Estaba en las últimas semanas
del segundo trimestre y tenía exámenes de todas las asignaturas. Johnny seguía
sin aparecer por clase. Llevaba más o menos un mes si saber nada de él. No
sabía ni si seguía en Ohio. Esta semana empezaba el agobio de los exámenes y
así dos semanas.
El lunes me levanté y fui
como siempre con mi hermano y con Teresa al instituto. Habíamos seguido
investigando la desaparición Keira y Fer pero no encontrábamos nada. Los
italianos que me secuestraron tampoco volvieron.
El lunes tenía examen de
historia. Me senté donde siempre y saqué mis apuntes para repasar un poco antes
de que me dieran el examen.
-Hola.
Me asusté al oír su voz. Ya
estaba tan acostumbrada a su ausencia que no me había dado cuenta de que había
vuelto. Tenía el pelo un poco más largo y su cuerpo estaba más tonificado.
-Pensaba que no ibas a
volver.
-Ese era el plan pero según mi
padre, soy un niñato mimado y malcriado y tengo que empezar a ser un hombre.
Tengo que resolver mis problemas y empezar a usar la cabeza para no hacer
tantas tonterías.
-Tu padre tiene razón y me
alegro de que te haya metido en vereda.
-¿Sigues enfadada? –me dijo
mientras dejaba sus apuntes encima de la mesa.
-Has estado un mes
desaparecido sin dar señales de vida y todo por una tontería. Por lo que tengo razones para
estar enfadada.
-Lo entiendo. ¿Cómo puedo
ganarme tu perdón?
-Ganándotelo. Y créeme cuando
te digo que no es fácil.
El profesor entró antes de
que Johnny pudiera contestarme. Nos repartió los exámenes y empecé a escribir
todo lo que sabía. Había tenido tiempo para estudiar mientras se horneaban los
bollos que hacía con Héctor.
La clase se terminó y todos
entregamos el examen. Salí al pasillo y Johnny me siguió.
-Dime qué tengo que hacer
para que me perdones –me dijo mientras me agarraba del brazo para que dejara de
avanzar.
-Johnny, tú sabrás qué tienes
que hacer –le dije mientras intentaba que me soltase.
Me soltó al ver que tiraba de
mi brazo para soltarme. Se quedó parado en medio del pasillo. Sus ojos se
humedecían poco a poco. Pero yo me di media vuelta y me fui al aparcamiento del
instituto.
-¿Te vas? –me preguntó
Ariadna.
-Sí. Hasta la última hora no
tengo otro examen así que me voy a casa a estudiar. Luego nos vemos.
Me fui andando hacia la
cafetería italiana.
-Hola Alice, ¿qué haces aquí?
¿No tienes clases? –me dijo Héctor mientras servía un par de cafés a una
pareja.
-No tengo examen hasta la
última hora así que he venido a estudiar y de paso a hacerte compañía.
-Tú nunca te pierdes las
clases. ¿Qué ha pasado? –me preguntó mientras venía para sentarse a mi lado.
Suspiré. En un mes había
conseguido conocerme mejor que nadie. Me cogió de la mano y sus ojos grises
penetraron los míos.
-El chico del que te hablé ha
vuelto.
-¿Tu exnovio?
-Sí. Quiere que le perdone
pero le he dicho que se lo gane y como sabía que en clase no iba a prestar
atención, he decidido venir aquí.
-Y así yo te distraigo, ¿no?
–me dijo mientras levantaba una ceja.
-Exacto –le dije mientras me
reía.
-Ven. Hoy toca lección de
batidos y zumos.
Me cogió de la mano y tiró de
ella para que me levantara. Me explicó como hacer el zumo que yo siempre pedía.
Siempre que me quería enseñar a hacer algo, se ponía detrás de mí y me cogía
los brazos y me los movía de un lado a otro. Era como su marioneta. Después de
terminar de hacer el mío, hicimos su batido favorito, el de menta, chocolate y
nata.
-Vamos a terminar contratándote
aquí –me dijo amistosamente la mujer que siempre estaba en la barra.
-Yo por mí encantada –dije
mientras Héctor y yo nos reíamos.
Cuando terminamos de hacer
los zumos, nos sentamos en la mesa de madera en la que me senté el primer día.
Héctor desde la segunda semana, ponía en esa mesa un cartel de reservado para
que nadie se sentara allí. Así se aseguraba de que me quedara más tiempo.
-¿Está rico? –le pregunté
cuando dio el primer sorbo al batido que yo había preparado.
-Mucho. El mejor que he
probado en toda mi vida –me dijo mientras sonreía.
-He aprendido del mejor –le
dije mientras le guiñaba un ojo.
-¿Sabes qué? Ese exnovio tuyo
ha sido un idiota. Ha estado un mes sin ver lo más bonito de Ohio.
-Mentiroso –le dije mientras
le daba un codazo y me ponía roja.
Pasamos toda la mañana
hablando y riendo e insistió en llevarme al instituto en su coche ya que no
había clientes. Su coche era negro y pequeño pero tenía bastante potencia.
Aparcó en el aparcamiento del instituto. Salió del coche corriendo y me abrió
la puerta para que saliera. Yo me reí y salí. Notaba como la gente que estaba fuera
nos miraba. Una de esas personas era Johnny. Aunque yo no le vi.
Aún quedaban 10 minutos para
entrar por lo que me quedé hablando con Héctor. Cuando sonó el timbre, tocó
despedirse.
-Suerte en el examen aunque
seguro que te sale perfecto –me dijo mientras me daba un abrazo.
-Gracias –le dije casi sin
aliento por todo lo que me estaba apretando Héctor contra su cuerpo.
-¿Luego te pasarás por la
cafetería?
-Claro –le dije mientras me
alejaba poco a poco de él.
Héctor agitó su mano para
despedirse y yo imité el gesto. Anduve por el pasillo abarrotado de gente.
Tenía examen de latín. Allí me encontré con Johnny de nuevo.
-¿Tan pronto me has olvidado?
–me susurró mientras me sentaba en mi pupitre.
-¿De qué hablas?
-Te he visto con ese chico. Y
supongo que será tu nuevo novio. Por eso te pregunto si ya me has olvidado.
Aunque si estás con otro, supongo que sí.
-Es un buen amigo y además a
ti no tengo que darte explicaciones de nada.
-Lo sé. Mira no sé quien es
él porque le he visto a lo lejos pero si le conociera, intentaría ser mejor que
él para que volvieras a enamorarte de mí.
-Pues me alegro de que no
sepas quien es –susurré mientras recogía mi examen.
-En silencio. Estáis en un
examen –dijo el profesor de latín.
Agaché la cabeza y empecé a
escribir. Notaba como Johnny me miraba. El profesor pensó que intentaba
copiarme y le puso unos pupitres delante de mí. Por una parte, me alegré de que
le hubiera separado de mí. Me agobiaba.
Pasaron las dos semanas de
exámenes. Johnny había estado cada día a mi lado intentando que le perdonara
pero yo no le dirigía la palabra. Al contárselo a Héctor, intentó tomar cartas
en el asunto pero se lo prohibí. Me ayudaba mucho hablar con él. Al terminar
los exámenes y llegar las vacaciones de Semana Santa, Héctor me dijo que tenía
también vacaciones. Estuvimos hablando de los sitios a los que queríamos ir
algún día.
-Te invito a pasar las
vacaciones conmigo –me dijo el día antes de que empezaran las vacaciones.
-Ojalá pudiera.
-Ya casi tienes 18 años.
Además, conmigo estarás a salvo.
-¿Y a dónde iríamos?
-A Nueva York.
-¿Enserio?
-Yo nunca bromeo ni con Nueva
York ni con Italia.
-Sería genial ir.
-Tus padres saben que soy de
fiar.
Les había presentado antes de
que Johnny hubiera vuelto al instituto. Mis padres dijeron que parecía un buen
chico y que al tener un trabajo, era responsable.
-Seguro que si les
preguntamos, te dejan venir –me dijo mientras salíamos de la cafetería.
-Vale, intentémoslo.
Cuando llegamos a casa, mis
padres se alegraron de verle y al ver las horas que eran, antes de que él
pudiera preguntarles sobre las vacaciones, insistieron en que se quedara a
cenar. Él aceptó y le pusieron los platos al lado de los míos para que nos
sentáramos juntos.
Héctor nos estuvo contando
historias sobre su tierra natal, Italia. Se había mudado aquí hacía unos meses
por el trabajo de sus padres. Aunque echaba de menos Italia, sabía que no
volvería hasta que pudiera ser independiente económicamente.
Cuando terminamos de cenar,
le di un codazo a Héctor para que les preguntara si podía irme con él de
vacaciones a Nueva York.
Al principio mis padres
dijeron que no pero no sé como, Héctor les convenció.
Mi padre cogió su ordenador
portátil y empezó a mirar vuelos. Mi padre estaba más emocionado que Héctor y
yo juntos. Parecía como si quisiera perderme de vista. Mi madre cogió una
maleta de ruedas del armario de la entrada y la subió a mi cuarto.
-Parece que se lo han tomado
bien –me dijo riendo Héctor.
-Anda ayúdame a hacer la
maleta –le dije mientras tiraba de él para que subiera las escaleras.
-No hará calor así que
llévate ropa de invierno. ¿Quieres que venga a recogerte?
-Sí. ¿A qué hora es el vuelo?
-Tu padre nos ha reservado el
de las 9 de la mañana así que saldremos de aquí a las 8.
-Entendido –le dije
sonriendo.
Metimos bastante ropa en la
maleta y cuando terminamos, Héctor se fue a casa. Yo no pegué ojo en toda la
noche por los nervios que tenía.
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