domingo, 26 de octubre de 2014

Capítulo 9 -> De búsqueda

Era sábado y había decidido acompañar a Teresa a buscar a sus padres. Me puse una camiseta larga y un jersey de lana encima. Busqué en mi armario unas botas que me abrigaran bastante y no dejaran pasar el agua. Me puse una bufanda y cogí unos guantes y el abrigo y bajé por las escaleras. Teresa ya estaba abajo desayunando. Yo dejé el abrigo y los guantes encima del respaldo del sofá y cogí una galleta de chocolate y me fui al baño a arreglarme. Cuando me terminé la galleta, me puse el abrigo, los guantes y cogí las llaves de mi coche. Justo cuando íbamos a salir, Sáhara empezó a ladrar y despertó a mi hermano. Robert vino y tras una larga discusión, decidió acompañarnos porque él decía que necesitábamos protección. Sáhara no dejó de ladrar y lo saqué al patio trasero para que no despertara a mis padres mientras mi hermano se vestía para venir con nosotras.

Cerramos la puerta de la entrada y salimos a la congelada y húmeda calle. Mi hermano decidió conducir por lo que cogió su coche blanco. Teresa se sentó en el asiento del copiloto y yo detrás de ellos. Antes de arrancar, decidimos a los sitios que tendríamos que ir.

Primero fuimos al restaurante donde habían ido a cenar los padres de Teresa. Era un restaurante de lujo con aparca-coches. Un aparca-coches vestido con un frac, nos aparcó el coche mientras nosotros entrábamos en el restaurante. Un hombre, que parecía un mayordomo, vino hacia nosotros.
-Buenos días. Lamento decirles que no servimos desayunos y que vestidos como campesinos no pueden comer en nuestro restaurante –nos dijo con acento francés y con cara de asco mientras nos miraba de arriba abajo.
-No venimos a comer. Venimos para preguntarle sobre un matrimonio que cenó aquí hace una semana. Era una cena de negocios y nos preguntábamos si les habríais visto. Los dos eran bastante altos y muy bien vestidos.
-Tengo una foto de ellos si quiere se la enseño –dijo en voz baja Teresa mientras daba un par de pasos hacia el señor con pintas de mayordomo.
-¿Qué día de la semana vino la pareja desaparecida a notre incroyable restaurant?
-El domingo. Aquí tiene la foto. ¿Los recuerda?
-El domingo, ¿eh? A simple vista no sabría decirles –dijo mientras se ponía unas pequeñas gafas que tenía en el bolsillo de la chaqueta.
-¿No tiene los típicos libros de reserva? En los que se apuntan quién lo reserva y todas esas cosas –inquirió mi hermano nervioso.
-Monsieur, sé perfectamente lo que es un libro de reservas –dijo con un tono de voz borde mientras miraba en una pequeña agenda con tapas de cuero marrón-. Domingo, 13 de enero. Hay una reserva pero que no llegó a confirmarse. Y como ustedes han dicho, era para hacer negocios.
-¿Quiere decir que mis padres jamás llegaron a entrar aquí?
-Por lo que mi libro dice, jamás hubo tal cena. Lo siento. Y ahora si no les importa, váyanse de mi restaurant que me espantan a la clientela de gran fortuna. Que como les vean, pensarán que esto es un comedor para sucios vagabundos.

Todos le miramos con odio y asco y nos fuimos de aquel lujoso restaurante francés. Mientras nos dirigíamos a la salida, oímos varios insultos que murmuraba el mayordomo. Decidimos ignorarle.
-Sois unos sinvergüenzas –gritó el mayordomo hacia nuestra dirección.

Mi hermano se dio media vuelta lleno de ira y le propinó un buen puñetazo en la nariz. Creo que se la rompió.
-Y tú un mal educado –dijo mi hermano mientras sacudía la mano con la que le había pegado.

Teresa cogió a Robert por la mano y salimos del restaurante dejando al mayordomo en el suelo tirado llorando del dolor mientras se limpiaba la sangre de la nariz con un pañuelo de tela.

Entramos en el coche de Robert cuando el aparca-coches nos lo trajo a la entrada pero Robert no arrancó. Se quedó parado, sentado en su asiento con la mirada perdida. Sabía perfectamente en qué estaba pensando. ¿Ahora a dónde podríamos ir? No teníamos ni una sola pista que seguir. Pero de repente supe algo.
-Teresa, ¿antes de la cena fueron a alguna parte?
-No lo sé. Supongo que a recoger a la persona o personas que iban a cenar con ellos o puede que a la oficina.
-Pues ya sabemos a dónde ir. Robert ve hacia la oficina de sus padres.

Robert arrancó el coche y durante el trayecto, Teresa le iba indicando por el camino que debía ir.
Cuando llegamos, aparcamos en un lugar cercano y nos dirigimos a la entrada de la gran oficina de negocios. Era el edificio más alto de Ohio. Desde la calle solo se veían cristales excepto en la primera planta que se veía a dos guardias con pistolas, uniformes, gafas y chalecos anti-balas y a una chica con un moño, gafas y con un pinganillo en el oído derecho que seguramente sería la secretaria.
Entramos pero medio segundo más tarde, los dos policías, se pusieron delante nuestro cortándonos el paso. Se cruzaron de brazos y pusieron cara de pocos amigos.
-No se puede pasar si no trabajan en esta empresa –dijo uno de los dos policías con una voz muy fuerte.
-Soy la hija de Keira y Fer Wilson. Ha surgido una emergencia en casa y necesito contactar con ellos –dijo de inmediato Teresa.
-Identificación por favor –dijo el segundo policía.

Teresa sacó su carnet de identidad y se lo dio. El policía lo miró y comprobó que no era falso y nos hizo un gesto para que pasáramos pero no sin antes cachearnos.
Cuando se quedaron contentos de saber que no llevábamos nada, se quitaron de nuestro camino y nos subimos en el ascensor. Subimos hasta la planta 27. Los pasillos eran largos y un poco estrechos. El suelo era blanco y brillante y las paredes de un gris muy claro con algún que otro cartel publicitario de su empresa. Teresa se sabía el camino así que no tuvimos ningún problema en llegar al despacho de sus padres.
Por fortuna, solo había un despacho para el matrimonio por lo que no tuvimos que recorrernos otros 50 metros en llegar al otro despacho. Entramos pero como ya sospechábamos, no había nadie. Cerramos la puerta a nuestras espaldas y empezamos a abrir cajones y armarios buscando información intentando hacer el menor ruido posible.
-Aquí está la agenda de mi madre –dijo Teresa mientras sacaba una pequeña agenda de piel color negra del escritorio de su madre.
-Ahí tiene que darnos la pista de con quién estuvieron tus padres o con quién iban a quedar esa noche.

Teresa abrió la pequeña agenda y empezó a pasar hojas hasta encontrar la fecha deseada. Mi hermano y yo nos acercamos aún más a ella y miramos junto a ella la hoja de la agenda. No estaba la hoja del día 13 de enero. Alguien conocía muy bien a sus padres como para saber que lo apuntarían en una agenda.
-Genial, volvemos al principio –dijo mi hermano desanimado pero lleno de ira.
-Nada de al principio. Ya sabemos que pasó algo ese día porque sino, nadie se habría molestado en quitar la hoja de la agenda de tu madre –inquirí pensativa mientras iba hacia el escritorio de Fer.

Abrí el cajón que no tenía cerradura pero solo había bolis y una calculadora. Mi hermano se encargó de abrir los que tenían cerradura, es decir, utilizando la fuerza.

Consiguió abrirlos después de muchos intentos. Menos mal que él siempre llevaba encima una navaja que le regaló mi padre. En uno de ellos, había una agenda y en los demás mogollón de carpetas llenas de folios llenos de documentos. Teresa y yo siempre llevábamos bolsos bastante grandes por lo que metimos todos los documentos en nuestros bolsos y abrimos la agenda de Fer. Estaba el día pero solo ponía el dato de la cena. Metí la agenda en mi bolso y Teresa guardó la de su madre en su bolso. Cerramos todos los cajones y nos fuimos de aquel oscuro despacho.

domingo, 19 de octubre de 2014

Capítulo 8 -> Necesito fuerzas

El reloj sonó como todas las mañanas pero en vez de apagarlo y levantarme, solo lo apagué.
10 minutos más tarde, oí el chirrido de la puerta del cuarto de mi hermano. Pensé que vendría a quitarme las mantas pero no entró en mi cuarto.
Me acurruqué en una esquina de mi cama y cerré los ojos con fuerza con la esperanza de volver a quedarme dormida. Pero al parecer, Teresa aún se acordaba de mí. O eso, o es que mi hermano pasaba de conducir y no querían ir andando hasta el instituto. Dio dos leves golpecitos en mi puerta pero no contesté. Segundos más tarde, Teresa abrió la puerta.
-¿Qué haces en la cama metida? ¿Te encuentras mal?

No contesté. Prefería que ella pensara que seguía dormida.
Me cogió del brazo y me zarandeó un poco para despertarme.
La gruñí y la dije que me encontraba mareada y que se fueran sin mí que hoy no iba a clase. Teresa asintió y se fue cerrando la puerta detrás de ella.
Oí como el sonido de sus pisadas cada vez era más inaudible. Y cuando ya no escuchaba nada, oí el sonido de la puerta principal cerrándose.

Cuando me desperté, eran las once de la mañana y hacía bastante frío en mi cuarto. Cogí mi móvil y vi que tenía dos mensajes. Uno era de Ariadna y otro de Johnny. Los dos me preguntaban el porqué de mi ausencia en clase. Llamé a Johnny sabiendo que me cogería el teléfono.
-Hola Alice, ¿Estás bien? ¿Por qué no has venido a clase?
-Hola Johnny –le dije con voz ronca -. Estoy mareada y por eso no he ido hoy a clase.
-Me has dejado solo en historia. Estoy enfadado contigo, jum.

Me reí por lo bajo aunque mis padres ya no estaban en casa.

-¿Qué puedo hacer para que me perdones?
-Mmm... No sé. ¿Qué te viene a la cabeza?
-Pues que ando aburridísima en mi cuarto tumbada en la cama y que no me vendría mal algo de compañía.
-Aún no hay exámenes pero sabes que quiero sacar buenas notas así que no puedo irme de clase, lo siento. Luego a la salida me pasaré por tu casa para pasarte los apuntes si quieres.
-Gracias –susurré.
-Alice, tengo que entrar en clase. Luego hablamos, ¿vale?
-Vale. Que te sea leve.

Colgó. Me tapé con las mantas y me puse música.
Debió de pasar media hora cuando oí como alguien metía la llave en la cerradura de la puerta de mi casa y entraba.
Supuse que sería mi madre o mi padre así que no le di demasiada importancia y cerré los ojos.
Noté un nuevo aroma y abrí los ojos. Johnny estaba al pie de mi cama. Grité y Johnny me tapó la boca mientras se reía.
-Solo soy yo, boba –me dijo mientras me quitaba la mano de mi boca y se arrodillaba.
-¿Has forzado mi cerradura?
-Sé como se fuerzan pero no, no la he forzado. Tu hermano me dio la llave.
-Pensé que querías sacar buenas notas.
-Y las sacaré pero no todos los días puedo verte recién levantada.
-Pues no hay mucho que ver. Estoy despeinada, sin maquillar, con el pijama….
-Lo que yo pensaba. Lo más bonito después de tu sonrisa.

Seguramente me puse rojísima pero oculté mi rostro entre las sábanas. Johnny me acarició una mano.
-No podía dejarte sola en una casa vacía  –me guiñó un ojo.

Empezamos a hablar y le invité a sentarse en mi cama. Cuando él hablaba, era imposible no fijarse en sus enormes ojos verdes. Eran brillantes y se habían convertido en mi paisaje favorito.
-¿Te encuentras mejor?
-Sí. Gracias por haber venido. Espero que me perdones por haberte dejado solo en la clase de historia.
-No te preocupes. Hitler me ha hecho compañía – dijo riéndose-. Aunque  si quieres conseguir mi perdón….
-A ver, ¿qué quieres? –pregunté mientras me cruzaba de brazos.
-Levántate de la cama y arréglate. Te doy 10 minutos.
-Pero… -me tapó la boca antes de que pudiera terminar la frase -10 minutos – repitió y se fue de mi cuarto.

Me levanté de mi cama medio deshecha y me vestí a todo correr. No le di demasiada importancia a si la ropa que había escogido combinaba o no. Salí de mi cuarto y fui al baño. Allí, me peiné, me puse gotas de perfume en el cuello y en las muñecas y me maquillé. Bajé las escaleras silenciosamente.
-¡Y diez! – grité en un oído de Johnny. Johnny dio un saltó y yo me reí.
-Toma tu abrigo. Nos vamos  –dijo mientras me daba mi abrigo y abría la puerta de la entrada.
-¿Se puede saber a dónde vamos?
-Sé que tu cumpleaños ha sido hace poco y me parece de mala educación no regalarte nada así que ven conmigo.
-No hace falta que me regales nada. Con esta sorpresa de venir a mi casa, me doy por satisfecha.
-No me engañes Alice y ahora calladita –me dijo mientras me ponía un pañuelo negro en los ojos.

Me sentó en un coche y el camino no fue muy largo. Cuando paró el coche, él se bajó y acto seguido, abrió mi puerta y me ayudó a salir del coche.
-¿Dónde estamos?
-No soy de Ohio pero siempre me he interesado por este lugar y sus alrededores y debo decir que son increíbles. Descubrí este sitio un día que me enfadé con mis padres y me fui de casa –me dijo mientras me quitaba la venda de los ojos.

Durante unos metros, solo había hierba pero más lejos, vi una especie de catedral en ruinas. Me agarró de la mano y comenzamos a andar.
-Desde que me mudé, vengo aquí cada vez que quiero estar solo y si miras hacia el fondo de estas ruinas, hay como una fuente de piedra. Me he informado y esta catedral o lo que queda de ella, es de estilo gótico y tiene más años que tú y que yo multiplicados por 100.

No lo calculé. Solo podía pensar en lo hermoso que era ese lugar. Johnny me apretó la mano y nos metimos dentro de las ruinas. Las enredaderas casi no dejaban ver las paredes de piedra aunque me parecía igual de hermoso.
 Al lado de la fuente de piedra, había un banco también de piedra. Nos sentamos en él y Johnny no paraba de mirarme y de acariciarme las manos. Adoraba su mirada y el tacto de su piel cuando acariciaba la mía. Creo que estaba empezando a sentir algo por Johnny.

-¿Te gusta la sorpresa?
-Me encanta –sonreí y Johnny me devolvió la sonrisa.

Hubo un silencio incómodo y los dos estábamos algo nerviosos. De repente, él se levantó y soltó mi mano. Se fue hacia una ventana medio derruida y cuando pensé que se iba a sentar en el marco, saltó.
Me levanté de golpe y corrí hacia la ventana. En cuanto me asomé y miré para abajo, Johnny se alzó rápidamente y me cogió de la nunca para acercar mis labios a los suyos. No me dio tiempo a reaccionar.
Sus labios eran suaves y eran el perfecto molde de los míos. Una sensación ardiente recorrió mis venas e hizo que me sentara en el marco de la ventana de piedra y que mis brazos rodearan el cuello de Johnny mientras mis piernas rodeaban su cintura.
No quería que sus labios se separasen de los míos. Su aliento se había convertido en mi oxígeno y el latido de su corazón era la fuerza que hacía que el mío también latiera.
Johnny me cogió de la cintura para apretarme más contra su cuerpo.
-Te quiero, boba –dijo entre mis labios.

Le apreté más contra mi cuerpo y volví a acercar sus labios a los míos. Sus labios no se separaron de los míos en toda la mañana. Cuando fue la una del al mediodía, Johnny me llevó a casa aunque le pedí que se quedara conmigo y así lo hizo.
Subimos a mi cuarto y nos tumbamos en mi cama. Me acurruqué en su pecho mientras él me acariciaba el pelo.
Cada vez que levantaba la mirada, Johnny me daba un beso y me apretaba más contra su pecho.
Johnny se fue antes de que nadie se enterara de que él había estado aquí.
Cuando se fue, no podía para de sonreír y de saltar en mi cuarto. No paraba de hacer tonterías. Supongo que eso es lo que se hace cuando una persona está enamorada.
Johnny había conseguido sacarme de mi agujero negro.
Hice mi cama y bajé a la cocina a hacer la comida. Mis padres fueron los primeros en llegar a casa.
-Hola cariño, ¿qué tal te encuentras? –me preguntó mi padre mientras me daba un beso en la frente.
-Mejor.
-¿Estás así por lo que te dijo anoche tu hermano? –preguntó mi madre mientras dejaba su abrigo de piel en el perchero de la entrada.
-Se pasó tres pueblos mamá. Y vosotros no le callasteis la bocaza que tiene. –tiré al suelo el trapo de la cocina y me subí a mi cuarto.
-Alice baja, no te comportes como una niña pequeña –decía mi padre mientras recogía el trapo que yo había tirado.

Dí un portazo y me metí de nuevo en la cama. Cuando por fin estaba animada, habían vuelto a conseguir hundirme en el puñetero agujero negro de la depresión.
Mi madre llamó a la puerta pero puse el cerrojo para que nadie viniera a darme la charla.

Unos minutos más tarde, llegaron del instituto Robert, Teresa y Lucy. Seguramente mis padres les contaron lo que me pasaba y por eso nadie vino a mi cuarto.
Cogí el portátil y me conecté al chat rezando por que estuviera Johnny conectado. Lo estaba así que le conté lo que me pasaba.

-Tranquila boba. Si quieres luego a la tarde paso a buscarte y nos vamos a nuestro sitio secreto, ¿quieres? Esa sonrisa tan bonita no puede nunca estar triste, ¿entendido? Así que esta tarde te voy a animar y conseguiré que vuelvas a sonreír y que esos preciosos ojos vuelvan a brillar.

Cada palabra suya me enamoraba. Era obvio que me iba a ir a pasar la tarde con él. Le necesitaba. Necesitaba sus abrazos, necesitaba que esos ojos verdes me miraran tan intensamente que pareciera que me estuvieran leyendo el alma.

A las 4 de la tarde, oí la bocina de un coche. Me asomé por la ventana y vi el coche gris de Johnny. Salí de mi cuarto y me fui al baño a arreglarme y bajé corriendo por las escaleras.
-Alice, ¿a dónde vas? -me preguntó mi madre pero mi respuesta fue el sonido de la puerta de la entrada al cerrarse.

Sabía que mi madre miraría por la ventana así que fui corriendo hacia el coche de Johnny. Le besé y nos fuimos de allí. Esta vez pude ver el trayecto así que si quería estar sola, podría ir a la catedral en ruinas. Johnny me cogió de la mano más cercana a él y la puso en la palanca de marchas. Él puso su mano encima de la mía.

Cuando llegamos, salimos del coche y caminamos por la hierba embarrada. Johnny estaba detrás de mí por lo que aceleró su paso y me cogió de la mano. Al notar el contacto de su piel con la mía, sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Johnny lo notó y me apretó más contra su cuerpo. Seguimos andando hasta que llegamos a la catedral en ruinas y nos sentamos en el mismo sitio que esta mañana. Me cogió de las dos manos y me miró a los ojos.
-Tranquila Alice que yo siempre voy a estar a tu lado para sacarte sonrisas.
-Espero que cumplas tu promesa –dije mientras alzaba la mirada para mirar hacia la ventana de piedra.
-¿Dudas de mi?
-No. Solo espero que la cumplas nada más.
-Eso es dudar y la duda ofende.
-Pues no te ofendas –le susurré mientras le agarraba de su chaqueta de cuero negra para acercarle más a mi cuerpo.

Nuestras narices se tocaron. Tenía la nariz fría y algo húmeda por las gotas de lluvia que caían de vez en cuando. Sus labios también estaban fríos pero al tocar los míos, dejaron de estarlo.
Me gustaba la sensación que recorría mi cuerpo cada vez que no nos separaban ni un solo milímetro. Cuando estaba con él, me sentía como un puzzle completado. Él era la pieza que llevaba años buscando. Él era la pieza para completar mi felicidad y sus brazos el marco que me sostenían.

Pasamos toda la tarde hablando y riendo sentados en el marco de la ventana de piedra. Miré hacia abajo y la altura era de menos de medio metro. Ahora entendía por qué Johnny saltó con tanta confianza.
-Me alegro de haber podido conseguir que sonrías –me dijo mientras me acariciaba la mejilla sonrojada y me daba un beso en la frente.
-Tú siempre consigues hacerme sonreír hasta cuando peor estoy –me esforcé a decir.

Miré mi reloj de muñeca. Eran las 7 de la tarde y estaba empezando a oscurecer. Por lo que Johnny se levantó y me cogió de la mano para llevarme al coche. Mientras andábamos por el suelo embarrado, pasó un brazo por mi cintura y otro por debajo de mis piernas. Hizo un impulso y me levantó.
-Una princesa no puede mancharse esos zapatos tan bonitos de barro –me dijo mientras me sonreía y andaba dirección a su coche.

Escondí mi rostro en su pecho para que no viera lo roja que estaba. Cuando llegamos al coche, me dejó con delicadeza en el suelo y me abrió la puerta del copiloto para que entrara. Entré y saqué mi móvil del abrigo. Tenía unas cuantas llamadas perdidas de mis padres. Volví a guardar el móvil en el bolsillo y puse de nuevo la mano en la palanca de cambios. Unos segundos más tarde, cuando Johnny entró en el coche, puso su mano encima de la mía y arrancó. Johnny me miraba por el rabillo del ojo y cuando veía que yo le miraba, me sonreía y con la mano sobrante, le daba un pequeño golpe en el hombro para que mirara a la carretera.
Aparcó en la acera de enfrente de mi casa. No me quería bajar del coche y no volver a notar su suave piel rozando mi cuerpo. Johnny debió ver como mi rostro se entristecía porque me cogió de la nuca y me besó. Tenía los ojos cerrados pero podía notar como Johnny sonreía. Le acaricié la mejilla y me bajé de su coche gris.
El frío de la calle era helador por lo que me abroché hasta arriba la cremallera y me dirigí hacia mi casa. Cuando entré mi madre vino hacia donde yo me encontraba. Seguramente me echaría la bronca.
-¿Se puede saber dónde has estado, con quién y por qué no has respondido al teléfono?

Lo que yo decía. Me había ganado una buena bronca.
Mi padre vino del comedor con un gesto bastante enfadado y cruzado de brazos. No podía escabullirme porque mi madre taponaba las escaleras y mi padre ya se había colocado al lado mío para que no me escapara de nuevo de casa.
-Estoy harta de que solo apoyéis a vuestro hijo mayor. Ayer él se pasó conmigo y no le dijisteis nada. Y yo hoy salgo a tomar el aire y mirad la que me preparáis. Igualdad mamá, eso quiero.

Robert salió del comedor con Sáhara en brazos. El pelo color arena de Sáhara estaba mojado por lo que supuse que le habían sacado a la calle a dar un paseo.
-Alice, mira, puede que ayer me pasara contigo pero es que dijiste muchos disparates. Y como todos andamos de los nervios, pues exploté y te solté cosas que pensaba y otras muchas que no –dijo mientras acariciaba a Sáhara.

No levanté la mirada del suelo. Aparté a mi madre del paso de las escaleras con la mano y me subí a mi cuarto. Lucy estaba en mi cuarto dibujando mientras bebía de un vaso de cristal un poco de zumo de manzana. Al verme, levantó la mirada y me sonrió.
Me quité el abrigo y las botas de cuero y me tumbé en la cama. Me hice una coleta con la goma de la muñeca y cogí el portátil.
Ariadna estaba conectada por lo que la pregunté por los deberes.
Me dijo que no había por lo que podía relajarme en mi cama y mirar o más bien adivinar qué estaba dibujando Lucy.  Alguien tocó a mi puerta pero no respondí. La puerta se abrió y apareció la cara de Teresa detrás de ésta.
-Creo que tenías razón anoche –me susurró desde la puerta.
-¿Razón en qué? Solo digo chorradas ya oíste a mi hermano.
-Voy a aprovechar este fin de semana para encontrar pistas para buscar a mis padres.
-Ya claro, eso lo dices para que me sienta mejor, ¿no? Robert jamás te dejará ir a buscarles. Te dirá que para algo está la policía.
-Alice, tu hermano es mi pareja no mi padre. Si quiero buscarles, lo haré y espero que tú me acompañes.
-Me lo pensaré. ¿Querías algo más?
-Sí. Decirte que la cena está lista –dijo mientras cogía a su hermana en brazos.

Me estiré, dejé el portátil guardado en su funda y bajé a cenar. 

domingo, 12 de octubre de 2014

Capítulo 7 -> Una decisión que tomar

Dejamos a Lucy en su colegio y nosotros nos fuimos al instituto. Aparqué sin ningún problema en el parking del instituto y nos bajamos los tres de mi coche. Robert se mantenía a una pequeña distancia de Teresa y ésta lo notó y le cogió de la mano. Antes de que él pudiera soltarse, ella le dijo al oído que yo ya lo sabía. Él miró hacia mi dirección y apretó contra su costado a Teresa.
-¡Bueno, bueno! ¡Nuestro Robert se ha echado novia! -gritaban sus amigos revoloteando alrededor de éstos.
Robert ignoró su presencia y siguió andando en dirección a la entrada del instituto con Teresa atada a su costado.
-¡Hola, Alice! -me gritó una voz masculina. Me di la vuelta y pude observar que era Johnny. Alzó su mano para saludarme y vino corriendo a mi lado.
-Hola, Johnny -respondí con voz ronca.
-¿Leíste mi mensaje?
-Sí, lo leí anoche. Y por supuesto que te voy a enseñar la ciudad eso sí, los días que no haya que estudiar, claro.
-Por supuesto, yo también quiero sacar buenas notas. Ahora tenemos historia, ¿no?
-Sí. Por cierto, ¿qué tal te estás mezclando con la gente de aquí? -pregunté mientras íbamos por el pasillo principal que estaba abarrotado de estudiantes y profesores.
-He conocido a algunos compañeros de clase pero digamos que me va a costar mezclarme.
-No te preocupes en un par de semanas será como si siempre hubieras estado aquí.
-Gracias -sonrió y me dejó entrar por la puerta de clase antes que él.
Nos sentamos en los mismos pupitres en los que nos habíamos sentado ayer. Entró el profesor Thomson y empezó a hablar sobre la 2º guerra mundial.
Estuvimos toda la hora cogiendo apuntes. Mis manos sudaban de tanto escribir y no paraban de venírseme a la cara mechones de pelo. De vez en cuando, Johnny desviaba su mirada en mi dirección y al segundo, la volvía a desviar hacia sus apuntes para seguir escribiendo. Me ponía nerviosa que me mirara cada dos minutos.
En cuanto sonó el timbre, salimos todos de clase. Me encontré con mi hermano por el pasillo y me sacó la lengua y yo le devolví el gesto. Dejé el cuaderno de historia en la taquilla y cogí los libros y la calculadora para la clase de matemáticas. Ariadna me estaba esperando en su taquilla. Nos saludamos y fuimos a la clase de la señora Henson.
La señora Henson tenía al menos 50 años, pelo negro con canas, arrugas en su cara redonda y siempre llevaba un pañuelo atado al cuello.
Estaba sentada en su silla de cuero con sus gafas en una mano y con la otra leía un papel. Alzó la mirada al notar nuestra presencia en clase.
-Buenos días señora Henson  -dijimos al unísono Ariadna y yo.

Ella nos miró durante un segundo y volvió a bajar la vista hacia su papel. Era una profesora bastante exigente y nos montaba un escándalo si cometíamos el más mínimo error en un cálculo.
Nos sentamos en unos pupitres que estaban libres y pusimos las cosas encima de la mesa. Me hice una coleta con la goma que llevaba siempre en la muñeca y nos pusimos a hablar hasta que la clase comenzó.
Hicimos varios ejercicios de ecuaciones. Algunos más fáciles que otros. No me gustaban las matemáticas ni se me daban del todo bien. Cuando no entendía algo, Ariadna me lo explicaba.
La clase se me hizo eterna. Sonó el timbre y todos salimos disparados hacia el pasillo para ir a coger nuestro almuerzo de las taquillas del pasillo principal.

El pasillo estaba abarrotado de gente. Había que deslizarse entre las personas y los empujones hacían que no pudieras ir por un camino recto, se iba haciendo eses.
Después de recibir más de 20 empujones, llegué a mi taquilla. Cogí mi almuerzo y dejé los libros. Salí de ese alboroto y me encontré en la calle con Robert y Teresa. Estaban sentados en un banco de al lado de los aparcamientos del instituto. Robert abrazaba con fuerza a Teresa y ésta no paraba de temblar por el frío que hacía.

Ariadna se puso a mi lado mientras me dirigía al banco y ella me acompañó y estuvo con nosotros todo el recreo. Los amigos de mi hermano, estaban a más de cien metros de nosotros pero no paraban de mirar a Robert y a Teresa, cuchicheaban algo, se reían y volvían a mirarles. Robert les ignoraba al igual que todos nosotros. 

Sonó el timbre y todos entramos de nuevo al instituto. Esta vez se agradecía entrar, dentro había calefacción y en la calle estábamos a bajo cero. Nos dirigimos cada uno a su taquilla. Robert cogió sus libros y se apoyó en la taquilla contigua a la de Teresa. Ésta en cuanto cerró su taquilla, abrazó con fuerza a Robert y éste se inclinó hacia ella para besarla. Los dos tenían las narices rojísimas y la mía también lo estaría.
Yo cogí mis cosas y tiré del brazo de Teresa para que respiraran ya un poco. Teresa le lanzó un beso con la mano que la quedaba libre. Mi hermano me sacó la lengua y yo fruncí los labios. Entramos en la clase de tecnología y nos sentamos en los primeros pupitres que vi libres.

La mañana pasó y ya era la hora de salir. En cuanto salimos de nuestra última clase, Robert vino por detrás de nosotros y me hizo cosquillas y después cogió por la cintura a su novia. Ella le rodeó con un brazo y yo me separé un poco de ellos.
Justo cuando iba a salir por la puerta del instituto, me encontré con Johnny. Empezó a contarme un chiste que le había contado un chico con el que había congeniado. Nos dirigimos hacia mi coche.
-¿Quieres que te acerque a tu casa? -le pregunté mientras señalaba mi coche con la cabeza-  Nos sobra una plaza –continué.
-Con el frío que hace no me importaría que me llevaras -dijo mientras se frotaba las manos.
-Bueno pues entonces, súbete  -le dije sonriente mientras yo abría mi puerta.
-Hombre Johnny, ¿te vienes con nosotros? -le preguntó mi hermano.
-Sí, tu hermana me ha invitado  -dijo con voz ronca.
-Y seguro que desinteresadamente, ¿eh hermanita? –dijo con voz burlona mientras Johnny se ponía rojo como un tomate-  ¿Te importaría ponerte tú delante?
-Claro que no -dijo Johnny mientras iba hacia la puerta del copiloto.

Robert y Teresa se pusieron en la parte de atrás. Nos pusimos los cinturones y arranqué. Robert era muy mimoso y aunque no dirigí la mirada hacia su posición, sabía que estaría abrazando a Teresa.
Recogimos a Lucy y dejamos a Johnny en su casa.
En cuanto llegamos a casa, dejé las cosas encima de mi cama y me tumbé sobre ésta. Lucy estaba jugando con mi madre, mi padre estaba haciendo la comida y subía el delicioso olor a la planta de arriba, y los tortolitos, estaban en el sofá del salón, acurrucados y con las mochilas al lado de sus pies.
Mi padre empezó a poner los platos encima de la mesa y yo al oír el sonido del cristal chocando contra la madera de la mesa, bajé por las escaleras y le ayudé.
No podía soportar el sonido de los besos que se daban mi hermano y Teresa. No me gustaba que estuvieran juntos, porque eran mi hermano y mi mejor amiga y si lo de ellos salía mal, Teresa y yo es posible que dejásemos de ser buenas amigas. Aunque por otra parte, Robert conseguía entretener a Teresa de tal manera que ella no mostraba signos de tristeza recordando a sus padres.
Mi padre puso una cazuela en medio de la mesa y yo grité que la comida estaba lista. Todos aparecieron en el comedor a los pocos segundos y empezamos a comer.

-¿Es majo el nuevo vecino? –preguntó mi madre comenzando un tema de conversación.
-Sí mamá. De hecho, hoy tu hija pequeña y menos perfecta y guapa que yo, le ha invitado a venirse con nosotros en coche –dijo mi hermano mientras me miraba y cogía un cazo para echarse un poco del contenido de la cazuela en su plato.
-Me parece bien que seas tan amable con él Alice.

Asentí con la cabeza mientras daba de comer a Lucy. En cuanto terminé, cogí a Sáhara y le puse una correa de cuero marrón atada al cuello. Me puse el abrigo y salí a la calle a dar un paseo. Al hacer mucho frío y Sáhara al ser tan joven, a la media hora volví a casa.
Sáhara corrió hacia los cuencos de comida y agua y yo me quité el abrigo y dejé la correa en la mesa del comedor ya recogida.
No había nadie en la planta baja de la casa así que subí a la segunda. Entré en mi cuarto y me tumbé. Oí susurros en la habitación de mi hermano. Pensaba que serían Robert y Teresa pero había más de 2 personas ahí dentro. Fui y vi a Teresa en la cama de Robert sentada con el teléfono en la mano y mis padres y Robert rodeándola. Lucy estaba sentada en el suelo jugando con una muñeca mía de cuando era pequeña.

-¿Qué pasa? – pregunté mientras me adentraba en el cuarto.
-Ha llamado la policía –dijo Robert mientras daba palmaditas en la espalda de Teresa.
-¿Y qué ha dicho?
-Que están haciendo todo lo posible por encontrar a los padres de Teresa pero que sienten que cada paso que dan para delante, dan dos para atrás. Hay más casos de desapariciones de este tipo y la policía no consigue ninguna pista de dónde pueden estar.
-Entonces tendremos que salir a la calle y buscarlos nosotros mismos -inquirí nerviosa.
-Alice, deja de decir chorradas. La policía sabe hacer su trabajo –me replicó mi hermano.
-Perfecto. ¿Así que os vais a quedar en casa de brazos cruzados?
-Alice.
-¿Qué? – pregunté enfadada.
-Que te calles, joder. ¿No ves lo mal que lo está pasando Teresa para que tú te pongas a decir que seamos detectives? Son chorradas así que haznos a todos un favor y cállate.

Me dolía muchísimo que mi hermano me hablara así. No me parecía una chorrada salir a buscar a los padres de mi mejor amiga. Si la policía no hacía bien su trabajo, alguien tendría que hacerlo, ¿no?
Me fui de la habitación y me encerré en mi cuarto. No quería hablar con nadie. Cogí el libro de literatura y me leí un capítulo. Pero oía como hablaban en el cuarto de mi hermano así que me puse los cascos y puse la música a todo volumen. Cogí el portátil y me conecté al chat. Necesitaba desconectar un poco de mi familia.
Johnny estaba conectado así que le hablé. Le conté lo que me había dicho mi hermano aunque mintiendo sobre el tema de su enfado. El muchacho me decía que yo era lista y que jamás decía chorradas. Me animó un poco aunque en esos momentos lo único que necesitaba era un abrazo de esos que te dejan sin respiración.

Un par de horas después, Johnny me dio las buenas noches y los dos nos fuimos a dormir.

domingo, 5 de octubre de 2014

Capítulo 6 -> Una cena incómoda

Mi padre llegó a los diez minutos de que todos nos sentáramos a cenar. Se quitó el abrigo, lo colgó en un hueco del perchero de la entrada, le tocó en el hombro a mi madre con la mano y le dio un beso en la frente. Mi madre sonrió tímidamente y le apretó cariñosamente la mano contra su hombro.
Mi padre se sentó al lado de mi madre y todos empezamos a cenar.
Mi madre insistió en partirle en pedazos muy pequeños el filete a Lucy. Decía que le recordaba a cuando nos daba a mi hermano y a mí de comer.
Mi madre empezó a contar historias de cuando éramos pequeños y mi padre se reía a carcajadas y mi hermano y yo nos poníamos rojos como tomates de pura vergüenza. Teresa se reía de vez en cuando y nos miraba a los dos.
No hablé en toda la cena simplemente porque no tenía nada que decir. Mi hermano hablaba de vez en cuando para completar las frases o las historietas que contaba mi madre.
Yo me comí mi ración y me fui al baño a lavarme los dientes. Nadie se dio cuenta de mi ausencia. Me dirigí a mi habitación y me puse el pijama de terciopelo color violeta.
Cogí el ordenador portátil y lo puse encima de mi cama. Lo encendí y me senté en mi cama con las piernas cruzadas. En cuanto se encendió me metí en el chat y abrí la bandeja de mensajes. Tenía un mensaje de Johnny.

Hola Alice,

¿Qué tal estás? Yo estoy algo aburrido porque al ser nuevo en la ciudad no conozco a mucha gente y me preguntaba si no te importaría enseñarme un poco la ciudad porque no sé ni donde está el centro comercial.
Si te parece bien, dime fecha y hora y allí estaré para hacer turismo.

Hasta mañana.
Johnny.

No tenía ningún plan pero también sabía que no tardarían los profesores del instituto en empezar a poner exámenes para los que tendría que estar metida en casa estudiando. No le respondí al mensaje porque me lo tenía que pensar y si eso, se lo decía en el instituto.
Me conecté al chat. Había gente de mi clase, familiares y amigos conectados. La primera que me habló fue Ariadna, una compañera de clase. Estaba con ella en las clases de literatura, francés y matemáticas. Estuvimos hablando sobre el libro que nos teníamos que leer.
-Toc, toc -dijo Teresa mientras entraba lentamente a mi cuarto y tocaba con sus nudillos mi puerta. Alcé la mirada pero la bajé al segundo para leer el último mensaje que me había enviado Ariadna -¿Te pasa algo? En la cena no has abierto la boca y te has ido sin decir nada -dijo mientras se sentaba a mi lado.
-¿No tienes algo que contarme? -inquirí en voz baja mientras tecleaba en el ordenador portátil.
-Puff, no sé. ¿Acaso hay algo que deba contarte?-preguntó confusa.
-Yo creo que es normal que me cuentes si te has liado con mi hermano, ¿no crees?-dije alzando un poco más la voz y mirándola a la cara.
Bajó la mirada en cuanto pronuncié esas palabras pero yo le cogí de la barbilla para verle el rostro.
-¿No pensabas decírmelo?
-Te lo hubiera contado si hubiera sabido que lo sabías.
-O sea que si no lo hubiera sabido, ¿no me lo hubieras dicho?-inquirí con voz grave y a la vez algo furiosa.
-Tu hermano me dijo que no te lo dijera porque te enfadarías con los dos -fruncí las cejas y desvié la mirada hacia la pantalla del ordenador. Leí el último mensaje y lo contesté.
-Alice lo siento mucho. Sabes que sino te lo habría contado.

Apagué el ordenador y lo dejé encima de mi escritorio.
-No te preocupes, lo entiendo. Una promesa es una promesa. Pero tan solo respóndeme a una cosa. ¿Qué ha pasado? -dije mientras me volvía a sentar en mi cama.
-Te dormiste y llevamos a Lucy a tu cuarto porque Robert me había dicho para ver una película de miedo en su cuarto. Y bueno ya sabes lo que pasa cuando te asustas por lo que pasé toda la película abrazada a tu hermano. En cuanto terminó, él me empezó a hacer cosquillas y a asustarme con la voz de un monstruo que salía en la película -me explicó mientras jugaba con los mechones de su pelo castaño-. Yo empecé a tener frío y a deprimirme por lo de mis padres y entonces nos metimos dentro de la cama y él me abrazó y bueno el resto ya lo sabes. Creo que es el primer chico que me ha escuchado mientras le cuento mis inquietudes.
-Gracias por contármelo.

A los 5 minutos, mi madre tocó la puerta.
-Hola chicas, ¿os interrumpo algo?
-Claro que no mamá. Pasa.
-Tan solo venía a preguntar dónde quería nuestra invitada dormir -dijo mientras le guiñaba un ojo a Teresa.
-A mí me da igual -dijo encogiéndose de hombros.
-En el salón tenemos el sofá-cama. Es bastante grande por lo que podéis dormir allí tu hermana y tú.
-Vale, me parece perfecto, no quiero ser tampoco una molestia.
-Cariño tú no eres ninguna molestia, eres nuestra invitada. Nos sentiríamos fatal dejándote sola con tu hermana en tu casa vacía sabiendo lo mal que lo debes de estar pasando en estos momentos.

Salió por la puerta de mi habitación y entró en su cuarto. Un par de minutos después salió con unas mantas y las bajó al salón y las empezó a poner encima del sofá-cama.

Cuando fueron las once de la noche, todos nos fuimos a la cama. No podía dormir y no paraba de dar vueltas en la cama. Oí pasos y después oí un pequeño sonido y se abrió una puerta.
Mi puerta estaba entre abierta por lo que pude ver a Teresa entrando en la habitación de mi hermano.
No me parecía bien que estando sus padres desaparecidos, estuviera ligando con mi hermano.
Me levanté de mi cama y me dirigí hacia la habitación de mi hermano.
Giré el picaporte silenciosamente y abrí la puerta. Estaban los dos sentados en un borde de la cama. Robert estaba abrazando a Teresa y la apretaba contra su pecho. Teresa estaba llorando y tenía una mano alrededor de la nuca de éste. Sus lágrimas caían en la parte del cuello del pijama de mi hermano.
En cuanto entré, Robert alzó la mirada hacia mi posición y acto seguido la volvió a bajar.
Me quedé paralizada al lado del marco de la puerta. No sabía qué hacer, entrar y sentarme al lado de Teresa o darme media vuelta y meterme de nuevo en mi cama.
Al cabo de unos minutos, me adentré en la habitación y abracé a Teresa.

Entraban rayos de sol por la ventana y yo me encontraba en mi cama espatarrada y con las mantas medio caídas. Apagué de un golpe el despertador y me estiré en la cama. Me levanté y me vestí para acto seguido ir al baño a arreglarme. En cuanto salí del baño, hice lo de todas las mañanas.  Entrar en el cuarto de mi hermano a despertarle. Le quité de un tirón todas las mantas y él pegó un salto. Me miró enfadado y al ver que no le iba a devolver las mantas y que no le iba a dejar dormir, se levantó murmurando palabrotas por lo bajo y se fue directo al baño. Yo bajé a la cocina para desayunar y vi desayunando a mis padres, a Teresa y a Lucy.
Me cogí un bol del armario de encima de la encimera y me puse leche en él. Lo metí en el microondas y cogí una magdalena de una estantería. Me cogí una silla del comedor y la llevé para ponerla en frente de la mesa de la cocina.
En cuanto yo terminé el desayuno, subí las escaleras y a mitad de camino me encontré con Robert. Éste me dio una colleja en la nuca y yo un golpe con el codo en sus costillas.
Entré en mi habitación y guardé los libros que hoy iba a necesitar en mi mochila de tela. Me la colgué a los hombros y bajé las escaleras. Teresa y Lucy ya me estaban esperando en la entrada y Robert estaba engullendo su desayuno. Cogí mi abrigo del perchero de madera y me puse un gorro de lana rosa claro. Cogí las llaves de mi coche del cuenco y abrí la puerta pero antes de que pudiera dar un paso hacia el suelo frío del porche, mi madre me cogió del brazo.
-Alice, esta noche ha helado así que conduce con cuidado, ¿vale?
-Sí mamá, no te preocupes -le prometí mientras salía a la congelada calle.

Estábamos en invierno era normal que helara. Mi madre seguía pensando que era tan tonta como mi hermano.
Yo me monté en mi asiento y Teresa en los asientos de atrás con su hermana. Mientras Teresa estaba atándole el cinturón a su hermana, Robert salió con un paso ligero de casa mientras se ponía el abrigo y la mochila. Se sentó en el asiento del copiloto y cuando todos estuvimos listos, arranqué el motor.

Las ruedas se patinaban por el congelado asfalto por lo que tuve que conducir muy despacio y con mucha cautela.