Dejé mi abrigo en mi despacho y
fui a donde mi jefe. Estaba en la cafetería de la empresa tomándose un café mientras
tecleaba algo en su móvil. Me acerqué y él alzó la mirada.
-Buenos días, señor.
-Buenos días, Jefferson. Cuéntame
qué tal ayer.
-Congeniamos desde el primer instante.
Accedió a hacer el pastel conmigo y fui su guía turístico de la ciudad. Le
invité a cenar y le acompañé a su habitación.
-Muy buen trabajo. Ahora lo que
necesitas es que caiga rendida a tus pies.
-No es una mujer fácil como las
del bar, señor. Debo ir poco a poco si no quiero que todo lo conseguido se vaya
a la mierda.
-Me parece bien. ¿Ya has planeado
qué harás hoy con ella?
-La llevaré a un local dónde hay
una pequeña cocina y empezaremos a probar pasteles. Y puede que después vuelva
enseñarle otro poco de Nueva York.
-Perfecto e intenta sacarle
información sobre su estancia aquí.
-Entendido, señor.
Me di media vuelta y fui a mi
despacho. Mi secretaria ya había dejado una taza de café en mi escritorio. Me
lo tomé lentamente mientras recordaba la fabulosa noche que había pasado con
Elizabeth. Aún tenía el olor de su perfume impregnado en mi cuerpo.
A media mañana, cogí las llaves
del coche de la empresa y fui al St. Regis a buscar a Kira. Entré a la
cafetería del hotel y dos minutos más tarde, apareció Kira con dos de sus
guardaespaldas pisándole los talones. Me acerqué a ella y le di un suave beso
en la mano.
-Buenos días, señora –dije con un
tono muy formal y respetuoso.
-Buenos días, Luigi y por favor,
llámame Kira porque lo de señora me suena a persona mayor rozando los 60 años
–dijo soltando una pequeña risita al final.
Observé su figura. Llevaba un
pantalón gris con una chaqueta, calzado y bolso a juego. Y como no, todo ello
valdría más de 5000 dólares.
-¿Está lista para mancharse las
manos? –le pregunté mientras salíamos del hotel y le abría la puerta del
copiloto para que entrara.
-Preparada –dijo sonriente.
Me extrañaba que fuera tan amable
conmigo siendo una mafiosa que había matado a personas con sus propias manos
sin sentir el más mínimo remordimiento. Aunque por otra parte, me gustaba que
fuera una persona tan abierta y amable. Podía hacer mi trabajo con facilidad,
sin complicaciones.
Los guardaespaldas se sentaron en
los asientos de atrás. Conduje hasta un local de un amigo que había sido un
cocinero buenísimo. Por lo que en aquella pequeña cocina, encontraría todos los
utensilios e ingredientes que iba a necesitar.
Cuando entramos, nos quitamos los
abrigos dejándolos en una silla y empecé a abrir cajones en busca de un par de
delantales.
-Toma –le dije dándole el primer
delantal que encontré.
-Gracias.
Yo seguí buscando y a los pocos
segundos encontré otro. Nos arremangamos y nos atamos los delantales.
-Muy bien. ¿Cómo quiere que sea
el pastel, Luigi?
-Letal –dije con un tono
malévolo.
Kira se echó a reír ante mi tono.
Se frotó las manos y empezó a escribir en una hoja las clases de pasteles que
podríamos cocinar.
-¿Qué le parece un pastel de
chocolate relleno de crema y por encima fresa rallada?
-Suena delicioso. ¿Sabe
cocinarlo?
-Pues lo cociné hace unos años
pero no me quedó muy bien. Aunque podemos intentarlo si quiere.
-Me parece bien. ¿Qué
ingredientes se necesitan?
-Harina, huevos, fresas,
chocolate líquido, crema, azúcar… -dijo mientras yo buscaba por los armarios
los ingredientes.
Empezamos a mezclar ingredientes
hasta conseguir una masa espesa. Cada vez que ella desviaba la mirada para otro
lado yo echaba pimentón fuerte, alguna que otra especia… en resumen, un popurrí
de ingredientes que sabrían a rayos.
-¿Cuántos años lleva en esto de
la cocina? –me preguntó Kira mientras metía en un molde el contenido de la
cazuela.
-12 años. Desde pequeño fue mi
pasión y al ver que era bueno, fui a estudiar a una universidad de cocina.
-Empezó muy joven entonces.
-Sí y si le digo la verdad, no me
arrepiento del trabajo que hago.
Metimos toda la masa espesa en un
molde redondo y lo puse con delicadeza dentro del horno. Nos apoyamos los dos
en la encimera y Kira me miró fijamente.
-¿Pasa algo? –le pregunté
nervioso pensando que no se había tragado mi treta.
-No, no pasa nada –dijo evitando mi mirada
mientras notaba como un sonrisa tímida surgía en sus dulces labios.
No insistí ya que no quería que
pensara que era un cotilla y decidiera no ayudarme a hacer más pasteles ya que
este iba a ser un bodrio.
-¿Tiene pareja, señorita Slim?
–pregunté intentando comenzar una conversación.
-Tenía –dijo con un tono bastante
apagado.
-¿Qué pasó?
-Él pertenecía a una familia muy
adinerada pero no eran mafiosos ni querían serlo. Era una familia honrada que
cada centavo que tenían, lo habían conseguido trabajando. Conocí a Federico
cuando yo tenía 16 años. Él era dos años mayor que yo por lo que mi padre no
dejaba que se acercase a mí. Pero ya sabes lo que pasa. Cuando te prohiben
algo, más irresistible se vuelve y caes en la tentación aún sabiendo que
desobedeces a tu padre. Me escapé con Federico. Estuvimos una semana
desaparecidos hasta que mi padre dio con nosotros. Nunca vi a mi padre tan
enfadado y decepcionado conmigo. Unas semanas más tarde, me di cuenta de que
estaba embarazada. No se lo dije a nadie pero mi padre notaba que tenía nauseas,
que ya no me quejaba de la tripa cuando me venía el periodo… Una noche me hizo
llamar a su despacho. Allí se encontraba Federico algo que me puso más nerviosa
de lo que estaba.
-¿Qué os dijo? –pregunté curioso.
-Mi padre, durante los tres meses
que me había visto rara, ya se había hecho a la idea de que estaba embarazada.
Mi padre es muy inteligente y estaba claro de que se daría cuenta de mi mentira
tarde o temprano. Mi padre no quería que manchase el nombre de la familia por
lo que mi padre nos obligó a casarnos.
-¿Está casada? –pregunté con los
ojos muy abiertos y las cejas alzadas.
-La boda jamás llegó a
celebrarse.
-¿Por qué? ¿Qué pasó?
-Me extrañaba que mi padre me
dejara casarme con el hombre al que amaba. Federico no sabía que yo pertenecía
a la mafia y cuando se enteró, quiso dejarme. Mi padre y Federico empezaron a
forcejear. Mi padre no iba a consentir que diera a luz soltera. Yo intenté
separarlos y recibí la peor parte. Me empujaron intentando apartarme de ellos
pero estaban tan enfrascados en su pelea, que no se dieron cuenta de que detrás
de mí había unas escaleras. Por lo que al empujarme, me caí por las escaleras
perdiendo así al bebé que llevaba en mis entrañas. Mi padre le echó a él toda
la culpa y mandó que lo mataran –dijo la última frase casi sin voz aunque
ninguna lágrima salió de sus ojos. Sabía perfectamente que no era una mujer
débil y que no se derrumbaría delante de mí.
-Lo siento mucho.
-No te preocupes, después de
aquello, supe que Federico jamás habría estado en los malos momentos. Supongo
que es verdad eso de que a base de golpes se aprende y yo me llevé el más duro
de todos. No me quedé estéril aunque el ginecólogo me dijo que tendría muchas
dificultades para quedarme embarazada.
-Una vez mi mujer me dijo que no
poder dar la vida, es lo más duro que le puede pasar a una mujer.
-Y está en lo cierto.
Sonó el timbre del horno haciendo
que los dos nos sobresaltáramos.
El pastel estaba listo. Cogí dos
trapos y con cuidado, puse el molde encima de la encimera.
-Hay que sacarlo del molde –dijo
Kira con un tono bastante relajado.
-Yo me encargo.
Había visto varios programas de
cocina para este caso por lo que sabía perfectamente cómo sacar el pastel del
molde sin romperlo. Lo saqué con éxito y lo puse encima de un plato llano.
-No podemos probarlo hasta que se
enfríe –dijo mientras miraba el pastel de reojo.
-¿Quiere una copa de vino?
-Sí, por favor.
Nos sentamos en unas sillas y nos
servía dos copas de vino. Sabía que después de hablar de algo tan duro, se
necesitaba meter alcohol en el cuerpo.
-Luigi, si le cuento todo esto es
porque confío en usted. Ha pasado por lo mismo que yo y siento que por fin
alguien me entiende y me escucha.
-¿Acaso la ignoran?
-Solo les interesa que mis
negocios sean un éxito. Mi vida personal les importa una mierda. Nunca he
podido hablarlo con alguien y eso ha hecho que tenga tragar todo lo que me
pasa. Por lo que cuando tengo que encargarme de alguien, me desahogo con ira y
crueldad.
-Vaya –dije nervioso mientras me
desabrochaba el primer botón de mi camisa.
-Lo siento, no quería asustarle
–dijo mientras me miraba a los ojos.
Di un pequeño sorbo a mi copa y ella hizo lo
mismo.
-Kira, ¿qué le trae por mi
ciudad?
-Ya se lo dije, negocios.
-¿Por cuánto tiempo podré gozar
de su presencia?
-No lo sé. De momento por dos
semanas luego ya depende de si surge algún imprevisto.
-¿Qué clase de improviso? –le
pregunté aunque tenía que intentar controlarme porque sino, enseguida se daría
cuenta de que esto era un interrogatorio.
-Pues… si la policía se entera de
mis negocios, vendrán a por mí.
-También pueden venir a por mi.
Estoy planeando un asesinato.
-Es cierto. Creo que no va a ir
al cielo –dijo con un tono gracioso.
-Entonces, nos veremos en el
infierno –le dije guiñándole un ojo.
Kira me miró divertida y yo le di
el último sorbo a mi copa de vino. Decidí enseñarla otro poco de Nueva York
mientras el pastel se enfriaba y como no, los guardaespaldas nos seguían. Me
sentía incómodo teniendo a mis espaldas a dos musculosos hombres que podían
aniquilarme en menos de un segundo. Aunque cuando estaba volcado en la
conversación que tenía con Kira, ni me daba cuenta de que nos acompañaban.
Nunca habían hablado así que no sabía si entendían algo de lo que decía. Los
ojos de esos hombres podían llegar a ser tan oscuros, que parecían agujeros
negros.
Kira parecía divertirse con el
pequeño Tour que le estaba haciendo. La cogí de la mano cuando tuvimos que
andar entre la multitud. No quería perderla ni un segundo de vista. Llegamos a
un pequeño mirador que daba al mar. Las olas chocaban contra las rocas con
fiereza. El largo pelo de Kira, se movía de un lado para otro haciendo que ella
tuviera que recogérselo en un simple moño para que no le diera el pelo en los
ojos.
-¿Te gusta?
-Me encanta –respondió mientras
miraba con entusiasmo aquel paisaje.
-Me alegro de que te guste.
-Lo malo es que con el viento te
quedas helada –dijo mientras se frotaba las manos.
La cogí de la mano y bajamos unos
cuantos escalones hasta llegar a una pequeña cafetería. Abrí la puerta y dejé
que ella entrara primero. Pedimos dos cafés y dos bollos de crema y nos
sentamos en una mesa que estaba libre.
Los guardaespaldas, se quedaron
fuera pero mirando por el enorme cristal que tenía la estancia para no
quitarnos un ojo de encima.
Una camarera bastante guapa, nos
trajo lo que habíamos pedido. Sentí como me miraba y yo no pude evitar mirarle
el escote cuando iba dejando lo de la bandeja encima de la mesa. Ella notó que
la miraba y sonrió. Como si hubiera sido un acto reflejo, retiré la mirada y miré
a Kira que no parecía haberse dado cuenta de mi intercambio de miradas con la
camarera. Observaba el local con interés y noté como fijó su mirada en la pared
y frunció el ceño.
-¿Pasa algo? –le pregunté
curioso.
-Nunca había visto una decoración
tan peculiar.
La cafetería tenía las paredes
llenas de tazas de café y de té. Cada una diferente, no conseguí ver dos
iguales. Y del techo, colgaba una tetera espectacular. Me recordaba a la tetera
de “La Bella y la Bestia”.
-Nueva York es así de impactante
–dije divertido.
-Ya veo –carcajeó.
-Teniendo negocios, ¿cómo es que
tiene tanto tiempo libre? –pregunté intentando sacarle algo de información.
-Porque soy una mujer que
organiza bien su agenda para tener tiempo para relajarme. ¿Por qué tanto
interés en saber qué negocios tengo entre manos?
-Una simple palabra, curiosidad.
Me parece interesante lo que haces.
-De interesante no tiene nada y
de ilegal todo.
-Kira, tal vez para ti al estar
acostumbrada a este estilo de vida, no le parezca interesante pero para alguien
que jamás ha matado ni a una mosca, es una vida llena de aventuras.
-No le gustaría estar en mi
lugar.
-¿Por qué no?
-Porque no creo que fuera capaz
de acatar las órdenes que a mi me dan.
-¿Cómo cual?
-Como que te obliguen a matar a
alguien a sangre fría, alguien que a ti nunca te ha hecho nada y que
seguramente ni conoces. Tener que quitarle la vida sabiendo que puede que tenga
una mujer e hijos que le esperen a cenar. Una familia que quiera darle un
fuerte abrazo después de estar todo el día fuera. Pero no puedes pensar en eso
mientras le quitas la vida a alguien que para ti es un total desconocido. Así
que respiras hondo y disparas.
Me quedé con la boca abierta tras
oír aquello. Tenía una vida bastante dura y yo no me había dado cuenta. Kira era
fuerte y no dejaba que el corazón decidiera por ella. Ella utilizaba la lógica
y acataba cada orden que le daban y eso hacía que sintiera lástima por ella.
-¿A quien tiene que quitarse de
en medio?
-No puedo decírtelo aquí.
-Está bien, volvamos a la cocina
–dije levantándome y cogiendo mi abrigo del respaldo de la silla.
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