Llevaba varios días en mi cuarto
encerrado sin querer hablar con nadie. No dormía ni comía y eso causaba que
tuviera unas ojeras más acentuadas y que se me empezaran a notar los huesos de
lo delgado que me estaba quedando. Joe me había llamado comunicándome de que la
sangre y los cabellos eran de ella y ése era, principalmente, la causa de mi
huelga de hambre.
Gabi intentaba obligarme a salir
y a comer pero yo era muchísimo más cabezón que él y siempre conseguía salirme
con la mía. No quería preocuparle pero mi estado físico conseguía todo lo
contrario. Estaba tan encima de mí que hasta llevaba varios días sin ver a su
“novia”, Ainlena Irwin.
-Jefferson, tienes que salir a
que te dé el aire –me dijo un día mi hermano pequeño.
-No tengo ganas.
-Vente con Ainlena y conmigo al
cine. Lo pasarás bien.
-No voy a ser vuestra carabina.
-Deja de decir chorradas. Venga,
vístete –dijo concluyendo la conversación mientras cogía ropa al azar de mi
armario y me la tiraba a la cara.
Le hice caso. Él siempre había
estado ahí y si sabía cuidarse a sí mismo, ¿por qué no podía pasar por el trago
de ser el hermano mayor? Ahora era a él al que le tocaba cuidar de mí. No lo
pensaba y actuaba así para fastidiarle sino que simplemente, no podía ni con mi
alma. Le necesitaba para que siguiera manteniéndome con vida.
Me vestí lentamente ya que no me
hacía gracia alguna tener que salir con el frío hibernal que hacía por las
calles grises de Nueva York. Me abroché el abrigo y me puse alrededor del
cuello una bufanda gris de lana que me llegaba casi hasta la nariz.
-¿Estás listo? –me preguntó mi
hermano mientras cogía unos guantes de la cómoda de su cuarto.
-Sí –dije en casi un susurro.
-Ainlena te va a caer genial, ya
lo verás.
-Ya… ¿Oye, qué película vamos a
ver?
-No sé. ¿Qué hay en cartelera?
–me dijo mientras caminábamos por la helada calle y caían pequeños copos de
nieve sobre nosotros.
-Debajo de mi cama había una
revista que era de hace unos días. Ponía que se estrenaba la segunda parte de “Los Juegos del Hambre”, es decir, “En Llamas”.
-¿Por qué había una revista
debajo de tu cama, hermanito?
-Yo soy el mayor así que no me
llames hermanito. Y es mi casa por lo que mi casa, mis reglas.
-¿Es un síntoma del síndrome de
Diógenes? –me preguntó con una sonrisa traviesa en el rostro.
-No, capullo.
-Eh, un respeto –dijo alzando una
mano.
-Perdona –dije de forma seria sin
girarme para mirarle.
Cuando llegamos a la entrada del
cine, sólo había un par de parejas enrollándose. Además de ser una chica
misteriosa, era impuntual. Mi hermano se llevaba una joya.
-Hola, chicos. Perdón por el
retraso. El tráfico es horrible a estas horas –saludó la hasta ahora misteriosa
Ainlena Irwin.
-No pasa nada, nosotros
acabábamos de llegar –dijo mi hermano pequeño dándole un breve beso en los
labios-. Por cierto, te presento a mi hermano mayor, Jefferson.
-Encantada. Gabi me ha hablado
mucho de ti –me dijo después de darme dos besos.
-No me fío mucho de lo que te
haya podido decir este capullo –dije mirándole de reojo a mi hermano.
Noté cómo Ainlena se reía ante mi
comentario. Parecía una chica agradable pero iba a examinarla durante toda la
noche. Una de mis razones para haber salido aquella noche era que quería saber
cómo era y quién era la chica que había conseguido “robarle el corazón”. Quería
averiguar si era una zorra como la que a mí me hizo tanto daño. No iba a
permitir que ninguna así le hiciera daño a mi hermano.
La observé de arriba abajo. Era
una chica alta pero más baja que mi hermano y que yo. Tenía el pelo muy largo y
de un color pelirrojo muy apagado, casi granate. Sus ojos eran de color miel y
brillaban como el mismísimo sol. Era una chica que vestía con elegancia y eso
me gustaba.
-Bueno chicos, ¿qué película
vamos a ver? –preguntó entusiasmada. Parecía una niña pequeña.
-“En Llamas” –dije mientras sacaba la cartera.
-Me parece bien. Tenía muchas
ganas de verla –dijo dando saltitos hasta la ventanilla en la que te vendían
las entradas. Posiblemente le pidieran el carnet de identidad para comprobar su
edad ya que se estaba comportando como una niña de cuatro años.
Cogimos las tres entradas y
pasamos a la tienda de golosinas a coger un cubo de palomitas.
-Toma, para mi dulce niña –dijo
mi hermano dándole a Ainlena una piruleta enorme con forma de espiral y
multicolor.
-Oh, gracias mi hombrecito de
chocolate –dijo entregándole un soldado de chocolate.
Madre mía, eran extremadamente
repulsivos. Estaba por vomitar en el cubo de las palomitas, pero opté por
meterme en nuestra sala y dejarlos atrás con sus cariñitos. Kira y yo no éramos
así. ¡Oh, Dios mío, Kira! ¿Dónde estará? ¿Estará bien? Necesitaba saber de
ella. Joe me llamaba todos los días para contarme la misma deprimente historia.
No sabían dónde podía estar y eso hacía que sufriese ataques de ansiedad cada
vez que pensaba mucho en ella y me ponía en lo peor.
Entré en la sala y comencé a
subir los escalones lentamente de uno en uno ya que las luces estaban apagadas.
Miré la entrada para saber qué fila y butaca era la mía. En cuanto la encontré,
me quité el abrigo y me puse a comer palomitas mientras observaba los anuncios
en la gran pantalla. Necesitaba aislarme del mundo durante un par de horas.
-Bueno, ya estamos aquí –dijo mi
hermano pequeño sentándose en la butaca de mi derecha.
-Genial –dije sin apartar la
vista de la pantalla.
-¿Estás bien?
-Ahora mucho mejor. Mi estómago
ha dejado de revolverse.
-Lo siento pero es que es tan
adorable… ¿no crees?
-Madre mía. Anda, cállate que va
a empezar la película.
Estaba cruzando los dedos para
que me hiciera caso y para que por favor, no se enrollaran en mitad de la
película. Los únicos que se podían besar dentro de esta sala eran Peeta y
Katniss –los protagonistas de la película- pero nadie más.
Ainlena se pasó toda la película
abrazando a Gabi ya que cada dos minutos, pasaba algo que hacía que sintieras
como si tuvieses el corazón en un puño. Era realmente increíble.
-¡Increíble! ¿No os parece? –dijo
eufórica Ainlena nada más salir de la sala.
-Estoy totalmente de acuerdo
contigo –dijo mi hermano mientras le cogía de la mano.
-¿Jefferson, a ti te ha gustado?
–me preguntó ella.
-Claro, aunque prefiero el libro
–dije intentando fingir una sonrisa.
-¿Te gustaría venirte a cenar con
nosotros? –me preguntó mientras se ponía un gorro de lana rosa palo.
-Gracias pero no. Tengo… cosas
que hacer en casa.
-¿Cómo qué? ¿Meterte en la cama a
llorar? –soltó mi hermano de repente. Y por la cara que puso después, supe que
se había arrepentido nada más decirlo.
Le miré iracundo. ¿Cómo se
atrevía a hablarme así? Me di media vuelta y me largué. No iba a soportar ni un
minuto más. Ainlena no me gustaba y mi hermano se estaba volviendo un completo
imbécil por su culpa.
Mientras andaba apresuradamente
por la calle, podía oír los gritos de mi hermano llamándome. No miré hacia
atrás. Esto no iba a solucionarse pidiendo perdón. Se lo tendría que ganar.
Cuando llegué a mi portal, me
quedé parado sin introducir la llave en la cerradura. Me di media vuelta y
comencé a caminar sin rumbo.
Tras un par de horas deambulando
por las calles abarrotadas de gente de Nueva York, vi un pequeño parque y me
senté en el primer banco que vi.
-¿Cómo tú por aquí a estas horas?
–oí preguntar a una voz femenina a mis espaldas.
-Mi padre decía que era
impredecible. Tal vez eso aclare tus dudas –respondí de forma seca.
-Ya veo. Venga, cuéntame qué te
pasa –me dijo otra vez la misma voz femenina acercándose a mí.
-Mi hermano acaba de hundirme aún
más de lo que ya estaba.
-¿Qué ha pasado?
-Me ha presentado a su novia. ¿Te
lo puedes creer, Elizabeth? ¡Mi hermano con novia! Aunque mi hermano parece su
padre en vez de su pareja, la verdad.
-Por cómo estás, la chica no te
ha caído en gracia.
-Se comporta como si tuviera cuatro
años y mi hermano se vuelve en un completo idiota cuando está con ella.
-Bueno, ya sabes lo que dicen. Cuando
estás enamorado haces muchas locuras.
-Pues mi hermano ha cometido la
mayor locura del mundo.
-Humillarte.
-Sí. Delante de ella –dije entre
susurros.
-¿Y por qué no te has ido a casa?
-Porque allí será al primer lugar
al que me irá a buscar y no quiero verle de momento. Además, necesitaba pensar.
-Ya veo.
-¿Y tú qué haces aquí? –pregunté
con cierta curiosidad.
-Supongo que como tú, necesitaba
estar sola para pensar.
-¿Sigues sin tener dónde vivir?
-Sí. He estado buscando pero todo
es tan sumamente caro… También he mandado currículums a un montón de empresas, pero nada.
-Ya verás cómo te sale algo.
-Espero que tengas razón.
Estuvimos hablando durante toda
la madrugada. Mi hermano no paraba de llamarme al móvil por lo que opté por
desconectarlo. Hablar con Elizabeth me relajaba y por un momento, conseguía
olvidarme de todo lo malo que me rodeaba.
Pero la noche no es eterna por lo
que cuando dieron las cinco de la mañana, nos dimos dos besos a modo de
despedida y cada uno cogió un camino.
Cuando llegué a casa, estaba todo
a oscuras pero por lo menos, hacía calor. Me quité el abrigo y lo colgué en el
perchero y encima de éste, la bufanda de lana. Cuando entré en mi cuarto, mi
hermano estaba dentro. Aún no me había visto, podría haberme ido de allí, pero
no lo hice. Supongo que esperaba sus disculpas. Por lo que me adentré en mi
cuarto y me quité los zapatos.
-Jefferson, lo siento. No debería
haber dicho eso y menos delante de ella. Esta noche no me he comportado como un
hermano sino como un capullo. Espero que puedas perdonarme.
-Acepto tus disculpas pero eso no
significa que te perdone –dije dejándome caer sobre mi cama.
-¿Qué puedo hacer para que me
perdones?
-De momento, dejarme en paz.
Ahora mismo tengo demasiadas cosas en la cabeza y no puedo pensar con claridad.
Necesito tiempo. Necesito solucionar toda esta mierda.
-Está bien. Que descanses –dijo
hundiendo su cabeza entre sus hombros y yéndose de mi cuarto.
Me quité toda la ropa y me metí
en la cama. Tenía pensado dormir durante unos cuantos días, apagar todo lo
electrónico para que nadie pudiera contactar conmigo y poner un cerrojo en la
puerta de mi cuarto para que mi hermano no pudiera entrar a tocarme las
narices. Quería aislarme de todo y de todos.
A la mañana siguiente, oí cómo
sonaba el móvil. Me desperecé y fui en su busca. Era un número oculto pero lo
cogí de todas formas.
-¿Luigi? –preguntó una voz
femenina.
-Sí, soy yo.
-Soy Kira. ¡Ayúdame, por favor!
–estaba histérica y en cuento dijo su nombre, mi corazón dio un vuelco.
-¿Kira, dónde estás? –pregunté
echo un manojo de nervios.
-No lo sé. Está todo oscuro.
-¿Estás bien?
-Tengo el hombro dislocado y no
noto una pierna. Pero no es nada grave. Seguro que es un efecto secundario de
todas las veces que me han drogado para que dejase de pelear y de gritar.
-Voy a ir a salvarte, ¿me oyes?
-No puedes. Si te llamo es porque
ellos quieren que tú hagas algo.
-¿El qué?
-Tienes que encontrar el antídoto
y dárselo.
-¿Pero el antídoto no lo tenías
tú?
-Luigi, hay un segundo grupo que
quiere el antídoto y ese otro grupo, no sé cómo, me lo ha robado. Tienes que
averiguar quiénes son y por qué lo quieren y cuando consigas el antídoto, me
soltarán.
-Kira, tienes que darme más
pistas.
-Sé que siendo un chef, esto es
nuevo para ti pero tienes que intentarlo. Confío en ti –tras decir eso, noté
cómo Kira se quejaba y cada vez su voz era más lejana.
-Sí, Luigi, confiamos en ti. No
nos hagas un feo –dijo una voz masculina.
-¡No se os ocurra tocarla!
–grité.
-¿Vas a ser tú quién nos lo
impida?
-Sí.
-Anda, deja de decir chorradas y
vete a por nuestro antídoto o ella morirá con el virus que su mismo padre creó.
Tienes cinco días.
-¡Eres un hijo de…! -me colgaron
antes de que pudiera terminar la frase.
Cuando dejé el móvil en la mesita
de noche, me senté encima de mi cama. Me sentía histérico, nervioso, al borde
de un ataque de ansiedad, con ganas de venganza… Físicamente me sentía como si
pudiera derribar un muro con mis propias manos.
Me vestí y decidí ir a la oficina
a ponerle al corriente de todo a Joe. Me sentía un poco más calmado porque
sabía que Kira estaba medianamente bien pero me daba miedo no poder, por
primera vez, vencer al segundo grupo el cual tenía el antídoto.
Cuando llegué, Sarah, mi
secretaria, me miró anonadada.
-¿Señor, qué hace aquí? –me preguntó
con curiosidad.
-Vengo a hablar con Joe. ¿Está
por aquí?
-Sí, está en su despacho.
-Vale, gracias, Sarah –dije
dirigiéndome hacia el despacho de mi jefe.
Toqué a la puerta dos veces y una
voz masculina me dijo que pasara. Seguramente, Sarah ya le habría avisado de mi
visita.
-Hola, señor –saludé adentrándome
en el despacho.
-Hola, Jefferson. ¿Qué te trae
por aquí?
-Kira Slim me ha llamado. Al
parecer, la tienen secuestrada por el antídoto del virus que creó su padre.
-¿Dónde está el antídoto?
-Lo tiene un segundo grupo de
mafiosos o asesinos enemigos de Kira y de los asesinos que la tienen retenida.
-¿Quiénes forman ese segundo
grupo?
-No lo sé, por eso he venido.
Necesito que forme un equipo para esta misión. Hay que encontrar el antídoto
antes de cinco días sino, la matarán.
-Está bien. Pondré a los mejores
hombres a tu disposición.
-Gracias, señor.
-Por cierto, Jefferson. ¿Qué tal
te encuentras?
-Mejor ahora que sé que está
viva.
-Lo que hace el amor, ¿eh?
Primero te da la vida y luego, poco a poco, te va matando y absorbiendo el
alma.
-Pero es el sentimiento más
hermoso.
-Eso dice mi mujer –dijo
carcajeándose.
Mantuve una larga pero
entretenida conversación con Joe. Me contó cómo iba a organizar mi equipo y
estuvimos pensando cómo podríamos encontrar al grupo que tenía el antídoto.
-Seguramente son extranjeros.
-Sí pero eso no ayuda nada –dijo
Joe negando con la cabeza.
-En realidad sí. Tenemos que
averiguar qué asesinos o mafiosos están relacionados con la familia Slim y
después, saber cuál ha salido de su tierra.
-Muy buena idea, Jefferson.
Comunicaré al mejor informático de la empresa que empiece a investigar.
-No será fácil. Seguramente se
habrán cubierto excesivamente bien las espaldas.
-Bueno, tú por eso no te
preocupes. Y ahora vete a casa. Recuerda que sigues estando de baja.
Le miré de forma seria sin
intención de responderle y seguramente, él no esperaba que le respondiera por
lo que me di media vuelta y salí de la empresa tras despedirme de Sarah.
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