A los pocos minutos de que
Héctor se fuera, Robert y Teresa estuvieron hablando con Julieta y Francesco, el
padre biológico de Héctor. Éste, al haberse dicho toda la verdad, sabía que si
quería capturar a Teresa, antes de dar un paso, Héctor le mataría. Por lo que
consiguieron llegar a un acuerdo. Teresa le iría pagando poco a poco la deuda
de sus padres si él dejaba de perseguirles.
Tras conseguir el fabuloso
acuerdo, volvimos a casa y Teresa llamó al móvil de sus padres rezando para que
contestaran.
Mientras tanto, yo no paraba
de llamar y de dejarle mensajes a Héctor. Desde que se enteró de la verdad, no
le había vuelto a ver.
Pasaron semanas. Los padres
de Teresa volvieron y se fueron a su casa. Robert estaba feliz porque ahora
sabía que Teresa estaba feliz.
Mientras que yo, me pasaba
las tardes de verano, lanzándole la pelota de goma a Sáhara.
Llegó Septiembre, Octubre,
Noviembre… y Héctor seguía sin dar señales de vida. Estaba en 2º de bachiller y
Johnny se había ido de la ciudad. No había vuelto a ver nadie de su familia.
Cuando llegó Diciembre, perdí
la esperanza de que Héctor volviera y me centré en mis estudios. Aunque mi
familia me notaba apagada, decidieron no preguntarme ya que Robert se lo había
dicho.
Se empezaba a acercar mi
cumpleaños y mi madre no paraba de intentar averiguar qué quería para mi
cumple. Teresa le daba ideas ya que yo no abría la boca porque no tenía ganas
de celebrar nada.
Sáhara, había crecido
muchísimo y me llegaba un poco más allá de la rodilla. Todas las noches, se
tumbaba a los pies de mi cama y si notaba que no podía dormir, venía a mi lado,
se tumbaba y acercaba su nariz húmeda a la mía para que me calmase y me
durmiese.
Siguieron pasando los días y
las noches y yo seguía sin saber nada de Héctor. Era como si se lo hubiese
tragado la tierra. Había empezado a pensar que no le importaba tanto porque sino,
habría venido a por mí o me abría llamado o algo. Pero en vez de eso, había
desaparecido y yo tenía que aguantar como Robert y Teresa no paraban de darse
mimos y de decirse cursiladas. Les envidiaba. Estaban juntos en lo bueno y en
lo malo. Y yo, ahora mismo, solo tenía a Sáhara a mi lado y un bote enorme de
helado entre las manos.
Llegaron las Navidades. Como
todos los años, los abuelos venían desde muy lejos para pasarlas con nosotros.
Mi madre me había pedido que estuviera alegre mientras ellos estuvieran con
nosotros.
Mi abuela me trajo un
llavero. Ella lo llamaba “El Llamador de los Ángeles” porque dentro de una
bola, había un cascabel y si lo hacías sonar, un ángel acudiría a tu llamada.
Quité mis llaves de mi otro llavero y las puse en este.
Mis padres me regalaron una
cámara de fotos y yo a ellos, una foto enmarcada en la que salíamos toda la
familia. Nada más dársela, la pusieron en un estante del salón y la miraron con
alegría.
A mi hermano, le regalé en
plan broma, una armadura de hierro que se puso en los carnavales ese mismo año.
Él a mí, a parte de darme un fuerte abrazo, me dio un pequeño sobre.
-Ábrelo cuando todos estén
dormidos –me susurró al oído.
Lo guardé en el bolsillo
trasero de mi vaquero y nos sentamos para comenzar a cenar.
Por la noche, cuando todos
estuvieron dormidos, me levanté de la cama y cogí el sobre que me había dado
Robert.
Alice,
Quería
desearte una Feliz Navidad. Sé que llevo meses sin dar señales de vida pero eso
no significa que no te piense a cada segundo. Aunque espero que tú no te hayas
olvidado de mí.
Creo
que te debo una explicación por mi desaparición.
Tras
saber que soy un bastardo, necesitaba alejarme de todo. Tiré mi móvil al mar y
me fui. Necesitaba estar solo y pensar en todo lo que había pasado. Necesitaba
organizar de nuevo mi vida. Mi vida se basa en una gran mentira que no se han
atrevido a desmentir. Si te soy sincero, no sé cuando volveré. No intentes
buscarme ni contactar con mi familia porque a parte de que no estoy en América,
la que dice ser mi familia, no sabe nada de mí desde mi ida.
Te
quiero muchísimo y por favor no me olvides ni estés mal, ¿vale? No soportaría
ver que yo soy el culpable de tú tristeza.
Te
añoro,
Héctor.
Un par de lágrimas empezaron
a caer por mis mejillas. Me las sequé y salí de mi habitación. Sin hacer ruido,
fui al cuarto de mi hermano.
-¿Le has visto? -le pregunté
por lo bajo mientras cerraba la puerta de su cuarto para que nadie nos oyera.
-No, me lo dio un hombre que
me dijo que te lo diera. Era de Héctor, ¿verdad?
-Sí, aunque no dice gran
cosa.
-¿Te dice dónde está o cuándo
volverá?
-No. Sólo dice que no está en
América y que no sabe si volverá.
-¿Y no dice nada más?
-Lo típico de que no me ha
olvidado, que me quiere… pero necesito verle y está en paradero desconocido.
-Volverá. Si te quiere,
volverá. Estoy seguro de ello. Y ahora vete a dormir.
Salí de su cuarto y me
acosté. Tras leerme un par de veces más su carta, la guardé en un cajón y a los
pocos minutos, me quedé dormida.
Después de terminarse las vacaciones
de Navidad, mis abuelos se fueron y yo comencé el instituto. Quedaban dos días
para que fuera mi cumple y después de la carta de Héctor, estaba más alegre y
hablaba mucho más. Aunque era una simple nota, para mí era suficiente como para
saber que estaba sano y salvo y que no me había abandonado como hizo Johnny.
Aunque me deprimía su ausencia, entendía perfectamente por lo que estaba
pasando.
Llegó el 9 de enero, mi
cumple, y mi madre había preparado muchísima comida y la gente no paraba de
entrar por la puerta de mi casa. Pero cuando ya entraron todos, cerré la puerta
y empezó mi madre a bailar con mi padre. En mi opinión, hacían el ridículo y
para colmo, los invitados les animaban a que siguieran bailando.
Pasadas las 8 de la tarde,
sonó el timbre y gracias a que estaba cerca de la entrada lo oí y abrí la
puerta.
-Feliz cumpleaños –me dijo
por lo bajo Héctor con una pequeña sonrisa ocupando su rostro.
Cogí impulso y salté
quedándome colgando de él.
-Pensé que no volvería a
verte –le susurré.
-Sabes perfectamente que no
te iba a dejar abandonada. Espero no llegar tarde a la fiesta pero es que lo
bueno se hace esperar –me dijo bromeando y me cogía el rostro con sus manos
heladas para besarme.
Robert al verle, le dio un
gran abrazo y le pasó un vaso lleno de alguna mezcla que se le había ocurrido
al travieso de mi hermano. Héctor lo olfateó y dio un pequeño sorbo.
Mi madre al verle, cogió un
micrófono.
-Héctor, ¿nos harías el honor
de hacer el brindis?
Héctor se sonrojó y asintió y
antes de irse, me dio un beso en la frente.
-Buenas noches a todos.
Bueno, no sé ni cómo empezar. Aunque
creo que la frase idónea es “Feliz cumpleaños, Alice”. Y quiero decirte delante
de todos tus familiares y amigos que ahora que tienes 18 años, te controlaré la
bebida –dijo riéndose y haciendo que me sonrojara como un tomate.
Todos se rieron y Héctor
continuó con su discurso.
-Y aunque hemos pasado unos
meses separados, he vuelto para quedarme y espero que no me guardes rencor. A
parte de desearte que cumplas muchos más años, me gustaría pedirte una cosa con
tu familia y amigos como testigos. ¿Me harías el favor de venir aquí?
Fui hacia él y de repente vi
cómo se arrodillaba. Yo me puse más roja todavía.
-Sé que no llevamos ni un año
saliendo pero en todo este tiempo te he amado como a nadie en toda mi vida y
por eso, no quiero dejarte escapar porque me siento afortunado de tener a un
tesoro como tú entre mis brazos cada día. Por eso quisiera pedirte, con el
permiso de tus padres, que seas mi esposa por el resto de nuestros días.
Me quedé con la boca abierta
al igual que todos los allí presentes.
-¿Qué me dices? ¿Hasta que la
muerte nos separe?
-Hasta que la muerte nos
separe –le dije mientras le sonreía.
Héctor me puso un anillo de
plata con un pequeño diamante. Después, se levantó y me besó mientras todos los
invitados aplaudían.
En julio de ese mismo año,
celebramos una boda por todo lo alto aunque no fue Francesco, sino Leonardo. De
Luna de Miel, me llevó a Noruega a ver las auroras boreales y después me despedí
de todos y nos fuimos a vivir una larga y feliz vida juntos a Verona, Italia,
junto con Sáhara. Tras dos años casados,
tuvimos gemelos. Un niño, Noah y una niña, Clara.
Tres años más tarde de
nuestro enlace, Robert y Teresa se casaron y al año tuvieron un precioso niño,
Nico.
Francesco siguió persiguiendo
a la demás parejas ya que Héctor no conocía a ninguna. Aunque ni Héctor ni yo
podíamos dejar de pensar en lo mal que lo deberían de estar pasando sus
familiares.
Esta es mi historia y como habréis
podido observar, no es un cuento de hadas. Pero os puedo asegurar una cosa. Es
difícil conseguir un final feliz, no imposible.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario