lunes, 27 de enero de 2014

El Cliente -> Capítulo 11



Llevaba varios días sin hablarme con Gabi y aunque tenía mis razones para abstenerme, me fastidiaba enormemente no poder contarle mis cuitas y mis inquietudes. Él siempre conseguía que me sintiera mejor pero ahora con esa noviecita que se acababa de echar, todo había cambiado, él había cambiado y tenía que abrirle los ojos. No quería que se convirtiera en un auténtico imbécil. Tenía que impedir que esa intrusa me robara y cambiara a mi hermano.

Todo esto hacía que no me comiera la cabeza con el asunto de Kira. Joe tenía varios posibles sospechosos e iba a ir a por ellos y a averiguar quién tiene el puñetero antídoto que puede que le cueste la vida a Kira. Pensar en que estaba en juego su vida, hacía que se me enervara la sangre.

Al día siguiente, salí de mi cuarto con intención de ir al médico y darme de alta para volver a ir a trabajar. Pero cuando salí, allí estaba. Ainlena Irwin tan bien vestida como siempre sentada en un taburete de mi cocina.
-¿Qué haces tú aquí? –le pregunté sin un atisbo de alegría.
-Tu hermano y yo vamos a dar una vuelta y se está terminando de vestir.
-Genial –dije sin mirarle a la cara.
-Jefferson, sé que no hemos empezado con buen pie y quiero arreglarlo.
-¿De verdad quieres arreglarlo?
-¡Claro! –dijo la chica muy convencida.
-Entonces, aléjate de mi hermano. No le haces ningún bien.
-Eso tú no lo sabes, no me conoces.
-No hace falta conocerte para saber qué clase de chica eres.
-Y según tú, ¿qué clase de chica soy? –preguntó curiosa mientras se bajaba del taburete y se acercaba a mí.
-Eres ese tipo de chica que cambia a los hombres. Consigues hacer que se conviertan en tus perritos de paseo y cuando ya les has sacado todo lo que quieres, los abandonas dejándolos hundidos en la mismísima mierda.
-Pues no sé qué otra novia has conocido de tu hermano, pero yo no soy así.
-Es lo que me estás demostrando.
-¿Qué te he demostrado? ¿Qué se ha enamorado de mí como yo de él? ¿Qué somos muy cariñosos y siempre queremos estar juntos? No veo nada de raro en lo que estoy diciendo, Jefferson. Esto es lo que normalmente hacen las parejas.
-Has cambiado a mi hermano.
-No, en tal caso, ha madurado. Y comenzó a madurar en el mismo instante en el que me pidió que fuera su novia. Yo no he tenido nada que ver. Deberías ver más allá de lo que ven tus ojos, ¿sabes?
-Tú a mí no me dices lo que tengo que hacer.
-No te he ordenado nada, sólo es un consejo –dijo saliendo de la cocina y dando por terminada la discusión.

Me tumbé en el sofá mientras oía como la arpía esa entraba en el cuarto de mi hermano y le metía prisas para salir a la calle. Tal vez tuviera un punto de razón en cuanto a que mi hermano pequeño había madurado pero yo muy bien sabía que había cambiado. Necesitaba tener una charla con ellos dos. Poner las cartas sobre la mesa y así aclararlo todo de una santa vez y tenía que hacerlo cuanto antes por lo que me levanté de un salto del sofá y salí al pasillo en el que se encontraban ellos dos poniéndose los abrigos.
-Tenemos que hablar –dije secamente mirándoles a los dos a los ojos.
-Jefferson, ahora vamos a salir. ¿No puede ser luego? –dijo mi hermano atándose los botones de su abrigo.
-No, tiene que ser ahora –mi hermano suspiró con exasperación ante mi respuesta. Pero acabó aceptando y los dos se quitaron los abrigos para ir luego al salón.
-Mirad, no me gusta lo que está pasando –dije cuando estábamos los tres sentados en los sofás del salón.
-¿A qué te refieres? –preguntó mi hermano curioso.
-Estás cambiando y tú no te estás dando ni cuenta.
-Hermano, he madurado y me he enamorado. Ninguna de las dos cosas son malas. Los cambios son buenos, tú siempre lo dices.
-Sí, son buenos pero, ¿hasta qué punto?
-Explícame en qué he cambiado para poder solucionarlo cuanto antes.
-Desde que sales con ella, me has dejado en un segundo plano.
-¿Lo que tienes es envidia?
-No. Pero no me gusta que me ignoren de la noche a la mañana, de que el único hermano que tengo, en vez de ayudarme, me hunda más en mi agujero negro…
-Ya te pedí perdón respecto a eso. Y estate tranquilo que no volverá a pasar. ¿Querías decirnos algo más?
-Sí. Mira Ainlena es cierto que no nos conocemos pero, ¿podrías dejarle respirar un poco a mi hermano? Yo también necesito pasar tiempo a su lado.
-Si he estado tan pegada a él era porque estabais enfadados pero si ya lo habéis arreglado, nos veremos menos, cuñado.
-Gracias y no me llames cuñado.
-Está bien, cascarrabias –dijo mirándome de forma burlona.

Ainlena tenía una cosa buena: Aceptaba lo que era justo. Gracias a esa virtud, me caía un poco mejor pero no iba a ser fácil ganar mi confianza ni mi apoyo.

-¿Gabi, te apetece bajar al bar a tomar una cerveza? –le pregunté esa misma tarde.
-Claro.

En el bar, nos sentamos en los taburetes de la barra, como siempre. Lo único que cambiaba era que no estábamos rodeados de mujeres hermosas.
-¿Sabes algo de Kira? –me preguntó mientras cogía su jarra de cerveza para darle un trago.
-Sí. Joe está vigilando a los que tienen el antídoto. Mañana trazaremos en la oficina un plan para quitárselo y poder salvar a Kira. Quedan cuatro días para que se desate todo este nudo.
-¿Ha vuelto a llamarte?
-No. Sólo me llamó para decirme la manera de salvarla, nada más.
-Pero si la salvas tú, ¿no sabrá quién eres realmente?
-No sé cómo lo voy a hacer porque si voy con la empresa, pensará que Luigi la ha dejado tirada pero si voy así sin más, aparte de que creo que son bastantes los que la tienen retenida, sabría que no soy un simple cocinero. Mañana Joe me dirá qué debo hacer.
-Solo espero que todo salga bien.
-Yo también –dije asintiendo mientras mi mirada se perdía en el fondo del bar.

Subí por el ascensor hasta la planta de Joe. Estaba nervioso y a la vez emocionado, con ganas de poner en marcha el plan. Quedaban tres días y el tiempo apremiaba.
-¿Cuál es el plan? –pregunté nada más entrar en la sala de reuniones.
-Tenemos a los que tienen el antídoto a punto de mira. Mañana iremos al almacén en el que se esconden. Entraremos sigilosamente ya que no nos conviene tener un tiroteo.
-Sin armas, no conseguiremos quitarles el antídoto –me quejé.
-Va a ser más fácil de lo que piensas.
-Explícate.
-Hemos puesto micrófonos diminutos por el almacén cuando ellos no estaban y podemos oír todas sus conversaciones. Ayer llamaron a un hombre para que mañana vaya a llevarse el antídoto fuera de este país.
-¿Vamos a quitárselo a él cuando esté lejos del almacén?
-No. Algo mejor. Vas a hacerte pasar por ese hombre.
-Habrán llamado a alguien de confianza. No funcionará.
-Han llamado a una empresa de correo aéreo. No se conocen.
-Está bien. Entonces tengo que llegar allí y pedirles que me den lo que quieren enviar, ¿no?
-Exacto. Mañana tendrás en tu despacho el uniforme de la empresa aérea. Ah, y no te preocupes si algo va mal. Llevarás una mini cámara en el cinturón y nosotros estaremos a cierta distancia por si pasa algo.
-¿Iré sin armas?
-La camisa es bastante ancha por lo que puedes meter una pistola pequeña por la espalda.
-Perfecto. ¿Y para luego salvar a Kira?
-Ese tema ya es más complicado.
-No puedo arriesgarme a que sepa quién soy en realidad.
-Lo sé, Jefferson. Necesitamos saber su plan para matar a nuestro presidente. Sabes mejor que nadie que no podemos fallarle a nuestro país.
-Lo sé, señor.
-Esta tarde te llamaré si he pensado en algún plan infalible.
-Está bien.

Salí de allí sin mucho entusiasmo. Teníamos la mitad del trabajo hecho pero faltaba la parte más importante. Salvarle la vida a Kira sin que se enterase que soy un espía.

Nada más llegar a casa, mi móvil comenzó a sonar. Comencé a rebuscar en mis bolsillos hasta que me di cuenta de que lo había olvidado en la mesita de noche.
-Hola, Jefferson. ¿Te apetece salir a dar una vuelta?
-Claro.
-Estoy en el portal de tu casa. Te doy cinco minutos.

Cuando bajé, allí estaba ella, tan bella como siempre. Tenía mejor aspecto que otras veces y la veía más animada.
-Hola, Elizabeth. ¿Qué tal estás?
-Pues la verdad es que mejor. Conseguí un trabajo como profesora infantil.
-¡Eso está muy bien!
-Sí pero aun así, no tengo donde vivir.
-¿Por qué no te vienes a mi casa?
-¿Lo dices enserio?
-Somos amigos, ¿recuerdas?

Esa misma noche se instaló en mi casa. Aunque no la conocía desde hacía mucho, me transmitía alegría, relajación y compañía. Ahora que tenía un trabajo, sabía que no se quedaría en mi casa todo el tiempo que quisiera, sólo hasta que ahorrara lo suficiente como para alquilarse un piso en el que poder vivir.
Tras acabar de cenar, nos pusimos a ver la televisión. Estábamos los dos solos porque mi hermano había salido a cenar con Ainlena.
-Gracias…por todo –me susurró mientras veíamos una película.
-No se merecen –noté como surgía una tímida sonrisa en su rostro tras mi comentario.

Aquella misma noche, Elizabeth durmió en la habitación que estaba libre. Yo me metí en mi cama nada más terminar la película ya que mañana tenía una misión importante.
Por la mañana, sonó el despertador y me levanté de un salto. Estaba nervioso. Esta parte aunque era bastante sencilla, era crucial para poder salvar a Kira.

Me vestí y fui a la empresa. Cuando llegué a mi despacho, vi una bolsa encima de mi escritorio. Era la ropa de la empresa de correo aéreo. Fui al baño y me la puse. Al meter las manos en los bolsillos del pantalón, noté algo metálico, las llaves del vehículo de aquella empresa.
Bajé al garaje en busca de un coche que no había visto en mi vida. Pero no fue difícil de encontrar. Era un coche de dos plazas, de color gris y con el logo de la empresa en las puertas y en el techo.
Dentro del coche, en la guantera, estaba la dirección a la que tenía que ir. Metí la dirección en el GPS y salí de allí como alma que lleva el diablo.
Cuando llegué al almacén, me bajé del coche pero sin parar el motor. Toqué con los nudillos en la puerta.
-¿Quién es? –preguntó una voz muy grave.
-Pertenezco a la empresa FedEx, correo aéreo.

La puerta metálica se abrió y apareció un hombre moreno con bigote. Me miró de arriba abajo y después hizo lo mismo con el coche que había a mis espaldas.
-Pidieron que viniera alguien a recoger aquello que querían mandar, ¿cierto? –dije intentando que me dieran ya el dichoso antídoto y poder salir de allí cuanto antes.
-Enséñame tu carnet de la empresa –dijo frunciendo los labios.

Fui al coche y cogí la carpeta en la que estaban todo lo que necesitaba para mi nueva identidad. Comencé a rebuscar hasta que encontré el dichoso carnet. Se lo enseñé y él me lo arrebató de las manos. Lo miró para cerciorarse de que no era falso. Habíamos conseguido que la empresa FedEx me hiciera uno por lo que era auténtico al cien por cien.
-A ver, voy a ser claro. Como le pase algo a lo que quiero enviar, no te va a quedar continente por el que correr, ¿entendido? –dijo devolviéndome el carnet.
-Entendido, señor.

El hombre se adentró en el almacén y un minuto más tarde, vino con una cajita un poco más grande que mi mano. Me la dio y yo la cogí con cuidado. Noté como el hombre me observaba mientras yo me metía en el coche. Le hice un gesto con la mano a forma de despedida y él me respondió alzando ligeramente la barbilla.
Cuando llegué a la empresa, cogí la cajita y subí a todo correr hasta el despacho de Joe.
-¡Lo tengo! –dije eufórico.
-¡Ése es mi chico! –dijo mi jefe orgulloso.

Abrí la cajita apresuradamente y allí estaba, el antídoto, envuelto entre un millón de capas de periódico para que no se rompiera el pequeño frasco. Lo cogí con delicadeza y lo miré con alegría. Kira estaba salvada.
Mientras celebrábamos mi jefe y yo el triunfo de la misión, mi móvil comenzó a sonar. Era un número oculto, seguramente eran los secuestradores. Mi jefe y yo nos quedamos en completo silencio.
-¿Luigi? –preguntó Kira con la voz ronca.
-¡Kira! ¿Estás bien?
-Sí, tranquilo. Te llamo para avisarte que sólo queda mañana.
-No te preocupes, no te fallaré.
-Adiós –dijo colgando al segundo después.

-Joe, necesitamos hacer el plan cuanto antes. ¡Sólo queda mañana!
-Lo sé, Jefferson. Tranquilízate –dijo poniéndome una mano en mi hombro.
-Joe, tenemos que hacer una copia de este antídoto.
-¿Por qué?
-Por si le han metido el virus a Kira. Si les damos el único que hay, no podrá salvarse.
-Está bien. Mándalo al laboratorio. Diles que lo quiero en mi despacho en dos horas.
-Está bien, señor –dije saliendo a paso ligero de su despacho.

Nada más dejarlo en el laboratorio, volví al despacho de Joe. Teníamos un plan pendiente y 30 horas para conseguir que fuera infalible.
-¿Y si mientras el equipo los ametralla, tú entras por el lado opuesto y te llevas a Kira?
-Muy arriesgado. Podrían darnos y además, los secuestradores podrían matarla si se ven en peligro.
-Tienes razón. Hay que pensar en algo más seguro.
-A ver, pensemos. Son cinco hombres, armados y con conocimientos de lucha.
-He rastreado desde dónde te llamaba Kira. Era un motel que está en una carretera poco transitada, a las afueras de Nueva York.
-Tenemos el antídoto pero, ¿cómo sabemos que cumplirán su palabra?
-No lo sabemos, ése es el problema.
-Joe, tengo el plan perfecto. Hemos estado pensando en las cosas más enrevesadas que hay cuando la mejor opción la teníamos enfrente de nuestras narices.
-¿Y cuál es?
-Iré al motel. Les daré el antídoto no sin antes exigirles que suelten a Kira si no los hacen, vosotros entraréis en la habitación mientras que yo protegeré a Kira y la sacaré de allí.
-Simple pero no es infalible, pueden surgir contratiempos y que todo se vaya al garete.
-Joe, ellos son cinco y nosotros somos al menos el cuádruple. No podrán con nosotros. Nosotros somos la ley.

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