jueves, 28 de mayo de 2015

Capítulo 15 -> Nueva York

Mi madre me despertó a las 7 de la mañana y no paraba de meterme prisa y de repetirme mil y una veces que fuera buena, que anduviera con cuidado… Desesperante. Me metió los billetes en el bolso y me preparó el desayuno mientras yo me vestía y me maquillaba. A las 8 en punto estuvo Héctor a la puerta de mi casa. Decidió llevarme las maletas hasta su coche. Mi madre me abrazó muy fuerte y por poco llora.
Héctor me abrió la puerta del coche para que entrara y después metió las maletas en el maletero.
-¿Nerviosa? –me preguntó cuando arrancó.
-Un poco. ¿Y tú?
-Emocionado –me dijo mientras subía la velocidad en la autovía.
-Ya veo –dije mientras veía que cada vez pisaba más el acelerador.
-Me ha parecido raro que tu exnovio no haya venido a montar un numerito.
-No lo ha montado porque no sabe que me he ido.
-Muy lista –me dijo mientras buscaba aparcamiento en el aeropuerto.

Cuando aparcamos, cogimos cada uno sus maletas y entramos en el aeropuerto. Pasamos correctamente los controles de metales por lo que nos sobró bastante tiempo.
-Te invito a tomar un batido –me dijo mientras sacaba de una bolsa de plástico dos botellas. Una con zumo de frutas del bosque en su interior y otra con menta y chocolate.
-Increíble –dije asombrada.
-Es que dudaba que aquí sirvieran nuestros batidos favoritos.
-Muy listo –le dije mientras le guiñaba un ojo y cogía una de las botellas.

Vimos un asiento libre y Héctor insistía en que me sentara yo pero negociamos para conseguir una solución que nos beneficiara a los dos. Él se sentó en el asiento y yo encima de él.
-Pesas muy poco. Mientras estés conmigo, voy a obligarte a comer.
-Lo dudo. Soy muy cabezona y no me dejo dominar por nadie.
-Admite que mi acento italiano me hace más irresistible –dijo bromeando.

Nos empezamos a reír. Minutos más tarde, fuimos hacia nuestro avión. Era bastante grande. Estaríamos más de 200 pasajeros.
Estábamos sentados cuando una voz femenina nos mandó atarnos los cinturones porque el avión iba a despegar.
Nos quedamos los dos dormidos a la hora. Cuando llegamos, estaba lloviendo pero por lo menos no hacía mucho frío. Recogimos nuestras maletas de la cinta transportadora y salimos del aeropuerto. Héctor silbó y paró un taxi delante de nosotros. En ninguna de las ciudades del estado de Ohio paraba un taxi si le silbabas.
El taxista metió las maletas en el maletero y nos llevó al hotel. Durante el camino, pasamos por la Quinta Avenida. Nunca había estado allí. Era una ciudad enorme y llena de gente por todos lados a todas horas. Luces brillantes por las calles y edificios que llegaban al cielo.
Minutos más tarde, llegamos al hotel. Cogimos la llave de nuestra habitación y subimos hasta la planta 18.
La habitación era enorme. Encima de varias mesas había jarrones con flores. Había un pequeño salón con un sofá y una tele de plasma y al lado del salón, estaba el dormitorio.
-¿Una cama de matrimonio? –pregunté confusa.
-Tranquila. Dormiré en el sofá –dijo Héctor mientras dejaba las maletas en el suelo y se estiraba.
-Tampoco quiero que duermas incómodo por mi culpa. Somos amigos, podemos dormir en una misma cama.
-Sí. Bueno, ¿preparada para salir? –preguntó mientras bebía agua del grifo del baño.
-¿A dónde vamos a ir?
-A la calle a ver Nueva York. Por cierto, llama a tu madre. Estará preocupada.
-Ya se me había olvidado.
-¿Unas horas conmigo y ya te has olvidado a tu familia? Soy una mala influencia para ti –dijo bromeando mientras se reía.

Cogí un cojín de la cama y se lo lancé mientras llamaba a mis padres por teléfono. Después de una extensa y repetitiva conversación diciéndoles que estaba bien, colgué, cogí la cámara de fotos y salimos a la calle.
-¿Qué te gustaría visitar primero? –me preguntó mientras abría el paraguas para no mojarnos.
-Los dos estamos cansados así que, ¿qué tal si buscamos un Pub y nos tomamos algo? Yo invito.
-Eres una vaga.
-Tú también estás cansado así que calla – le dije mientras le daba un codazo en la tripa.
-Cierto pero es que me gusta echarte la culpa de que desperdiciemos el día en un Pub.
-Muy bien. Nos vamos a Central Park.
-Muy bien –dijo y después le silbó a un taxi que nos llevó hasta allí.

Central Park era increíble y enorme. Había cientos de árboles y plantas. Nos sentamos en un banco que estaba seco gracias a un enorme árbol que no dejaba que le cayera agua.
-¿Por qué me invitaste? Solo nos conocemos desde hace 2 meses. Podrías haber invitado a la chica de la barra que trabaja contigo.
-La chica de la barra es mi hermana y paso bastante de tener que aguantarla y menos en vacaciones. Me da igual desde hace cuanto nos conozcamos la cosa es, que te has convertido en la persona más importante para mí. Sé que puedo confiar en ti y sé que eres una chica fuerte e independiente.
-¿A dónde quieres llegar?
-Al final de este parque, vamos –dijo mientras tiraba de mi mano para que me levantara del banco.
-¿Qué escondes? –le pregunté mientras andábamos por los caminos del Central Park.
-Deja de hacer preguntas y mira lo que nos rodea. En unos días no volverás a verlo.
-Está bien.

Cuando llegamos a un puesto de perritos calientes, dejó de llover y pudimos sacar unas fotos en condiciones. Héctor hacía el tonto en casi todas y yo le echaba la bronca pero como sabía que me reía, seguía haciendo tonterías.
Cada vez que me despistaba o me centraba para sacar algún bonito paisaje, Héctor venía por detrás y me hacía cosquillas para, según él, dejar de sacar chorradas.
Empezó a anochecer cuando terminamos de recorrernos todo Central Park. Fuimos a un restaurante italiano. Obviamente elegido por Héctor.
Me tradujo el menú y empezó a hablar con el camarero en italiano algo que me encantó. Siempre había querido hablar italiano pero nunca había tenido la oportunidad de aprenderlo. Unas chicas que estaban cenando en una mesa de al lado, al oírle hablar en italiano a Héctor, se acercaron.
-Hola, te hemos visto hablar en italiano y es increíble. ¿Eres italiano? –preguntó una chica alta, delgada y con el pelo marrón claro tirando a rubio.
-Sí señorita. Lo soy. Y no creo que sea para tanto –dijo Héctor mientras se ponía rojo y fardaba de su acento.

Las chicas estuvieron metiéndole fichas durante toda la noche mientras yo hablaba con mi hermano mediante mensajes. Cuando nos fuimos, las chicas se despidieron de él mientras yo salía a paso ligero de allí. Supuestamente me había invitado para pasar las vacaciones juntos no para ser su carabina. Héctor no se dio cuenta de mi ausencia hasta que las chicas le dejaron espacio para respirar. Por desgracia, me encontró demasiado pronto.
-¿Por qué no me has esperado?
-Porque estabas muy ocupado hablando con tus nuevas amiguitas que de seguro, ya no recuerdas sus nombres –le dije mientras aceleraba aún más el paso.
-Los italianos somos irresistibles ya lo sabes –me dijo mientras me cogía del brazo para que parase.
-Héctor, no estoy de humor –le dije mientras me deshacía de su mano.
-¿Quieres que nos vayamos al hotel?
-Yo me voy y tú puedes hacer lo que quieras –le dije mientras intentaba recordar por dónde se iba al hotel.
-¡Espera! He sido un imbécil, ¿vale? Te invité para estar más tiempo a tu lado y lo único que he hecho es dejarte de lado mientras hablaba con unas cualquiera. No me separaré de ti a no ser que tú me lo pidas. Perdóname, por favor –me suplicó mientras me cogía del brazo y me miraba a los ojos.
-Te perdono pero hoy duermes en el sofá.
-Me lo he ganado –dijo sonriente mientras me abrazaba en medio de la calle.

Cuando llegamos, nos quitamos la ropa y cada uno se puso su pijama. Estuvimos viendo una película en el sofá del salón y al parecer me quedé dormida porque me desperté en mi cama. Nada más despertarme, entró Héctor.
-Buenos días, dormilona. Ayer te perdiste la película –me dijo mientras se subía a mi cama para empezar a pegar botes en ella.
-Una pena –dije aún medio dormida mientras intentaba que Héctor dejara de saltar.

Me cogió en brazos y me llevó al baño. De repente, me soltó y caí a la bañera que estaba hasta arriba de agua caliente. Le mojé pero eso a él no le importó porque no paraba de reírse por la cara que había puesto al caer en la bañera.
-¿A que ya no estás dormida? –me dijo mientras se reía y buscaba una toalla.
-Esta te la guardo –le dije mientras salía de la bañera.
-Toma, sécate que no quiero que te constipes.
-Fuera, me voy a cambiar de ropa.

Me vestí y me sequé el pelo. Después, me maquillé y bajamos a desayunar. Había comida de todo tipo. Cogí un vaso de zumo de naranja y un bollo relleno de chocolate y me senté en una mesa. Héctor tardó más en venir. Cuando trajo su bandeja, vi muchísima comida y dudaba de que se lo pudiera comer todo pero fallé. Empezó por los huevos fritos, siguió con las salchichas y las tiras de bacon y terminó con una taza de café.
Su estómago parecía no tener fondo. Yo, sin embargó, me llené con lo que me cogí.
Héctor tenía el pelo alborotado, el peine no era amigo suyo por lo visto. Cuando terminamos de desayunar, salimos de aquel enorme comedor lleno de comida y decidimos salir a la calle.
-¿A dónde quieres ir? –me dijo mientras me abría la puerta del hotel para salir.
-No lo sé. Hay tantas cosas y sitios que ver…
-Entendido. Ven –me dijo cogiéndome de la mano mientras caminábamos por las calles llenas de gente de Nueva York.
-¿A dónde vamos? –le pregunté mientras esquivaba a la gente.
-Es una sorpresa. ¿Llevas la cámara?
-Siempre la llevo encima, ¿por?
-Porque la vas a necesitar.

Me llevó al sitio más famoso de Nueva York, La Quinta Avenida. Estaba llena de gente aunque pude observar al hombre que toca la guitarra en medio de la calle. Llevaba un sombrero de vaquero y cantaba mientras tocaba su guitarra de madera. Héctor se acercó a él y empezaron a bailar y a cantar los dos mientras yo les grababa con la cámara.
La gente que pasaba por allí, no paraba de mirarles, de reírse y de sacarles fotos algo que a mí me molestaba pero por lo visto, a ellos no. Héctor no paraba de decirme y de hacerme gestos para que me uniera a ellos. Yo me negué y Héctor puso cara de un niño cuando se coge una rabieta.

Después de un rato, Héctor volvió a donde yo me encontraba mientras se quitaba la chaqueta de borrego gris que llevaba. Estaba sudando y tenía la cara rojísima.
-¿Cansado? –le pregunté mientras le compraba una botella de agua en una tienda.
-Un poco pero me he divertido. Tenías que haberte apuntado a la fiesta –dijo mientras respiraba agitadamente.
-Prefiero ver monumentos y cosas así.
-Pues vamos a ver estatuas –dijo mientras daba un enorme trago de agua.
-¡Taxi! –grité mientras levantaba la mano y acto seguido un taxi paró delante de nosotros.
-¿A dónde les llevo? –nos preguntó el taxista.
-A donde esté la Estatua de la Libertad –dije mientras me quitaba el abrigo y miraba en el móvil un mapa de Nueva York.

El taxista condujo a bastante velocidad a pesar de los continuos atascos. Cuando llegamos, pudimos oler la sal del océano y sentimos el viento cálido y salado que venía de la costa.
La Estatua de la Libertad era enorme. Siempre que la había visto, había sido en fotos o en videos pero he de confesar que en persona, es impactante. Su color verde grisáceo causado por el tiempo, era bastante intenso. Las olas azotaban la costa con fuerza pero el viento que nos acariciaba la piel no era frío pero era bastante acogedor. Estábamos a últimos de marzo y ya empezaba a notar los primeros efectos de la primavera.
Estuve sacando bastantes fotos hasta que vimos un cartel donde se nos permitía subir hasta la corona de la estatua. Había muchos escalones pero merecía la pena. Desde la corona, se veía todo Nueva York y era hermoso. Era el sitio más apacible de Nueva York. No se oía ningún motor ni bocina de ningún vehículo. Y con la altura, a penas se oía el ruido de las olas al chocar contra las rocas.
-Siempre he soñado con vivir aquí –susurró Héctor mientras miraba toda la ciudad de punta a punta sin pestañear.

En otra parte de la corona, se veía el océano atlántico. Pude observar varios barcos de pesca y de mercancía.
-Yo también pero mis padres preferían quedarse por la zona de Ohio –dije por lo bajo mientras observaba el horizonte del mar.
-Deberíamos cogernos un apartamento y venirnos los dos solos a vivir aquí –dijo sonriente.
-Me encantaría –le dije devolviéndole la sonrisa.
-Cuando te saques el graduado, te traeré aquí conmigo. Yo abriré una cafetería italiana y tú irás a la universidad para estudiar… lo que quieras estudiar –dijo mientras me miraba a los ojos y se acercaba a mí.
-Trato hecho. Iré cada tarde a estudiar periodismo a tu cafetería –le dije mientras me reía y me acercaba para abrazarle.
-Pues mi periodista preferida tendrá cada tarde su batido de frutas del bosque en su mesa permanentemente reservada solo para ella.
Me puse roja y le abracé con más fuerza mientras notaba como los labios de Héctor tocaban la coronilla de mi cabeza. Podía oír su respiración y el latido intenso de su corazón.
-No te fallaré, te lo prometo.
-Sé que no me fallarás. Confío ciegamente en ti.
-Esos ojos no pueden ser ciegos –dijo mientras me apartaba un mechón de pelo de la cara y me acariciaba la mejilla con la otra mano.

Estuvimos varios minutos mirándonos y de repente noté como su rostro se acercaba cada vez más al mío. Quedarían un par de centímetros para que nuestros labios se tocaran cuando una señora bastante mayor con un bastón nos interrumpió.
-Perdona muchacho. ¿Sabes dónde está el baño? –dijo mientras se colocaba bien su chaqueta de tela negra.
-Lo siento señora pero no voy a poder ayudarla. Es la primera vez que subimos -dijo mientras me miraba y notaba como me estaba aguantando las ganas de reírme.
-Tranquilo joven. Gracias de todos modos preguntaré a alguien de esta ciudad porque con la edad no puedo aguantar tanto tiempo sin ir al baño.

La mujer tendría que ir al baño pero no paraba de hablar y de contarnos su vida. Al final, vino su marido que era más joven que ella y la llevó con él pidiéndonos perdón mientras se alejaban.
-Muy maja la señora –dije mientras me reía por lo bajo.
-No te rías. Nos ha fastidiado el momento.
-Recuerda que hemos venido juntos. Vamos a vivir muchos momentos juntos.
-Cierto pero es que era mágico hasta que esa señora ha decidido contarnos sus incontinencias.

Me empecé a reír. Me encantaba cuando Héctor se enfadaba. Al ver que no paraba de reírme, empezó a hacerme cosquillas en la cintura.
-Aquí no hay mucho más que ver. ¿Quieres que bajemos? –me dijo mientras me cogía de la mano.

Bajamos por las escaleras de piedra a paso ligero mientras esquivábamos a la gente que subía.
-¿Sabes por qué me acerqué a ti el primer día en la cafetería? –me preguntó mientras andábamos por la calle.
-¿Porque estaba leyendo un libro que tú ya habías leído? –pregunté haciendo una mueca con los labios.
-Porque el color de tu pelo y tu estilo de vestir me recuerda a mi hermana pequeña.
-No sabía que tenías una hermana pequeña.
-Si no te he hablado de ella es porque murió en un accidente –dijo susurrando.
-Lo siento mucho. ¿Cómo se llamaba?
-Vera. Tenía 16 años cuando murió.
-¿Qué la pasó?
-La intentaron robar pero ella se defendió. Entonces un canalla, cogió una navaja y la apuñaló. Se llevaron las joyas, el dinero... y la dejaron en la calle tirada.

Noté como se le humedecían los ojos y pasaba la manga de su sudadera por sus párpados para atrapar todas las lágrimas que salieran. Le abracé con fuerza y le presté un pañuelo.
-Lo siento, no tenía que haber sacado el tema. No quiero amargar nuestras vacaciones.
-Tranquilo. Vámonos al hotel a comer algo.

Anduvimos hasta nuestro hotel. Dejamos los abrigos encima de la cama y nos sentamos en ésta.
-Por eso me acerqué a ti. Porque era como si Vera hubiera resucitado. Llevaba 2 años sin verla y verte a ti fue como una luz al final del túnel.
-¿Pero no sufres más viéndome todos los días?
-No, porque siento como si hablara con mi hermana.
-Ósea que soy tu hermana pequeña.
-Solo físicamente.
-Eso significa que…
-Que puedo quererte, odiarte y hasta enamorarme de ti.
-Vaya –me quedé helada. Hace tiempo que habían surgido nuevos sentimientos hacia Héctor pero con las broncas que había tenido con Johnny, no había tenido tiempo de centrarme en temas amorosos. Aunque tampoco había puesto interés en conseguir tiempo para pensar en ellos. No quería fastidiar nuestra amistad. Hay gente que dice que después de ser pareja, se puede ser amigos. Yo discrepo. Las cosas así serían tensas y no podrías ver a la otra persona como un amigo porque hace un tiempo, era tu todo, tu vida entera.
-Me gusta estar contigo, ¿sabes? –me dijo mientras me abrazaba.

Asentí y hundí mi rostro en su hombro mientras poco a poco él se iba echando para atrás hasta quedarse tumbado. Me puse encima de su pecho mientras hacía círculos con el dedo en su camisa gris clara de algodón. Me apretó contra su pecho y yo me amoldé a su cuerpo. Pasamos así bastante tiempo hasta que nuestras tripas rugieron.
-¿Tienes hambre? –me preguntó mientras se apoyaba en sus codos para mirarme a los ojos.
-Sí. ¿Bajamos a comer algo? –le pregunté mientras me quitaba de encima de su pecho.
-Claro –me susurró mientras acercaba su rostro al mío.
-Pues vamos –le dije animadamente mientras me alejaba de él y me ponía de pie.

Bajamos al comedor del hotel y nos sentamos en una mesa de madera con un mantel lila con dos sillas a juego. Empezamos a comer y a la mitad de la comida, Héctor pidió dos jarras de cerveza. Cuando nos trajeron las jarras, Héctor me guiñó un ojo mientras alzaba la mano para que brindase con él. Cogí la jarra y la choqué con la suya. Héctor de un trago se bebió media jarra mientras que yo solo le di un pequeño sorbo.
-¿No te gusta la cerveza? –me preguntó mientras cogía un trozo de pan.
-Sí. Solo que no suelo acompañarla de comida.
-Vaya, vaya. Así que eres de las que prefiere ir a un bar y tomársela con unos frutos secos, ¿eh?
-Podría decirse que sí –dije mientras hacía una mueca con los labios.

Cuando terminamos de comer, cogí el móvil y vi que tenía una llamada perdida de mi hermano.
-Hola, Robert. He visto tu llamada. ¿Ha pasado algo?
-Hola, Alice. Encontramos la hoja de la agenda que faltaba. Ponía el nombre de las personas con las que habían quedado esa noche y fuimos a buscarlas.
-¿Quiénes eran? ¿Os han ayudado? –pregunté agitada mientras cogía mi abrigo de la silla de madera del comedor.
-Los encontramos…en el cementerio.
-¿Han muerto?
-Los asesinaron antes de ir a la cena. El hermano de uno de los que han muerto, estaba al tanto de lo que pasaba. Él cree que si estuvieran muertos Keira y Fer, les habríamos encontrado.
-¿Eso es bueno?
-Sí, porque puede que se estén escondiendo de los que quieren matarles. Y para que no les atrapen, han tenido que desaparecer de la noche a la mañana sin dejar rastro dejando que sus hijas crean que les han secuestrado.
-¿Dónde encontrasteis la hoja de la agenda?
-Nos colamos en el restaurante francés y sin que nos vieran, entramos en el despacho del manda más de ese sitio.
-¿Eso quiere decir que los del restaurante están metidos en el ajo?
-Afirmativo. Todo saldrá bien. Seguro que les encontramos pronto así que no te preocupes y diviértete con tu amiguito –dijo la última palabra de forma burlona.
-Está bien. Da por echo que me divertiré –dije para fastidiarle.
-Venga, enana. Pronto hablaremos. Dale recuerdos de parte de mamá a Héctor. Y trae regalos.
-Vale. Adiós.

-¿Pasa algo? –me preguntó Héctor mientras andábamos por la calle.
-Nada. Chorradas de familia. Mi madre te manda recuerdos.
-Me ha cogido mucho cariño, ¿eh? –me dijo mientras me daba un leve puñetazo en el hombro.
-Ya ves. ¿A dónde vamos? Hoy eliges tú.
-Pues como sé que te gustan las estatuas, vamos a un museo.
-Te aburrirás.
-No si estoy contigo.

Fuimos a un museo de cera. Hicimos un pequeño concurso de a ver quién de los dos adivinaba quién era la figura de cera antes. Por supuesto, todos eran famosos. Estuvimos unas cuantas horas allí metidos. Era un museo bastante grande pero fue divertido porque Héctor no paraba de hacer tonterías.
Cuando salimos de allí, nos sentamos en un banco de una plaza. Hacía bastante calor por lo que Héctor fue a un bar y trajo dos botellas de cerveza frías.
-¿Acerté? –me preguntó mientras me daba una de las botellas.
-Sí. Gracias –le dije mientras una sonrisa ocupó gran parte de mi rostro.

Unas palomas se posaron en frente del banco donde estábamos sentados y un hombre mayor que pasó, les tiró migas de pan. Minutos más tarde, pasó un niño corriendo y las espantó haciendo que salieran volando por toda la plaza.
-¿Tú no oyes música? –me preguntó Héctor mientras miraba para todos lados.
-Sí. Creo que es una orquesta.
-¿Una procesión? Es Semana Santa así que no sería raro.
-Cierto. ¿Nos acercamos?
-Ya vienen por ahí.

Sonaba una melodía bastante animada. Sería la procesión del Domingo de Resurrección. Unas mujeres cantando, entraron a la plaza con ramos de flores y bailando. La pequeña orquesta iba detrás de ellas tocando. La gente que estaba en la plaza, empezó a bailar ya que las mujeres del coro les animaron a hacerlo.
-¿Bailamos? –me preguntó Héctor mientras dejaba la botella de cerveza en el suelo y me tendía una mano.
-¿Lo dices enserio?
-Sí. ¿Acaso no quieres bailar...conmigo? –dijo mientras ponía una cara de niño pequeño triste.
-Está bien. Bailemos –le dije mientras le cogía de la mano y me levantaba dejando la botella al lado de la suya.

Héctor sonrió y me cogió de la cintura con una mano y con la otra sostuvo mi mano. La mano que me sobraba, la puse en hombro. Héctor bailaba increíblemente bien. Yo sabía bailar pero no tan bien como él. Me dio varias vueltas y cuando se terminó el baile, me acercó a su cuerpo y me fue echando para atrás. Mi única base para no caerme era su mano en mi espalda. Mis pies estaban en el suelo y mis rodillas dobladas mientras que el resto de mi cuerpo estaba casi en paralelo con el suelo. La mano que le sobraba a Héctor, acarició mi mejilla. Acercó su rostro tanto que podía notar su aliento y su respiración. Podía sentir como la gente nos miraba. Siguió acercando su rostro hasta que probé por primera vez el sabor de sus labios. Sus manos me acercaron más hacia él y me fue levantando poco a poco. Cuando pude sostenerme por mí misma, mis brazos rodearon su cuello y volví a besar sus cálidos labios.
-Disculpa mi atrevimiento pero es que no podía resistirme.
-Yo tampoco podía seguir más sin saber que sentiría al besarte –dije y nada más terminar de decir la última sílaba, su mano se posó en mi nuca y volvió a acercar nuestros rostros. Nuestros labios volvieron a fundirse.

En medio del beso, mi móvil empezó a sonar. No tenía pensado cogerlo pero no paraba de sonar por lo que acabé respondiendo a la llamada.
-Alice, soy Johnny. Fui a tu casa y me dijeron que ya no estabas en Ohio.
-Hola. Estoy de vacaciones. ¿Qué quieres?
-Que me perdones y que volvamos a ser uno. Quiero volver a enamorarte e irme contigo de vacaciones. Te echo de menos y no sé cómo recuperarte.
-Ya no puedes hacer nada, lo siento.

Colgué y apagué el móvil. Héctor me miró intrigado. Noté cómo mi rostro se palidecía y que mis ojos no brillaban de felicidad.
-¿Quién era? ¿Qué ha pasado?
-Era mi exnovio.
-¿Para qué te llama?
-Ya sabe que no estoy en Ohio. Quiere recuperarme.
-Qué oportuno, joder.
-Tranquilo. Él es pasado.
-Te agradezco que no me quieras decir su nombre porque sino iría ahora a Lorain a…

Le tapé la boca con la mano antes de que pudiera terminar la frase. Le sonreí para que se tranquilizara y le agarré de la mano.
-Alice, quiero que te vengas a vivir conmigo. No estás segura donde vives.
-¿Por qué dices eso?
-Él está obsesionado contigo y tengo miedo de que cuando se entere de lo que pasa entre nosotros, por un ataque de celos, te haga daño.
-Tranquilo. No me hará nada. Además, mi hermano me protege.
-Estaré tranquilo si puedo protegerte yo mismo.
-No puedo irme de casa. Soy menor.
-Cierto. No había pensado en tu edad, lo siento -me susurró mientras me abrazaba con fuerza mientras nos sentábamos en el banco de antes.

Cuando fue de noche, nos fuimos a la habitación del hotel. Dejamos las chaquetas en el perchero que había detrás de la puerta y encendí la televisión. Héctor me cogió por la cintura y me tiró encima de la cama. Él se puso encima de mí. Me besó el cuello mientras sus manos me iban quitando la camiseta. Mis manos fueron subiendo quitándole su camisa de cuadros. Notaba su suave pecho rozando el mío. Noté como sus manos acariciaban mis caderas mientras nuestros labios se fundían. Mis manos acariciaban su fornida espalda de arriba abajo mientras le apretaba cada vez más contra mi cuerpo. La excitación recorrió todo mi cuerpo. Sus suaves labios recorrieron todo mi cuerpo. Su suave tacto me gustaba y él lo notó. Siguió besándome mientras nos quitábamos el uno al otro la ropa y nos metíamos dentro de la cama. Mi mano agarró su pelo castaño y cada vez que la excitación se hacía mayor, mi mano agarraba más fuerte su pelo. Su cuerpo era el perfecto molde del mío. De vez en cuando, Héctor me susurraba al oído que me quería y eso hacía que nuestra pasión fuera tan ardiente como el fuego. Nuestros cuerpos, esa noche, fueron uno. Y por supuesto, Héctor esa noche no durmió en el sofá.

Un rayo de sol me despertó y lo primero que vi al abrir los ojos, fue el cuerpo desnudo de Héctor entrelazado con el mío. Algunas sábanas estaban en el suelo. Acerqué mi rostro al de Héctor y le besé.
-Buenos días –me dijo con la voz ronca y con los ojos medio cerrados mientras con una mano me acariciaba la espalda.
-Pensé que lo había soñado.

Héctor sonrió mientras me acercaba a su cuerpo. Héctor notó mi intento de besarle y él bajó su cabeza para acercar sus labios a los míos.
-Yo creo que aún sigo soñando porque me he despertado al lado de un ángel.
-Pues si esto es un sueño, espero que no nos despertemos nunca. Te quiero.
-No tanto como yo a ti.
-¿Es raro acostarte con tu hermana? –pregunté bromeando.
-Creo que esto es ilegal –dijo riéndose. Me abrazó muy fuerte y me besó en la frente.
-¿Entonces quieres que me vista y volvamos a dormir separados?
-Sabes perfectamente que no quiero alejarme de ti. Siempre estaré a tu lado, te lo prometo.
-Eso ya lo he oído por otras personas y todas han acabado yéndose.
-Te demostraré que no soy como otros.
-Está bien –le dije mientras le abrazaba.

Me levanté, me tapé con una sábana y me fui al baño. Allí dentro, me vestí, me peiné y me maquillé. Cuando salí, Héctor estaba vestido, sentado en el borde de la cama poniéndose unas deportivas. Al entrar en la habitación, alzó la mirada y me sonrió.
-Ya me has conquistado. No hace falta que te arregles tanto –me dijo mientras se levantaba y se acercaba para besarme.
-Echaré de menos no despertar a tu lado cuando nos vayamos a Lorain.
-Mi oferta de venirte a vivir conmigo sigue en pie.
-¿Vives solo?
-Sí y como me siento solo, quiero tener tu compañía.
-Cuando cumpla 18 puede que acepte tu oferta.
-Esperaré entonces –me susurró mientras me abrazaba con fuerza.
-Este trimestre, seguiré yendo cada tarde a tu cafetería a por mi batido.
-Y yo seguiré reservándote la mesa de siempre.

Nuestros labios volvieron a envolver nuestro amor. Podía notar su suave lengua acariciándome los labios. Sus manos cogieron mis muslos y me alzaron. Enredé mis piernas en su espalda y mis brazos rodearon su cuello. No quería separarme ni un milímetro de él.
-Me llevaré un libro aunque no me lo lea –le susurré mientras le guiñaba un ojo.
-Y yo te diré que me lo he leído –dijo mientras yo notaba como sonreía en mi cuello.

Estuvimos abrazados durante varios minutos. Después, me soltó y nos fuimos a desayunar al comedor del hotel. Cogió mucha comida pero no se la comió toda él. Cada dos por tres, me daba un poco y otras veces, yo se la quitaba a él de la boca.
-Es una pena que nos tengamos que ir mañana –le dije mientras cogía el vaso de zumo para darle un sorbo.
-No importa.
-¿Ah, no?
-He encontrado a mi hermanita y sé que ella me corresponde igual que yo a ella.

-Te adoro –le dije mientras le abrazaba mientras alzaba la cabeza para llegar a sus labios.

jueves, 21 de mayo de 2015

Capítulo 14 -> Los finales

Estaba en las últimas semanas del segundo trimestre y tenía exámenes de todas las asignaturas. Johnny seguía sin aparecer por clase. Llevaba más o menos un mes si saber nada de él. No sabía ni si seguía en Ohio. Esta semana empezaba el agobio de los exámenes y así dos semanas.
El lunes me levanté y fui como siempre con mi hermano y con Teresa al instituto. Habíamos seguido investigando la desaparición Keira y Fer pero no encontrábamos nada. Los italianos que me secuestraron tampoco volvieron.
El lunes tenía examen de historia. Me senté donde siempre y saqué mis apuntes para repasar un poco antes de que me dieran el examen.
-Hola.

Me asusté al oír su voz. Ya estaba tan acostumbrada a su ausencia que no me había dado cuenta de que había vuelto. Tenía el pelo un poco más largo y su cuerpo estaba más tonificado.
-Pensaba que no ibas a volver.
-Ese era el plan pero según mi padre, soy un niñato mimado y malcriado y tengo que empezar a ser un hombre. Tengo que resolver mis problemas y empezar a usar la cabeza para no hacer tantas tonterías.
-Tu padre tiene razón y me alegro de que te haya metido en vereda.
-¿Sigues enfadada? –me dijo mientras dejaba sus apuntes encima de la mesa.
-Has estado un mes desaparecido sin dar señales de vida y todo por  una tontería. Por lo que tengo razones para estar enfadada.
-Lo entiendo. ¿Cómo puedo ganarme tu perdón?
-Ganándotelo. Y créeme cuando te digo que no es fácil.

El profesor entró antes de que Johnny pudiera contestarme. Nos repartió los exámenes y empecé a escribir todo lo que sabía. Había tenido tiempo para estudiar mientras se horneaban los bollos que hacía con Héctor.

La clase se terminó y todos entregamos el examen. Salí al pasillo y Johnny me siguió.
-Dime qué tengo que hacer para que me perdones –me dijo mientras me agarraba del brazo para que dejara de avanzar.
-Johnny, tú sabrás qué tienes que hacer –le dije mientras intentaba que me soltase.

Me soltó al ver que tiraba de mi brazo para soltarme. Se quedó parado en medio del pasillo. Sus ojos se humedecían poco a poco. Pero yo me di media vuelta y me fui al aparcamiento del instituto.
-¿Te vas? –me preguntó Ariadna.
-Sí. Hasta la última hora no tengo otro examen así que me voy a casa a estudiar. Luego nos vemos.

Me fui andando hacia la cafetería italiana.
-Hola Alice, ¿qué haces aquí? ¿No tienes clases? –me dijo Héctor mientras servía un par de cafés a una pareja.
-No tengo examen hasta la última hora así que he venido a estudiar y de paso a hacerte compañía.
-Tú nunca te pierdes las clases. ¿Qué ha pasado? –me preguntó mientras venía para sentarse a mi lado.

Suspiré. En un mes había conseguido conocerme mejor que nadie. Me cogió de la mano y sus ojos grises penetraron los míos.
-El chico del que te hablé ha vuelto.
-¿Tu exnovio?
-Sí. Quiere que le perdone pero le he dicho que se lo gane y como sabía que en clase no iba a prestar atención, he decidido venir aquí.
-Y así yo te distraigo, ¿no? –me dijo mientras levantaba una ceja.
-Exacto –le dije mientras me reía.
-Ven. Hoy toca lección de batidos y zumos.

Me cogió de la mano y tiró de ella para que me levantara. Me explicó como hacer el zumo que yo siempre pedía. Siempre que me quería enseñar a hacer algo, se ponía detrás de mí y me cogía los brazos y me los movía de un lado a otro. Era como su marioneta. Después de terminar de hacer el mío, hicimos su batido favorito, el de menta, chocolate y nata.
-Vamos a terminar contratándote aquí –me dijo amistosamente la mujer que siempre estaba en la barra.
-Yo por mí encantada –dije mientras Héctor y yo nos reíamos.

Cuando terminamos de hacer los zumos, nos sentamos en la mesa de madera en la que me senté el primer día. Héctor desde la segunda semana, ponía en esa mesa un cartel de reservado para que nadie se sentara allí. Así se aseguraba de que me quedara más tiempo.
-¿Está rico? –le pregunté cuando dio el primer sorbo al batido que yo había preparado.
-Mucho. El mejor que he probado en toda mi vida –me dijo mientras sonreía.
-He aprendido del mejor –le dije mientras le guiñaba un ojo.
-¿Sabes qué? Ese exnovio tuyo ha sido un idiota. Ha estado un mes sin ver lo más bonito de Ohio.
-Mentiroso –le dije mientras le daba un codazo y me ponía roja.

Pasamos toda la mañana hablando y riendo e insistió en llevarme al instituto en su coche ya que no había clientes. Su coche era negro y pequeño pero tenía bastante potencia. Aparcó en el aparcamiento del instituto. Salió del coche corriendo y me abrió la puerta para que saliera. Yo me reí y salí. Notaba como la gente que estaba fuera nos miraba. Una de esas personas era Johnny. Aunque yo no le vi.
Aún quedaban 10 minutos para entrar por lo que me quedé hablando con Héctor. Cuando sonó el timbre, tocó despedirse.
-Suerte en el examen aunque seguro que te sale perfecto –me dijo mientras me daba un abrazo.
-Gracias –le dije casi sin aliento por todo lo que me estaba apretando Héctor contra su cuerpo.
-¿Luego te pasarás por la cafetería?
-Claro –le dije mientras me alejaba poco a poco de él.

Héctor agitó su mano para despedirse y yo imité el gesto. Anduve por el pasillo abarrotado de gente. Tenía examen de latín. Allí me encontré con Johnny de nuevo.
-¿Tan pronto me has olvidado? –me susurró mientras me sentaba en mi pupitre.
-¿De qué hablas?
-Te he visto con ese chico. Y supongo que será tu nuevo novio. Por eso te pregunto si ya me has olvidado. Aunque si estás con otro, supongo que sí.
-Es un buen amigo y además a ti no tengo que darte explicaciones de nada.
-Lo sé. Mira no sé quien es él porque le he visto a lo lejos pero si le conociera, intentaría ser mejor que él para que volvieras a enamorarte de mí.
-Pues me alegro de que no sepas quien es –susurré mientras recogía mi examen.
-En silencio. Estáis en un examen –dijo el profesor de latín.

Agaché la cabeza y empecé a escribir. Notaba como Johnny me miraba. El profesor pensó que intentaba copiarme y le puso unos pupitres delante de mí. Por una parte, me alegré de que le hubiera separado de mí. Me agobiaba.

Pasaron las dos semanas de exámenes. Johnny había estado cada día a mi lado intentando que le perdonara pero yo no le dirigía la palabra. Al contárselo a Héctor, intentó tomar cartas en el asunto pero se lo prohibí. Me ayudaba mucho hablar con él. Al terminar los exámenes y llegar las vacaciones de Semana Santa, Héctor me dijo que tenía también vacaciones. Estuvimos hablando de los sitios a los que queríamos ir algún día.
-Te invito a pasar las vacaciones conmigo –me dijo el día antes de que empezaran las vacaciones.
-Ojalá pudiera.
-Ya casi tienes 18 años. Además, conmigo estarás a salvo.
-¿Y a dónde iríamos?
-A Nueva York.
-¿Enserio?
-Yo nunca bromeo ni con Nueva York ni con Italia.
-Sería genial ir.
-Tus padres saben que soy de fiar.

Les había presentado antes de que Johnny hubiera vuelto al instituto. Mis padres dijeron que parecía un buen chico y que al tener un trabajo, era responsable.
-Seguro que si les preguntamos, te dejan venir –me dijo mientras salíamos de la cafetería.
-Vale, intentémoslo.

Cuando llegamos a casa, mis padres se alegraron de verle y al ver las horas que eran, antes de que él pudiera preguntarles sobre las vacaciones, insistieron en que se quedara a cenar. Él aceptó y le pusieron los platos al lado de los míos para que nos sentáramos juntos.

Héctor nos estuvo contando historias sobre su tierra natal, Italia. Se había mudado aquí hacía unos meses por el trabajo de sus padres. Aunque echaba de menos Italia, sabía que no volvería hasta que pudiera ser independiente económicamente.
Cuando terminamos de cenar, le di un codazo a Héctor para que les preguntara si podía irme con él de vacaciones a Nueva York.
Al principio mis padres dijeron que no pero no sé como, Héctor les convenció.
Mi padre cogió su ordenador portátil y empezó a mirar vuelos. Mi padre estaba más emocionado que Héctor y yo juntos. Parecía como si quisiera perderme de vista. Mi madre cogió una maleta de ruedas del armario de la entrada y la subió a mi cuarto.
-Parece que se lo han tomado bien –me dijo riendo Héctor.
-Anda ayúdame a hacer la maleta –le dije mientras tiraba de él para que subiera las escaleras.
-No hará calor así que llévate ropa de invierno. ¿Quieres que venga a recogerte?
-Sí. ¿A qué hora es el vuelo?
-Tu padre nos ha reservado el de las 9 de la mañana así que saldremos de aquí a las 8.
-Entendido –le dije sonriendo.


Metimos bastante ropa en la maleta y cuando terminamos, Héctor se fue a casa. Yo no pegué ojo en toda la noche por los nervios que tenía. 

jueves, 14 de mayo de 2015

Capítulo 13 -> Pesadillas

Me desperté de un grito y notaba como caían gotas de sudor por mi frente y espalda. Sáhara vino a acurrucarse a mi lado y volvió a dormirse.
-¿Estás bien? –me preguntó mi hermano entrando corriendo en mi cuarto.
-Sí tranquilo, solo ha sido una pesadilla.

Vi que en la mano llevaba un bate de béisbol. Era la primera vez que se levantaba tan rápido de la cama. Estaba claro que él estaba más o igual de aterrado que yo.
-¿Qué hora es? –le pregunté mientras cogía una toalla de un cajón de la mesita de noche y me secaba el sudor.
-Las 5. ¿Quieres que me quede?
-Sí, por favor.

Se sentó en el borde de mi cama mientras dejaba el bate en el suelo y ponía su mano en mi rodilla.
-Tranquila. Conmigo no te pasará nada.
-Gracias –le dije mientras ponía mi cabeza en su hombro.

Me abrazó y me empujó para que me metiera en la cama y él se puso en el otro lado de la cama.
-¿Qué pasaba en la pesadilla? –susurró mientras se tumbaba y se tapaba con las mantas de mi cama.
-Estaba en la sala de torturas donde me han llevado esos italianos secuestradores pero no estaba yo sola. Había más gente. Mayores y pequeños, todos asustados y temblando. En las paredes había sangre y estaba atada con cadenas. Nos torturaban para que dijéramos aquello que ellos querían oír y así matarnos. En ese sitio había familias enteras y torturaban a los hijos  para que los padres confesaran.
-¿Reconociste a alguien?
-No. Solo a los torturadores que eran los mismos que yo vi.
-No te preocupes que no volverán a acercarse a ti.
-No tengo miedo de que me hagan daño a mí sino a la gente que más quiero.

Robert suspiró y me susurró que intentara dormir aunque sabía que ninguno de los dos volveríamos a conciliar el sueño.
El despertador sonó a las 7 y no había pegado ojo. Me di media vuelta para apagarlo y le di un pequeño codazo a Robert. Él también estaba despierto. Nos levantamos y él se fue a su cuarto a vestirse y yo abrí el armario y ojeé mi ropa. En la calle hacía bastante frío por lo que me puse algo que me abrigara.
Cuando elegí la ropa adecuada y me la puse, fui al baño a peinarme los pelos de loca que tenía y me lavé parte del cuello y la cara para quitarme el sudor. Después, bajé a desayunar. Teresa ya estaba desayunando y a su lado estaban Lucy y Robert.
-Buenos días –me dijo Lucy con su voz de niña pequeña mientras me sonreía e iba hacia la encimera para intentar coger un bol. Pero su baja estatura le impedía hacer tal cosa. Se ponía de puntillas, saltaba… pero aún así no consiguió su propósito.
La cogí en brazos y la llevé a su trona para que no estuviera correteando por ahí. Cogí un bol de cristal y lo llené de leche y lo metí al microondas como todas las mañanas.
-Anoche oí un grito, ¿pasó algo? –dijo Teresa mientras removía con una cuchara la leche chocolatada de su cuenco.
-Una pesadilla, nada más.

Me di media vuelta y fui hacia el armario de madera de la cocina y cogí una bolsa de plástico. En su interior había magdalenas. Cogí dos y las puse sobre la mesa.

Cuando todos terminamos de desayunar, salimos de casa. Oí la bocina de un coche y miré hacia la derecha. Johnny había venido a recogerme.
-Chicos, me voy con Johnny al instituto. Allí nos vemos.
-Vale –dijeron Robert y Teresa al unísono.

Fui hacia el coche gris de Johnny y entré.
-Hola –me dijo con una sonrisa en su rostro mientras se acercaba para darme un beso en la mejilla.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté extrañada.
-Pues que no te voy a dejar sola ni un segundo. Voy a pegarme a ti como el celo.
-¿Acaso vas a ser mi guardaespaldas?
-Si es necesario sí.

Le sonreí mientras Johnny conducía por la carretera. Johnny me miró y frunció el ceño.
-¿Pasa algo?
-¿Has dormido esta noche?
-Tuve una pesadilla y no pude pegar ojo.
-Si quieres por las noches me cuelo en tu casa y dormimos juntos –me dijo mientras me guiñaba un ojo.
-Mi hermano vino a dormir conmigo aunque ninguno de los dos pudo dormir.
-Bueno por si cambias de idea, que sepas que mi oferta sigue en pie.
-Vale, me lo pensaré –dije mientras me reía sin muchas ganas.

Cuando llegamos al instituto, los que iban con nosotros a clase, se nos quedaron mirando.
-Por favor, dime que no vengo en pijama.

Johnny se empezó a reír pero me miró para comprobarlo.
-Estás preciosa. Nos miran porque vamos cogidos de la mano y nadie sabía que éramos pareja.
-Tiene sentido –le dije a Johnny mientras me reía.

Ariadna vino con una sonrisa traviesa hacia nosotros.
-¿Qué me he perdido? –dijo mientras ponía sus manos en sus caderas.
-No mucho –dijo Johnny mientras tiraba de mí para llegar cuanto antes a nuestra clase.

Ariadna se cruzó de brazos y se fue de nuestro lado. Por el pasillo vi a Robert y Teresa que iban cogidos de la mano, se estaban despidiendo antes de entrar a las clases. Nos sentamos en dos pupitres que había libres. Dejé la mochila en el suelo y el abrigo en la silla y Johnny hizo lo mismo.
-¿Por qué a veces eres tan borde? –le susurré mientras sacaba los libros de historia.
-No soy borde. La gente no acepta la privacidad de los demás y yo hago que se note hasta dónde alguien puede o no preguntar. No me gustan los cotillas y menos aquellos que se inventan falsos rumores para fastidiar a alguien que les cae mal.
-Tienes razón pero todo se puede decir desde el respeto.
-No la he insultado por lo que he respetado su persona.
-Está bien. Déjalo.
-La he contestado bien –murmuró mientras hacía garabatos en un trozo de papel.

No contesté. No quería tener broncas con Johnny. No hablamos en toda la hora de historia. Ni si quiera nos miramos. Estuvimos en silencio cogiendo apuntes.

Cuando terminaron las clases, Johnny salió a paso ligero del instituto. Yo intenté alcanzarle pero iba demasiado rápido y la multitud de gente por los pasillos no ayudaba. Cuando salí, el coche de Johnny no estaba en el aparcamiento.
-¿Qué le has hecho al pobre chico? –me preguntó mi hermano mientras seguía la dirección de mi mirada.
-Se ha ido –dije entre susurros.
-Vámonos a casa Alice –dijo Teresa al acabar las clases mientras me abrazaba y me llevaba hasta el coche de Robert.

Recogimos a Lucy y nos fuimos a casa. No hablé en todo el camino aunque notaba cuando Robert o Teresa me miraban por el espejo retrovisor. Cuando llegamos a casa, tiré todas mis cosas en el suelo de mi cuarto y me tiré encima de la cama. Robert y Teresa insistieron en que comiera algo pero les ignoré.
Cada dos minutos miraba el móvil rezando para que Johnny me llamará. No llamó en todo el día ni yo a él. Era una tontería nuestro enfado pero a veces, las cosas más pequeñas, son las que más nos importan.
Pasé la tarde entera tirada en mi cama mientras oía como los demás decidían irse a la calle para pasear a Sáhara.
Cuando me aseguré de que no había nadie en casa, cogí un libro de clase y empecé a estudiar. No me gustaba estudiar pero era mejor que darle vueltas a algo que sé que pensando no lo voy a solucionar.

Después de una hora estudiando, decidí salir a la calle. Me daba igual que vinieran los italianos de nuevo. Conduje con mi coche hasta la nueva cafetería italiana. Era un local bastante grande y con bastante ambiente.  Fui a la barra y pedí un zumo de frutas del bosque. La camarera italiana me lo preparó en pocos minutos y adornó la copa con una frambuesa congelada y una pajita larga y gorda color morado. Cogí la copa y me senté en una mesa pequeña de madera que estaba libre. Saqué de mi bolso el libro de literatura y me puse a leerlo para pasar el rato.
-“Romeo y Julieta”. Una historia un poco trágica, ¿no crees? –me dijo un chico italiano alto con una camiseta negra y un delantal color rosa muy oscuro con el logotipo de la cafetería dibujado.

Alcé la miraba y le sonreí mientras cerraba el libro.
-¿Te lo has leído? –le pregunté mientras daba un sorbo del batido.
-Es un clásico. Soy Héctor –me dijo amablemente mientras apretaba mi mano con la suya en señal de saludo.
-Alice.
-Encantado –dijo mientras me daba un beso en la mano-. Bueno dejo que sigas leyendo que yo tengo mucho que hacer. Luego nos vemos.
-Vale. Hasta luego –le dije mientras volvía a abrir mi libro y le daba otro sorbo al zumo.

Héctor tendría unos 19 años y tenía el pelo castaño muy oscuro y los ojos grises. Su acento podía enamorar a cualquier americana. Era un chico bastante musculoso y trabajador aunque pude observar como la chica de la barra a veces le echaba la bronca por hacer mal los pedidos.
-Leer tanto es malo –me dijo Héctor mientras se ponía un abrigo gris.
-¿Te vas? –pregunté mientras miraba la hora.
-Vamos a cerrar. Pero mañana si quieres puedes volver.
Me reí mientras cogía mis cosas y me dirigía hacia la salida.
-Alice.
-Dime –le dije mientras me daba media vuelta para verle el rostro.
-¿No nos hemos visto antes? –preguntó extrañado.
-Lo dudo. Sino me acordaría.
-Qué raro. Es que tu rostro me es muy familiar.

Me acompañó hasta mi coche.
-¿Quieres que te lleve? –le pregunté.
-Tengo el coche una manzana más alante.

Nos quedamos los dos en silencio mientras oíamos los truenos en la oscuridad de la noche.
-Va a empezar a llover será mejor que llegues a tu coche antes de que te mojes.
-Sí, debo irme.

Notaba como Héctor quería decirme algo pero no se atrevía a hacerlo. Me abrazó para despedirse de mí y se fue. Yo entré en mi coche y me fui a casa.
-¿Dónde has estado? –me preguntó mi hermano nervioso y algo enfadado.
-En la cafetería nueva italiana tomando un zumo, ¿por?
-Me tenías preocupado. Pensaba que te había vuelto a pasar algo.
-Tranquilo. Me fui a leer un poco fuera de aquí.
-Hola Alice. ¿Dónde has estado? ¿Lo habéis solucionado Johnny y tú? –me preguntó Teresa mientras abrazaba a Robert por la espalda.
-Pues he estado en la cafetería nueva que me dijiste y no he hablado con Johnny en toda la tarde.
-¿Te ha gustado la cafetería?
-Sí. Es muy agradable.
-¿Agradable el sitio o el camarero de ojos grises?

Me empecé a reír al ver que ella también se había fijado en él. Me quité el abrigo y no la contesté.
-Me alegro de que estés mejor –me dijo mi hermano mientras íbamos al salón.

Cogí una pelota de goma y se la empecé a tirar para que Sáhara fuera a por ella. Lucy se reía y aplaudía cada vez que el cachorro la cogía con su pequeña boca.


Pasé varias semanas sin noticias de Johnny. Todas las tardes iba a la cafetería italiana y me quedaba allí hasta la hora de cierre. Héctor y yo habíamos empezado a confiar el uno en el otro. El día que me terminé el libro, Héctor se acercó a mí y me enseñó a hacer los bollos que después la gente comía allí. Llegaba todos los días con harina en el pelo y en la ropa. Pero no me importaba porque Héctor conseguía animarme durante unas horas. Seguía teniendo la misma pesadilla cada noche pero cada vez, la pesadilla duraba menos y ya no gritaba en sueños. Pronto esa pesadilla no volvería a interrumpirme el sueño.