domingo, 9 de marzo de 2014

El Cliente -> Epílogo



Joe hizo un gesto y los agentes dispararon a todos los que habían venido conmigo, excepto a mí. Joe comenzó a reírse a carcajadas y unos agentes me cogieron por los brazos.
-Vaya, vaya… Tu vida depende de mí –dijo con un tono de voz maliciosa.
-Nunca ha dependido de ti y lo sabes –dije desafiante.
-Sabemos que tu querida mafiosa está en uno de los aviones. Les tenemos rodeados y os mataremos a todos a no ser que se entreguen.
-Jamás lo harán. Han salido de situaciones peores.
-La pregunta es, ¿Kira puede irse dejándote en mis manos? –dijo acercándose a mí.
-Si yo se lo pido, sí.

Encendí el micro que llevaba en la manga del traje. No quería que Kira viniera a buscarme. Eso sería su ruina.
-¿Tan poco te quiere?
-A ti nadie te quiere, Joe. No eres el más indicado para hablar.
-Ya, bueno. Digamos que conseguir que alguien me quiera, nunca ha sido mi objetivo.
-Eso es cierto. Tú sólo te guías por el poder.
-Jefferson, me conoces mejor que nadie, o eso quiero pensar. Sabes de lo que soy capaz. Has visto, en todos estos años que hemos trabajado juntos, todos mis grandes planes, cómo me he quitado de en medio a un millar de mafiosos. Y tú no eres distinto de ellos.
-En cuanto me mates, los aviones lanzarán los misiles destruyéndolo todo.
-Lo sé pero por lo menos, moriré con la satisfacción de haberte matado.

Kira no hablaba por el pinganillo. Estaría escuchando atentamente mientras pensaba cómo sacarme de ahí. Quería despedirme de ella. Decirla cuánto la quería pero en este mundo, no había sitio para los sentimientos.
-Kira nos está escuchando, ¿verdad? –preguntó mientras me miraba divertido.

Joe les hizo un gesto a los hombres que me tenían sujeto. Me soltaron a la vez y el que había sido mi jefe, sacó una pistola.
-¿Vas a dispararme? ¡Qué valiente! –dije riéndome de él.
-Jefferson, te recuerdo que no estás en situación de tocarme los huevos.
-Matándome a mí, no conseguirás nada.
-Conseguiré quitarte del medio.
-Pero jamás eliminarás a Kira.
-En eso te equivocas.
-¿De qué hablas?
-Kira debería conocer a sus socios.
-¿Joe, de qué narices hablas? –dije comenzando a ponerme nervioso.

Joe se acercó y me quitó el pinganillo de un tirón. Se lo puso en su oreja y me apuntó con la pistola sin quitarme un ojo de encima.
-¿Kira, nos acompañas?

Joe sonreía con maldad y podía oír un murmullo que salía del pinganillo que me acababa de quitar.
-¿Kira, que tal si bajas y hablamos cara a cara?
-¡No! –grité dando un paso hacia delante pero los hombres que estaban alrededor mío, volvieron a cogerme de los brazos para que no me pudiera mover ni un solo milímetro.
-Jefferson está sufriendo mucho sin tu presencia –dijo mirándome desafiante.
-¡Kira, no bajes! –grité antes de que me dieran un puñetazo en la tripa, el cual me dejó sin respiración por unos segundos.

A los pocos segundos, Joe me devolvió el pinganillo e hizo un gesto para que saliéramos del edificio.
Cuando estábamos a punto de salir, comencé a forcejear. Kira tenía que irse de allí. No importaba lo que a mí me pasase.
-Jefferson, ¿qué tal si nos lo pones a todos más fácil? Ella se entrega y tú te vuelves con tu hermanito.
-¿Por qué me odias?
-No te odio, tan sólo eres mi llave para llegar hasta ella.
-¿Por eso también metiste en todo esto a mi hermano?
-Necesitábamos refuerzos.
-Tenías agentes de sobra, Joe. ¡Tú estabas al tanto de todo!
-No sé de qué me estás hablando.
-Tú sabías quién era Elizabeth realmente. Por eso nos metiste a mí y a mi hermano en esto. Tú le dijiste que fuera al bar al que iba todas las noches y que consiguiera encamarse conmigo. ¡No lo niegues! Nos querías muertos. ¿Por qué?
-Jefferson, eres un chico demasiado listo. Tu padre fue el que te consiguió entrar en esta empresa. ¿No se te ocurre por qué?
-Mi padre no te conocía. Fue un amigo suyo quien me informó de ello.
-Tu padre también era muy listo.
-¡Deja de nombrar a mi padre!
-¿Nunca te contó cómo murió tu tío?
-Se suicidó porque tenía muchas deudas de juego.
-Eso es lo que se les comentan a los niños pequeños. ¿De verdad te protegió tanto? ¿Tan débil te creía?
-Tú no sabes nada de él –dije deshaciéndome de los hombres que me tenían aprisionados y dándole a Joe un puñetazo en la cara.

Joe se tocó la nariz. Estaba sangrando. Me volvió a apuntar con la pistola. Esta vez no vaciló.
A los pocos segundos de que apretara el gatillo, comencé  a notar cómo me ardía el estómago. La camisa comenzó a empaparse de sangre y yo caí al suelo. Mi destino era morir desangrado ya que Joe no me haría el favor de rematarme.
-Tu padre te mintió. Tu tío tuvo que cambiar su identidad para que todo el mundo le creyera muerto porque unos mafiosos querían matarle. Tuvo que operarse y empezar de cero en una ciudad en la que no tenía a nadie. Tu padre, cuando tú tenías dieciocho años, me comentó que querías venirte a vivir aquí. Y me pidió que te diera trabajo porque sabía que sino, morirías de hambre. Y yo, como un buen tío tuyo que era, le hice caso. Y no te ha ido nada mal. No te ha faltado nunca de nada.
-¿Por eso te metiste  espía? ¿Para acabar con los que te arruinaron la vida?
-Quería acabar con ellos sin que me metieran en la cárcel por homicidio. Ésta era la única forma de conseguirlo.
-¿Ahora tengo que creerme que alguien tan capullo como tú, es de mi familia? –dije escupiendo cada palabra.
-Me importa una mierda que me creas o no.
-Toda esta mierda está pasando por tu culpa –dije mientras me apretaba con fuerza la herida de bala.
-Ya que te vas a morir, voy a contarte la verdad. Los socios de Kira, no son sus socios, sino los míos. No apuntan a la Casa Blanca, sino al avión de Kira. Elizabeth, era la hija de mi mejor amigo. A él consiguieron matarle los capullos que querían conseguir que les pagáramos todos los favores que nos habían hecho. Los hombres que nos perseguían, eran el padre de Kira Slim y sus socios.
-¿Y yo qué tengo que ver en todo esto?
-Que te pareces a mí.
-No te entiendo.
-Tú eras el anzuelo. Kira tenía que acercarse a ti, tenía que averiguar dónde estaba tu querido tío ya que no se tragaron la mentira de que yo estaba muerto. Por lo que te envié a ti para que te la camelaras. Ella no te haría nada porque eras su única salida para llegar a mí y que yo pagase por la muerte de algunos familiares suyos que se metieron por medio. Los dos teníais la misión de estar juntos por lo que no sería difícil de que cumplierais la misión.
-Entonces, ¿por qué matar al presidente?
-Necesitaba una excusa. No es una mujer tonta. Consiguió que creyeras que eras de su total confianza. ¿De verdad creías que una mafiosa contaría su plan al primero que pasase? Pero tú eres tan ingenuo… Fue pan comido.
-¿Y por qué no acaba ahora con los dos?
-Porque ninguno contó con una cosa. Que se acabaría enamorando de ti de verdad. A Elizabeth la contraté para matarla y claro, yo tenía que hacer como que queríamos salvar a la mafiosa. En cuanto vi que la cosa se ponía fea, le ayudé a escapar. Pero por una vez, tú fuiste más listo que yo. Te deshiciste de ella de una manera de la que nadie podría salvarla y ella no conseguiría escapar. Jefferson, sabía lo que planeabais. Por eso salí del edificio de la empresa y me vine aquí. Por eso, les dije a sus supuestos socios, que la eliminaran, si esto se ponía feo. Todavía puede entregarse –dijo dándole una patada a la puerta. Salimos afuera y Kira estaba a unos pocos metros de nosotros. Los hombres me arrastraban por el suelo ya que yo no tenía fuerzas para mantenerme en pie.
-¡Kira, vete! –grité tumbado en el suelo.
-Tu tío tiene razón –dijo acercándose a nosotros-. Jamás te hubiera contado nada si hubieras sido otro. Pero eras la viva imagen de tu tío. Tenía que eliminaros a los dos pero antes, tenía que encontrarle. Pero nada salió según lo planeado.
-¡Kira, vete de aquí! –volví a gritarle.
-Jeff, sé que si me entrego, los médicos podrán salvarte.
-Si me salvas, te matarán.
-No, no lo harán.

En cuanto dijo eso, aparecieron dos aviones que no paraban de disparar hacia los aviones que habían venido con nosotros.
-Compraste a todos, menos a dos –dijo Kira con una sonrisa en la cara.

Los aviones fueron cayendo uno a uno ya que seguramente, habían jaqueado el radar. Miré a Joe, el cual, miraba aterrorizado la masacre.
-¡Disparadles! –les ordenó Joe a sus hombres.

Los hombres que me rodeaban, sacaron unas metralletas y comenzaron a disparar. Las balas no les hacían nada y Joe cada vez estaba más furioso.
Los aviones enemigos, acabaron siendo destruidos en pocos minutos. Kira sacó dos pistolas de su espalda y comenzó a disparar a los hombres que disparaban con metralletas. Las balas le daban en el pecho a la mafiosa pero gracias al chaleco anti-balas, podía seguir eliminando a los hombres que trabajaban para Joe.
Los hombres que me rodeaban, acabaron todos muertos y los aviones que acababan de venir, apuntaban a Joe con sus misiles.
-Joe, por fin voy a poder cumplir mi misión –dijo Kira con los ojos inyectados en sangre.
-No, no lo harás. Mi sobrino no te lo permitirá –dijo soltando una risita nerviosa.
-No movería ni un grano de tierra por ti –dije incorporándome como pude.
-Joe, siempre fuiste un cobarde.

Pum.

Cuando me desperté, estaba en una camilla. No notaba dolor alguno y no veía a nadie. Estaba dentro de una habitación bastante amplia y blanca con muchas máquinas a mi alrededor.
-¿Jefferson, qué tal te encuentras? –me preguntó mi hermano acercándose a mí.
-No siento nada –dije con la voz ronca.
-Es por la morfina –dijo cogiéndome una mano.

Ainlena vino y se puso al otro lado de la camilla. Imitó a Gabi y me cogió de la otra mano.
-¿Y ese anillo? –pregunté observando un anillo dorado con un diamante redondo.
-Tu hermano me pidió matrimonio.
-¿Cuándo? –pregunté mirando a mi hermano.
-En cuanto Kira nos metió en su plan. Si moríamos, por lo menos que fuera estando casados, bueno, prometidos –dijo soltando una risa tímida.
-Me alegro mucho por vosotros –dije mirándolos a los dos-. ¿Dónde está Kira? ¿Está bien?
-Sí, tranquilo. Bajó a tomarse un café. Lleva cuatro días sin pegar ojo. No quería separarse de tu lado –dijo Ainlena mirándome con dulzura -. Y ahora que lo pienso, se va a enfadar con nosotros.
-¿Por qué?
-Porque ella quería quedarse aquí por si despertabas pero tenía que ir a tomarse algo, por lo que la obligamos a que bajara a la cafetería. Y justo vas y te despiertas cuando ella no está. Siempre tan oportuno.
-Bueno pues cuando ella entre, yo me hago el dormido.
-Eso se llama mentir.
-Lo sé pero es una mentira piadosa. Además, así os salo la vida –dije mirándoles divertido.

Oí cómo se oía la puerta. Cerré los ojos y me hice el dormido. Ainlena me pellizcó pero no me inmuté.
-¿Se ha despertado? –preguntó Kira.
-No, aún no –dijo Gabi  soltándome la mano.
-Bueno, nos vamos a la cafetería –dijo Ainlena mientras oía como sus pasos cada vez se alejaban más.

Kira se sentó en una butaca que había al lado de la camilla y me cogió con dulzura una de mis manos. La besó y la apretó con fuerza.
-¿Kira? –pregunté sin abrir los ojos.
-¡Jefferson! –dijo emocionada mientras se acercaba para darme un beso en la frente- ¿Qué tal estás?
-Ahora que estás a mi lado, mejor –dije entreabriendo los ojos.

Me acarició la mejilla mientras me miraba con sus ojos brillantes. Después, se inclinó para besarme.
-¿Qué pasó? –pregunté agarrando una de sus manos.
-Que todo terminó –dijo soltando una largo suspiro.
-No debiste haber bajado. Podrían haberte matado.
-Tenía que hacerlo.
-¿Por qué?
-Para protegerte.

domingo, 2 de marzo de 2014

El Cliente -> Capítulo 16



Era increíble despertar al lado de una diosa. Estábamos los dos desnudos aunque tapados por las mantas ya que el frío que hacía se te metía hasta los huesos.
Kira acarició mi pecho aunque estaba dormida. Al notar el contacto de sus dedos, comencé a acariciarle el pelo con dulzura. La besé en la frente y Kira soltó un gemido.
-Buenos días –le susurré mientras observaba cómo abría los ojos.

Me sonrió y volvió a cerrarlos para después enredar su cuerpo con el mío. Me reí por lo bajo al notar que estaba muy cansada. Tenía en duda si era por su salvamento o por la noche que habíamos pasado juntos.
Kira cogió una de mis manos y la puso en su cintura. La acerqué hacia mí y ella enredó sus brazos alrededor de mi cuello. Comenzó a darme pequeños besos por el cuello mientras me acariciaba la nuca. Sus manos siempre conseguían ponerme la carne de gallina. Cogí su rostro entre mis manos y comencé a darle besos por toda su cara. Kira comenzó a reírse y a intentar escaparse de mis labios pero mis manos no la dejaban ir. Bajé mis manos hacia sus pechos y los besé con pasión.
Sus pupilas estaban dilatadas por la excitación y las mías seguramente también por lo que me puse encima de ella y llevé sus manos encima de su cabeza.
El pantalón estaba a los pies de la cama por lo que lo cogí y le quité el cinturón de cuero.
En cuanto me di la vuelta, Kira me miraba juguetona mientras se mordía el labio inferior.
Le até las manos al cabecero y le puse un pañuelo en la boca para que no gritara. Acaricié su cuerpo desnudo mientras ella me observaba intensamente. Su respiración cada vez era más agitada y mis labios más rápidos recorriendo su cuerpo.
Metí un dedo dentro de ella y Kira se retorció pero no podía hacer nada por evitarme. Metí otro dedo dentro de ella y volvió a retorcerse. Los sacaba y los metía con fuerza y rapidez y a ella eso le volvía loca.
En la primera envestida, Kira gimió pero el pañuelo tapó el sonido de su voz. Volví a envestirla mientras le acariciaba los pechos y sin dejar de mirarla a los ojos.
Antes de envestirla por tercera vez, mis labios comenzaron a besar sus muslos, a pegarles pequeños mordiscos. Comencé a acariciarle el clítoris y después mi lengua terminó el trabajo. Kira no paraba de retorcerse de placer. Podía escuchar entre gemido y gemido, cómo me pedía que parase pero sabía que no quería que lo hiciera.

Cuando la desaté, me ató a mí al cabecero. Me ató las manos y los pies y también me tapó la boca. Se puso encima de mí y metió dentro de ella mi miembro. Se puso de cuclillas y comenzó a subir y a bajar mientras se acariciaba el clítoris.
Comenzó a gemir al mismo tiempo que yo aunque sólo se la oía a ella.
Comenzó a besarme el pecho y fue bajando hasta encontrarse con mi miembro. Lo besó lentamente y lo lamió pero no tardó en aparecer la Kira apasionada. Lo metió dentro de su boca y no paró de lamerlo, de besarlo y de acariciarlo hasta que notó cómo me corría en su boca.
Se relamió y volvió a meterse mi miembro dentro de ella. La mafiosa comenzó a gemir, cada vez más y más alto y yo también lo hacía aunque mis gemidos eran callados por un trozo de tela.
Quería acariciarla, besarla por todas partes pero el cinturón con el que me había atado, me lo impedía.
Kira comenzó a moverse con más rapidez y a gemir con más fuerza.
-¿Estáis bien? –preguntó mi hermano entrando en nuestro cuarto y con una escopeta en la mano. Al vernos, se tapó los ojos, pidió disculpas y se fue. Kira y yo no podíamos dejar de reírnos.

El desayuno fue bastante incómodo y a la vez gracioso porque mi hermano no podía aguantarnos la mirada más de dos segundos seguidos.
Tan sólo llevaba un albornoz y unos bóxer puestos, y notaba un picor  muy intenso en la espalda. Salí de la cocina y me dirigí al hall. Allí había un espejo enorme por lo que me quité el albornoz y me miré la espalda.
-Madre mía –dijo mi hermano riéndose a carcajadas.
-Eso digo yo –respondí mirando mi espalda llena de arañazos de las uñas de Kira.
-¿Se puede saber qué habéis estado haciendo? –me preguntó observando de cerca los arañazos.
-Hermanito, creo que no tengo que explicártelo. Tú tienes mucha más práctica que yo –dije guiñándole un ojo.
-¡Oh, dios mío! ¿Jeff, te duele mucho? –preguntó Kira mientras se acercaba a mí para ver mejor mi espalda.
-Tranquila, no es nada –respondí poniéndome de nuevo el albornoz.
-Lo siento, me dejé llevar.
-Ya se ve, ya –dijo mi hermano soltando una enorme carcajada. Al ver nuestras miradas asesinas, desapareció de allí.

Kira me abrazó con fuerza. Llevaba una bata de seda roja que había en uno de los enormes vestidores que había en esa enorme mansión.
-Kira, lo siento por no poder darte una vida digna –le susurré al oído mientras la abrazaba con fuerza.
-¿De qué me hablas?
-Somos prófugos de uno de los países más poderosos del mundo. Nunca podremos vivir relajados, siempre tendremos que estar pendientes de que nadie nos siga o nos reconozca.
-Jefferson, tranquilízate. Tengo que contarte algo.
-¿De qué se trata? –pregunté mientras ella me cogía de la mano y me llevaba a la cocina.
-¿Te acuerdas de mi misión?
-Claro. ¿Qué ha pasado?
-Algo bueno. Mientras os preparaba el desayuno, me han llamado. Les he contado todo lo que ha pasado por lo que han decidido ayudarnos.
-¿A qué te refieres con que van a ayudarnos?
-Jefferson, como tú has dicho, nos busca el FBI y ellos son muchos más que nosotros. Nos vencerían en el primer asalto. Mis socios van a venir aquí y planearemos un ataque contra el FBI. Con ellos derrotados, podremos ser libres.
-No me convence. ¿Y si les siguen la pista?
-Son profesionales, ellos también se están jugando el cuello en este asunto. No me fallarán, además, esto les beneficia. Con el FBI fuera de servicio, pueden conseguir las bombas nucleares.
-Está bien. ¿Cuándo llegarán?
-Mañana por lo que me tienes que ayudar a preparar sus habitaciones.
-Está bien –dije acercándome a ella para darle un suave beso en los labios.

Gabi se pasaba el día cuidando de Ainlena, la cual no se quejaba aunque le doliera para no preocuparle. Habíamos conseguido unas muletas para que pudiera moverse por la casa a sus anchas aunque mi hermano no la dejaba sola ni un segundo.
-¿Ainlena, qué pasó? –le pregunté aquella misma tarde.
-Un guardia me disparó.
-Eso ya lo sé. Lo que no entiendo es por qué no volvió a dispararte.
-¿Acaso querías que me mataran?
-No, solo que no entiendo cómo un profesional puede dejar a alguien vivo, es todo. Eres la novia de mi hermano, no te deseo ningún mal, y lo sabes.
-Éramos setecientos, es mejor tener a una herida que a cuatro ilesos disparando, creo yo.
-Puede ser –dije pensativo-. Tú eres una chica normal, y te he enseñado muchas cosas pero si no te lo prohíbe mi hermano, lo haré yo. No os voy a exponer a más altercados.
-Jefferson soy mayorcita para decidir lo que quiero y lo que no quiero hacer.
-No entiendes nada, ¿verdad? Gabi es la única familia que tengo. Si tú te pones cabezota y haces cualquier estupidez, él irá detrás de ti. No voy a perderle.
-Te entiendo pero debemos defendernos.
-Ya no va a hacer falta. Mañana vendrán un grupo de mafiosos a ayudarnos.
-¿Te has metido en la mafia?
-Son amigos de Kira y nuestra única esperanza para seguir con vida.

Ainlena se cruzó de brazos. Seguía sin estar de acuerdo con esa idea aunque sabía que ella no podía hacer nada. Era la casa de Kira y ella decidía quién podía entrar y quién no.
Frunció los labios y se fue con sus muletas hacia su habitación.
-¿Ya habéis vuelto a discutir? –me preguntó mi hermano.
-No, se ha enfadado y listo –dije saliendo de la cocina.

Subí las enormes escaleras de mármol y paseé por los enormes pasillos llenos de cuadros y de suelo con moqueta. Todos los cuadros que había en aquella casa eran originales y cada uno valdría cien veces mi piso de Nueva York.
-Dan un poco de miedo, ¿no crees? –me preguntó Chloe acercándose a mí.
-La verdad es que sí. Yo no compraría estas cosas.
-Bueno, por lo menos se ve lo que han pintado no como ahora. El arte moderno es el mayor engaña bobos de la historia. Lo que hacen señores o artistas, como se hacen llamar ellos, lo hacen mis sobrinos de tres años. Por lo menos ellos le ponen una sonrisa al sol –dijo mirándome divertida.
-Tienes toda la razón –dije soltando una carcajada.
-Voy a la cocina a comer queso con mayonesa con Ainlena, ¿te vienes?
-¿Queso con mayonesa?
-Sí, son las dos cosas que más nos gustan y entonces las mezclamos.
-¿Y esa mezcla vuestra está rica o al menos comible?
-Lo que no mata, engorda –dio guiñándome un ojo.

Bajamos de nuevo a la cocina a tomarnos el almuerzo. Me dieron a probar su mezcla. La verdad era que no estaba para nada mala. Estaban un poco locas pero tenían buen gusto.
Ainlena no me dirigía mucho la palabra ya que seguía enfadada conmigo porque pensaba que me había vuelto mafioso.

A la mañana siguiente, llegaron los socios de Kira. La verdad era que sus rostros imponían respeto y miedo a la vez. Cada mafioso traía consigo unos cinco o seis guardaespaldas. La casa estaba llena de mafiosos y eso me ponía bastante nervioso.
-Jeff, están de nuestra parte –me dijo Kira al notarme tan tenso.

Los mafiosos no paraban de fumar, de beber whisky y de jugar al póker. Cada vez que hablaban, soltaban alguna barbaridad machista. Eran realmente asquerosos.
A mitad de la noche, me aparecí por allí a ver qué estaban haciendo ya que había mucho jaleo.
En cuanto entré en el salón, vi a los mafiosos animando borrachos a una chica de pelo negro que bailaba encima de la mesa de póker.
Al parecer, Chloe se había unido a la fiesta. Me quedé mirándola hasta que ella se percató de mi presencia.
-Jefferson sube –me animó Chloe.
-No creo que quiera nadie verme bailar –dije mientras  me iba alejando de allí.

Me metí en la cama nada más salir de aquel salón lleno de humo y de mafiosos ebrios. Kira ya estaba acostada. Lucía una camisola blanca de lana y unos leggins de color grises.
-Parece que se lo están pasando bien –dije mientras me metía en la cama y me tapaba con las mantas.
-Siempre están así –dijo dándose la vuelta para mirarme.
-¿Estás bien?
-Algo cansada. Esto de no tener servicio es horroroso.
-Yo nunca he tenido servicio y sigo vivo.
-Porque tú nunca has sido rico.
-Cierto, estás muy mal acostumbrada –dije mientras le ponía un mechón de pelo detrás de la oreja.

Serían las cuatro de la madrugada cuando escuché unos ruidos. Kira seguía dormida por lo que me levanté lentamente y cogí mi pistola. Por los pasillos no veía a nadie.
-¡No, déjame! –gritó alguien en la planta inferior.

Bajé corriendo pero no veía a nadie. Entré en el salón pero aquello estaba desierto. Fui a la cocina pero sólo había comida por todos lados.
-¡Suéltame! –gritó de nuevo la misma voz.

Fui lentamente hacia las escaleras y entonces me di cuenta de que estaba el mítico hueco de la escalera. Silenciosamente me asomé y vi a un corpulento hombre dándome la espalda mientras le sujetaba las muñecas a la persona que había gritado.
-¡Que me sueltes te he dicho! –dijo la persona atrapada intentando deshacerse de su agresor. Entonces reconocí la voz. Era Chloe.
-Suéltala –le ordené al hombre mientras le apuntaba con la pistola.
-Porque tú lo digas –dijo el hombre apretando más las muñecas de Chloe.
-¡Suéltala o disparo! –le grité acercándome más a él.

El agresor estaba borracho y no controlaba su fuerza. Las manos de Chloe estaban comenzando a ponerse color morado.
Al ver que con amenazas no conseguiría nada, le di en la nuca con la culata de la pistola. Cayó al instante al suelo.
-¿Estás bien?
-Jefferson, menos mal que estás aquí –dijo abrazándome con fuerza.
-¿Te ha hecho algo?
-No, has llegado a tiempo –dijo mientras me sonreía.
-¿Qué ha pasado?
-Ha bebido demasiado, como todos –dijo agachando la cabeza y hundiéndola entre los hombros.
-No son de fiar, no te acerques a ellos, ¿entendido?
-Tranquilo, ya me he dado cuenta. No soy de las que tropiezan dos veces con la misma piedra.
-¿Quieres que te acompañe a tu habitación?
-No, tranquilo –dijo sonriente mientras se marchaba dando pequeños saltitos. Estaba claro que nada conseguía consumir su alegría.

Cuando entré a mi habitación, Kira se dio media vuelta y me miró con los ojos medio abiertos.
-¿Te he despertado? –le pregunté en un susurro mientras me quitaba el albornoz y me metía de nuevo en la cama.
-No, me desvelé. ¿Qué hacías fuera? He oído ruidos.
-Un socio tuyo quería violar a Chloe.
-¡Esto ya es el colmo! –dijo enfadada mientras se levantaba de la cama.
-¿A dónde vas?
-A poner las cosas en su sitio –dijo poniéndose su bata de seda.
-Kira, ya me he encargado yo del gilipollas ese. Le he dejado tirado en el suelo, no despertará hasta dentro de un buen rato.
-Jefferson, me da igual. Si no les pongo unos límites, pensarán que pueden hacer lo que quieran y eso no es así –dijo saliendo de nuestra habitación.

Kira no era ninguna cobarde y no dejaba que nadie la intimidase. Ella siempre decía, que porque un hombre sea corpulento, no significa que sepa luchar o defenderse. Y era por eso por lo que los mafiosos que se hospedaban en nuestra casa no le ponían los pelos de punta. Aunque sabía los arrestos que tenía, no podía dejarla ir sola por lo que me volví a poner el albornoz y salí del cuarto.
-¿Qué haces? –me preguntó al notar que la seguía.
-No voy a dejarte ir sola.
-No necesito que nadie me defienda –dijo dándose la vuelta.
-Lo sé pero me quedo más tranquilo si estoy contigo –dije encogiéndome de hombros.

Kira no respondió. Se dio media vuelta y seguimos andando por los larguísimos pasillos. Kira se paró delante de una puerta y entró sin llamar.
-Esta es mi casa no la vuestra así que comportaros –dijo con un tono amenazante.
-Vamos, Kira, sólo queríamos divertirnos un poco –dijo uno de los cuatro mafiosos que había en esa habitación.
-Para divertirse están los parques de atracciones. Comportaros –dijo mirándoles seriamente. Si las miradas matasen…
-Está bien Kira, perdónanos. Nos hemos comportado como unos sinvergüenzas. ¿Podemos hacer algo por ti? –dijo otro mafioso.
-Mañana junto con todos los demás limpiaréis todo lo que habéis manchado. Yo no soy la chacha de nadie, ¿entendido?

Los hombres asintieron y fuimos hacia otra habitación en la cual soltó la misma reprimenda y los hombres también accedieron a limpiar lo ensuciado por ellos.
Kira cuando se enfadaba, imponía bastante aunque yo creo que le hacían caso porque les convenía quedarse para ingeniar un plan en contra del FBI.

A la mañana siguiente, en cuanto entré en la cocina, me quedé asombrado porque estaba todo limpísimo. Me dirigí hacia el salón y estaba igual de limpio que la cocina.
-Escuché los gritos de Kira. Tiene mucho carácter –me dijo mi hermano que estaba asombrado al igual que yo.
-Les conviene hacerla caso, es todo –dije dándome media vuelta para ir a la cocina a desayunar.
-¿Ha pasado algo?
-Son esos hombres que me ponen de muy mala leche. Ayer uno de ellos intentó violar a Chloe. Le dejé inconsciente dándole un golpe con la culata de la pistola en la cabeza pero la próxima vez, no me lo pensaré dos veces si tengo que disparar.
-Jeff, cálmate.
-No puedo. Son unos descarados.
-Jeff, ya sabes que no podemos llamar la atención –me dijo dándome dos palmadas en la espalda.

Kira y Ainlena estaban en la cocina tomando un café mientras se reían por algo de lo que estaban hablando. Kira me miró durante un segundo y volvió a desviar la mirada para concentrarse en la conversación.
-Buenos días –dijo Gabi mientras se acercaba a donde se encontraba su novia para darle un dulce beso en la mejilla.
-Hola cielo. ¿Ya has dejado de babear la almohada? –dijo riéndose.
-Todo el mundo babea dormido.
-Eso es mentira.
-Ah, es cierto. Tú cantas canciones feísimas. No sé qué es peor. –dijo cruzándose de brazos y esbozando una enorme sonrisa.
-Canto como los ángeles –dijo encarándose con mi hermano.

Comencé a reírme y Ainlena me miró enfadada. Ainlena siempre exageraba mucho su estado de ánimo. O estaba muy feliz, o muy depresiva o muy enfadada. Y cada vez que se enfadaba, yo me echaba a reír porque se le ponía la cara roja como un tomate.
-Te he oído cantar y digamos que perteneces más al club de los demonios –dije burlándome de ella.
-Eres insoportable.
-No, me amas lo que pasa es que te fastidia que tenga razón.

Ainlena se quedó con la boca abierta y todos al ver su expresión, no echamos a reír. La novia de mi hermano cogió sus muletas y salió de la cocina lo más rápido que pudo.

Serían las diez de la mañana cuando nos juntamos todos y comenzamos a planear la manera de eliminar a nuestros enemigos. Nos sentamos todos alrededor de una mesa de madera enorme y comenzamos a decir las ideas más originales y eficaces que se nos ocurrían. Algunas ideas no tenían ni pies ni cabeza y normalmente salían de la boca de Chloe o de Ainlena.
-¡Soltemos gases dentro de la empresa! –dijo uno de los veinte mafiosos que habían venido.
-¿Cómo conseguiremos introducir los tubos de gas venenoso? Hay mucha seguridad.
-Podemos ir planta por planta eliminando silenciosamente a todos.
-No funcionaría –dijo otro mafioso-. Necesitamos algo más eficaz y rápido. No tenemos tiempo.
-Señores –dije alzando mi voz-, ustedes no tienen misiles para destruír el edificio pero yo sí. En el avión en el que escapamos quedan un par de misiles bastante potentes.
-Nos podrían servir pero, ¿cómo llegamos hasta allí sin poder evitar que nos vean?
-Les meteremos un virus en el radar y no podrán saber si nos acercamos. Yo tengo la clave y puedo hacerlo aunque tendremos un tiempo limitado de invisibilidad.
-Está bien. ¿Cómo de grande es el avión?
-Caben diez personas más o menos.
-En nuestros aviones tenemos misiles pequeños pero podrían servir de ayuda.
-Perfecto. Les rodearemos –dijo un mafioso dando un golpe encima de la mesa a lo que todo el mundo comenzó a gritar y a montar un escándalo.
-Saldremos mañana –gritó Kira haciendo que todo el mundo se callase. Se dio media vuelta y salió de allí dejándonos a todos patidifusos.

Seguí a Kira por el hall. No podíamos lanzarnos a la aventura de un día para otro. Había que prepararlo todo como es debido. Kira, sin embargo, lo único que quería era terminar con todo esto cuanto antes.
-Kira, no estamos haciéndolo bien. Los radares no darán la voz de alarma pero los que trabajan allí, nos verán llegar por las ventanas. Hay que hacer algo para que no nos vean.
-Tienes razón. Ya pensaremos en algo.

El día siguiente fue bastante ajetreado ya que teníamos que preparar los aviones para el ataque y conseguir comida por si pasábamos en los aviones metidos más de un día. Los guardaespaldas no paraban de ir de un lado para otro, me ponían nervioso.
Con todo esto, Kira y yo casi no hablábamos. Habíamos decidido que Chloe, Gabi y Ainlena se quedarían aquí con unos cuantos guardaespaldas. Ainlena no podía viajar en su estado.


El día del ataque llegó y a las seis de la mañana, todos los aviones despegaron. En nuestro avión, íbamos Kira y yo solos. Kira era quien conducía ya que había manejado más veces este tipo de aviones.
El viaje era bastante largo por eso, cuando llegamos a Nueva York eran las cuatro de la tarde. Ya había metido el virus y teníamos diez minutos para actuar. No íbamos a ir de frente ya que nos verían enseguida y todo se iría al traste. Estábamos por lo menos a cien metros de distancia del techo del edificio. Todos comunicados por radios, soltamos unos polvos blancos. No eran venenosos pero dejaban los cristales blancos y causaban una espesa niebla. Fuimos descendiendo en cuanto vimos cómo se estaba quedando el edificio. Nos pusimos en nuestras posiciones y a la de tres, todos disparamos. El edificio se fue haciendo añicos. Me daba mucha lástima tener que haber matado a gente inocente como a mi secretaria pero era algo que tenía que hacer.

En cuanto vimos que lo habíamos destrozado todo, nos dirigimos hacia Washington. Los mafiosos se quedaban en el avión mientras que sus guardaespaldas, al igual que yo, bajábamos del avión mediante una escalera.
-Ten cuidado –me dijo Kira antes de que bajara.
-Tranquila, no me pasará nada. Lo más difícil ya lo hemos hecho –dije guiñándole un ojo.
-Te quiero. Jeff, quiero que sepas que pase lo que pase, estés donde estés, siempre estaremos juntos.
-Lo sé, Kira. Te quiero –dije antes de desaparecer por las escaleras.

Nada más bajar, tuvimos que enfrentarnos a un pequeño grupo de soldados. Eran menos que nosotros por lo que les vencimos enseguida. Entramos en la Casa Blanca y comenzó el fuego cruzado me dieron varias balas en el pecho, menos mal que todos llevábamos chalecos antibalas.
Estábamos cargando los últimos misiles, cuando me di cuenta de que no habíamos mirado si estaba el presidente. Avisé a los demás y volvimos a entrar. Teníamos que eliminarlo. No dejábamos nunca nadie vivo y él no iba a ser especial. Corrimos por los pasillos hasta dar con el despacho del presidente. Entramos pero no había nadie. Justo cuando íbamos a darnos la vuelta para irnos, entraron un motón de agentes (mis ex compañeros) y de entre ellos salió Joe sonriente.
-Un buen ataque pero que pena que me lo perdí –me dijo vacilante el que había sido por mucho años mi jefe.