lunes, 27 de enero de 2014

El Cliente -> Capítulo 11



Llevaba varios días sin hablarme con Gabi y aunque tenía mis razones para abstenerme, me fastidiaba enormemente no poder contarle mis cuitas y mis inquietudes. Él siempre conseguía que me sintiera mejor pero ahora con esa noviecita que se acababa de echar, todo había cambiado, él había cambiado y tenía que abrirle los ojos. No quería que se convirtiera en un auténtico imbécil. Tenía que impedir que esa intrusa me robara y cambiara a mi hermano.

Todo esto hacía que no me comiera la cabeza con el asunto de Kira. Joe tenía varios posibles sospechosos e iba a ir a por ellos y a averiguar quién tiene el puñetero antídoto que puede que le cueste la vida a Kira. Pensar en que estaba en juego su vida, hacía que se me enervara la sangre.

Al día siguiente, salí de mi cuarto con intención de ir al médico y darme de alta para volver a ir a trabajar. Pero cuando salí, allí estaba. Ainlena Irwin tan bien vestida como siempre sentada en un taburete de mi cocina.
-¿Qué haces tú aquí? –le pregunté sin un atisbo de alegría.
-Tu hermano y yo vamos a dar una vuelta y se está terminando de vestir.
-Genial –dije sin mirarle a la cara.
-Jefferson, sé que no hemos empezado con buen pie y quiero arreglarlo.
-¿De verdad quieres arreglarlo?
-¡Claro! –dijo la chica muy convencida.
-Entonces, aléjate de mi hermano. No le haces ningún bien.
-Eso tú no lo sabes, no me conoces.
-No hace falta conocerte para saber qué clase de chica eres.
-Y según tú, ¿qué clase de chica soy? –preguntó curiosa mientras se bajaba del taburete y se acercaba a mí.
-Eres ese tipo de chica que cambia a los hombres. Consigues hacer que se conviertan en tus perritos de paseo y cuando ya les has sacado todo lo que quieres, los abandonas dejándolos hundidos en la mismísima mierda.
-Pues no sé qué otra novia has conocido de tu hermano, pero yo no soy así.
-Es lo que me estás demostrando.
-¿Qué te he demostrado? ¿Qué se ha enamorado de mí como yo de él? ¿Qué somos muy cariñosos y siempre queremos estar juntos? No veo nada de raro en lo que estoy diciendo, Jefferson. Esto es lo que normalmente hacen las parejas.
-Has cambiado a mi hermano.
-No, en tal caso, ha madurado. Y comenzó a madurar en el mismo instante en el que me pidió que fuera su novia. Yo no he tenido nada que ver. Deberías ver más allá de lo que ven tus ojos, ¿sabes?
-Tú a mí no me dices lo que tengo que hacer.
-No te he ordenado nada, sólo es un consejo –dijo saliendo de la cocina y dando por terminada la discusión.

Me tumbé en el sofá mientras oía como la arpía esa entraba en el cuarto de mi hermano y le metía prisas para salir a la calle. Tal vez tuviera un punto de razón en cuanto a que mi hermano pequeño había madurado pero yo muy bien sabía que había cambiado. Necesitaba tener una charla con ellos dos. Poner las cartas sobre la mesa y así aclararlo todo de una santa vez y tenía que hacerlo cuanto antes por lo que me levanté de un salto del sofá y salí al pasillo en el que se encontraban ellos dos poniéndose los abrigos.
-Tenemos que hablar –dije secamente mirándoles a los dos a los ojos.
-Jefferson, ahora vamos a salir. ¿No puede ser luego? –dijo mi hermano atándose los botones de su abrigo.
-No, tiene que ser ahora –mi hermano suspiró con exasperación ante mi respuesta. Pero acabó aceptando y los dos se quitaron los abrigos para ir luego al salón.
-Mirad, no me gusta lo que está pasando –dije cuando estábamos los tres sentados en los sofás del salón.
-¿A qué te refieres? –preguntó mi hermano curioso.
-Estás cambiando y tú no te estás dando ni cuenta.
-Hermano, he madurado y me he enamorado. Ninguna de las dos cosas son malas. Los cambios son buenos, tú siempre lo dices.
-Sí, son buenos pero, ¿hasta qué punto?
-Explícame en qué he cambiado para poder solucionarlo cuanto antes.
-Desde que sales con ella, me has dejado en un segundo plano.
-¿Lo que tienes es envidia?
-No. Pero no me gusta que me ignoren de la noche a la mañana, de que el único hermano que tengo, en vez de ayudarme, me hunda más en mi agujero negro…
-Ya te pedí perdón respecto a eso. Y estate tranquilo que no volverá a pasar. ¿Querías decirnos algo más?
-Sí. Mira Ainlena es cierto que no nos conocemos pero, ¿podrías dejarle respirar un poco a mi hermano? Yo también necesito pasar tiempo a su lado.
-Si he estado tan pegada a él era porque estabais enfadados pero si ya lo habéis arreglado, nos veremos menos, cuñado.
-Gracias y no me llames cuñado.
-Está bien, cascarrabias –dijo mirándome de forma burlona.

Ainlena tenía una cosa buena: Aceptaba lo que era justo. Gracias a esa virtud, me caía un poco mejor pero no iba a ser fácil ganar mi confianza ni mi apoyo.

-¿Gabi, te apetece bajar al bar a tomar una cerveza? –le pregunté esa misma tarde.
-Claro.

En el bar, nos sentamos en los taburetes de la barra, como siempre. Lo único que cambiaba era que no estábamos rodeados de mujeres hermosas.
-¿Sabes algo de Kira? –me preguntó mientras cogía su jarra de cerveza para darle un trago.
-Sí. Joe está vigilando a los que tienen el antídoto. Mañana trazaremos en la oficina un plan para quitárselo y poder salvar a Kira. Quedan cuatro días para que se desate todo este nudo.
-¿Ha vuelto a llamarte?
-No. Sólo me llamó para decirme la manera de salvarla, nada más.
-Pero si la salvas tú, ¿no sabrá quién eres realmente?
-No sé cómo lo voy a hacer porque si voy con la empresa, pensará que Luigi la ha dejado tirada pero si voy así sin más, aparte de que creo que son bastantes los que la tienen retenida, sabría que no soy un simple cocinero. Mañana Joe me dirá qué debo hacer.
-Solo espero que todo salga bien.
-Yo también –dije asintiendo mientras mi mirada se perdía en el fondo del bar.

Subí por el ascensor hasta la planta de Joe. Estaba nervioso y a la vez emocionado, con ganas de poner en marcha el plan. Quedaban tres días y el tiempo apremiaba.
-¿Cuál es el plan? –pregunté nada más entrar en la sala de reuniones.
-Tenemos a los que tienen el antídoto a punto de mira. Mañana iremos al almacén en el que se esconden. Entraremos sigilosamente ya que no nos conviene tener un tiroteo.
-Sin armas, no conseguiremos quitarles el antídoto –me quejé.
-Va a ser más fácil de lo que piensas.
-Explícate.
-Hemos puesto micrófonos diminutos por el almacén cuando ellos no estaban y podemos oír todas sus conversaciones. Ayer llamaron a un hombre para que mañana vaya a llevarse el antídoto fuera de este país.
-¿Vamos a quitárselo a él cuando esté lejos del almacén?
-No. Algo mejor. Vas a hacerte pasar por ese hombre.
-Habrán llamado a alguien de confianza. No funcionará.
-Han llamado a una empresa de correo aéreo. No se conocen.
-Está bien. Entonces tengo que llegar allí y pedirles que me den lo que quieren enviar, ¿no?
-Exacto. Mañana tendrás en tu despacho el uniforme de la empresa aérea. Ah, y no te preocupes si algo va mal. Llevarás una mini cámara en el cinturón y nosotros estaremos a cierta distancia por si pasa algo.
-¿Iré sin armas?
-La camisa es bastante ancha por lo que puedes meter una pistola pequeña por la espalda.
-Perfecto. ¿Y para luego salvar a Kira?
-Ese tema ya es más complicado.
-No puedo arriesgarme a que sepa quién soy en realidad.
-Lo sé, Jefferson. Necesitamos saber su plan para matar a nuestro presidente. Sabes mejor que nadie que no podemos fallarle a nuestro país.
-Lo sé, señor.
-Esta tarde te llamaré si he pensado en algún plan infalible.
-Está bien.

Salí de allí sin mucho entusiasmo. Teníamos la mitad del trabajo hecho pero faltaba la parte más importante. Salvarle la vida a Kira sin que se enterase que soy un espía.

Nada más llegar a casa, mi móvil comenzó a sonar. Comencé a rebuscar en mis bolsillos hasta que me di cuenta de que lo había olvidado en la mesita de noche.
-Hola, Jefferson. ¿Te apetece salir a dar una vuelta?
-Claro.
-Estoy en el portal de tu casa. Te doy cinco minutos.

Cuando bajé, allí estaba ella, tan bella como siempre. Tenía mejor aspecto que otras veces y la veía más animada.
-Hola, Elizabeth. ¿Qué tal estás?
-Pues la verdad es que mejor. Conseguí un trabajo como profesora infantil.
-¡Eso está muy bien!
-Sí pero aun así, no tengo donde vivir.
-¿Por qué no te vienes a mi casa?
-¿Lo dices enserio?
-Somos amigos, ¿recuerdas?

Esa misma noche se instaló en mi casa. Aunque no la conocía desde hacía mucho, me transmitía alegría, relajación y compañía. Ahora que tenía un trabajo, sabía que no se quedaría en mi casa todo el tiempo que quisiera, sólo hasta que ahorrara lo suficiente como para alquilarse un piso en el que poder vivir.
Tras acabar de cenar, nos pusimos a ver la televisión. Estábamos los dos solos porque mi hermano había salido a cenar con Ainlena.
-Gracias…por todo –me susurró mientras veíamos una película.
-No se merecen –noté como surgía una tímida sonrisa en su rostro tras mi comentario.

Aquella misma noche, Elizabeth durmió en la habitación que estaba libre. Yo me metí en mi cama nada más terminar la película ya que mañana tenía una misión importante.
Por la mañana, sonó el despertador y me levanté de un salto. Estaba nervioso. Esta parte aunque era bastante sencilla, era crucial para poder salvar a Kira.

Me vestí y fui a la empresa. Cuando llegué a mi despacho, vi una bolsa encima de mi escritorio. Era la ropa de la empresa de correo aéreo. Fui al baño y me la puse. Al meter las manos en los bolsillos del pantalón, noté algo metálico, las llaves del vehículo de aquella empresa.
Bajé al garaje en busca de un coche que no había visto en mi vida. Pero no fue difícil de encontrar. Era un coche de dos plazas, de color gris y con el logo de la empresa en las puertas y en el techo.
Dentro del coche, en la guantera, estaba la dirección a la que tenía que ir. Metí la dirección en el GPS y salí de allí como alma que lleva el diablo.
Cuando llegué al almacén, me bajé del coche pero sin parar el motor. Toqué con los nudillos en la puerta.
-¿Quién es? –preguntó una voz muy grave.
-Pertenezco a la empresa FedEx, correo aéreo.

La puerta metálica se abrió y apareció un hombre moreno con bigote. Me miró de arriba abajo y después hizo lo mismo con el coche que había a mis espaldas.
-Pidieron que viniera alguien a recoger aquello que querían mandar, ¿cierto? –dije intentando que me dieran ya el dichoso antídoto y poder salir de allí cuanto antes.
-Enséñame tu carnet de la empresa –dijo frunciendo los labios.

Fui al coche y cogí la carpeta en la que estaban todo lo que necesitaba para mi nueva identidad. Comencé a rebuscar hasta que encontré el dichoso carnet. Se lo enseñé y él me lo arrebató de las manos. Lo miró para cerciorarse de que no era falso. Habíamos conseguido que la empresa FedEx me hiciera uno por lo que era auténtico al cien por cien.
-A ver, voy a ser claro. Como le pase algo a lo que quiero enviar, no te va a quedar continente por el que correr, ¿entendido? –dijo devolviéndome el carnet.
-Entendido, señor.

El hombre se adentró en el almacén y un minuto más tarde, vino con una cajita un poco más grande que mi mano. Me la dio y yo la cogí con cuidado. Noté como el hombre me observaba mientras yo me metía en el coche. Le hice un gesto con la mano a forma de despedida y él me respondió alzando ligeramente la barbilla.
Cuando llegué a la empresa, cogí la cajita y subí a todo correr hasta el despacho de Joe.
-¡Lo tengo! –dije eufórico.
-¡Ése es mi chico! –dijo mi jefe orgulloso.

Abrí la cajita apresuradamente y allí estaba, el antídoto, envuelto entre un millón de capas de periódico para que no se rompiera el pequeño frasco. Lo cogí con delicadeza y lo miré con alegría. Kira estaba salvada.
Mientras celebrábamos mi jefe y yo el triunfo de la misión, mi móvil comenzó a sonar. Era un número oculto, seguramente eran los secuestradores. Mi jefe y yo nos quedamos en completo silencio.
-¿Luigi? –preguntó Kira con la voz ronca.
-¡Kira! ¿Estás bien?
-Sí, tranquilo. Te llamo para avisarte que sólo queda mañana.
-No te preocupes, no te fallaré.
-Adiós –dijo colgando al segundo después.

-Joe, necesitamos hacer el plan cuanto antes. ¡Sólo queda mañana!
-Lo sé, Jefferson. Tranquilízate –dijo poniéndome una mano en mi hombro.
-Joe, tenemos que hacer una copia de este antídoto.
-¿Por qué?
-Por si le han metido el virus a Kira. Si les damos el único que hay, no podrá salvarse.
-Está bien. Mándalo al laboratorio. Diles que lo quiero en mi despacho en dos horas.
-Está bien, señor –dije saliendo a paso ligero de su despacho.

Nada más dejarlo en el laboratorio, volví al despacho de Joe. Teníamos un plan pendiente y 30 horas para conseguir que fuera infalible.
-¿Y si mientras el equipo los ametralla, tú entras por el lado opuesto y te llevas a Kira?
-Muy arriesgado. Podrían darnos y además, los secuestradores podrían matarla si se ven en peligro.
-Tienes razón. Hay que pensar en algo más seguro.
-A ver, pensemos. Son cinco hombres, armados y con conocimientos de lucha.
-He rastreado desde dónde te llamaba Kira. Era un motel que está en una carretera poco transitada, a las afueras de Nueva York.
-Tenemos el antídoto pero, ¿cómo sabemos que cumplirán su palabra?
-No lo sabemos, ése es el problema.
-Joe, tengo el plan perfecto. Hemos estado pensando en las cosas más enrevesadas que hay cuando la mejor opción la teníamos enfrente de nuestras narices.
-¿Y cuál es?
-Iré al motel. Les daré el antídoto no sin antes exigirles que suelten a Kira si no los hacen, vosotros entraréis en la habitación mientras que yo protegeré a Kira y la sacaré de allí.
-Simple pero no es infalible, pueden surgir contratiempos y que todo se vaya al garete.
-Joe, ellos son cinco y nosotros somos al menos el cuádruple. No podrán con nosotros. Nosotros somos la ley.

lunes, 20 de enero de 2014

El Cliente -> Capítulo 10



Llevaba varios días en mi cuarto encerrado sin querer hablar con nadie. No dormía ni comía y eso causaba que tuviera unas ojeras más acentuadas y que se me empezaran a notar los huesos de lo delgado que me estaba quedando. Joe me había llamado comunicándome de que la sangre y los cabellos eran de ella y ése era, principalmente, la causa de mi huelga de hambre.
Gabi intentaba obligarme a salir y a comer pero yo era muchísimo más cabezón que él y siempre conseguía salirme con la mía. No quería preocuparle pero mi estado físico conseguía todo lo contrario. Estaba tan encima de mí que hasta llevaba varios días sin ver a su “novia”, Ainlena Irwin.
-Jefferson, tienes que salir a que te dé el aire –me dijo un día mi hermano pequeño.
-No tengo ganas.
-Vente con Ainlena y conmigo al cine. Lo pasarás bien.
-No voy a ser vuestra carabina.
-Deja de decir chorradas. Venga, vístete –dijo concluyendo la conversación mientras cogía ropa al azar de mi armario y me la tiraba a la cara.

Le hice caso. Él siempre había estado ahí y si sabía cuidarse a sí mismo, ¿por qué no podía pasar por el trago de ser el hermano mayor? Ahora era a él al que le tocaba cuidar de mí. No lo pensaba y actuaba así para fastidiarle sino que simplemente, no podía ni con mi alma. Le necesitaba para que siguiera manteniéndome con vida.
Me vestí lentamente ya que no me hacía gracia alguna tener que salir con el frío hibernal que hacía por las calles grises de Nueva York. Me abroché el abrigo y me puse alrededor del cuello una bufanda gris de lana que me llegaba casi hasta la nariz.
-¿Estás listo? –me preguntó mi hermano mientras cogía unos guantes de la cómoda de su cuarto.
-Sí –dije en casi un susurro.
-Ainlena te va a caer genial, ya lo verás.
-Ya… ¿Oye, qué película vamos a ver?
-No sé. ¿Qué hay en cartelera? –me dijo mientras caminábamos por la helada calle y caían pequeños copos de nieve sobre nosotros.
-Debajo de mi cama había una revista que era de hace unos días. Ponía que se estrenaba la segunda parte de “Los Juegos del Hambre”, es decir, “En Llamas”.
-¿Por qué había una revista debajo de tu cama, hermanito?
-Yo soy el mayor así que no me llames hermanito. Y es mi casa por lo que mi casa, mis reglas.
-¿Es un síntoma del síndrome de Diógenes? –me preguntó con una sonrisa traviesa en el rostro.
-No, capullo.
-Eh, un respeto –dijo alzando una mano.
-Perdona –dije de forma seria sin girarme para mirarle.

Cuando llegamos a la entrada del cine, sólo había un par de parejas enrollándose. Además de ser una chica misteriosa, era impuntual. Mi hermano se llevaba una joya.
-Hola, chicos. Perdón por el retraso. El tráfico es horrible a estas horas –saludó la hasta ahora misteriosa Ainlena Irwin.
-No pasa nada, nosotros acabábamos de llegar –dijo mi hermano pequeño dándole un breve beso en los labios-. Por cierto, te presento a mi hermano mayor, Jefferson.
-Encantada. Gabi me ha hablado mucho de ti –me dijo después de darme dos besos.
-No me fío mucho de lo que te haya podido decir este capullo –dije mirándole de reojo a mi hermano.

Noté cómo Ainlena se reía ante mi comentario. Parecía una chica agradable pero iba a examinarla durante toda la noche. Una de mis razones para haber salido aquella noche era que quería saber cómo era y quién era la chica que había conseguido “robarle el corazón”. Quería averiguar si era una zorra como la que a mí me hizo tanto daño. No iba a permitir que ninguna así le hiciera daño a mi hermano.
La observé de arriba abajo. Era una chica alta pero más baja que mi hermano y que yo. Tenía el pelo muy largo y de un color pelirrojo muy apagado, casi granate. Sus ojos eran de color miel y brillaban como el mismísimo sol. Era una chica que vestía con elegancia y eso me gustaba.
-Bueno chicos, ¿qué película vamos a ver? –preguntó entusiasmada. Parecía una niña pequeña.
-“En Llamas” –dije mientras sacaba la cartera.
-Me parece bien. Tenía muchas ganas de verla –dijo dando saltitos hasta la ventanilla en la que te vendían las entradas. Posiblemente le pidieran el carnet de identidad para comprobar su edad ya que se estaba comportando como una niña de cuatro años.

Cogimos las tres entradas y pasamos a la tienda de golosinas a coger un cubo de palomitas.
-Toma, para mi dulce niña –dijo mi hermano dándole a Ainlena una piruleta enorme con forma de espiral y multicolor.
-Oh, gracias mi hombrecito de chocolate –dijo entregándole un soldado de chocolate.

Madre mía, eran extremadamente repulsivos. Estaba por vomitar en el cubo de las palomitas, pero opté por meterme en nuestra sala y dejarlos atrás con sus cariñitos. Kira y yo no éramos así. ¡Oh, Dios mío, Kira! ¿Dónde estará? ¿Estará bien? Necesitaba saber de ella. Joe me llamaba todos los días para contarme la misma deprimente historia. No sabían dónde podía estar y eso hacía que sufriese ataques de ansiedad cada vez que pensaba mucho en ella y me ponía en lo peor.
Entré en la sala y comencé a subir los escalones lentamente de uno en uno ya que las luces estaban apagadas. Miré la entrada para saber qué fila y butaca era la mía. En cuanto la encontré, me quité el abrigo y me puse a comer palomitas mientras observaba los anuncios en la gran pantalla. Necesitaba aislarme del mundo durante un par de horas.
-Bueno, ya estamos aquí –dijo mi hermano pequeño sentándose en la butaca de mi derecha.
-Genial –dije sin apartar la vista de la pantalla.
-¿Estás bien?
-Ahora mucho mejor. Mi estómago ha dejado de revolverse.
-Lo siento pero es que es tan adorable… ¿no crees?
-Madre mía. Anda, cállate que va a empezar la película.

Estaba cruzando los dedos para que me hiciera caso y para que por favor, no se enrollaran en mitad de la película. Los únicos que se podían besar dentro de esta sala eran Peeta y Katniss –los protagonistas de la película- pero nadie más.

Ainlena se pasó toda la película abrazando a Gabi ya que cada dos minutos, pasaba algo que hacía que sintieras como si tuvieses el corazón en un puño. Era realmente increíble.
-¡Increíble! ¿No os parece? –dijo eufórica Ainlena nada más salir de la sala.
-Estoy totalmente de acuerdo contigo –dijo mi hermano mientras le cogía de la mano.
-¿Jefferson, a ti te ha gustado? –me preguntó ella.
-Claro, aunque prefiero el libro –dije intentando fingir una sonrisa.
-¿Te gustaría venirte a cenar con nosotros? –me preguntó mientras se ponía un gorro de lana rosa palo.
-Gracias pero no. Tengo… cosas que hacer en casa.
-¿Cómo qué? ¿Meterte en la cama a llorar? –soltó mi hermano de repente. Y por la cara que puso después, supe que se había arrepentido nada más decirlo.

Le miré iracundo. ¿Cómo se atrevía a hablarme así? Me di media vuelta y me largué. No iba a soportar ni un minuto más. Ainlena no me gustaba y mi hermano se estaba volviendo un completo imbécil por su culpa.
Mientras andaba apresuradamente por la calle, podía oír los gritos de mi hermano llamándome. No miré hacia atrás. Esto no iba a solucionarse pidiendo perdón. Se lo tendría que ganar.
Cuando llegué a mi portal, me quedé parado sin introducir la llave en la cerradura. Me di media vuelta y comencé a caminar sin rumbo.
Tras un par de horas deambulando por las calles abarrotadas de gente de Nueva York, vi un pequeño parque y me senté en el primer banco que vi.
-¿Cómo tú por aquí a estas horas? –oí preguntar a una voz femenina a mis espaldas.
-Mi padre decía que era impredecible. Tal vez eso aclare tus dudas –respondí de forma seca.
-Ya veo. Venga, cuéntame qué te pasa –me dijo otra vez la misma voz femenina acercándose a mí.
-Mi hermano acaba de hundirme aún más de lo que ya estaba.
-¿Qué ha pasado?
-Me ha presentado a su novia. ¿Te lo puedes creer, Elizabeth? ¡Mi hermano con novia! Aunque mi hermano parece su padre en vez de su pareja, la verdad.
-Por cómo estás, la chica no te ha caído en gracia.
-Se comporta como si tuviera cuatro años y mi hermano se vuelve en un completo idiota cuando está con ella.
-Bueno, ya sabes lo que dicen. Cuando estás enamorado haces muchas locuras.
-Pues mi hermano ha cometido la mayor locura del mundo.
-Humillarte.
-Sí. Delante de ella –dije entre susurros.
-¿Y por qué no te has ido a casa?
-Porque allí será al primer lugar al que me irá a buscar y no quiero verle de momento. Además, necesitaba pensar.
-Ya veo.
-¿Y tú qué haces aquí? –pregunté con cierta curiosidad.
-Supongo que como tú, necesitaba estar sola para pensar.
-¿Sigues sin tener dónde vivir?
-Sí. He estado buscando pero todo es tan sumamente caro… También he mandado currículums a un  montón de empresas, pero nada.
-Ya verás cómo te sale algo.
-Espero que tengas razón.


Estuvimos hablando durante toda la madrugada. Mi hermano no paraba de llamarme al móvil por lo que opté por desconectarlo. Hablar con Elizabeth me relajaba y por un momento, conseguía olvidarme de todo lo malo que me rodeaba.
Pero la noche no es eterna por lo que cuando dieron las cinco de la mañana, nos dimos dos besos a modo de despedida y cada uno cogió un camino.
Cuando llegué a casa, estaba todo a oscuras pero por lo menos, hacía calor. Me quité el abrigo y lo colgué en el perchero y encima de éste, la bufanda de lana. Cuando entré en mi cuarto, mi hermano estaba dentro. Aún no me había visto, podría haberme ido de allí, pero no lo hice. Supongo que esperaba sus disculpas. Por lo que me adentré en mi cuarto y me quité los zapatos.
-Jefferson, lo siento. No debería haber dicho eso y menos delante de ella. Esta noche no me he comportado como un hermano sino como un capullo. Espero que puedas perdonarme.
-Acepto tus disculpas pero eso no significa que te perdone –dije dejándome caer sobre mi cama.
-¿Qué puedo hacer para que me perdones?
-De momento, dejarme en paz. Ahora mismo tengo demasiadas cosas en la cabeza y no puedo pensar con claridad. Necesito tiempo. Necesito solucionar toda esta mierda.
-Está bien. Que descanses –dijo hundiendo su cabeza entre sus hombros y yéndose de mi cuarto.

Me quité toda la ropa y me metí en la cama. Tenía pensado dormir durante unos cuantos días, apagar todo lo electrónico para que nadie pudiera contactar conmigo y poner un cerrojo en la puerta de mi cuarto para que mi hermano no pudiera entrar a tocarme las narices. Quería aislarme de todo y de todos.
A la mañana siguiente, oí cómo sonaba el móvil. Me desperecé y fui en su busca. Era un número oculto pero lo cogí de todas formas.
-¿Luigi? –preguntó una voz femenina.
-Sí, soy yo.
-Soy Kira. ¡Ayúdame, por favor! –estaba histérica y en cuento dijo su nombre, mi corazón dio un vuelco.
-¿Kira, dónde estás? –pregunté echo un manojo de nervios.
-No lo sé. Está todo oscuro.
-¿Estás bien?
-Tengo el hombro dislocado y no noto una pierna. Pero no es nada grave. Seguro que es un efecto secundario de todas las veces que me han drogado para que dejase de pelear y de gritar.
-Voy a ir a salvarte, ¿me oyes?
-No puedes. Si te llamo es porque ellos quieren que tú hagas algo.
-¿El qué?
-Tienes que encontrar el antídoto y dárselo.
-¿Pero el antídoto no lo tenías tú?
-Luigi, hay un segundo grupo que quiere el antídoto y ese otro grupo, no sé cómo, me lo ha robado. Tienes que averiguar quiénes son y por qué lo quieren y cuando consigas el antídoto, me soltarán.
-Kira, tienes que darme más pistas.
-Sé que siendo un chef, esto es nuevo para ti pero tienes que intentarlo. Confío en ti –tras decir eso, noté cómo Kira se quejaba y cada vez su voz era más lejana.
-Sí, Luigi, confiamos en ti. No nos hagas un feo –dijo una voz masculina.
-¡No se os ocurra tocarla! –grité.
-¿Vas a ser tú quién nos lo impida?
-Sí.
-Anda, deja de decir chorradas y vete a por nuestro antídoto o ella morirá con el virus que su mismo padre creó. Tienes cinco días.
-¡Eres un hijo de…! -me colgaron antes de que pudiera terminar la frase.

Cuando dejé el móvil en la mesita de noche, me senté encima de mi cama. Me sentía histérico, nervioso, al borde de un ataque de ansiedad, con ganas de venganza… Físicamente me sentía como si pudiera derribar un muro con mis propias manos.

Me vestí y decidí ir a la oficina a ponerle al corriente de todo a Joe. Me sentía un poco más calmado porque sabía que Kira estaba medianamente bien pero me daba miedo no poder, por primera vez, vencer al segundo grupo el cual tenía el antídoto.
Cuando llegué, Sarah, mi secretaria, me miró anonadada.
-¿Señor, qué hace aquí? –me preguntó con curiosidad.
-Vengo a hablar con Joe. ¿Está por aquí?
-Sí, está en su despacho.
-Vale, gracias, Sarah –dije dirigiéndome hacia el despacho de mi jefe.

Toqué a la puerta dos veces y una voz masculina me dijo que pasara. Seguramente, Sarah ya le habría avisado de mi visita.
-Hola, señor –saludé adentrándome en el despacho.
-Hola, Jefferson. ¿Qué te trae por aquí?
-Kira Slim me ha llamado. Al parecer, la tienen secuestrada por el antídoto del virus que creó su padre.
-¿Dónde está el antídoto?
-Lo tiene un segundo grupo de mafiosos o asesinos enemigos de Kira y de los asesinos que la tienen retenida.
-¿Quiénes forman ese segundo grupo?
-No lo sé, por eso he venido. Necesito que forme un equipo para esta misión. Hay que encontrar el antídoto antes de cinco días sino, la matarán.
-Está bien. Pondré a los mejores hombres a tu disposición.
-Gracias, señor.
-Por cierto, Jefferson. ¿Qué tal te encuentras?
-Mejor ahora que sé que está viva.
-Lo que hace el amor, ¿eh? Primero te da la vida y luego, poco a poco, te va matando y absorbiendo el alma.
-Pero es el sentimiento más hermoso.
-Eso dice mi mujer –dijo carcajeándose.


Mantuve una larga pero entretenida conversación con Joe. Me contó cómo iba a organizar mi equipo y estuvimos pensando cómo podríamos encontrar al grupo que tenía el antídoto.
-Seguramente son extranjeros.
-Sí pero eso no ayuda nada –dijo Joe negando con la cabeza.
-En realidad sí. Tenemos que averiguar qué asesinos o mafiosos están relacionados con la familia Slim y después, saber cuál ha salido de su tierra.
-Muy buena idea, Jefferson. Comunicaré al mejor informático de la empresa que empiece a investigar.
-No será fácil. Seguramente se habrán cubierto excesivamente bien las espaldas.
-Bueno, tú por eso no te preocupes. Y ahora vete a casa. Recuerda que sigues estando de baja.

Le miré de forma seria sin intención de responderle y seguramente, él no esperaba que le respondiera por lo que me di media vuelta y salí de la empresa tras despedirme de Sarah.