Cuando me desperté, estaba en
una cama de hospital. Mi hermano se acercó y me agarró de la mano con fuerza.
-¿Qué tal estás?
-Me duele la cabeza.
-Leonardo se pasó un poco
pero se disculpará contigo.
-¿Cuánto tiempo llevo
inconsciente?
-Una semana. Al darte en la
cabeza con la pared, te hiciste una brecha y te tuvieron que coser y como los
médicos tenían miedo de que quedara algún traumatismo craneal, te durmieron.
-¿Dónde están papá, mamá,
Teresa y Lucy?
-Les dije que se fueran a
casa, que yo cuidaría de ti.
-Gracias. Por cierto, Héctor
al final no se despertó, ¿verdad? –pregunté con un tono bastante triste
mientras le apretaba a mi hermano la mano.
-Prefiero que te lo cuente
él.
No entendía nada. Héctor
había muerto. ¿Estaba Robert gastándome una broma? Robert salió de la
habitación y unos segundos más tarde entró Héctor.
-¡Héctor! ¡Estás vivo! –grité
mientras alzaba los brazos para que se acercara para abrazarle.
-Gracias a ti.
-No entiendo.
-Por lo que me ha contado mi
madre, te entró como un ataque de pánico o algo así y empezaste a moverte
bruscamente para que tu hermano te soltara. Y en uno de esos movimientos, me
diste en el pecho un golpe que fue lo bastante fuerte como para hacer que mi
corazón volviera a bombear sangre. Estoy vivo gracias a ti.
No podía creerme lo que
estaba viendo y oyendo. Decidí pellizcarme en el brazo pero no cambió nada de
lo que estaba viendo. Me alegré al saber que esto no era un sueño.
-Pensé que no volvería a oír
tu voz ni a ver tus ojos.
-Pues ya ves, gracias a tu
fuerza, además de tener un moratón en el pecho, estoy vivo.
Mis dedos acariciaron su
rostro mientras él me acariciaba las manos. Pude oler su colonia que me gustaba
tanto.
Pasamos todo el día hablando
aunque yo seguía pensando que esto era un sueño.
-Alice, es tarde y mis padres
me han pedido que vaya a dormir a casa.
-Pero en casa estarás solo.
-Al ver lo que me ha hecho
Johnny, me he ido a vivir con ellos por una temporada.
-¿No puedes quedarte aquí
conmigo?
-Te van a poner ahora una
anestesia para que no te duela el golpe que te dio mi padre y así puedas
descansar.
-Quiero que te quedes
conmigo.
-Me quedaré a tu lado hasta
que te quedes dormida y mañana vendré antes de que te despiertes para que no
notes mi ausencia. Tu hermano se quedará contigo toda la noche, no estarás
sola, ¿vale?
-Vale. Te quiero.
Héctor me besó en la frente y
un par de segundos más tarde, entro una enfermera con una jeringuilla, me
pinchó en el brazo y unos minutos más tarde, me quedé dormida.
Al despertarme por la
claridad que entraba por la ventana de mi habitación, pude observar dos rostros
borrosos. Me froté los ojos y unos segundos más tarde, pude ver perfectamente a
Héctor y a Robert. Estaban teniendo una conversación bastante animada. Me
alegraba verle en perfectas condiciones.
A los pocos segundos de verles, Héctor miró por encima del hombro de mi
hermano y se acercó a mí.
-Buenos días, dormilona. Ya
me ha contado tu hermano que esta noche no has dado guerra –me dijo mientras se
acercaba para darme un beso en la frente.
-Deberían ponerle anestesia
más a menudo –dijo con un tono burlón mi hermano mayor.
Héctor se rió mientras yo le
lanzaba una mirada asesina a mi hermano.
-¿Qué tal te encuentras? –me
preguntó Héctor mientras me cogía el rostro para que le mirara a él.
-Bien, espero que me diga el
médico que me puedo ir hoy a casa.
-Amor, has estado
inconsciente unos días. Es normal que te estén haciendo pruebas de todo tipo. Y
yo no dejaré que te vayas de aquí hasta que no te hayan hecho todas y cada una
de las pruebas y me asegure de que estás en perfectas condiciones.
-Está bien pero no me gusta
estar aquí.
Héctor se empezó a reír por
lo bajo y Robert y yo le miramos confusos.
-¿Qué es lo que te hace
gracia? –le pregunté mientras me cruzaba de brazos.
-Pues que acabas de decir que
no te gusta estar aquí pero sin embargo, has pasado aquí los últimos dos meses.
-Bueno pero porque no quería
dejarte aquí solo. Estabas en coma y necesitaba verte todos los días.
-Lo sé pero me ha hecho
gracia. ¿Y sabes una cosa?
-¿Qué?
-Que me gusta cuidar de ti y
que quiero devolverte esos dos meses que has perdido hablando con un cuerpo en
coma. Voy a tratarte como a una reina mientras estés aquí para que te recuperes
al 100% -me dijo mientras me acariciaba el pelo y mi hermano se ponía los auriculares
para no escucharnos.
-Me gusta que me cuides y
cuando estabas en coma, te hablaba porque pensaba que me escuchabas y que eso
te haría mejorar.
-Eres mi ángel de la guarda,
¿lo sabes? –me susurró mientras acercaba su rostro al mío. Nuestros labios
chocaron a los pocos segundos y pude sentir su calidez y suavidad.
Tras un par de días en el
hospital, el médico me dijo que ya estaba recuperada y que podía irme a casa.
Mis padres me llevaron a casa y en cuanto abrí la puerta, Sáhara vino corriendo
hacia mi posición. Empezó a ladrar y a saltar y yo me agaché para acariciarle.
Cogí la pelota de goma que estaba en medio de la entrada, y la tiré hacia el
salón. Sáhara salió corriendo en busca de ésta.
-¡Alice! Te he echado
muchísimo de menos. Fui a verte cuando aún no habías despertado, al igual que
tus padres y mi hermana pequeña –me dijo eufórica Teresa mientras me abrazaba
con todas su fuerzas.
-Me alegro de verte. ¿Qué tal
estáis tú y tu hermana?
-Estamos bien, tranquila. Lo
importante ahora es que tú estés bien –me dijo mientras yo me quitaba el abrigo
y lo colgaba en el perchero de la entrada.
Subí a mi cuarto y me tiré
encima de mi cama. Parecía como si llevara años sin ver mi cuarto. Noté como mi
móvil vibraba en el bolsillo de mi pantalón baquero.
-¿Diga?
-Hola cielo. Me dijo tu
hermano que hoy te dejaban irte a casa.
-¿Es por eso por lo que hoy
no viniste?
-Sí. Pensé que como iba tu
familia, yo ahí no pintaba nada. ¿Qué tal te encuentras?
-Perfectamente. ¿Cuándo podré
verte?
-Mañana me pasaré por tu casa
tengo que comentarte una cosa.
-¿Es algo malo?
-No mucho –dijo mientras se
reía por lo bajo y sin muchas ganas.
-¿Pasa algo?
-No pasa nada, mañana te
cuento.
-Vale. Te quiero.
-Te quiero.
No sabía qué quería decirme
pero me puse bastante nerviosa. No me gustaba que me dejase con esta intriga.
¿Habría pasado algo malo? ¿Johnny y él habrían vuelto a tener algún altercado?
Durante la cena, no pude
comer casi nada pero mi madre pensó que era por el golpe, el cansancio… un
mezcla de todo.
Por la noche, tampoco pude
pegar ojo más de tres horas seguidas.
Al día siguiente, el sol del
amanecer me dio en los ojos y decidí que ya no podía estar más tiempo metida en
mi cama. Me puse de pie y me puse un chándal. Cogí un libro de mi estantería y
empecé a ojearlo. Era un álbum. Observé mis fotos de cuando era un bebé. Antes
era todo más fácil. Solo me preocupaba de que nadie cogiera mi juguete
favorito. Pasando las hojas, vi una foto en la que salíamos Teresa y yo con 3
años. En ese momento, me acordé de lo animada que estaba Teresa ahora que sabía
que sus padres estaban bien.
Tras un par de horas ojeando
todos los álbumes de fotos que tenía, oí el timbre de la puerta. Bajé
silenciosamente por las escaleras ya que todos seguían durmiendo.
Abrí la puerta y pude ver el
rostro serio de Héctor.
-Hola, ven a mi cuarto, todos
están dormidos aún.
Subimos sin dirigirnos la
palabra. Al cerrar con suavidad la puerta de mi cuarto, Héctor me cogió por los
brazos y apretó con su cuerpo el mío hasta quedarme pegada a la puerta. Acercó
su rostro y pegó su frente a la mía. Los labios le temblaban y su respiración
era muy agitada. Estaba asustada. Sus manos se aferraban muy fuerte a mis
brazos.
-Me estás haciendo daño.
Héctor se apartó y se sentó
en mi cama deshecha. Yo me senté a su lado. A Héctor le temblaban las piernas.
Sabía que algo le pasaba por lo que le cogí de la mano con fuerza y apoyé mi
cabeza en su hombro.
-Perdona, no quería hacerte
daño alguno.
-Nunca has actuado de esta
manera.
-Lo sé y por eso te pido
disculpas. No me he comportado bien.
-Me gustaría saber por qué
estás así.
-Es sobre nosotros y mi
familia.
-Dilo ya, por favor. Me estás
asustando.
-Mi tío, el padre de Johnny,
siempre se entera de todo por lo que sabe quién eres tú, quién es tu familia,
tus amigos…
-¿A dónde quieres llegar?
-Sabe lo de los padres de
Teresa y que ella está aquí. Pero Johnny, por muy cabrón que sea, tiene
sentimientos y sabe perfectamente que para llegar a Teresa, tendrán que pasar
por encima de todos vosotros y por supuesto, de mí. Lo que quiero decir es que
Johnny le ha impedido a su padre que vaya a por Teresa porque estamos todos
nosotros de por medio.
-¿Entonces qué va a hacer?
-Quieren atrapar a los padres
de Teresa sea como sea. Por lo que de momento, estamos… en peligro.
-¿Vienen a por nosotros?
-Bueno con la ayuda de mi
familia puede que no porque no creo que mis padres acepten la muerte de su
único hijo.
-¿Muerte?
-Mi tío nunca se anda con
chiquitas. Lo mejor sería irnos de Ohio.
-¿Irnos?
-Sí, es la única solución. No
confío en mis padres, ¿sabes?
-¡Pero eres su hijo!
-Alice, aunque me quieran
proteger a mí, ¿qué pasaría con vosotros? No les voy a dejar que te hagan daño.
-No puedes protegerme
siempre.
-Alice, no me has entendido,
¿verdad? Te hablo de la muerte de tu familia, de tu muerte.
Me quedé helada. No sabía qué
responderle. Aunque nos fuéramos, nos encontrarían.
-Alice, ven conmigo –me dijo
mientras se levantaba de mi cama y tiraba de mi mano.
Bajamos y salimos a la calle.
Abrió la puerta del copiloto de su coche para que yo entrara. Condujo hacia su
cafetería. Aún no habían abierto por lo que entramos y me indicó que me sentara
en una silla que estaba al lado suyo. Él se sentó en otra y se puso enfrente de
mí.
-Alice, dentro de unos meses
vas a cumplir 18 años. No quiero arruinarte la vida por culpa de mi familia.
-¿No hay manera de que dejen
de perseguir a los padres de Teresa?
-Sí, que paguen lo que deben.
-¿Cuánto deben?
-Más de todo el dinero que
pudieras imaginar. Alice, sé que lo que voy a decir va a sonar muy egoísta pero
he pensado en raptarte e irnos lejos de aquí. Irnos fuera de todo esto. Empezar
desde cero. Solos tú y yo. ¿Pero sabes por qué me contengo? Porque no me parece
justo dejar a su suerte a toda tu familia y a tu amiga. Y si te he traído aquí
es porque quiero que hablemos mis padres y nosotros sobre el tema. Quiero que
entren en razón y que decidan ayudarnos.
-¿Crees que tu padre querrá
ayudar a una americana?
-Ayudará a la chica a la que
amo con todo mi ser.
-Tu padre y yo no nos
llevamos bien ya lo sabes.
-Alice, gracias a ti estoy
vivo. Te debe eso al menos, vida por vida.
Oí como la puerta de la
cafetería se abría y entraban los padres de Héctor.
-Hola padre. Hola madre. Si
os he pedido que vengáis es porque el asunto del tío también me incumbe a mí.
-A ti no te incumbe para nada
–dijo muy serio su padre.
-Papá, el tío quiere
atraparles y para eso, ya sabes cuantos tiros va a hacer y en ellos, está la
familia de Alice y ella misma pero yo también recibiré uno.
-Hijo, ¿pero qué dices?
–preguntó su madre alterada.
-Madre, me has enseñado a
proteger a toda esa gente a la que quiero y si veo que una de ellas está en
peligro, recibiré su bala. Daré la vida por ella si el tío decide usar sus
armas contra ellos.
-Hijo, no piensas con
claridad.
-Madre, lo siento pero o me
ayudan, u olvídense de tener descendencia de su único hijo.
-¡No lo dirás en serio!
-No he dicho nunca en mi vida
nada tan enserio. Si intenta matarla a ella o a alguien de su familia, tendrá
que matarme a mí antes.
-Está bien, hablaremos con tu
tío pero si se nos pone de nuestra contra, lucharás a nuestro lado.
-Por supuesto.
Yo no hablé en su presencia
ya que Héctor sabía convencer a su madre él solo y sabía que su madre
convencería a su padre para que nos ayudara. Tras la conversación con sus
padres, Héctor estaba mucho más tranquilo y volvía a haber brillo en sus ojos grises.
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