lunes, 20 de enero de 2014

El Cliente -> Capítulo 10



Llevaba varios días en mi cuarto encerrado sin querer hablar con nadie. No dormía ni comía y eso causaba que tuviera unas ojeras más acentuadas y que se me empezaran a notar los huesos de lo delgado que me estaba quedando. Joe me había llamado comunicándome de que la sangre y los cabellos eran de ella y ése era, principalmente, la causa de mi huelga de hambre.
Gabi intentaba obligarme a salir y a comer pero yo era muchísimo más cabezón que él y siempre conseguía salirme con la mía. No quería preocuparle pero mi estado físico conseguía todo lo contrario. Estaba tan encima de mí que hasta llevaba varios días sin ver a su “novia”, Ainlena Irwin.
-Jefferson, tienes que salir a que te dé el aire –me dijo un día mi hermano pequeño.
-No tengo ganas.
-Vente con Ainlena y conmigo al cine. Lo pasarás bien.
-No voy a ser vuestra carabina.
-Deja de decir chorradas. Venga, vístete –dijo concluyendo la conversación mientras cogía ropa al azar de mi armario y me la tiraba a la cara.

Le hice caso. Él siempre había estado ahí y si sabía cuidarse a sí mismo, ¿por qué no podía pasar por el trago de ser el hermano mayor? Ahora era a él al que le tocaba cuidar de mí. No lo pensaba y actuaba así para fastidiarle sino que simplemente, no podía ni con mi alma. Le necesitaba para que siguiera manteniéndome con vida.
Me vestí lentamente ya que no me hacía gracia alguna tener que salir con el frío hibernal que hacía por las calles grises de Nueva York. Me abroché el abrigo y me puse alrededor del cuello una bufanda gris de lana que me llegaba casi hasta la nariz.
-¿Estás listo? –me preguntó mi hermano mientras cogía unos guantes de la cómoda de su cuarto.
-Sí –dije en casi un susurro.
-Ainlena te va a caer genial, ya lo verás.
-Ya… ¿Oye, qué película vamos a ver?
-No sé. ¿Qué hay en cartelera? –me dijo mientras caminábamos por la helada calle y caían pequeños copos de nieve sobre nosotros.
-Debajo de mi cama había una revista que era de hace unos días. Ponía que se estrenaba la segunda parte de “Los Juegos del Hambre”, es decir, “En Llamas”.
-¿Por qué había una revista debajo de tu cama, hermanito?
-Yo soy el mayor así que no me llames hermanito. Y es mi casa por lo que mi casa, mis reglas.
-¿Es un síntoma del síndrome de Diógenes? –me preguntó con una sonrisa traviesa en el rostro.
-No, capullo.
-Eh, un respeto –dijo alzando una mano.
-Perdona –dije de forma seria sin girarme para mirarle.

Cuando llegamos a la entrada del cine, sólo había un par de parejas enrollándose. Además de ser una chica misteriosa, era impuntual. Mi hermano se llevaba una joya.
-Hola, chicos. Perdón por el retraso. El tráfico es horrible a estas horas –saludó la hasta ahora misteriosa Ainlena Irwin.
-No pasa nada, nosotros acabábamos de llegar –dijo mi hermano pequeño dándole un breve beso en los labios-. Por cierto, te presento a mi hermano mayor, Jefferson.
-Encantada. Gabi me ha hablado mucho de ti –me dijo después de darme dos besos.
-No me fío mucho de lo que te haya podido decir este capullo –dije mirándole de reojo a mi hermano.

Noté cómo Ainlena se reía ante mi comentario. Parecía una chica agradable pero iba a examinarla durante toda la noche. Una de mis razones para haber salido aquella noche era que quería saber cómo era y quién era la chica que había conseguido “robarle el corazón”. Quería averiguar si era una zorra como la que a mí me hizo tanto daño. No iba a permitir que ninguna así le hiciera daño a mi hermano.
La observé de arriba abajo. Era una chica alta pero más baja que mi hermano y que yo. Tenía el pelo muy largo y de un color pelirrojo muy apagado, casi granate. Sus ojos eran de color miel y brillaban como el mismísimo sol. Era una chica que vestía con elegancia y eso me gustaba.
-Bueno chicos, ¿qué película vamos a ver? –preguntó entusiasmada. Parecía una niña pequeña.
-“En Llamas” –dije mientras sacaba la cartera.
-Me parece bien. Tenía muchas ganas de verla –dijo dando saltitos hasta la ventanilla en la que te vendían las entradas. Posiblemente le pidieran el carnet de identidad para comprobar su edad ya que se estaba comportando como una niña de cuatro años.

Cogimos las tres entradas y pasamos a la tienda de golosinas a coger un cubo de palomitas.
-Toma, para mi dulce niña –dijo mi hermano dándole a Ainlena una piruleta enorme con forma de espiral y multicolor.
-Oh, gracias mi hombrecito de chocolate –dijo entregándole un soldado de chocolate.

Madre mía, eran extremadamente repulsivos. Estaba por vomitar en el cubo de las palomitas, pero opté por meterme en nuestra sala y dejarlos atrás con sus cariñitos. Kira y yo no éramos así. ¡Oh, Dios mío, Kira! ¿Dónde estará? ¿Estará bien? Necesitaba saber de ella. Joe me llamaba todos los días para contarme la misma deprimente historia. No sabían dónde podía estar y eso hacía que sufriese ataques de ansiedad cada vez que pensaba mucho en ella y me ponía en lo peor.
Entré en la sala y comencé a subir los escalones lentamente de uno en uno ya que las luces estaban apagadas. Miré la entrada para saber qué fila y butaca era la mía. En cuanto la encontré, me quité el abrigo y me puse a comer palomitas mientras observaba los anuncios en la gran pantalla. Necesitaba aislarme del mundo durante un par de horas.
-Bueno, ya estamos aquí –dijo mi hermano pequeño sentándose en la butaca de mi derecha.
-Genial –dije sin apartar la vista de la pantalla.
-¿Estás bien?
-Ahora mucho mejor. Mi estómago ha dejado de revolverse.
-Lo siento pero es que es tan adorable… ¿no crees?
-Madre mía. Anda, cállate que va a empezar la película.

Estaba cruzando los dedos para que me hiciera caso y para que por favor, no se enrollaran en mitad de la película. Los únicos que se podían besar dentro de esta sala eran Peeta y Katniss –los protagonistas de la película- pero nadie más.

Ainlena se pasó toda la película abrazando a Gabi ya que cada dos minutos, pasaba algo que hacía que sintieras como si tuvieses el corazón en un puño. Era realmente increíble.
-¡Increíble! ¿No os parece? –dijo eufórica Ainlena nada más salir de la sala.
-Estoy totalmente de acuerdo contigo –dijo mi hermano mientras le cogía de la mano.
-¿Jefferson, a ti te ha gustado? –me preguntó ella.
-Claro, aunque prefiero el libro –dije intentando fingir una sonrisa.
-¿Te gustaría venirte a cenar con nosotros? –me preguntó mientras se ponía un gorro de lana rosa palo.
-Gracias pero no. Tengo… cosas que hacer en casa.
-¿Cómo qué? ¿Meterte en la cama a llorar? –soltó mi hermano de repente. Y por la cara que puso después, supe que se había arrepentido nada más decirlo.

Le miré iracundo. ¿Cómo se atrevía a hablarme así? Me di media vuelta y me largué. No iba a soportar ni un minuto más. Ainlena no me gustaba y mi hermano se estaba volviendo un completo imbécil por su culpa.
Mientras andaba apresuradamente por la calle, podía oír los gritos de mi hermano llamándome. No miré hacia atrás. Esto no iba a solucionarse pidiendo perdón. Se lo tendría que ganar.
Cuando llegué a mi portal, me quedé parado sin introducir la llave en la cerradura. Me di media vuelta y comencé a caminar sin rumbo.
Tras un par de horas deambulando por las calles abarrotadas de gente de Nueva York, vi un pequeño parque y me senté en el primer banco que vi.
-¿Cómo tú por aquí a estas horas? –oí preguntar a una voz femenina a mis espaldas.
-Mi padre decía que era impredecible. Tal vez eso aclare tus dudas –respondí de forma seca.
-Ya veo. Venga, cuéntame qué te pasa –me dijo otra vez la misma voz femenina acercándose a mí.
-Mi hermano acaba de hundirme aún más de lo que ya estaba.
-¿Qué ha pasado?
-Me ha presentado a su novia. ¿Te lo puedes creer, Elizabeth? ¡Mi hermano con novia! Aunque mi hermano parece su padre en vez de su pareja, la verdad.
-Por cómo estás, la chica no te ha caído en gracia.
-Se comporta como si tuviera cuatro años y mi hermano se vuelve en un completo idiota cuando está con ella.
-Bueno, ya sabes lo que dicen. Cuando estás enamorado haces muchas locuras.
-Pues mi hermano ha cometido la mayor locura del mundo.
-Humillarte.
-Sí. Delante de ella –dije entre susurros.
-¿Y por qué no te has ido a casa?
-Porque allí será al primer lugar al que me irá a buscar y no quiero verle de momento. Además, necesitaba pensar.
-Ya veo.
-¿Y tú qué haces aquí? –pregunté con cierta curiosidad.
-Supongo que como tú, necesitaba estar sola para pensar.
-¿Sigues sin tener dónde vivir?
-Sí. He estado buscando pero todo es tan sumamente caro… También he mandado currículums a un  montón de empresas, pero nada.
-Ya verás cómo te sale algo.
-Espero que tengas razón.


Estuvimos hablando durante toda la madrugada. Mi hermano no paraba de llamarme al móvil por lo que opté por desconectarlo. Hablar con Elizabeth me relajaba y por un momento, conseguía olvidarme de todo lo malo que me rodeaba.
Pero la noche no es eterna por lo que cuando dieron las cinco de la mañana, nos dimos dos besos a modo de despedida y cada uno cogió un camino.
Cuando llegué a casa, estaba todo a oscuras pero por lo menos, hacía calor. Me quité el abrigo y lo colgué en el perchero y encima de éste, la bufanda de lana. Cuando entré en mi cuarto, mi hermano estaba dentro. Aún no me había visto, podría haberme ido de allí, pero no lo hice. Supongo que esperaba sus disculpas. Por lo que me adentré en mi cuarto y me quité los zapatos.
-Jefferson, lo siento. No debería haber dicho eso y menos delante de ella. Esta noche no me he comportado como un hermano sino como un capullo. Espero que puedas perdonarme.
-Acepto tus disculpas pero eso no significa que te perdone –dije dejándome caer sobre mi cama.
-¿Qué puedo hacer para que me perdones?
-De momento, dejarme en paz. Ahora mismo tengo demasiadas cosas en la cabeza y no puedo pensar con claridad. Necesito tiempo. Necesito solucionar toda esta mierda.
-Está bien. Que descanses –dijo hundiendo su cabeza entre sus hombros y yéndose de mi cuarto.

Me quité toda la ropa y me metí en la cama. Tenía pensado dormir durante unos cuantos días, apagar todo lo electrónico para que nadie pudiera contactar conmigo y poner un cerrojo en la puerta de mi cuarto para que mi hermano no pudiera entrar a tocarme las narices. Quería aislarme de todo y de todos.
A la mañana siguiente, oí cómo sonaba el móvil. Me desperecé y fui en su busca. Era un número oculto pero lo cogí de todas formas.
-¿Luigi? –preguntó una voz femenina.
-Sí, soy yo.
-Soy Kira. ¡Ayúdame, por favor! –estaba histérica y en cuento dijo su nombre, mi corazón dio un vuelco.
-¿Kira, dónde estás? –pregunté echo un manojo de nervios.
-No lo sé. Está todo oscuro.
-¿Estás bien?
-Tengo el hombro dislocado y no noto una pierna. Pero no es nada grave. Seguro que es un efecto secundario de todas las veces que me han drogado para que dejase de pelear y de gritar.
-Voy a ir a salvarte, ¿me oyes?
-No puedes. Si te llamo es porque ellos quieren que tú hagas algo.
-¿El qué?
-Tienes que encontrar el antídoto y dárselo.
-¿Pero el antídoto no lo tenías tú?
-Luigi, hay un segundo grupo que quiere el antídoto y ese otro grupo, no sé cómo, me lo ha robado. Tienes que averiguar quiénes son y por qué lo quieren y cuando consigas el antídoto, me soltarán.
-Kira, tienes que darme más pistas.
-Sé que siendo un chef, esto es nuevo para ti pero tienes que intentarlo. Confío en ti –tras decir eso, noté cómo Kira se quejaba y cada vez su voz era más lejana.
-Sí, Luigi, confiamos en ti. No nos hagas un feo –dijo una voz masculina.
-¡No se os ocurra tocarla! –grité.
-¿Vas a ser tú quién nos lo impida?
-Sí.
-Anda, deja de decir chorradas y vete a por nuestro antídoto o ella morirá con el virus que su mismo padre creó. Tienes cinco días.
-¡Eres un hijo de…! -me colgaron antes de que pudiera terminar la frase.

Cuando dejé el móvil en la mesita de noche, me senté encima de mi cama. Me sentía histérico, nervioso, al borde de un ataque de ansiedad, con ganas de venganza… Físicamente me sentía como si pudiera derribar un muro con mis propias manos.

Me vestí y decidí ir a la oficina a ponerle al corriente de todo a Joe. Me sentía un poco más calmado porque sabía que Kira estaba medianamente bien pero me daba miedo no poder, por primera vez, vencer al segundo grupo el cual tenía el antídoto.
Cuando llegué, Sarah, mi secretaria, me miró anonadada.
-¿Señor, qué hace aquí? –me preguntó con curiosidad.
-Vengo a hablar con Joe. ¿Está por aquí?
-Sí, está en su despacho.
-Vale, gracias, Sarah –dije dirigiéndome hacia el despacho de mi jefe.

Toqué a la puerta dos veces y una voz masculina me dijo que pasara. Seguramente, Sarah ya le habría avisado de mi visita.
-Hola, señor –saludé adentrándome en el despacho.
-Hola, Jefferson. ¿Qué te trae por aquí?
-Kira Slim me ha llamado. Al parecer, la tienen secuestrada por el antídoto del virus que creó su padre.
-¿Dónde está el antídoto?
-Lo tiene un segundo grupo de mafiosos o asesinos enemigos de Kira y de los asesinos que la tienen retenida.
-¿Quiénes forman ese segundo grupo?
-No lo sé, por eso he venido. Necesito que forme un equipo para esta misión. Hay que encontrar el antídoto antes de cinco días sino, la matarán.
-Está bien. Pondré a los mejores hombres a tu disposición.
-Gracias, señor.
-Por cierto, Jefferson. ¿Qué tal te encuentras?
-Mejor ahora que sé que está viva.
-Lo que hace el amor, ¿eh? Primero te da la vida y luego, poco a poco, te va matando y absorbiendo el alma.
-Pero es el sentimiento más hermoso.
-Eso dice mi mujer –dijo carcajeándose.


Mantuve una larga pero entretenida conversación con Joe. Me contó cómo iba a organizar mi equipo y estuvimos pensando cómo podríamos encontrar al grupo que tenía el antídoto.
-Seguramente son extranjeros.
-Sí pero eso no ayuda nada –dijo Joe negando con la cabeza.
-En realidad sí. Tenemos que averiguar qué asesinos o mafiosos están relacionados con la familia Slim y después, saber cuál ha salido de su tierra.
-Muy buena idea, Jefferson. Comunicaré al mejor informático de la empresa que empiece a investigar.
-No será fácil. Seguramente se habrán cubierto excesivamente bien las espaldas.
-Bueno, tú por eso no te preocupes. Y ahora vete a casa. Recuerda que sigues estando de baja.

Le miré de forma seria sin intención de responderle y seguramente, él no esperaba que le respondiera por lo que me di media vuelta y salí de la empresa tras despedirme de Sarah.

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