lunes, 25 de noviembre de 2013

El Cliente -> Capítulo 4



Cuando entramos al local, un olor fortísimo y desagradable azotó contra nosotros. Me dieron unas cuantas arcadas aunque no me importaron cuando comprendí que había sido un éxito mi intento de sabotaje. Kira se tapó rápidamente la nariz y comenzó a respirar por la boca para no notar el desagradable olor, yo la imité.
-¿Qué es este olor? –preguntó asqueada.
-Creo que el olor viene del pastel. Nos ha salido mal.
-Dios, hemos creado un matarratas.

Me reí ante su comentario y ella cogió un cuchillo y partió un trozo del pastel.
-Pruébalo –me dijo mientras me tendía el trozo que acababa de cortar.
-Ni harto de vino –solté apartando el trozo de mi campo de visión.
-A lo mejor no está tan malo –dijo bromeando.
-Entonces pruébalo tú –la desafié.

Kira se empezó a reír y miró el trozo con asco. Se lo acercó e intentó darle un pequeño bocado pero el olor le causó una arcada.
-Está bien, tú ganas. Esto es incomible –dijo mientras tiraba el trozo a la basura.
-No eres tan valiente, ¿eh? –pregunté divertido por la situación.
-Has ganado esta batalla pero la guerra la gano yo –dijo desafiante mientras cogía el plato en el que estaba el pastel entero y lo tiraba a la basura.
-No me das miedo –le susurré muy cerca de su oído.
-Pues deberías –añadió ella dándose la vuelta y mirándome fijamente a los ojos.
-Yo creo que no –añadí acercándome aún más a ella.
-Por mucho que te acerques, no vas a conseguir intimidarme –respondió al ver cómo me acercaba a ella. Kira dio un paso hacia delante quedándose a pocos centímetros de mi cuerpo. Podía notar su respiración.
-Lo mismo digo, señorita –dije bajando mi rostro para encontrarme de frente con el suyo.

Su respiración comenzaba a agitarse y seguramente, ya tendría las bragas húmedas de tenerme tan cerca. Me gusta sentirme poderoso con las mujeres. Sabía que podía controlarla con la excitación.
Puse mis manos en sus caderas y la mafiosa soltó un leve suspiró. Acerqué su cuerpo al mío. No se resistió. Le aparté el pelo del cuello y acerqué mis labios lentamente a su oreja.
-¿A quién tienes que matar? –le susurré de forma provocativa.

Kira se puso tensa, no esperaba que le soltase eso tan a la ligera y menos en una situación como aquella. Se humedeció los labios y apartó mi rostro para que me pudiera mirar a los ojos.
-Al presidente de los Estados Unidos.
-¡¿Al presidente?! –pregunté sobresaltado. Me esperaba cualquier respuesta pero jamás hubiera esperado aquella.
-No grites –me ordenó tapándome la boca con una de sus suaves manos.
-¿Por qué? –pregunté apartando su mano.
-Porque hay espías por todos lados.
-No, que porqué matar al presidente.
-Ah, porque es el hombre más poderoso del mundo. Este país es el que todos los demás temen porque saben que tienen tantas bombas nucleares como para destruir todo este mundo.
-¿Y quién quiere esas bombas?
-Jeques árabes, dictadores… personas con un gran poder económico que quieren tener algo con lo que amenazar a los demás países y conseguir que sean de su propiedad.
-¿Quieres decir que todo esto lo hacen por la avaricia? ¿Por sus ganas de poder?
-Sí.
-¿Y tú vas a ayudarles?
-Para eso he venido. Y tú ahora que lo sabes, no puedo dejarte ir.
-¿En qué puedo ayudar?
-Me ayudarás a deshacerme de los guardias que nos encontremos por los pasillos de la Casa Blanca.
-¿Por qué no te hospedaste en Washington?
-Porque se me vería el plumero. Al venir aquí, nadie se espera que quiera atentar contra el presidente.
-Muy astuta –admití mientras no apartaba mi mirada de sus ojos brillantes.
-Gracias. Ah, por cierto, como me delates, eres hombre muerto.

Nunca nadie había conseguido intimidarme y ella no iba a ser la primera. Estaba intentando actuar con normalidad porque metiéndome en su grupito de asesinos, conseguiría tener todos los pasos que quisieran dar y así yo podría avisar a mi jefe para que actuase. No sabría decir por qué pero esta situación me resultaba divertida.
-No te delataré –susurré dándole un suave beso en la mano.
-Lo sé, porque si lo haces, te delataré diciendo que has sido un cómplice y pasaremos mucho tiempo juntos en la cárcel –añadió con tono amenazador.
-Es tarde, te llevaré al hotel –dije intentando dar por terminado este duro día. Tan solo quería ir al bar de siempre, conocer a alguna chica y llevármela a casa.
-Está bien. Mañana continuaremos con la elaboración de pasteles.

Conduje hasta el St. Regis a toda la velocidad que el pesado tráfico de la ciudad me permitía. Al llegar, dejé el coche en doble fila y bajé para abrirle la puerta a Kira.
-¿No vas a acompañarme a mi suite? –me preguntó con voz provocativa.
-Tienes a tus guardaespaldas, no te pasará nada.
-Pasa que quiero que me acompañes tú.
-¿Por qué?
-Porque ahora somos socios y un poco de caballerosidad se agradece –dijo mientras acariciaba con sus dedos las solapas de mi chaqueta.

Le cogí de la mano y nos adentramos en el hotel. Le di las llaves del coche al aparcacoches y comenzamos a subir las escaleras. Cuando llegamos a su piso, anduvimos por un estrecho y largo pasillo con suelo de moqueta y cuadros elegantes por las paredes.
-Gracias por acompañarme –susurró parándose frente a una puerta doble.
-Es lo que hacen los caballeros –dije con un tono irónico.
-¿Te pasa algo? ¿Es porque te he metido en todo esto?
-Me ha pillado un poco de sorpresa no te digo que no.
-Ya sabes que debo proteger mis espaldas por lo que todo el que sabe mis planes, tiene que formar parte del plan.
-Lo sé.
-¿Quieres pasar a tomar una copa de vino? –me preguntó haciéndome un gesto con la cabeza para que entrara.
-No, gracias. Quizás otro día.
-Por favor, lo pasaremos bien –me susurró cerca de mi oreja.
-Mañana me quedaré todo el tiempo que quieras –dije intentando deshacerme de ella.
-Como quieras –respondió mordiéndose el labio inferior. La estaba volviendo loca.

Le di un beso en la mano y desaparecí de aquel lujoso hotel. Me sentía algo incómodo cuando estaba con ella. No sé si era porque era una mafiosa asesina o porque era una mujer extraordinariamente hermosa.
Por otra parte, me sentía orgulloso de mí mismo porque sin jugar sucio, había conseguido que quisiera que yo le diera calor aquella noche. Aunque por falta de ganas no eran, tenía que ser profesional y no dejarme llevar por el deseo carnal.

Conduje hasta la oficina y aparqué el coche para coger el mío. Salí de allí a toda velocidad y me dirigí a mi barrio querido. Aparqué tras dar varias vueltas alrededor de la manzana buscando algún sitio libre. En cuanto lo encontré, aparqué de cualquier manera. A estas horas de la noche, me daba igual si lo había subido a la acera o si lo había dejado torcido. Bajé del coche con parsimonia y el aire del frío invierno hizo que un escalofrío recorriese mi cuerpo. Me abroché los botones de mi chaqueta y subí a mi piso. Estaba todo a oscuras. Encendí la luz del pasillo y fui a mi cuarto. Me quité toda la ropa que llevaba y tras lavarme un poco para quitarme todo el sudor, me vestí con ropa fresca y limpia. Me eché un poco de mi colonia que volvía loca a cualquier mujer y bajé por las escaleras.
Tenía pensado cambiar de táctica. Quería trabajarme a una chica y no que ella me trabajara a mí. Cuando entré en el bar, pude notar un buen ambiente. Me senté en un taburete de la barra y pedí un gin-tonic. Me lo fui bebiendo poco a poco mientras miraba a mis posibles presas. Vi a una chica alta, delgada con el pelo largo y castaño y llevaba un vestido… demasiado corto diría yo. Esa mujer, al igual que yo, había salido de caza. En cuanto terminé mi copa, me levanté lentamente del taburete y me acerqué a ella.
-Hola –dije llamando su atención.
-Hola, ¿qué tal? –me respondió con un tono bastante provocativo.
-Soy Jefferson –estreché su mano.
-Claire –respondió sonriendo mientras estrechaba mi mano.
-¿Quieres tomar algo? Yo invito.
-No, gracias. Ya voy bastante contentilla.
-¿Quieres venirte a mi piso? –pregunté sabiendo que al estar borracha, no dudaría en venirse conmigo.
-Supongo que sí.
-¿También eres indecisa en la cama?

Se rio tímidamente. Le cogí de la mano y salimos del bar. Claire ya podía ser una psicópata que me daba igual, estaba buenísima. Aunque me sentía cansado, iba a darle lo suyo a la mujer ebria que me acompañaba. La agarré fuerte para que no se cayera ya que estar ebria y llevar unos tacones de 20 centímetros no eran una buena combinación.
Subimos por el ascensor y al llegar a mi piso, Claire se quitó los zapatos y los dejó tirados por el medio del pasillo. Iba haciendo eses hasta que llegó a mi cuarto. Me quité la chaqueta y la guardé en el armario.
-Fóllame y deja de hacer cursiladas con tu ropita –me dijo mientras se acercaba a mí y se iba bajando poco a poco el vestido.
-Está bien.

La cogí por la cintura desnuda y la tiré encima de mi cama. Me puse encima suyo y no dejé que se moviera ni un solo milímetro. Le cogí de las muñecas y se las puse por encima de su cabeza. Mis manos se habían convertido en sus esposas.
La besé el cuello con ansia. Aunque no hacía ni 24 horas que otra mujer había ocupado mi cama, tenía la necesidad de sentir de nuevo el calor de una mujer.
Observé el cuerpo de Claire. Solo llevaba un tanga y un sujetador que elevaba sus pechos hasta ponérselos casi a la altura de la garganta. Le quité toda la ropa interior con una mano mientras que con la otra sujetaba sus muñecas con fuerza.
Comencé a besar su abdomen, sus pechos, su cuello… el sabor de su piel era más dulce que la miel.
Cogí de un cajón de la mesita de noche un pañuelo que solía ponerme yo en la garganta y le até las muñecas con él. Le acaricié sus caderas y mis labios fueron bajando por su abdomen.
La respiración de Claire comenzaba a ser agitada y yo la estaba haciendo sufrir. Metí un dedo dentro de ella a la vez que ella gimió por primera vez. Saqué el dedo y metí dos. Cuando noté que estaba en su punto, saqué los dos dedos y mi boca le hizo el mejor sexo oral que hubiera podido probar. Claire comenzó a tener espasmos y se retorcía de placer. Sus gemidos y gritos de placer me daban la energía que no tenía para seguir haciéndola gozar.
Pude notar como quería deshacerse del pañuelo que le aprisionaba las muñecas. Me puse encima suyo haciendo que sus brazos quedaran aplastados por su propio peso más el mío. Me quité lentamente la ropa haciendo que cada segundo que no la tocaba, me deseara con mucha más insistencia. Al quedarme desnudo, apoyé mi pecho contra el suyo y le besé los labios. Le separé las piernas con las manos y le acaricié los muslos. Mi enorme erección rozaba su abdomen.
-Hazlo –susurró mientras ella separaba aún más sus piernas.

Yo no era nadie para no obedecer sus deseos por lo que hice lo que ella quería. La envestí con fuerza. Mis movimientos eran rápidos y fuertes haciendo que ella llegara al orgasmo enseguida. Cada vez que la penetraba, soltaba un grito de placer que me excitaba bastante haciendo que cada penetración fuera más fuerte.

Tras unos cuantos minutos de envestidas bruscas, me tumbé boca arriba. Claire se encontraba a mi lado respirando de forma muy agitada. Cerré los ojos e intenté controlar mi respiración. Un par de segundos más tarde, noté que la mujer desnuda se movía y en menos de un segundo, noté su lengua en mi miembro. Abrí los ojos impactado. La chica me sonrió al notar que la miraba pero no paró.

El sonido de mi móvil me despertó. Me llamaba mi hermano. ¿Qué querría a esas horas de la mañana?
-Hola Gabi, ¿qué pasa? –respondía al teléfono con voz ronca y casi en un susurro para no despertar a Claire.
-¿Te he despertado?
-La verdad es que sí.
-Perdona. Solo te llamaba para saber si esta noche querrías salir de caza. Tú ya me entiendes. Ya que anoche no me llamaste, supongo que tendrás ganas de salir hoy.
-Anoche sí que salí y a mi lado tengo a una diosa del sexo oral.
-¿Por qué no me llamaste?
-Porque como andaba cansado, quería coger a una chica e irme. Y eso fue lo que hice.
-Bueno pues esta noches saldremos pero como dúo, ¿eh?
-Esta noche no puedo, hermano.
-¿Por qué no?
-Tengo que trabajar –suspiré al acordarme que le había prometido a Kira que esta noche me tomaría algo con ella en su suite.
-Hermano, ese trabajo te tiene secuestrado.
-Por lo menos yo tengo trabajo –le chinché.
-Que te den.
-Yo también te quiero.

Colgué y vi que tenía un mensaje de mi jefe. Lo leí sin mucho entusiasmo ya que eso significaba que me mandaba hacer algún que otro papeleo sin importancia. Joe quería que fuera a la oficina a eso de las 10 de la mañana para que hiciera un informe sobre todo lo que había descubierto. Eso me alivió un poco ya que teniendo ese horario, podría echar un polvo mañanero que tanto echaba de menos.

Tras haber pasado una inolvidable noche y una increíble mañana entre las piernas de Claire, tenía que despedirme de ella y vestirme para ir a trabajar. Me puse una camisa blanca y un chaleco y un pantalón negro a juego. Me peiné, me eché un poco de colonia y me puse mi gabardina.

Cuando llegué a la oficina, ya había una taza de café esperándome. Me la tomé mientras escribía en mi ordenador un informe sobre Kira Slim.
-Buenos días, Jefferson. ¿Tienes ya mi informe?
-Estoy en ello, señor.
-Lo quiero en menos de quince minutos en la mesa de mi despacho.
-No hay problema –dije mientras tecleaba sin quitar la mirada de la pantalla del ordenador.
-¿Hoy también has quedado con ella?
-Sí, señor. A las 3 de la tarde.
-Perfecto. ¿Puedes adelantarme algo del informe?
-Ha venido a matar a alguien importante.
-¿Te ha dicho a quién?
-Sí. Al presidente de los Estados Unidos.
-Niño, no me tomes por imbécil.
-No lo hago, señor.
-¿Te ha dicho cuándo lo matará?
-No.
-Averígualo.

Al terminar de escribir el informe, fui a por otro café y llevé todo el papeleo al despacho de Joe. Había conseguido terminar el informe dos minutos antes de que hubieran pasado los quince minutos. Al dejarlo en la mesa, Joe lo cogió rápidamente y comenzó a leerlo.
-¿Te ha metido en esto? ¡Ahora eres su cómplice, imbécil!
-Era la única forma de que no me matara ella o sus guardaespaldas por habérmelo contado. Además, siendo su cómplice, podré enterarme de cuándo quiere dar el golpe y cómo.
-Hoy el presidente ha dado una rueda de prensa.
-¿Y qué ha dicho?
-Que pronto dejará la Casa Blanca para venir a Nueva York. Tiene una reunión importante y en esa reunión, estarán los hombres más ricos del mundo. Atacará entonces.
-Pero aquí no están los misiles nucleares que es lo que ella quiere.
-Pero si arma un escándalo en esta reunión, sabrá que todos los policías estarán allí y no en la Casa Blanca.
-Va a matar a gente inocente.

viernes, 22 de noviembre de 2013

El Cliente -> Capítulo 3



Dejé mi abrigo en mi despacho y fui a donde mi jefe. Estaba en la cafetería de la empresa tomándose un café mientras tecleaba algo en su móvil. Me acerqué y él alzó la mirada.
-Buenos días, señor.
-Buenos días, Jefferson. Cuéntame qué tal ayer.
-Congeniamos desde el primer instante. Accedió a hacer el pastel conmigo y fui su guía turístico de la ciudad. Le invité a cenar y le acompañé a su habitación.
-Muy buen trabajo. Ahora lo que necesitas es que caiga rendida a tus pies.
-No es una mujer fácil como las del bar, señor. Debo ir poco a poco si no quiero que todo lo conseguido se vaya a la mierda.
-Me parece bien. ¿Ya has planeado qué harás hoy con ella?
-La llevaré a un local dónde hay una pequeña cocina y empezaremos a probar pasteles. Y puede que después vuelva enseñarle otro poco de Nueva York.
-Perfecto e intenta sacarle información sobre su estancia aquí.
-Entendido, señor.

Me di media vuelta y fui a mi despacho. Mi secretaria ya había dejado una taza de café en mi escritorio. Me lo tomé lentamente mientras recordaba la fabulosa noche que había pasado con Elizabeth. Aún tenía el olor de su perfume impregnado en mi cuerpo.

A media mañana, cogí las llaves del coche de la empresa y fui al St. Regis a buscar a Kira. Entré a la cafetería del hotel y dos minutos más tarde, apareció Kira con dos de sus guardaespaldas pisándole los talones. Me acerqué a ella y le di un suave beso en la mano.
-Buenos días, señora –dije con un tono muy formal y respetuoso.
-Buenos días, Luigi y por favor, llámame Kira porque lo de señora me suena a persona mayor rozando los 60 años –dijo soltando una pequeña risita al final.

Observé su figura. Llevaba un pantalón gris con una chaqueta, calzado y bolso a juego. Y como no, todo ello valdría más de 5000 dólares.
-¿Está lista para mancharse las manos? –le pregunté mientras salíamos del hotel y le abría la puerta del copiloto para que entrara.
-Preparada –dijo sonriente.

Me extrañaba que fuera tan amable conmigo siendo una mafiosa que había matado a personas con sus propias manos sin sentir el más mínimo remordimiento. Aunque por otra parte, me gustaba que fuera una persona tan abierta y amable. Podía hacer mi trabajo con facilidad, sin complicaciones.
Los guardaespaldas se sentaron en los asientos de atrás. Conduje hasta un local de un amigo que había sido un cocinero buenísimo. Por lo que en aquella pequeña cocina, encontraría todos los utensilios e ingredientes que iba a necesitar.

Cuando entramos, nos quitamos los abrigos dejándolos en una silla y empecé a abrir cajones en busca de un par de delantales.
-Toma –le dije dándole el primer delantal que encontré.
-Gracias.

Yo seguí buscando y a los pocos segundos encontré otro. Nos arremangamos y nos atamos los delantales.
-Muy bien. ¿Cómo quiere que sea el pastel, Luigi?
-Letal –dije con un tono malévolo.

Kira se echó a reír ante mi tono. Se frotó las manos y empezó a escribir en una hoja las clases de pasteles que podríamos cocinar.
-¿Qué le parece un pastel de chocolate relleno de crema y por encima fresa rallada?
-Suena delicioso. ¿Sabe cocinarlo?
-Pues lo cociné hace unos años pero no me quedó muy bien. Aunque podemos intentarlo si quiere.
-Me parece bien. ¿Qué ingredientes se necesitan?
-Harina, huevos, fresas, chocolate líquido, crema, azúcar… -dijo mientras yo buscaba por los armarios los ingredientes.

Empezamos a mezclar ingredientes hasta conseguir una masa espesa. Cada vez que ella desviaba la mirada para otro lado yo echaba pimentón fuerte, alguna que otra especia… en resumen, un popurrí de ingredientes que sabrían a rayos.
-¿Cuántos años lleva en esto de la cocina? –me preguntó Kira mientras metía en un molde el contenido de la cazuela.
-12 años. Desde pequeño fue mi pasión y al ver que era bueno, fui a estudiar a una universidad de cocina.
-Empezó muy joven entonces.
-Sí y si le digo la verdad, no me arrepiento del trabajo que hago.

Metimos toda la masa espesa en un molde redondo y lo puse con delicadeza dentro del horno. Nos apoyamos los dos en la encimera y Kira me miró fijamente.
-¿Pasa algo? –le pregunté nervioso pensando que no se había tragado mi treta.
-No,  no pasa nada –dijo evitando mi mirada mientras notaba como un sonrisa tímida surgía en sus dulces labios.

No insistí ya que no quería que pensara que era un cotilla y decidiera no ayudarme a hacer más pasteles ya que este iba a ser un bodrio.
-¿Tiene pareja, señorita Slim? –pregunté intentando comenzar una conversación.
-Tenía –dijo con un tono bastante apagado.
-¿Qué pasó?
-Él pertenecía a una familia muy adinerada pero no eran mafiosos ni querían serlo. Era una familia honrada que cada centavo que tenían, lo habían conseguido trabajando. Conocí a Federico cuando yo tenía 16 años. Él era dos años mayor que yo por lo que mi padre no dejaba que se acercase a mí. Pero ya sabes lo que pasa. Cuando te prohiben algo, más irresistible se vuelve y caes en la tentación aún sabiendo que desobedeces a tu padre. Me escapé con Federico. Estuvimos una semana desaparecidos hasta que mi padre dio con nosotros. Nunca vi a mi padre tan enfadado y decepcionado conmigo. Unas semanas más tarde, me di cuenta de que estaba embarazada. No se lo dije a nadie pero mi padre notaba que tenía nauseas, que ya no me quejaba de la tripa cuando me venía el periodo… Una noche me hizo llamar a su despacho. Allí se encontraba Federico algo que me puso más nerviosa de lo que estaba.
-¿Qué os dijo? –pregunté curioso.
-Mi padre, durante los tres meses que me había visto rara, ya se había hecho a la idea de que estaba embarazada. Mi padre es muy inteligente y estaba claro de que se daría cuenta de mi mentira tarde o temprano. Mi padre no quería que manchase el nombre de la familia por lo que mi padre nos obligó a casarnos.
-¿Está casada? –pregunté con los ojos muy abiertos y las cejas alzadas.
-La boda jamás llegó a celebrarse.
-¿Por qué? ¿Qué pasó?
-Me extrañaba que mi padre me dejara casarme con el hombre al que amaba. Federico no sabía que yo pertenecía a la mafia y cuando se enteró, quiso dejarme. Mi padre y Federico empezaron a forcejear. Mi padre no iba a consentir que diera a luz soltera. Yo intenté separarlos y recibí la peor parte. Me empujaron intentando apartarme de ellos pero estaban tan enfrascados en su pelea, que no se dieron cuenta de que detrás de mí había unas escaleras. Por lo que al empujarme, me caí por las escaleras perdiendo así al bebé que llevaba en mis entrañas. Mi padre le echó a él toda la culpa y mandó que lo mataran –dijo la última frase casi sin voz aunque ninguna lágrima salió de sus ojos. Sabía perfectamente que no era una mujer débil y que no se derrumbaría delante de mí.
-Lo siento mucho.
-No te preocupes, después de aquello, supe que Federico jamás habría estado en los malos momentos. Supongo que es verdad eso de que a base de golpes se aprende y yo me llevé el más duro de todos. No me quedé estéril aunque el ginecólogo me dijo que tendría muchas dificultades para quedarme embarazada.
-Una vez mi mujer me dijo que no poder dar la vida, es lo más duro que le puede pasar a una mujer.
-Y está en lo cierto.

Sonó el timbre del horno haciendo que los dos nos sobresaltáramos.
El pastel estaba listo. Cogí dos trapos y con cuidado, puse el molde encima de la encimera.
-Hay que sacarlo del molde –dijo Kira con un tono bastante relajado.
-Yo me encargo.
Había visto varios programas de cocina para este caso por lo que sabía perfectamente cómo sacar el pastel del molde sin romperlo. Lo saqué con éxito y lo puse encima de un plato llano.
-No podemos probarlo hasta que se enfríe –dijo mientras miraba el pastel de reojo.
-¿Quiere una copa de vino?
-Sí, por favor.

Nos sentamos en unas sillas y nos servía dos copas de vino. Sabía que después de hablar de algo tan duro, se necesitaba meter alcohol en el cuerpo.
-Luigi, si le cuento todo esto es porque confío en usted. Ha pasado por lo mismo que yo y siento que por fin alguien me entiende y me escucha.
-¿Acaso la ignoran?
-Solo les interesa que mis negocios sean un éxito. Mi vida personal les importa una mierda. Nunca he podido hablarlo con alguien y eso ha hecho que tenga tragar todo lo que me pasa. Por lo que cuando tengo que encargarme de alguien, me desahogo con ira y crueldad.
-Vaya –dije nervioso mientras me desabrochaba el primer botón de mi camisa.
-Lo siento, no quería asustarle –dijo mientras me miraba a los ojos.
 Di un pequeño sorbo a mi copa y ella hizo lo mismo.
-Kira, ¿qué le trae por mi ciudad?
-Ya se lo dije, negocios.
-¿Por cuánto tiempo podré gozar de su presencia?
-No lo sé. De momento por dos semanas luego ya depende de si surge algún imprevisto.
-¿Qué clase de improviso? –le pregunté aunque tenía que intentar controlarme porque sino, enseguida se daría cuenta de que esto era un interrogatorio.
-Pues… si la policía se entera de mis negocios, vendrán a por mí.
-También pueden venir a por mi. Estoy planeando un asesinato.
-Es cierto. Creo que no va a ir al cielo –dijo con un tono gracioso.
-Entonces, nos veremos en el infierno –le dije guiñándole un ojo.

Kira me miró divertida y yo le di el último sorbo a mi copa de vino. Decidí enseñarla otro poco de Nueva York mientras el pastel se enfriaba y como no, los guardaespaldas nos seguían. Me sentía incómodo teniendo a mis espaldas a dos musculosos hombres que podían aniquilarme en menos de un segundo. Aunque cuando estaba volcado en la conversación que tenía con Kira, ni me daba cuenta de que nos acompañaban. Nunca habían hablado así que no sabía si entendían algo de lo que decía. Los ojos de esos hombres podían llegar a ser tan oscuros, que parecían agujeros negros.

Kira parecía divertirse con el pequeño Tour que le estaba haciendo. La cogí de la mano cuando tuvimos que andar entre la multitud. No quería perderla ni un segundo de vista. Llegamos a un pequeño mirador que daba al mar. Las olas chocaban contra las rocas con fiereza. El largo pelo de Kira, se movía de un lado para otro haciendo que ella tuviera que recogérselo en un simple moño para que no le diera el pelo en los ojos.
-¿Te gusta?
-Me encanta –respondió mientras miraba con entusiasmo aquel paisaje.
-Me alegro de que te guste.
-Lo malo es que con el viento te quedas helada –dijo mientras se frotaba las manos.

La cogí de la mano y bajamos unos cuantos escalones hasta llegar a una pequeña cafetería. Abrí la puerta y dejé que ella entrara primero. Pedimos dos cafés y dos bollos de crema y nos sentamos en una mesa que estaba libre.
Los guardaespaldas, se quedaron fuera pero mirando por el enorme cristal que tenía la estancia para no quitarnos un ojo de encima.
Una camarera bastante guapa, nos trajo lo que habíamos pedido. Sentí como me miraba y yo no pude evitar mirarle el escote cuando iba dejando lo de la bandeja encima de la mesa. Ella notó que la miraba y sonrió. Como si hubiera sido un acto reflejo, retiré la mirada y miré a Kira que no parecía haberse dado cuenta de mi intercambio de miradas con la camarera. Observaba el local con interés y noté como fijó su mirada en la pared y frunció el ceño.
-¿Pasa algo? –le pregunté curioso.
-Nunca había visto una decoración tan peculiar.

La cafetería tenía las paredes llenas de tazas de café y de té. Cada una diferente, no conseguí ver dos iguales. Y del techo, colgaba una tetera espectacular. Me recordaba a la tetera de “La Bella y la Bestia”.
-Nueva York es así de impactante –dije divertido.
-Ya veo –carcajeó.
-Teniendo negocios, ¿cómo es que tiene tanto tiempo libre? –pregunté intentando sacarle algo de información.
-Porque soy una mujer que organiza bien su agenda para tener tiempo para relajarme. ¿Por qué tanto interés en saber qué negocios tengo entre manos?
-Una simple palabra, curiosidad. Me parece interesante lo que haces.
-De interesante no tiene nada y de ilegal todo.
-Kira, tal vez para ti al estar acostumbrada a este estilo de vida, no le parezca interesante pero para alguien que jamás ha matado ni a una mosca, es una vida llena de aventuras.
-No le gustaría estar en mi lugar.
-¿Por qué no?
-Porque no creo que fuera capaz de acatar las órdenes que a mi me dan.
-¿Cómo cual?
-Como que te obliguen a matar a alguien a sangre fría, alguien que a ti nunca te ha hecho nada y que seguramente ni conoces. Tener que quitarle la vida sabiendo que puede que tenga una mujer e hijos que le esperen a cenar. Una familia que quiera darle un fuerte abrazo después de estar todo el día fuera. Pero no puedes pensar en eso mientras le quitas la vida a alguien que para ti es un total desconocido. Así que respiras hondo y disparas.

Me quedé con la boca abierta tras oír aquello. Tenía una vida bastante dura y yo no me había dado cuenta. Kira era fuerte y no dejaba que el corazón decidiera por ella. Ella utilizaba la lógica y acataba cada orden que le daban y eso hacía que sintiera lástima por ella.
-¿A quien tiene que quitarse de en medio?
-No puedo decírtelo aquí.
-Está bien, volvamos a la cocina –dije levantándome y cogiendo mi abrigo del respaldo de la silla.