Había sido la mejor noche de mi
vida pero no podía quedarme. Tenía que ir a trabajar. Miré a Emma mientras me
vestía. Era hermosa pero no estaba hecha para mí. Era la típica mujer de una
sola noche. Emma entre abrió sus ojos y me miró confundida.
-¿A dónde vas? –me preguntó con
una voz ronca mientras ponía su mano en su cabeza. Tenía resaca.
-Al trabajo pero no puedo dejarte
aquí sola.
-Tranquilo, que ahora me visto.
Me apreté la corbata y me fui a
la cocina a hacer un par de tazas de café. Minutos más tarde, apareció Emma con
su vestido dorado, descalza y con los zapatos de tacón de aguja en la mano.
-Desayuna, te he hecho una taza
de café. No soy un mal educado que te va a echar de mi casa sin darte de
desayunar.
-Gracias –dijo extrañada.
Siempre que traía a alguna mujer
a mi casa, las invitaba a desayunar porque no quería ser el típico capullo que
las usaba solo para el sexo. No era la primera vez que una mujer se extrañaba
pero qué puedo decir, soy un caballero.
Hablamos durante el desayuno. Al
parecer, Emma no se acordaba de nada por lo que yo le refresqué la memoria.
-¿Nos acostamos? –peguntó sobresaltada
aunque más parecía una afirmación ya que había despertado desnuda en mi cama.
-¿Pasa algo?
-Estoy comprometida –dijo con los
ojos húmedos.
No supe qué decir pero no había
tiempo para disculparme ya que no había sido culpa mía. Estaba borracha y tenía
ganas de fiesta al igual que yo.
Me despedí de ella y conseguí que
se tranquilizara. Un par de minutos más tarde, salí dirección a mi oficina.
Andando por la calle, me acordé de que mi hermano también había triunfado la
noche anterior así que decidí llamarle.
-Hola Gabi. ¿Qué tal anoche?
-Increíble. Me hizo unas cosas
Ann… ¿Y a ti qué tal te fue?
- Fantástico aunque esta mañana
me ha dicho que estaba comprometida –oí cómo mi hermano se reía al otro lado
del teléfono.
-¿Luego nos vemos?
-No creo hermano. Hoy tengo
bastante trabajo.
-Está bien. Que te sea leve.
-Deberías buscarte un trabajo,
¿eh cabrón?
-Lo sé, lo sé. No seas pesado.
Venga que vuelvo a la cama que Ann me espera. Hasta luego.
-Adiós.
Entré a mi despacho y me quité la
gabardina. Enseguida vino Sarah, mi secretaria, con una taza de café caliente.
-Buenos días, señor.
-Buenos días, Sarah. ¿Ha llegado
algo para mí?
-No, señor.
-Vale, gracias Sarah. Puedes
retirarte.
Cogí el folio que había imprimido
el día anterior. Me lo volví a leer y cogí mi móvil.
-Buenos días, ¿podría hablar con
Kira Slim por favor?
-¿Quién le llama? –respondió una
voz masculina.
-Soy… -debía pensar un nombre
falso, se me había olvidado por completo- Luigi Giudici y necesito hablar con
Kira por favor.
-Ahora mismo le paso con ella.
Esperé medio minuto hasta que
volvió a surgir una voz al otro lado del teléfono.
-Chao. ¿Qué desea? –su voz era aguda
pero dulce.
-Chao, soy Luigi Giudici, un chef
de cocina italiana aquí en Nueva York. Le llamo porque necesito su ayuda para un
negocio que tengo entre manos.
-¿Qué clase de negocio?
-Prefiero referírselo en persona
si no le importa.
-No hay problema. ¿A las 12 de
esta mañana en el St. Regis le parece bien?
-Perfecto. Allí estaré. Chao.
-Chao.
Ya había conseguido lo más
difícil, una cita, ahora solo tenía que conseguir que se quedara prendada de mí
con mis falsos encantos italianos. Bebí
un poco de café y preparé lo que
iba a decirle. Había hecho esto un millón de veces pero los mafiosos y
traficantes siempre eran hombres. Sarah entró en mi despacho avisándome de que
debía salir ya hacia el St. Regis.
-¿Nervioso?
-Para nada. Deséame suerte –le
dije intentando parecer fuerte y guiñándole un ojo.
-Mucha suerte señor.
Salí de la oficina y cogí un
coche reservado para estas ocasiones. Era negro y brillante, mucha potencia y
cómo no, blindado.
El motor rugió con fuerza al
pisar el acelerador. Llegué 5 minutos antes por lo que pude inspeccionar el
lugar. Pedí un whisky y me quedé en la barra esperando a la mafiosa.
Cuando en mi reloj de muñeca
dieron las doce, 6 hombres corpulentos y seguramente con armas hasta en la
suela de los zapatos, escoltaban a Kira.
Era más fascinante su belleza en persona. Se sentó en una mesa y le dijo a uno
de los 6 hombres que la escoltaban que le pidiera algo para beber. Yo me quedé
en la barra. Cuando fueron a darle la copa al guarda espaldas, me adelanté y la
cogí. El hombre intentó pararme pero le esquivé y me dirigí a la mesa en la que
estaba Kira.
-Su bebida, señora –dije
guiñándola un ojo.
-Gracias –me dijo mientras le
daba un sorbo a su bebida.
-Soy Luigi Giudici, el chef –le
dije mientras le daba un suave beso en su mano de piel porcelana.
-Encantada –dijo con una sonrisa
bastante atrevida.
Kira hizo un gesto y todos sus
guardaespaldas desaparecieron aunque sabía que nos seguían vigilando.
-¿En qué puedo ayudarle Luigi?
-Es como una historia y usted y
yo, debemos escribir su final.
-Cuénteme esa historia.
-Hace cinco años, conocí a la
mujer de mi vida. Una año más tarde, me casé con ella. Esperábamos un hijo que
sería la alegría de toda la familia.
-Ese niño nunca nació, ¿verdad?
-Exacto –dije cabizbajo.
-¿Qué pasó?
-Dos meses antes de que mi mujer
diera a luz, fuimos a un concurso de cocina en el que yo participaba. Era el
mejor y claro eso los demás no se lo tomaron muy bien. Por lo que mi adversario
más cercano a ganar, tuvo la gran idea de hundirme y así no conseguiría cocinar
algo tan bueno como para que el jurado me eligiera como ganador. Mi
contrincante mató a mi esposa y con ella se fue mi hijo.
-Lo siento mucho –me dijo en voz
baja mientras ponía una mano en mi hombro y me miraba fijamente a los ojos.
-Gracias señora. He tardado mucho
en recuperarme de aquello. Y ahora que soy fuerte, voy a vengarme de él.
-¿Va a matar a su familia?
-No, eso es muy duro y no se lo
deseo a nadie.
-¿Entonces?
-Quiero hacer el pastel más
apetitoso de todo el planeta. Tiene que ser algo nuevo, lo nunca visto. Y
después ponerle dentro un veneno que no deje rastro en la autopsia pero que le
haga sufrir. Que le incite a terminarse todo el pastel pero que cuanto más
coma, más sufra. Y para eso necesito su ayuda.
-Me parece una razón más que
justa para vengarse. Cuente conmigo.
-Muchas gracias señora.
-¿El pastel lo hará usted?
-Llevo mucho tiempo sin cocinar y
sé que a usted le gusta así que si no le importa ayudarme a conseguir algo
innovador…
-Le ayudaré señor Giudici.
-Muchas gracias. ¿Cuánto me
costará el veneno? –susurré para que nadie del bar oyera nuestra conversación.
-Eso no podré decírselo con
exactitud hasta que no tengamos hecho el pastel.
-Está bien –sonreí atrevidamente.
-Luigi, ¿le gustaría salir a dar
una vuelta?
-Por supuesto –me quedé impactado
al ver lo fácil que estaba siendo.
Anduvimos por las calles más
ricas de Nueva York.
-Luigi, si estoy siendo tan
cercana a usted es porque mi padre también vengó la muerte de mi madre. Y me
parece muy honorable que un hombre haga eso porque demuestra que la ha amado de
verdad.
-Siento mucho lo de su madre.
-No importa, está superado.
-¿Hace cuánto que está metida en
este mundillo? –pregunté con la duda de que podría mandarlo todo a la mierda.
-No fue mi elección. Mi padre me
obligó ya que al morir mi madre no pudo tener un hijo que se encargara de
nuestro imperio. Con 16 años empezó a instruirme. Y con 18, empecé a negociar
como una auténtica mafiosa.
-Su padre debe de estar
orgulloso.
-Sí aunque lamenta no haber
podido tener un hijo.
-Usted le daría mil vueltas a su
hermano –le confesé mirándola fijamente a los ojos mientras acercaba mi cuerpo
al suyo.
-Es usted muy amable –dijo
apartándose un poco de mí pero sin retirar la mirada.
Comprendí que estaba yendo muy
rápido pero tampoco sabía cuánto tiempo iba a estar aquí.
-He oído que es la primera vez
que deja su tierra. ¿Cómo es eso?
-Tenía que hacer negocios aquí y
decidí que era hora de ver mundo.
-¿Ha visto ya Nueva York?
-La verdad es que no he salido
mucho. Del hotel a un bar o restaurante para hacer negocios y así todo el rato.
-Si quiere puedo ser su guía
privado.
-No quiero importunarle.
-Estese tranquila que lo hago de
mil amores.
-Muchas gracias Luigi. Es el
cliente más cabal con el que he tratado.
-La trato como se merece, con
dulzura y caballerosidad.
Pude observar como ablandaba el
escudo interno de Kira. Había conseguido que se sonrojara en menos de dos horas
de conversación. Tenía que hacer que se enamorara de Nueva York tanto como yo
cuando me mudé aquí. Debía enseñarle la magia de la ciudad.
-Luigi, ¿usted siempre ha vivido
aquí? –me preguntó mientras andábamos por la Quinta Avenida.
-Nací en Italia y cuando cumplí
tres años, mis padres y yo nos mudamos a San Francisco. Cuando terminé la
carrera de cocina, me vine aquí porque conseguí trabajo y desde que me enamoré
de esta ciudad, no he vuelto a desear mudarme a otra parte. Este es mi lugar.
-Yo, como usted ya sabe es la
primera vez que salgo de mi querida tierra y si le digo la verdad, está siendo
toda una experiencia. Y entiendo por qué se enamoró de esta ciudad, es
preciosa.
-Sí, lo es aunque siempre se echa
de menos los demás sitios en los que has estado. Te dejan huella y eso no se
puede borrar.
Me estaba siendo muy fácil
mentirle y no la mentía en todo. Excepto lo de Italia, había pasado toda mi
infancia y mi adolescencia en San Francisco y me vine aquí porque conseguí mi
actual trabajo. Supongo que con algo de verdad de por medio, me iba a ser más
fácil engañarla.
Anduvimos por los sitios más
famosos de Nueva York –El Central Park, el Empire State – aunque al ser tan
grande mi ciudad, tuvimos que sentarnos en una pequeña cafetería a tomar algo y
descansar.
Kira muchas veces se quedaba
atrás y yo la tenía que coger de la mano para no perderla de vista. No estaba
acostumbrada a ir corriendo a todos lados como pasaba aquí. Muchas veces veía
cómo se tapaba los ojos cuando tiraba de ella para pasar un semáforo en rojo
cuando los coches venían en nuestra dirección. Al ver lo fatigada que estaba,
decidí bajar el ritmo.
Por la noche, la llevé a su hotel
para que se cambiara de ropa y se acicalara y la invité a cenar a un
restaurante carísimo. Como pagaba mi trabajo, pude pedir lo que deseara sin
importarme el coste. El restaurante pareció gustarle a Kira. Aunque ella no
paraba de mirarme a los ojos mientras me hablaba, yo no podía dejar de mirar su
provocativo vestido. Era de color azul muy oscuro, casi negro, la espalda
totalmente descubierta, la falda tenía una abertura en la parte izquierda que
le llegaba casi hasta el muslo y un escote en pico que bajaba hasta su abdomen.
Llevaba el pelo recogido con un par de mechones sueltos por la cara. Ella sabía
que con ese vestido no podía concentrarme bien en la conversación y a veces, se
movía de forma que el escote se ensanchaba dejando entrever sus pechos casi
enteros.
Estaba claro que esta no era una
mujer de una sola noche, sino de toda una vida.
Yo, sin embargo, llevaba un
chaleco negro, debajo de éste, una camisa blanca y unos pantalones negros a
juego con el chaleco. Kira a veces, miraba insinuante el cuello de mi camisa. Estaba
consiguiendo mi objetivo, volverla loca como a cualquier chica del restaurante.
Al terminar de cenar, pedí una botella de champagne.
-Por nuestro gran negocio –dije
acercando mi copa a la suya.
-Por Nueva York –añadió ella
guiñándome un ojo y chocando su copa con la mía.
Cuando salimos del restaurante,
decidí llevarla a su hotel para que descansara. Mañana iba ser un día bastante
ajetreado y quería que estuviera en plenas funciones. Yo, sin embargo, me cambiaría de ropa en mi
piso e iría al bar de debajo de mi piso a tomar una copa y a ligar con alguna chica
que tuviera ganas de marcha.
La acompañé hasta su habitación y
le di un suave beso en la mano a forma de despedida. Ella me miró a los ojos,
asintió y sonrió.
-Buenas noches –le susurré
mientras acariciaba su delicada mano.
-Buenas noches -dijo dando un
pequeño paso hacia mí.
Estábamos a pocos centímetros en
uno del otro pero debía mantener las distancias. Al menos por ahora. No sabía
si la tenía en el bote o intentaba ella tenerme en el bote para después
manejarme a su antojo. Por lo que me alejé de ella y sin levantar la mirada del
suelo, desaparecí por el largo pasillo del hotel. Al salir de allí, cogí mi
coche y me dirigí al garaje de mi trabajo para cambiar de coche. Cogí el mío y
me fui a casa. Al entrar vi a Gabi sentado en mi sofá.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté
confuso.
-Esperar a que vinieras para
irnos a ligar como anoche. Venga, cámbiate que en cinco minutos salimos.
-¿Qué pasa que Ann ya no quiere
aguantarte esta noche? –le dije bromeando mientras me quitaba la camisa.
-Ann se fue muy bien servida –me
dijo intentando chulear de su habilidad en la cama.
Como yo había planeado, fuimos al
bar de abajo a tomarnos unas cervezas y como siempre, a los dos minutos de
entrar, estábamos rodeados de mujeres preciosas. Después de observar a las tres
mujeres que tenía alrededor y que me comían con la mirada, cogí a chica que
tenía a mi derecha que fue la que más me gustó y nos sentamos en los sillones
de cuero que estaban a pocos metros de dónde yo me encontraba. Las otras dos
chicas, miraban furiosas a la chica que me acompañaba.
-¿Cómo te llamas? –le pregunté
mientras la observaba de arriba abajo. Tenía el pelo rubio muy largo, unos ojos
azul turquesa que hipnotizaban, una figura esbelta y atractiva y un vestido que
ocultaba lo suficiente.
-Elizabeth –respondió ella.
-Yo soy Jefferson. ¿Tienes
pareja?-pregunté intentando no cometer el mismo error que la noche anterior.
-No –dijo antes de pasar su
lengua por su labio inferior.
Tragué saliva, aparté su pelo
dejando su cuello al descubierto y me acerqué a su cuello. Noté como se le
aceleraba la respiración al notarme tan cerca. Le di un suave y ardiente beso
en el cuello y acerqué mis labios a su oreja.
-Quiero que esta noche seas para
mí –le susurré de forma muy provocativa sabiendo que se derretiría al oír todas
y cada una de las palabras que salían de mis labios y rozaban su oreja y
cuello.
Con su suave y delicada mano me
alzó la barbilla para que la mirara a los ojos. Me sonrió y acercó mi rostro al
suyo para besarme. Los labios le sabían a Coca Cola por lo que deduje que no
había bebido alcohol, algo que me extrañó. Bajé mis manos por su cintura y de
forma sensual las moví hasta llegar a su tripa. Era una chica delgada y
bastante guapa. Pero no parecía de las típicas que se enrollaba con todo lo que
se movía. Mientras besaba su cuello, pude oler su perfume. Era dulce pero no
era el típico olor que marea. Volví a sus labios. Sus ojos azules ardían y yo
también. Quería llevármela a mi piso.
Entonces, observé a Gabi. Esta
noche iba a estar muy bien acompañado. Tenía una chica morena de metro ochenta
a la izquierda y una chica rubia de la misma altura a la derecha. No paraban de
abrazarle y de besarle por lo que yo sabía que no se llevaría a una sino a las
dos y encima a mi piso porque estaba más cerca que el suyo.
Cogí a mi chica de la mano y fui
hacia mi hermano.
-Gabi, yo me subo a casa con
Elizabeth –le dije presentándola.
-Perfecto, yo en unos minutos
subiré con mis dos chicas.
Nos dimos mi chica y yo media
vuelta y nos dirigimos a la salida. Cuando salimos a la calle, una ráfaga de
viento chocó contra nosotros. Noté como Elizabeth tiraba de mí con fuerza.
-¿Pasa algo? –le pregunté algo
confuso por su comportamiento aunque no pude verla porque tenía los ojos
cerrados por el fuerte viento.
No respondió y me puse nervioso.
Dos segundos más tarde, el viento se calmó un poco y pude observarla. Me tenía cogido de la mano
pero su cuerpo estaba apoyado en una pared del bar. Un chico estaba apretándola
contra la pared y le tapaba la boca a Elizabeth con una mano. Elizabeth me
miraba asustada.
-¡Déjala en paz! –grité dándole
un fuerte empujón.
-¡Tú a mí no me mandas! Ella me
pertenece.
Al oír eso, le di un fuerte
puñetazo en la cara haciendo que sangrara del labio y de la nariz. Elizabeth se
acercó a mí, me abrazó con fuerza y se puso tras de mí.
-¿Sabes quién es este gilipollas?
–le pregunté a Elizabeth mientras ella temblaba de miedo.
-Es mi exnovio.
-¿Y por qué dice que le
perteneces?
-Porque en mis entrañas llevo a
un hijo suyo.
Lo sabía. Era muy difícil que una
chica no bebiera en un bar a estas horas de la noche. Observé como el hombre se
ponía en pie y se limpiaba toda la sangre con un pañuelo.
-Va a tener a mi hijo y no pienso
dejar que un imbécil como tú pase la noche con ella. Ella tendría que estar
conmigo.
-A ver, para empezar, no soy un
imbécil. En tal caso lo eres tú por pensar que porque vaya a tener un hijo
tuyo, te pertenece cuando no es así. Ella ahora es libre y puede hacer lo que
la venga en gana. Así que fuera de mi vista y como me entere de que le pasa
algo por tu culpa, eres hombre muerto.
El hombre era más bajo y mucho
menos musculoso que yo así que si tenía que pelear contra él, yo conseguiría
vencerle.
Cogí a Elizabeth por la cintura y
sin dejar de vigilar al hombre, subimos a mi piso. Elizabeth se quitó el abrigo
y se sentó en mi cama.
-Lo siento –susurró mientras yo
me quitaba mi abrigo y lo colgaba en el perchero.
-No pasa nada. ¿De cuánto estás?
-De tres semanas.
-¿Y cuándo rompiste con él?
-Hace dos semanas.
-¿Él sabía que estabas en estado?
-No y no sé cómo se ha enterado.
Me senté a su lado y la abracé.
Estaba teniendo una muy mala racha con las chicas. Elizabeth me miró y sus
manos acariciaron mi cuello. Fueron bajando poco a poco hasta dejar mi pecho al
descubierto. Yo estaba bloqueado no sabía si estaba bien acostarme con ella
después de lo ocurrido. Aunque al parecer, ella seguía con el pan acordado.
Me quitó la camisa y empezó a
besarme el cuello mientras yo iba bajando la cremallera de su vestido. En
cuanto se lo quité, ella se quitó los zapatos y se puso encima mío haciendo que
me tumbara sobre la cama. Su figura desnuda era aún más impresionante.
Elizabeth no paraba de acariciar y besar todo mi cuerpo y eso hacía que
perdiera el control. Tras bajarme los pantalones y calzoncillos, empezó a
moverse de forma muy sensual encima de mí. Un minuto más tarde, comenzó a
gemir. Mis manos no paraban de acariciar su cuerpo de arriba abajo. Y mi
respiración estaba bastante agitada y pude notar como eso excitó aún más a
Elizabeth.
Elizabeth estaba tumbada sobre mi
pecho. La luz que entraba por la ventana alumbraba su cuerpo desnudo. Ella, por
suerte, pudo dormir. Yo, sin embargo, tuve que oír el ruido de la habitación en
la que se encontraba mi hermano con las dos chicas. Las chicas no paraban de
gemir y la cama chirriaba.
Por la mañana, noté algo de frío
y al abrir los ojos noté que Elizabeth no estaba a mi lado. Giré la cabeza y
pude observar cómo se ataba sus zapatos de tacón negros.
-¿Te ibas a ir sin despedirte?
–le pregunté mientras me levantaba y la besaba el cuello.
-Tengo que irme a trabajar –me
dijo mientras se daba la vuelta y me besaba los labios.
-¿No quieres desayunar antes de
irte?
-No, gracias es que llego tarde
–dijo cogiendo su abrigo.
Miré mi reloj. Faltaba media hora
antes de que tuviera que ir a donde mi jefe a contarle lo ocurrido con Kira. Me
empecé a vestir apresuradamente después de que Elizabeth se hubo ido.
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