Era increíble despertar al lado
de una diosa. Estábamos los dos desnudos aunque tapados por las mantas ya que
el frío que hacía se te metía hasta los huesos.
Kira acarició mi pecho aunque
estaba dormida. Al notar el contacto de sus dedos, comencé a acariciarle el
pelo con dulzura. La besé en la frente y Kira soltó un gemido.
-Buenos días –le susurré mientras
observaba cómo abría los ojos.
Me sonrió y volvió a cerrarlos
para después enredar su cuerpo con el mío. Me reí por lo bajo al notar que
estaba muy cansada. Tenía en duda si era por su salvamento o por la noche que
habíamos pasado juntos.
Kira cogió una de mis manos y la
puso en su cintura. La acerqué hacia mí y ella enredó sus brazos alrededor de
mi cuello. Comenzó a darme pequeños besos por el cuello mientras me acariciaba
la nuca. Sus manos siempre conseguían ponerme la carne de gallina. Cogí su
rostro entre mis manos y comencé a darle besos por toda su cara. Kira comenzó a
reírse y a intentar escaparse de mis labios pero mis manos no la dejaban ir.
Bajé mis manos hacia sus pechos y los besé con pasión.
Sus pupilas estaban dilatadas por
la excitación y las mías seguramente también por lo que me puse encima de ella
y llevé sus manos encima de su cabeza.
El pantalón estaba a los pies de
la cama por lo que lo cogí y le quité el cinturón de cuero.
En cuanto me di la vuelta, Kira
me miraba juguetona mientras se mordía el labio inferior.
Le até las manos al cabecero y le
puse un pañuelo en la boca para que no gritara. Acaricié su cuerpo desnudo
mientras ella me observaba intensamente. Su respiración cada vez era más
agitada y mis labios más rápidos recorriendo su cuerpo.
Metí un dedo dentro de ella y
Kira se retorció pero no podía hacer nada por evitarme. Metí otro dedo dentro
de ella y volvió a retorcerse. Los sacaba y los metía con fuerza y rapidez y a
ella eso le volvía loca.
En la primera envestida, Kira
gimió pero el pañuelo tapó el sonido de su voz. Volví a envestirla mientras le
acariciaba los pechos y sin dejar de mirarla a los ojos.
Antes de envestirla por tercera
vez, mis labios comenzaron a besar sus muslos, a pegarles pequeños mordiscos.
Comencé a acariciarle el clítoris y después mi lengua terminó el trabajo. Kira
no paraba de retorcerse de placer. Podía escuchar entre gemido y gemido, cómo
me pedía que parase pero sabía que no quería que lo hiciera.
Cuando la desaté, me ató a mí al
cabecero. Me ató las manos y los pies y también me tapó la boca. Se puso encima
de mí y metió dentro de ella mi miembro. Se puso de cuclillas y comenzó a subir
y a bajar mientras se acariciaba el clítoris.
Comenzó a gemir al mismo tiempo
que yo aunque sólo se la oía a ella.
Comenzó a besarme el pecho y fue
bajando hasta encontrarse con mi miembro. Lo besó lentamente y lo lamió pero no
tardó en aparecer la Kira apasionada. Lo metió dentro de su boca y no paró de
lamerlo, de besarlo y de acariciarlo hasta que notó cómo me corría en su boca.
Se relamió y volvió a meterse mi
miembro dentro de ella. La mafiosa comenzó a gemir, cada vez más y más alto y
yo también lo hacía aunque mis gemidos eran callados por un trozo de tela.
Quería acariciarla, besarla por
todas partes pero el cinturón con el que me había atado, me lo impedía.
Kira comenzó a moverse con más
rapidez y a gemir con más fuerza.
-¿Estáis bien? –preguntó mi
hermano entrando en nuestro cuarto y con una escopeta en la mano. Al vernos, se
tapó los ojos, pidió disculpas y se fue. Kira y yo no podíamos dejar de
reírnos.
El desayuno fue bastante incómodo
y a la vez gracioso porque mi hermano no podía aguantarnos la mirada más de dos
segundos seguidos.
Tan sólo llevaba un albornoz y
unos bóxer puestos, y notaba un picor
muy intenso en la espalda. Salí de la cocina y me dirigí al hall. Allí
había un espejo enorme por lo que me quité el albornoz y me miré la espalda.
-Madre mía –dijo mi hermano
riéndose a carcajadas.
-Eso digo yo –respondí mirando mi
espalda llena de arañazos de las uñas de Kira.
-¿Se puede saber qué habéis
estado haciendo? –me preguntó observando de cerca los arañazos.
-Hermanito, creo que no tengo que
explicártelo. Tú tienes mucha más práctica que yo –dije guiñándole un ojo.
-¡Oh, dios mío! ¿Jeff, te duele
mucho? –preguntó Kira mientras se acercaba a mí para ver mejor mi espalda.
-Tranquila, no es nada –respondí
poniéndome de nuevo el albornoz.
-Lo siento, me dejé llevar.
-Ya se ve, ya –dijo mi hermano
soltando una enorme carcajada. Al ver nuestras miradas asesinas, desapareció de
allí.
Kira me abrazó con fuerza.
Llevaba una bata de seda roja que había en uno de los enormes vestidores que
había en esa enorme mansión.
-Kira, lo siento por no poder
darte una vida digna –le susurré al oído mientras la abrazaba con fuerza.
-¿De qué me hablas?
-Somos prófugos de uno de los
países más poderosos del mundo. Nunca podremos vivir relajados, siempre
tendremos que estar pendientes de que nadie nos siga o nos reconozca.
-Jefferson, tranquilízate. Tengo
que contarte algo.
-¿De qué se trata? –pregunté
mientras ella me cogía de la mano y me llevaba a la cocina.
-¿Te acuerdas de mi misión?
-Claro. ¿Qué ha pasado?
-Algo bueno. Mientras os
preparaba el desayuno, me han llamado. Les he contado todo lo que ha pasado por
lo que han decidido ayudarnos.
-¿A qué te refieres con que van a
ayudarnos?
-Jefferson, como tú has dicho,
nos busca el FBI y ellos son muchos más que nosotros. Nos vencerían en el
primer asalto. Mis socios van a venir aquí y planearemos un ataque contra el
FBI. Con ellos derrotados, podremos ser libres.
-No me convence. ¿Y si les siguen
la pista?
-Son profesionales, ellos también
se están jugando el cuello en este asunto. No me fallarán, además, esto les
beneficia. Con el FBI fuera de servicio, pueden conseguir las bombas nucleares.
-Está bien. ¿Cuándo llegarán?
-Mañana por lo que me tienes que
ayudar a preparar sus habitaciones.
-Está bien –dije acercándome a
ella para darle un suave beso en los labios.
Gabi se pasaba el día cuidando de
Ainlena, la cual no se quejaba aunque le doliera para no preocuparle. Habíamos
conseguido unas muletas para que pudiera moverse por la casa a sus anchas
aunque mi hermano no la dejaba sola ni un segundo.
-¿Ainlena, qué pasó? –le pregunté
aquella misma tarde.
-Un guardia me disparó.
-Eso ya lo sé. Lo que no entiendo
es por qué no volvió a dispararte.
-¿Acaso querías que me mataran?
-No, solo que no entiendo cómo un
profesional puede dejar a alguien vivo, es todo. Eres la novia de mi hermano,
no te deseo ningún mal, y lo sabes.
-Éramos setecientos, es mejor
tener a una herida que a cuatro ilesos disparando, creo yo.
-Puede ser –dije pensativo-. Tú
eres una chica normal, y te he enseñado muchas cosas pero si no te lo prohíbe
mi hermano, lo haré yo. No os voy a exponer a más altercados.
-Jefferson soy mayorcita para
decidir lo que quiero y lo que no quiero hacer.
-No entiendes nada, ¿verdad? Gabi
es la única familia que tengo. Si tú te pones cabezota y haces cualquier
estupidez, él irá detrás de ti. No voy a perderle.
-Te entiendo pero debemos
defendernos.
-Ya no va a hacer falta. Mañana
vendrán un grupo de mafiosos a ayudarnos.
-¿Te has metido en la mafia?
-Son amigos de Kira y nuestra
única esperanza para seguir con vida.
Ainlena se cruzó de brazos.
Seguía sin estar de acuerdo con esa idea aunque sabía que ella no podía hacer
nada. Era la casa de Kira y ella decidía quién podía entrar y quién no.
Frunció los labios y se fue con
sus muletas hacia su habitación.
-¿Ya habéis vuelto a discutir?
–me preguntó mi hermano.
-No, se ha enfadado y listo –dije
saliendo de la cocina.
Subí las enormes escaleras de
mármol y paseé por los enormes pasillos llenos de cuadros y de suelo con
moqueta. Todos los cuadros que había en aquella casa eran originales y cada uno
valdría cien veces mi piso de Nueva York.
-Dan un poco de miedo, ¿no crees?
–me preguntó Chloe acercándose a mí.
-La verdad es que sí. Yo no
compraría estas cosas.
-Bueno, por lo menos se ve lo que
han pintado no como ahora. El arte moderno es el mayor engaña bobos de la
historia. Lo que hacen señores o artistas, como se hacen llamar ellos, lo hacen
mis sobrinos de tres años. Por lo menos ellos le ponen una sonrisa al sol –dijo
mirándome divertida.
-Tienes toda la razón –dije
soltando una carcajada.
-Voy a la cocina a comer queso
con mayonesa con Ainlena, ¿te vienes?
-¿Queso con mayonesa?
-Sí, son las dos cosas que más
nos gustan y entonces las mezclamos.
-¿Y esa mezcla vuestra está rica
o al menos comible?
-Lo que no mata, engorda –dio
guiñándome un ojo.
Bajamos de nuevo a la cocina a
tomarnos el almuerzo. Me dieron a probar su mezcla. La verdad era que no estaba
para nada mala. Estaban un poco locas pero tenían buen gusto.
Ainlena no me dirigía mucho la
palabra ya que seguía enfadada conmigo porque pensaba que me había vuelto
mafioso.
A la mañana siguiente, llegaron
los socios de Kira. La verdad era que sus rostros imponían respeto y miedo a la
vez. Cada mafioso traía consigo unos cinco o seis guardaespaldas. La casa
estaba llena de mafiosos y eso me ponía bastante nervioso.
-Jeff, están de nuestra parte –me
dijo Kira al notarme tan tenso.
Los mafiosos no paraban de fumar,
de beber whisky y de jugar al póker. Cada vez que hablaban, soltaban alguna
barbaridad machista. Eran realmente asquerosos.
A mitad de la noche, me aparecí
por allí a ver qué estaban haciendo ya que había mucho jaleo.
En cuanto entré en el salón, vi a
los mafiosos animando borrachos a una chica de pelo negro que bailaba encima de
la mesa de póker.
Al parecer, Chloe se había unido
a la fiesta. Me quedé mirándola hasta que ella se percató de mi presencia.
-Jefferson sube –me animó Chloe.
-No creo que quiera nadie verme
bailar –dije mientras me iba alejando de
allí.
Me metí en la cama nada más salir
de aquel salón lleno de humo y de mafiosos ebrios. Kira ya estaba acostada.
Lucía una camisola blanca de lana y unos leggins de color grises.
-Parece que se lo están pasando
bien –dije mientras me metía en la cama y me tapaba con las mantas.
-Siempre están así –dijo dándose
la vuelta para mirarme.
-¿Estás bien?
-Algo cansada. Esto de no tener
servicio es horroroso.
-Yo nunca he tenido servicio y
sigo vivo.
-Porque tú nunca has sido rico.
-Cierto, estás muy mal
acostumbrada –dije mientras le ponía un mechón de pelo detrás de la oreja.
Serían las cuatro de la madrugada
cuando escuché unos ruidos. Kira seguía dormida por lo que me levanté
lentamente y cogí mi pistola. Por los pasillos no veía a nadie.
-¡No, déjame! –gritó alguien en
la planta inferior.
Bajé corriendo pero no veía a
nadie. Entré en el salón pero aquello estaba desierto. Fui a la cocina pero
sólo había comida por todos lados.
-¡Suéltame! –gritó de nuevo la
misma voz.
Fui lentamente hacia las
escaleras y entonces me di cuenta de que estaba el mítico hueco de la escalera.
Silenciosamente me asomé y vi a un corpulento hombre dándome la espalda
mientras le sujetaba las muñecas a la persona que había gritado.
-¡Que me sueltes te he dicho!
–dijo la persona atrapada intentando deshacerse de su agresor. Entonces
reconocí la voz. Era Chloe.
-Suéltala –le ordené al hombre
mientras le apuntaba con la pistola.
-Porque tú lo digas –dijo el
hombre apretando más las muñecas de Chloe.
-¡Suéltala o disparo! –le grité
acercándome más a él.
El agresor estaba borracho y no
controlaba su fuerza. Las manos de Chloe estaban comenzando a ponerse color
morado.
Al ver que con amenazas no
conseguiría nada, le di en la nuca con la culata de la pistola. Cayó al
instante al suelo.
-¿Estás bien?
-Jefferson, menos mal que estás
aquí –dijo abrazándome con fuerza.
-¿Te ha hecho algo?
-No, has llegado a tiempo –dijo
mientras me sonreía.
-¿Qué ha pasado?
-Ha bebido demasiado, como todos
–dijo agachando la cabeza y hundiéndola entre los hombros.
-No son de fiar, no te acerques a
ellos, ¿entendido?
-Tranquilo, ya me he dado cuenta.
No soy de las que tropiezan dos veces con la misma piedra.
-¿Quieres que te acompañe a tu
habitación?
-No, tranquilo –dijo sonriente
mientras se marchaba dando pequeños saltitos. Estaba claro que nada conseguía
consumir su alegría.
Cuando entré a mi habitación,
Kira se dio media vuelta y me miró con los ojos medio abiertos.
-¿Te he despertado? –le pregunté
en un susurro mientras me quitaba el albornoz y me metía de nuevo en la cama.
-No, me desvelé. ¿Qué hacías
fuera? He oído ruidos.
-Un socio tuyo quería violar a
Chloe.
-¡Esto ya es el colmo! –dijo
enfadada mientras se levantaba de la cama.
-¿A dónde vas?
-A poner las cosas en su sitio
–dijo poniéndose su bata de seda.
-Kira, ya me he encargado yo del
gilipollas ese. Le he dejado tirado en el suelo, no despertará hasta dentro de
un buen rato.
-Jefferson, me da igual. Si no
les pongo unos límites, pensarán que pueden hacer lo que quieran y eso no es
así –dijo saliendo de nuestra habitación.
Kira no era ninguna cobarde y no
dejaba que nadie la intimidase. Ella siempre decía, que porque un hombre sea
corpulento, no significa que sepa luchar o defenderse. Y era por eso por lo que
los mafiosos que se hospedaban en nuestra casa no le ponían los pelos de punta.
Aunque sabía los arrestos que tenía, no podía dejarla ir sola por lo que me
volví a poner el albornoz y salí del cuarto.
-¿Qué haces? –me preguntó al
notar que la seguía.
-No voy a dejarte ir sola.
-No necesito que nadie me
defienda –dijo dándose la vuelta.
-Lo sé pero me quedo más tranquilo
si estoy contigo –dije encogiéndome de hombros.
Kira no respondió. Se dio media
vuelta y seguimos andando por los larguísimos pasillos. Kira se paró delante de
una puerta y entró sin llamar.
-Esta es mi casa no la vuestra
así que comportaros –dijo con un tono amenazante.
-Vamos, Kira, sólo queríamos
divertirnos un poco –dijo uno de los cuatro mafiosos que había en esa
habitación.
-Para divertirse están los
parques de atracciones. Comportaros –dijo mirándoles seriamente. Si las miradas
matasen…
-Está bien Kira, perdónanos. Nos
hemos comportado como unos sinvergüenzas. ¿Podemos hacer algo por ti? –dijo
otro mafioso.
-Mañana junto con todos los demás
limpiaréis todo lo que habéis manchado. Yo no soy la chacha de nadie,
¿entendido?
Los hombres asintieron y fuimos
hacia otra habitación en la cual soltó la misma reprimenda y los hombres
también accedieron a limpiar lo ensuciado por ellos.
Kira cuando se enfadaba, imponía
bastante aunque yo creo que le hacían caso porque les convenía quedarse para
ingeniar un plan en contra del FBI.
A la mañana siguiente, en cuanto
entré en la cocina, me quedé asombrado porque estaba todo limpísimo. Me dirigí
hacia el salón y estaba igual de limpio que la cocina.
-Escuché los gritos de Kira.
Tiene mucho carácter –me dijo mi hermano que estaba asombrado al igual que yo.
-Les conviene hacerla caso, es
todo –dije dándome media vuelta para ir a la cocina a desayunar.
-¿Ha pasado algo?
-Son esos hombres que me ponen de
muy mala leche. Ayer uno de ellos intentó violar a Chloe. Le dejé inconsciente
dándole un golpe con la culata de la pistola en la cabeza pero la próxima vez,
no me lo pensaré dos veces si tengo que disparar.
-Jeff, cálmate.
-No puedo. Son unos descarados.
-Jeff, ya sabes que no podemos
llamar la atención –me dijo dándome dos palmadas en la espalda.
Kira y Ainlena estaban en la
cocina tomando un café mientras se reían por algo de lo que estaban hablando.
Kira me miró durante un segundo y volvió a desviar la mirada para concentrarse
en la conversación.
-Buenos días –dijo Gabi mientras
se acercaba a donde se encontraba su novia para darle un dulce beso en la
mejilla.
-Hola cielo. ¿Ya has dejado de
babear la almohada? –dijo riéndose.
-Todo el mundo babea dormido.
-Eso es mentira.
-Ah, es cierto. Tú cantas
canciones feísimas. No sé qué es peor. –dijo cruzándose de brazos y esbozando
una enorme sonrisa.
-Canto como los ángeles –dijo
encarándose con mi hermano.
Comencé a reírme y Ainlena me
miró enfadada. Ainlena siempre exageraba mucho su estado de ánimo. O estaba muy
feliz, o muy depresiva o muy enfadada. Y cada vez que se enfadaba, yo me echaba
a reír porque se le ponía la cara roja como un tomate.
-Te he oído cantar y digamos que
perteneces más al club de los demonios –dije burlándome de ella.
-Eres insoportable.
-No, me amas lo que pasa es que
te fastidia que tenga razón.
Ainlena se quedó con la boca
abierta y todos al ver su expresión, no echamos a reír. La novia de mi hermano
cogió sus muletas y salió de la cocina lo más rápido que pudo.
Serían las diez de la mañana cuando
nos juntamos todos y comenzamos a planear la manera de eliminar a nuestros
enemigos. Nos sentamos todos alrededor de una mesa de madera enorme y
comenzamos a decir las ideas más originales y eficaces que se nos ocurrían.
Algunas ideas no tenían ni pies ni cabeza y normalmente salían de la boca de
Chloe o de Ainlena.
-¡Soltemos gases dentro de la
empresa! –dijo uno de los veinte mafiosos que habían venido.
-¿Cómo conseguiremos introducir
los tubos de gas venenoso? Hay mucha seguridad.
-Podemos ir planta por planta
eliminando silenciosamente a todos.
-No funcionaría –dijo otro
mafioso-. Necesitamos algo más eficaz y rápido. No tenemos tiempo.
-Señores –dije alzando mi voz-,
ustedes no tienen misiles para destruír el edificio pero yo sí. En el avión en
el que escapamos quedan un par de misiles bastante potentes.
-Nos podrían servir pero, ¿cómo
llegamos hasta allí sin poder evitar que nos vean?
-Les meteremos un virus en el
radar y no podrán saber si nos acercamos. Yo tengo la clave y puedo hacerlo
aunque tendremos un tiempo limitado de invisibilidad.
-Está bien. ¿Cómo de grande es el
avión?
-Caben diez personas más o menos.
-En nuestros aviones tenemos
misiles pequeños pero podrían servir de ayuda.
-Perfecto. Les rodearemos –dijo
un mafioso dando un golpe encima de la mesa a lo que todo el mundo comenzó a
gritar y a montar un escándalo.
-Saldremos mañana –gritó Kira
haciendo que todo el mundo se callase. Se dio media vuelta y salió de allí
dejándonos a todos patidifusos.
Seguí a Kira por el hall. No
podíamos lanzarnos a la aventura de un día para otro. Había que prepararlo todo
como es debido. Kira, sin embargo, lo único que quería era terminar con todo
esto cuanto antes.
-Kira, no estamos haciéndolo
bien. Los radares no darán la voz de alarma pero los que trabajan allí, nos
verán llegar por las ventanas. Hay que hacer algo para que no nos vean.
-Tienes razón. Ya pensaremos en
algo.
El día siguiente fue bastante
ajetreado ya que teníamos que preparar los aviones para el ataque y conseguir
comida por si pasábamos en los aviones metidos más de un día. Los
guardaespaldas no paraban de ir de un lado para otro, me ponían nervioso.
Con todo esto, Kira y yo casi no
hablábamos. Habíamos decidido que Chloe, Gabi y Ainlena se quedarían aquí con
unos cuantos guardaespaldas. Ainlena no podía viajar en su estado.
El día del ataque llegó y a las
seis de la mañana, todos los aviones despegaron. En nuestro avión, íbamos Kira
y yo solos. Kira era quien conducía ya que había manejado más veces este tipo
de aviones.
El viaje era bastante largo por
eso, cuando llegamos a Nueva York eran las cuatro de la tarde. Ya había metido
el virus y teníamos diez minutos para actuar. No íbamos a ir de frente ya que
nos verían enseguida y todo se iría al traste. Estábamos por lo menos a cien
metros de distancia del techo del edificio. Todos comunicados por radios,
soltamos unos polvos blancos. No eran venenosos pero dejaban los cristales
blancos y causaban una espesa niebla. Fuimos descendiendo en cuanto vimos cómo
se estaba quedando el edificio. Nos pusimos en nuestras posiciones y a la de
tres, todos disparamos. El edificio se fue haciendo añicos. Me daba mucha
lástima tener que haber matado a gente inocente como a mi secretaria pero era
algo que tenía que hacer.
En cuanto vimos que lo habíamos
destrozado todo, nos dirigimos hacia Washington. Los mafiosos se quedaban en el
avión mientras que sus guardaespaldas, al igual que yo, bajábamos del avión
mediante una escalera.
-Ten cuidado –me dijo Kira antes
de que bajara.
-Tranquila, no me pasará nada. Lo
más difícil ya lo hemos hecho –dije guiñándole un ojo.
-Te quiero. Jeff, quiero que
sepas que pase lo que pase, estés donde estés, siempre estaremos juntos.
-Lo sé, Kira. Te quiero –dije
antes de desaparecer por las escaleras.
Nada más bajar, tuvimos que
enfrentarnos a un pequeño grupo de soldados. Eran menos que nosotros por lo que
les vencimos enseguida. Entramos en la Casa Blanca y comenzó el fuego cruzado
me dieron varias balas en el pecho, menos mal que todos llevábamos chalecos
antibalas.
Estábamos cargando los últimos
misiles, cuando me di cuenta de que no habíamos mirado si estaba el presidente.
Avisé a los demás y volvimos a entrar. Teníamos que eliminarlo. No dejábamos
nunca nadie vivo y él no iba a ser especial. Corrimos por los pasillos hasta
dar con el despacho del presidente. Entramos pero no había nadie. Justo cuando
íbamos a darnos la vuelta para irnos, entraron un motón de agentes (mis ex
compañeros) y de entre ellos salió Joe sonriente.
-Un buen ataque pero que pena que
me lo perdí –me dijo vacilante el que había sido por mucho años mi jefe.
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