¡Pero eres su hijo!
-Alice, aunque me quieran proteger a mí, ¿qué pasaría con vosotros? No les voy a dejar que te hagan daño.
-No puedes protegerme siempre.
-Alice, no me has entendido, ¿verdad? Te hablo de la muerte de tu familia, de tu muerte.

Me quedé helada. No sabía qué responderle. Aunque nos fuéramos, nos encontrarían.
-Alice, ven conmigo –me dijo mientras se levantaba de mi cama y tiraba de mi mano.

Bajamos y salimos a la calle. Abrió la puerta del copiloto de su coche para que yo entrara. Condujo hacia su cafetería. Aún no habían abierto por lo que entramos y me indicó que me sentara en una silla que estaba al lado suyo. Él se sentó en otra y se puso enfrente de mí.
-Alice, dentro de unos meses vas a cumplir 18 años. No quiero arruinarte la vida por culpa de mi familia.
-¿No hay manera de que dejen de perseguir a los padres de Teresa?
-Sí, que paguen lo que deben.
-¿Cuánto deben?
-Más de todo el dinero que pudieras imaginar. Alice, sé que lo que voy a decir va a sonar muy egoísta pero he pensado en raptarte e irnos lejos de aquí. Irnos fuera de todo esto. Empezar desde cero. Solos tú y yo. ¿Pero sabes por qué me contengo? Porque no me parece justo dejar a su suerte a toda tu familia y a tu amiga. Y si te he traído aquí es porque quiero que hablemos mis padres y nosotros sobre el tema. Quiero que entren en razón y que decidan ayudarnos.
-¿Crees que tu padre querrá ayudar a una americana?
-Ayudará a la chica a la que amo con todo mi ser.
-Tu padre y yo no nos llevamos bien ya lo sabes.
-Alice, gracias a ti estoy vivo. Te debe eso al menos, vida por vida.

Oí como la puerta de la cafetería se abría y entraban los padres de Héctor.
-Hola padre. Hola madre. Si os he pedido que vengáis es porque el asunto del tío también me incumbe a mí.
-A ti no te incumbe para nada –dijo muy serio su padre.
-Papá, el tío quiere atraparles y para eso, ya sabes cuantos tiros va a hacer y en ellos, está la familia de Alice y ella misma pero yo también recibiré uno.
-Hijo, ¿pero qué dices? –preguntó su madre alterada.
-Madre, me has enseñado a proteger a toda esa gente a la que quiero y si veo que una de ellas está en peligro, recibiré su bala. Daré la vida por ella si el tío decide usar sus armas contra ellos.
-Hijo, no piensas con claridad.
-Madre, lo siento pero o me ayudan, u olvídense de tener descendencia de su único hijo.
-¡No lo dirás en serio!
-No he dicho nunca en mi vida nada tan enserio. Si intenta matarla a ella o a alguien de su familia, tendrá que matarme a mí antes.
-Está bien, hablaremos con tu tío pero si se nos pone de nuestra contra, lucharás a nuestro lado.
-Por supuesto.


Yo no hablé en su presencia ya que Héctor sabía convencer a su madre él solo y sabía que su madre convencería a su padre para que nos ayudara. Tras la conversación con sus padres, Héctor estaba mucho más tranquilo y volvía a haber brillo en sus ojos grises.

jueves, 11 de junio de 2015

Capítulo 17 -> Entre la vida y la muerte

Cuando me desperté, estaba en una habitación blanca. Mi cama estaba rodeada por monitores de tensión y muchísimos cables, cada uno de un color diferente. La cama en la que estaba acostada, tenía barras que impedían que pudiera salir de ella.
-Cariño, ¿qué tal te encuentras? –me preguntó mi madre mientras cogía fuerte de la mano a mi padre.
-¿Qué ha pasado? –pregunté confusa y con la voz ronca.
-Te desmayaste en el instituto y tu hermano y Teresa te trajeron aquí porque no respirabas. Sufriste un ataque de ansiedad que no te dejaba coger oxígeno.
-Eso lo recuerdo. ¿Dónde está Héctor? –pregunté mientras mi pulso se aceleraba.
-Le dispararon en el hombro y perdió mucha sangre.
-¿Está bien?
-Está en coma y los médicos no creen que pueda despertarse.
-Quiero verle.
-No puedes salir de aquí hasta que el médico no te dé permiso. Tienes que descansar.
-No tengo que descansar. Tengo que verle –exigí furiosa mientras me destapaba para salir de aquella cama.
-Alice, cálmate. Tienes que dormir y no te vas a mover de aquí hasta que tu médico lo diga, ¿vale? –dijo mi padre con voz firme mientras me empujaba los hombros para que me tumbara y mi madre me tapaba con la manta blanca de la cama.
-¡Pero tengo que verle!
-Aún no Alice, aún no –dijo mi madre mientras me acariciaba la mejilla.

Pasé varios días allí hasta que terminaron de hacerme pruebas y de comprobar que estaba bien. Me hicieron más pruebas de lo normal, porque mi madre se obsesionó con que a lo mejor tenía asma. Afortunadamente, se confundió. Nada más conseguir que mi médico me diera el alta, fui a la habitación de Héctor que seguía en coma. Abrí la puerta y le vi tumbado en la cama. Tenía varios cables por el cuerpo. Me acerqué y pude observar su pecho desnudo y en su hombro derecho, vi una gasa enorme tapando la herida de la bala. Cogí un papel que había al lado de su cama, era su informe. Era un milagro que siguiera vivo. Unos centímetros más abajo, y la bala le habría dado en el corazón.
-Héctor, he leído que cuando la gente está en coma, puede oír. Te echo de menos. Y voy a matar a tu primo. Mis padres me han dicho que tus padres no han venido a verte. Seguramente será para que no les detengan por algún delito o porque directamente, no han querido venir por enfrentarte a tu familia. Siento que tengas una familia así. Johnny quería matarnos y la verdad es que preferiría mil veces ser yo la que está en coma. Te quiero mucho Héctor. Cuando te despiertes, te vendrás a mi casa. Por cierto, voy a venir todos los días porque como bien sabes, soy tu enfermera. Mi madre ha decidido no obligarme a ir al instituto durante un par de semanas por seguridad. Me acaban de dar el alta. No me pasó nada grave. Solo me desmayé y me dio un ataque de ansiedad y mi madre se puso en lo peor, y me trajeron aquí. Mis padres me están esperando fuera. Mañana volveré, te lo prometo. Te quiero –dije mientras le cogía de la mano, le acariciaba la mejilla y finalmente, le daba un beso.

Pasé dos semanas en casa y cada tarde, iba a verle y a contarle si había noticas nuevas y sino, le contaba como un cuento. El cuento de cuando nos conocimos. A veces creía ver en su rostro una sonrisa. También le contaba que su familia había desparecido de la ciudad.
Cada día que pasaba, me convencía más a mí misma de que Héctor no iba a despertarse.
A los dos meses de la pelea, llegó una carta a mi casa. Era para Teresa. No ponía en el sobre de quién era por lo que fuera quien fuese, lo había dejado él mismo en el buzón de mi casa. Se la di a Teresa y ella algo extrañada pero con mucha curiosidad, la abrió.

Querida hija:

Sentimos mucho haberos abandonado así a tu hermana y a ti pero era la única forma de manteneros a salvo. Te preguntarás por qué hemos desaparecido. Bueno la verdad es que tratamos con gente poco legal y ahora les debemos un favor en el que no podemos ayudarles pero eso a ellos les da igual y creen que lo que queremos es no hacerles el favor. Por lo que nos están persiguiendo. Cuando esto termine, iremos a buscaros y nos iremos a Australia. Cariño, cuida de tu hermana y cuida tu propia vida. No vayas nunca sola por la calle. No queremos que os hagan daño.
Teresa, necesito que destruyas esta carta para que nadie sepa que estamos en contacto.

Os queremos,

Keira y Fer.

Teresa nada más leerla, se la dio a Robert que la leyó en alto y después cogió un mechero de un cuenco y la quemó. Teresa estaba aliviada porque sabía que seguían vivos pero también preocupada porque podía no volver a verles si les encontraban.

Llevaba dos meses sin saber nada de Johnny y Héctor no mejoraba. Tenía miedo de no volver a oír la voz de Héctor ni de volver a verle sonreír… Cada día que pasaba, odiaba más a Johnny por lo que le había hecho a su propio primo. También estaba enfadada con la familia de Héctor porque no se habían dignado a aparecer por allí. Yo, sin embargo, estaba agarrándole de la mano y dándole fuerzas para que mejorara cada día. Notaba como cada día su piel estaba más pálida algo que me asustaba porque notaba como se moría delante de mis narices. Los médicos decían que no podían hacer nada, que solo se podía esperar a que hubiera un milagro. Eso solo me deprimía más. Necesitaba que alguien me diera fuerzas, esperanza. Su piel estaba fría. Si no fuera por la máquina que marcaba el pulso de Héctor, pensaría que había muerto.

Una tarde, nada más salir del hospital, decidí ir a la casa de Héctor. Cogí las llaves que llevaba Héctor cuando el disparo, y conduje hasta su casa. Necesitaba contactar con su familia. Quería que le visitaran antes de que el corazón de su hijo dejase de latir. Nunca había ido a su casa por lo que me quedé asombrada de lo grande que era. Su estructura era bastante moderna y el interior también lo era. Tenía suelos brillantes que aparentaban ser bastante resbaladizos. Cerca de la entrada, estaba el salón. Tenía un sofá blanco de cuero y enfrente de éste, una televisión negra de plasma.  En el lado opuesto del salón, había una estantería enorme. Ojeé los libros y pude ver que tenía libros en italiano, inglés, francés y español. Después me dirigí hacia la cocina. Era increíblemente grande y con mucha luz. Pegada a la pared, había un largo tramo de encimera blanca de mármol y en medio de la cocina, había otro tramo pequeño de encimera en forma de cuadrado. Allí, estaba la vitrocerámica y un pequeño espacio para comer. Había dos butacas delante de la encimera cuadrada. Tenía dos frigoríficos, una cafetera que funcionaba con cápsulas y un montón de electrodomésticos modernos que en la vida había visto. Al lado de la cocina, estaba el baño. Era la habitación más pequeña de la casa. Subí a la segunda planta donde había 2 dormitorios, un estudio y un baño con jacuzzi. En la azotea, tenía un pequeño jardín con un balancín, una piscina bastante amplia y otro jacuzzi.

Estaba claro que su familia era multimillonaria. Cuando terminé de ver su moderna casa, bajé a su cuarto. Tenía una cama de agua en la cual me tumbe para notar el movimiento del agua. Después, empecé a abrirle todos los cajones y armarios. Necesitaba encontrar una agenda donde estuviera el teléfono de su padre o de alguien de su familia. Había una caja fuerte hundida en el suelo que estaba debajo de la cama de agua. No sabía qué habría allí pero seguramente, escondería armas, dinero o algo secreto. No encontré nada por lo que bajé al salón y empecé a buscar alguna cosa que me pudiera ayudar a localizarles entre los libros de la estantería. Mientras miraba un libro italiano, vi una lucecita que parpadeaba. Alce la vista del libro. Era el contestador de Héctor. Tenía un mensaje.

Héctor, soy tu padre y te llamo porque estoy muy disgustado contigo. No sé por qué nos has traicionado de este modo. Encima has pegado a un familiar. Sabes perfectamente que lo más importante para nosotros, es la familia. Necesitamos estar todos unidos porque sino, no somos una familia. Espero que estés disgustado contigo mismo y que le pidas perdón a tu primo Johnny por la pelea. Y espero que no vuelva a pasar. Ah, por cierto, he hablado con Johnny y creo que pelearos por una chica que encima no es italiana, no os conviene. Por eso, te lo digo tanto a ti como ya se lo he dicho a tu primo, tenéis que olvidarla. No voy a permitir que mi familia se separe por una cualquiera. Bueno hijo, ahora tengo una reunión pero espero que no vuelvas a fallarme y que le pidas perdón a tu primo. Chao.

Su acento italiano, se notaba más que el de Héctor o Johnny. Su voz era bastante grave e intimidaba con tan solo oírle. Estaba claro, que su padre no sabía nada del último enfrentamiento entre Johnny y Héctor.

Miré el número pero era un número oculto. Estaba muy enfadada porque su padre pensaba que yo era una cualquiera y seguramente, que estaba con su hijo por el dinero. Quería demostrarle a su padre que estaba equivocado pero me estaba siendo imposible poder contactar con él. Encima, no le caía bien, por el simple hecho de que no era italiana.

Al acabar de escuchar el mensaje de voz, salí de la casa de Héctor y me fui por la acera para coger mi coche e irme a casa. Mientras andaba por la calle, un par de hombres, me cogieron cada uno de un brazo y me llevaron dentro de un coche negro. Me sentaron en un asiento de cuero y se pusieron cada uno a un lado. Enfrente de mí, había un hombre de unos 55 años más o menos. Tenía el pelo canoso, vestía de traje y tenía un puro en una mano y una copa de coñac en la otra. Yo estaba asustada. No sabía quién era aquel hombre ni por qué me habían vuelto a secuestrar.
-Chao, Alice –me dijo el hombre canoso mientras escapaban nubes de humo por su boca.
-Chao –dije susurrando mientras mis piernas no paraban de temblar.
-Soy Leonardo, el padre de Héctor. Llevo semanas sin saber nada de mi hijo y me gustaría saber si tú has tenido que ver en su desaparición.
-Su hijo está en el hospital –susurré mientras alzaba la mirada.
-¿Y qué narices hace en el hospital? Debería estar con la familia y no allí ni con una americana.
-Su hijo está en coma.
-¿Qué le has hecho, desgraciada? –me gritó mientras sus ojos casi se salían de las órbitas.
-Johnny le disparó –dije mientras ocultaba mi rostro entre mi pelo.
-Cuentéame algo que me lo pueda creer. No vas a separar mi familia, ¿entendido?
-¡Yo no le miento! Johnny se encaró con él en el instituto y le disparó. Un montón de alumnos fueron testigos. Y no quiero separar su familia.
-Si eso fuera verdad, Johnny me lo habría contado. Sabe perfectamente que puede contármelo todo.
-Si se lo hubiera contado, le habría matado porque su hijo se está muriendo en el hospital por su culpa y usted no se ha preocupado de su paradero hasta dos meses después.
-¿Cómo puedes hablarme de tal modo, americana?
-No le he faltado el respeto en ningún momento. Solo le digo las cosas tal y como son.
-¿Has ido a verle al hospital?
-Todos y cada uno de los días.
-Necesito que me des información de su estado, las pruebas que le han hecho… Mi mujer está muy inquieta.
-Pues su hijo está muy grave. Consiguieron sacarle la bala pero cada día que pasa, está más blanco, frío y débil. Los médicos no tienen muchas esperanzas de que despierte. Lo siento.
-Johnny ha matado a mi hijo.
-De momento, su hijo sigue vivo.
-Johnny ha matado a mi hijo –repitió mientras notaba como su mirada se perdía.
-Su habitación es la 508 por si quiere ir a verle.
-Gracias. Ya puedes irte –dijo con los ojos inyectados en sangre.

Cuando salí del coche, me sentí muy aliviada. Pero a la vez, algo triste porque la cara de Leonardo me daba mucha pena. También estaba nerviosa porque sabía que ahora Leonardo iba a ir a por Johnny. Probablemente, le mataría o de un disparo o de una paliza.

Nada más meterme en el coche, cogí mi móvil. Sentía la obligación de avisar a Johnny pero a la vez, se merecía que lo castigasen.
No podía dejar de pensar en lo mal que lo iba a pasar la madre de Héctor en cuanto Leonardo le contase todo lo que yo le había dicho. Seguramente, irán a verle y espero que no decidan desconectarle. Porque yo aún tenía esperanzas de que algún día se despertara.

Cuando llegué a casa, les conté a Robert y a Teresa lo ocurrido. Por supuesto, no les comenté que su familia pertenecía a la mafia italiana porque se lo había prometido a Héctor. Robert y Teresa me convencieron para que no llamara a Johnny.
-Alice, no vas a salvarle el culo a alguien que ha disparado a su primo y a la persona con la que tú querías estar. Se merece cualquier castigo que Leonardo le ponga –me dijo Robert mientras le hacía cosquillas a Lucy.
-Me parece un poco cruel.
-Alice, tu novio se está muriendo por su culpa –dijo Teresa mientras le tiraba a Sáhara una pelota de goma para que fuera a por ella.
-Teresa tiene razón. Alice, no le avises, ¿vale? Él se lo ha guisado y él se lo va a comer –me dijo mientras dejaba a Lucy en el suelo y se acercaba para abrazarme.

Al día siguiente, fui a clase como todos los días. Al entrar en clase, me quedé helada.
-Hola Alice, ¿no te alegras de verme? –me dijo Johnny al ver que me había quedado con la boca abierta y parada en medio de la clase.
-¿Qué…qué haces aquí? –le pregunté tartamudeando.
-Estudiar, ¿no lo ves? Pensabas que estaba muerto, ¿verdad? Leonardo me castigó pero no de ese modo.
-No lo entiendo. Has matado a su hijo –le susurré para que nadie de clase se enterara de nuestra conversación.
-Primero, solo le disparé, no le he matado… de momento. Y segundo, me dio una paliza a modo de castigo.
-No te veo ningún moratón –le dije mientras examinaba su cuerpo.
-No me ha pegado en la cara porque mis manos detuvieron todo golpe. Pero el resto de mi cuerpo, está lleno de hematomas de color morado y unas cuantas heridas.
-Creo que se arrepentirá de no haberte matado.
-No me puedo creer que esas palabras tan duras salgan de tu boca.
-Y yo no me puedo creer que hayas disparado a tu propio primo sabiendo que jamás volveré contigo.
-Eso habrá que verlo.
-Lo verás, tranquilo.
-Que sepas, que todo lo que hago es por tu bien.
-¿Por mi bien? Por favor, no me hagas reír. Si quieres hacer algo por mi bien, márchate y no vuelvas por aquí.
-Algún día te arrepentirás de haber dicho tales palabras.
-Lo dudo.
-El tiempo me dará la razón.
-Vete al infierno.

Al ver mi mirada furiosa, cogió su abrigo y sus libros y se fue de clase. Mis compañeros de clase, me miraron a mí pero yo miré al suelo y empecé a hacer garabatos en un cuaderno. Dos minutos más tarde, entró el profesor de historia. No volví a ver a Johnny en lo que quedaba de día.

Después de comer, fui al hospital como todos los días. Cuando llegué a su habitación, Héctor no estaba. Me asusté y mis piernas no paraban de temblar. Fui hacia una enfermera que estaba al final del pasillo.
-Perdone, ¿sabe dónde está el chico de la habitación 508? –pregunté nerviosa.
-Se lo han llevado a la cuarta planta. Habitación 790 –me dijo mientras miraba unas hojas que tenía dentro de una carpeta.
-Gracias.

Subí corriendo por las escaleras. No sabía si el haberle cambiado de habitación, era algo bueno o algo malo. La puerta de su habitación estaba medio abierta por lo que entré.
-¿Qué haces aquí? –me preguntó Leonardo.
-Vengo a ver a su hijo como todos los días. ¿Por qué le han cambiado de habitación?
-Porque esta es la planta de la sanidad privada. Aquí le cuidarán mejor.
-¿Saben si ha mejorado?
-El médico nos ha dicho que su pulso ha mejorado un poco pero por lo demás, sigue igual –me susurró la madre de Héctor.
-Lo siento mucho.
-Gracias por haber cuidado de mi hijo. Sé que no eres una mala chica.
-¿Aunque no sea italiana?
-Eres una americana encantadora y aunque mi marido no te lo ha dicho porque es muy reservado, nos alegramos de que seas tú quien le cuide y le proteja.

Sonreí al ver que su madre era una persona de lo más amable y alegre a pesar del estado en el que se encontraba su hijo. Pasé la tarde con sus padres y mientras hablábamos le cogía de la mano a Héctor. Podía notar como su piel tenía una temperatura más alta. Julieta, la madre de Héctor, no paraba de acariciarle la cara a su hijo mientras que Leonardo, estaba sentado en un sillón leyendo un libro.
En cuanto anocheció, me fui a mi casa. Estaba contenta de que su familia se hubiera preocupado por él.
-Un amigo me ha contado que hoy Johnny ha salido corriendo de clase, ¿qué ha pasado? –me preguntó Robert mientras arropaba a Lucy.
-Discutimos y se fue.
-¿Te ha hecho algo?
-No, porque había demasiados testigos. Tiene algún plan por la forma en la que me ha hablado.
-No te tocará ni un pelo, hermanita. No me voy a apartar de tu lado.
-Gracias. Solo espero que por protegerme, no te haga lo mismo que a Héctor.
-Tranquila, ¿vale?
-Lo intentaré.

No pude dormir en toda la noche porque no podía dejar de darle vueltas a todo. La carta de Keira y Fer, mi secuestro, la familia de Héctor, Johnny, el peligro que corría mi hermano protegiéndome y sobre todo pensaba en el estado de Héctor. Necesitaba a Héctor cerca dándome fuerzas. Sin él estaba hundida. No sabía qué hacer para que Keira y Fer volvieran sin correr peligro alguno, no sabía qué hacer para pararle los pies a Johnny, no sabía qué hacer para proteger a mi familia de los italianos y no sabía qué hacer para que Héctor se despertara del coma.
Me sentía emocionalmente abatida. No tenía fuerzas para seguir luchando por el bien estar de todas las personas a las que quiero.

Serían las 3 de la mañana cuando mi móvil empezó a sonar. Llamaba un número oculto por lo que lo cogí recordando que el teléfono de Leonardo era un número oculto.
-Ven al hospital, mi hijo se está muriendo –dijo Julieta alterada. Antes de que pudiera contestarle, me colgó.

Me di media vuelta en mi cama y encendí la luz de la mesilla. Me levanté y me vestí apresuradamente. Decidí despertar a Robert para que me acompañara. Le pedí que condujera él porque sabía ir a más velocidad sin salirse de la carretera.
Cuando llegamos, subimos en ascensor hasta la cuarta planta y fuimos corriendo hasta la habitación de Héctor.
Julieta estaba llorando y Leonardo no paraba de maldecir a todo el mundo pero especialmente a Johnny.
Pude oír un pitido constante. El corazón de Héctor había dejado de latir. Me caí al suelo quedándome de rodillas mientras mi pulso se aceleraba y mis ojos estaban inundados por las lágrimas. Robert me levantó y me sentó en una butaca que estaba al lado de la cama donde estaba el cuerpo de Héctor. Cogí la mano sin vida de Héctor y la llené de lágrimas y besos. Oí como Leonardo se dirigía hacia mí y alzaba la mano para apagar la máquina. Le detuve pero Leonardo se resistió.
-Ya no sirve de nada tener la máquina encendida. Mi hijo, mi único hijo, ha muerto.
-No puede apagarla. Tiene que vivir –dije histérica mientras me ponía delante de la máquina.
-Mi hijo ya está muerto. No nos lo hagas más difícil.
-No la apague, su hijo no ha muerto.
-Chico, llévatela. La chica está delirando.
-No estoy loca –grité mientras me aferraba al cuerpo de Héctor.
-Alice, vámonos –me ordenó Robert.
-No –le repliqué.
-Alice, ya no hay nada que hacer. Se ha ido.
-No se ha ido. Sigue aquí. Héctor, despierta por favor, despierta –dije mientras le apretaba una mano y escondía mi rostro en su cuello.

Robert empezó a tirar de mí pero yo no me aparté del lado de Héctor. Sabía que él tenía que vivir. No podía morirse. No podía dejarme sola.

Robert se cabreó y empezó a tirar de mí cada vez con más fuerza. Él era más fuerte que yo por lo que poco a poco me iba apartando del lado de Héctor. Robert me levantó en el aire y yo empecé a mover con fuerza y rapidez las piernas y los brazos. Robert me soltó y como no me esperaba que me soltase, acabé dándole un golpe muy fuerte a Héctor en el pecho. Al segundo, Leonardo me cogió del cuello y me estampó con tanta fuerza contra la pared, que caí al suelo inconsciente.