Empecé por leer el título que
decía: “Niños denunciando la desaparición de sus progenitores”.
A continuación ponía: “Desde
hace una par de semanas, la policía a recibido visitas y llamadas de niños
asustados y preocupados por la desaparición de sus progenitores. En todos los
casos de desapariciones, los niños estaban solos en casa con un canguro o con
alguien mayor de edad que los cuidase mientras sus padres salían a dar una
vuelta o salían con sus amigos o incluso cuando iban a una cena o comida de
negocios. Lo más raro de ese caso –dice la policía- es que no raptan solo a un
padre o a una madre, sino que si les raptan, es a los dos. Ya estamos vigilando
las calles de Lorain y de las capitales más importantes…”
En cuanto terminé de leer la
noticia, me vino a la cabeza lo que me había dicho Teresa. Sus padres tenían
una comida de negocios. Podrían estar en peligro.
Salí de mi habitación y se lo
comenté a mi hermano.
-Tenemos que avisarles o algo
-le grité a mi hermano que seguía muy ocupado leyendo un artículo sobre un
coche tuneado.
-Alice, los padres de Teresa
saben cuidarse. Además no creo que justo vayan a por ellos. Tienen pinta de
saber defenderse. Así que tranquila, ¿vale? Todo va a ir bien -me dijo mitras
me apretaba la mano contra su pierna.
En cuanto terminé de comer y
recogí los platos de la mesa, me puse el abrigo y me fui a la casa de Teresa.
Conduje con cautela intentando que las ruedas del Mini no resbalasen con el
poco hielo restante que había en las carreteras.
Pasamos la tarde jugando con
su hermana y pasadas un par de horas, la acostamos para que durmiera la siesta.
No quería preocupar a Teresa con la noticia que había leído por lo que no le
dije nada. Estuvimos viendo una película que estrenaban en el segundo canal de
la televisión.
La tarde transcurrió con rapidez. En cuanto
terminó la película, me levanté de su sofá color mostaza y me fui a casa.
En cuanto llegué, me quité la
ropa y me puse el pijama. Mi madre ya había empezado a hacer la cena y como yo
quería tener la mente ocupada, decidí lavarme las manos y ayudarla a cocinar.
Estuvimos hablando
animadamente mientras cortábamos los tomates y los pimientos rojos para
echarlos en un cuenco que sería la ensalada. Condimentamos las verduras con
aceite, vinagre y sal y cogí el cuenco y lo llevé a la mesa de madera de la
cocina. En cuanto salí de la cocina para llamar a mi padre y a mi hermano, vi
que mi padre estaba viendo las noticias pero mi hermano ya no estaba en el
sofá. Algo me hizo cosquillas en el cuello y yo grité. En cuanto me di la
vuelta, vi a mi hermano riéndose. Le di un empujón que tan solo lo movió una
par de pasos de donde estaba.
Mi madre nos llamó para que
fuéramos a cenar. Y cuando iba a entrar por la puerta de la cocina, mi hermano
me aplastó contra el marco de ésta. Yo le pegué con la mano bien abierta en el
hombro. Él solamente se dio media vuelta y me sacó la lengua.
Se sentó en una silla al lado
de mi padre y yo en otra que estaba al lado de mi madre y enfrente de mi
hermano. Mi padre encendió la televisión de la cocina con el mando a distancia
que estaba en medio de la mesa de madera. Tan solo mi padre y mi hermano
estaban prestando atención a las noticias. No sabía como podían verlas. A mí
tan solo me deprimían.
En cuanto terminaron las noticias,
mi padre empezó a cambiar de canal hasta que mi hermano se enfadó y le quitó el
mando y puso un canal de deportes.
Mi madre y yo estábamos
hablando sobre lo que había hecho en casa de Teresa. Mi madre me contó que
consiguió convencer a mi padre para ir a dar un paseo y que mi padre casi se
cae por el hielo que había en las aceras. También me contó que se habían mudado
unos vecinos nuevos que tenían un hijo de mi edad y que estaba ya apuntado a mi
mismo instituto.
Mi madre siempre se enteraba
de todo. No me extrañaría que le hubiera dado ya al chico mi número de
teléfono.
-Por cierto cariño, le he
dado al chico nuevo tu número de teléfono por si tiene dudas sobre lo de clase
o por si tiene ganas de dar una vuelta. Como no conoce a nadie de por aquí…
Genial, mi madre ya se había
encargado de manejar otra vez mi vida. Siempre que le decía que me dejara vivir
mi vida, me echaba un sermón sobre que solo quería protegerme. Si de verdad me
protegiera, no iría dándole mi número de teléfono al primer vecino nuevo de mi
edad que viera.
No discutí con ella ni mostré
signos de enfado aunque por dentro estaba bastante enfadada. En cuanto terminé
mi cena, lavé todos los platos y me subí a mi habitación. Estaba agotada por lo
que no me costó mucho dormirme.
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