jueves, 14 de mayo de 2015

Capítulo 13 -> Pesadillas

Me desperté de un grito y notaba como caían gotas de sudor por mi frente y espalda. Sáhara vino a acurrucarse a mi lado y volvió a dormirse.
-¿Estás bien? –me preguntó mi hermano entrando corriendo en mi cuarto.
-Sí tranquilo, solo ha sido una pesadilla.

Vi que en la mano llevaba un bate de béisbol. Era la primera vez que se levantaba tan rápido de la cama. Estaba claro que él estaba más o igual de aterrado que yo.
-¿Qué hora es? –le pregunté mientras cogía una toalla de un cajón de la mesita de noche y me secaba el sudor.
-Las 5. ¿Quieres que me quede?
-Sí, por favor.

Se sentó en el borde de mi cama mientras dejaba el bate en el suelo y ponía su mano en mi rodilla.
-Tranquila. Conmigo no te pasará nada.
-Gracias –le dije mientras ponía mi cabeza en su hombro.

Me abrazó y me empujó para que me metiera en la cama y él se puso en el otro lado de la cama.
-¿Qué pasaba en la pesadilla? –susurró mientras se tumbaba y se tapaba con las mantas de mi cama.
-Estaba en la sala de torturas donde me han llevado esos italianos secuestradores pero no estaba yo sola. Había más gente. Mayores y pequeños, todos asustados y temblando. En las paredes había sangre y estaba atada con cadenas. Nos torturaban para que dijéramos aquello que ellos querían oír y así matarnos. En ese sitio había familias enteras y torturaban a los hijos  para que los padres confesaran.
-¿Reconociste a alguien?
-No. Solo a los torturadores que eran los mismos que yo vi.
-No te preocupes que no volverán a acercarse a ti.
-No tengo miedo de que me hagan daño a mí sino a la gente que más quiero.

Robert suspiró y me susurró que intentara dormir aunque sabía que ninguno de los dos volveríamos a conciliar el sueño.
El despertador sonó a las 7 y no había pegado ojo. Me di media vuelta para apagarlo y le di un pequeño codazo a Robert. Él también estaba despierto. Nos levantamos y él se fue a su cuarto a vestirse y yo abrí el armario y ojeé mi ropa. En la calle hacía bastante frío por lo que me puse algo que me abrigara.
Cuando elegí la ropa adecuada y me la puse, fui al baño a peinarme los pelos de loca que tenía y me lavé parte del cuello y la cara para quitarme el sudor. Después, bajé a desayunar. Teresa ya estaba desayunando y a su lado estaban Lucy y Robert.
-Buenos días –me dijo Lucy con su voz de niña pequeña mientras me sonreía e iba hacia la encimera para intentar coger un bol. Pero su baja estatura le impedía hacer tal cosa. Se ponía de puntillas, saltaba… pero aún así no consiguió su propósito.
La cogí en brazos y la llevé a su trona para que no estuviera correteando por ahí. Cogí un bol de cristal y lo llené de leche y lo metí al microondas como todas las mañanas.
-Anoche oí un grito, ¿pasó algo? –dijo Teresa mientras removía con una cuchara la leche chocolatada de su cuenco.
-Una pesadilla, nada más.

Me di media vuelta y fui hacia el armario de madera de la cocina y cogí una bolsa de plástico. En su interior había magdalenas. Cogí dos y las puse sobre la mesa.

Cuando todos terminamos de desayunar, salimos de casa. Oí la bocina de un coche y miré hacia la derecha. Johnny había venido a recogerme.
-Chicos, me voy con Johnny al instituto. Allí nos vemos.
-Vale –dijeron Robert y Teresa al unísono.

Fui hacia el coche gris de Johnny y entré.
-Hola –me dijo con una sonrisa en su rostro mientras se acercaba para darme un beso en la mejilla.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté extrañada.
-Pues que no te voy a dejar sola ni un segundo. Voy a pegarme a ti como el celo.
-¿Acaso vas a ser mi guardaespaldas?
-Si es necesario sí.

Le sonreí mientras Johnny conducía por la carretera. Johnny me miró y frunció el ceño.
-¿Pasa algo?
-¿Has dormido esta noche?
-Tuve una pesadilla y no pude pegar ojo.
-Si quieres por las noches me cuelo en tu casa y dormimos juntos –me dijo mientras me guiñaba un ojo.
-Mi hermano vino a dormir conmigo aunque ninguno de los dos pudo dormir.
-Bueno por si cambias de idea, que sepas que mi oferta sigue en pie.
-Vale, me lo pensaré –dije mientras me reía sin muchas ganas.

Cuando llegamos al instituto, los que iban con nosotros a clase, se nos quedaron mirando.
-Por favor, dime que no vengo en pijama.

Johnny se empezó a reír pero me miró para comprobarlo.
-Estás preciosa. Nos miran porque vamos cogidos de la mano y nadie sabía que éramos pareja.
-Tiene sentido –le dije a Johnny mientras me reía.

Ariadna vino con una sonrisa traviesa hacia nosotros.
-¿Qué me he perdido? –dijo mientras ponía sus manos en sus caderas.
-No mucho –dijo Johnny mientras tiraba de mí para llegar cuanto antes a nuestra clase.

Ariadna se cruzó de brazos y se fue de nuestro lado. Por el pasillo vi a Robert y Teresa que iban cogidos de la mano, se estaban despidiendo antes de entrar a las clases. Nos sentamos en dos pupitres que había libres. Dejé la mochila en el suelo y el abrigo en la silla y Johnny hizo lo mismo.
-¿Por qué a veces eres tan borde? –le susurré mientras sacaba los libros de historia.
-No soy borde. La gente no acepta la privacidad de los demás y yo hago que se note hasta dónde alguien puede o no preguntar. No me gustan los cotillas y menos aquellos que se inventan falsos rumores para fastidiar a alguien que les cae mal.
-Tienes razón pero todo se puede decir desde el respeto.
-No la he insultado por lo que he respetado su persona.
-Está bien. Déjalo.
-La he contestado bien –murmuró mientras hacía garabatos en un trozo de papel.

No contesté. No quería tener broncas con Johnny. No hablamos en toda la hora de historia. Ni si quiera nos miramos. Estuvimos en silencio cogiendo apuntes.

Cuando terminaron las clases, Johnny salió a paso ligero del instituto. Yo intenté alcanzarle pero iba demasiado rápido y la multitud de gente por los pasillos no ayudaba. Cuando salí, el coche de Johnny no estaba en el aparcamiento.
-¿Qué le has hecho al pobre chico? –me preguntó mi hermano mientras seguía la dirección de mi mirada.
-Se ha ido –dije entre susurros.
-Vámonos a casa Alice –dijo Teresa al acabar las clases mientras me abrazaba y me llevaba hasta el coche de Robert.

Recogimos a Lucy y nos fuimos a casa. No hablé en todo el camino aunque notaba cuando Robert o Teresa me miraban por el espejo retrovisor. Cuando llegamos a casa, tiré todas mis cosas en el suelo de mi cuarto y me tiré encima de la cama. Robert y Teresa insistieron en que comiera algo pero les ignoré.
Cada dos minutos miraba el móvil rezando para que Johnny me llamará. No llamó en todo el día ni yo a él. Era una tontería nuestro enfado pero a veces, las cosas más pequeñas, son las que más nos importan.
Pasé la tarde entera tirada en mi cama mientras oía como los demás decidían irse a la calle para pasear a Sáhara.
Cuando me aseguré de que no había nadie en casa, cogí un libro de clase y empecé a estudiar. No me gustaba estudiar pero era mejor que darle vueltas a algo que sé que pensando no lo voy a solucionar.

Después de una hora estudiando, decidí salir a la calle. Me daba igual que vinieran los italianos de nuevo. Conduje con mi coche hasta la nueva cafetería italiana. Era un local bastante grande y con bastante ambiente.  Fui a la barra y pedí un zumo de frutas del bosque. La camarera italiana me lo preparó en pocos minutos y adornó la copa con una frambuesa congelada y una pajita larga y gorda color morado. Cogí la copa y me senté en una mesa pequeña de madera que estaba libre. Saqué de mi bolso el libro de literatura y me puse a leerlo para pasar el rato.
-“Romeo y Julieta”. Una historia un poco trágica, ¿no crees? –me dijo un chico italiano alto con una camiseta negra y un delantal color rosa muy oscuro con el logotipo de la cafetería dibujado.

Alcé la miraba y le sonreí mientras cerraba el libro.
-¿Te lo has leído? –le pregunté mientras daba un sorbo del batido.
-Es un clásico. Soy Héctor –me dijo amablemente mientras apretaba mi mano con la suya en señal de saludo.
-Alice.
-Encantado –dijo mientras me daba un beso en la mano-. Bueno dejo que sigas leyendo que yo tengo mucho que hacer. Luego nos vemos.
-Vale. Hasta luego –le dije mientras volvía a abrir mi libro y le daba otro sorbo al zumo.

Héctor tendría unos 19 años y tenía el pelo castaño muy oscuro y los ojos grises. Su acento podía enamorar a cualquier americana. Era un chico bastante musculoso y trabajador aunque pude observar como la chica de la barra a veces le echaba la bronca por hacer mal los pedidos.
-Leer tanto es malo –me dijo Héctor mientras se ponía un abrigo gris.
-¿Te vas? –pregunté mientras miraba la hora.
-Vamos a cerrar. Pero mañana si quieres puedes volver.
Me reí mientras cogía mis cosas y me dirigía hacia la salida.
-Alice.
-Dime –le dije mientras me daba media vuelta para verle el rostro.
-¿No nos hemos visto antes? –preguntó extrañado.
-Lo dudo. Sino me acordaría.
-Qué raro. Es que tu rostro me es muy familiar.

Me acompañó hasta mi coche.
-¿Quieres que te lleve? –le pregunté.
-Tengo el coche una manzana más alante.

Nos quedamos los dos en silencio mientras oíamos los truenos en la oscuridad de la noche.
-Va a empezar a llover será mejor que llegues a tu coche antes de que te mojes.
-Sí, debo irme.

Notaba como Héctor quería decirme algo pero no se atrevía a hacerlo. Me abrazó para despedirse de mí y se fue. Yo entré en mi coche y me fui a casa.
-¿Dónde has estado? –me preguntó mi hermano nervioso y algo enfadado.
-En la cafetería nueva italiana tomando un zumo, ¿por?
-Me tenías preocupado. Pensaba que te había vuelto a pasar algo.
-Tranquilo. Me fui a leer un poco fuera de aquí.
-Hola Alice. ¿Dónde has estado? ¿Lo habéis solucionado Johnny y tú? –me preguntó Teresa mientras abrazaba a Robert por la espalda.
-Pues he estado en la cafetería nueva que me dijiste y no he hablado con Johnny en toda la tarde.
-¿Te ha gustado la cafetería?
-Sí. Es muy agradable.
-¿Agradable el sitio o el camarero de ojos grises?

Me empecé a reír al ver que ella también se había fijado en él. Me quité el abrigo y no la contesté.
-Me alegro de que estés mejor –me dijo mi hermano mientras íbamos al salón.

Cogí una pelota de goma y se la empecé a tirar para que Sáhara fuera a por ella. Lucy se reía y aplaudía cada vez que el cachorro la cogía con su pequeña boca.


Pasé varias semanas sin noticias de Johnny. Todas las tardes iba a la cafetería italiana y me quedaba allí hasta la hora de cierre. Héctor y yo habíamos empezado a confiar el uno en el otro. El día que me terminé el libro, Héctor se acercó a mí y me enseñó a hacer los bollos que después la gente comía allí. Llegaba todos los días con harina en el pelo y en la ropa. Pero no me importaba porque Héctor conseguía animarme durante unas horas. Seguía teniendo la misma pesadilla cada noche pero cada vez, la pesadilla duraba menos y ya no gritaba en sueños. Pronto esa pesadilla no volvería a interrumpirme el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario