La vida nunca es fácil pero, ¿para qué complicárnosla a posta? Muchas veces, nos la complicábamos porque sí. Algo absurdo.
-¿Has leído este libro? –me
preguntó Kira enseñándome un libro.
-“Mírame y dispara”. No, ¿de qué va?
-De la mafia italiana y… del
amor.
-Por cómo miras la portada,
deduzco que es tu libro favorito.
-Lo leí hace un año. Me
identifico mucho con él, ¿sabes?
-¿Por qué?
-Porque crean un virus al igual
que lo creó mi padre. Pero por otra parte, hay dos adolescentes que se quieren
pero no pueden estar juntos. Los padres de ella no le aceptan. Quieren que se
case con un chico al que no quiere pero tiene mucho dinero. Intentan escapar
juntos pero… bueno, todo se complica.
-¿Qué pasa?
-La familia de ella la encuentra
y se la llevan a la fuerza.
-¿Siendo de la mafia, él no les
detiene?
-No puede, se la llevan en un
coche.
-¿Qué más pasa?
-No lo sé. No se ha publicado la
segunda parte.
-¿Alguna vez has considerado la
idea de escribir una novela sobre lo que has vivido? Sería una gran historia.
-¿Sabes una cosa? Este sería mi
capítulo favorito.
-Pues escribamos el próximo
párrafo. Te aviso de que va a ser de un contenido… ardiente –dije guiñándole un
ojo.
-Eso me gusta –dijo con voz muy
provocativa mientras tiraba de mí hasta llegar al sofá.
Sus caricias y sus besos me
volvían loco y era por eso por lo que no podía estar ni un minuto separado de
ella. Desde que había decidido quedarme con ella protegiéndola, lo hacíamos
todo juntos. Me encantaban los hoyuelos de sus mejillas cuando sonreía por
alguna tontería que yo había dicho. Muchas veces, decía cosas al tuntún solo
para verla sonreír. Quería que fuera feliz a pesar de las circunstancias en las
que nos encontrábamos.
Llevábamos una semana en esta
suite metidos y no habían ni un solo momento en el que pensara en salir a la
calle. Porque ahora por fin tenía un hogar. Mi hogar era cualquier sitio en el
que ella estuviera. No importaba dónde ni cuándo, solo pensaba en estar a su
lado abrazándola por las noches y cuidándola cuando estuviera enferma. Pero un
día me di cuenta de que me había olvidado por completo de quién era realmente
la mujer de la que estaba enamorado. Era una mafiosa y quería matar al
presidente de Estados Unidos por unas puñeteras bombas nucleares. Con todo lo
que había pasado, no habíamos vuelto a hablar de sus planes ni de los míos de cuando
nos conocimos.
-¿Cuándo continuarás con el plan?
–le pregunté una tarde en la que estábamos los dos tumbados sobre el sofá sin
hacer nada.
-¿Qué plan? –me preguntó sin
mirarme.
-El de matar al presidente.
-Ah, ese. Pues cuando todo esto
se solucione. Mis guardaespaldas ya han hablado con mis socios explicándoles la
situación y al parecer han sido comprensivos. También tenemos que concluir tu
plan de venganza.
-Ya, bueno. No hay prisa.
-¿Acaso ya no quieres matar al
asesino de tu difunta esposa?
-Sí pero ahora tengo algo por lo
que vivir y si esto sale mal…
-Shhhh –soltó por sus labios
poniendo su dedo índice sobre mis labios -. No va a salir nada mal, ¿me oyes?
-Ya perdí una vez a la mujer a la
que amaba y no dejaré que esto vuelva a ocurrir.
-A mí no me pasará nada. Uno de
mis hombres se encargará de mandar el pastel envenenado al malnacido y en el
tema del asesinato del presidente, estaremos cubiertos. No nos pasará nada.
Aunque en mí sonara raro, todo lo
que decía era verdad. Tenía miedo de que alguien me la arrebatara. No podría
soportar perderla. Muchas noches, soñaba con ser inmortal para así pasar mi
vida entera junto a ella sin la preocupación de que al siguiente segundo, ya no
estuviera a mi lado. Pero sabía perfectamente que eso jamás pasaría. Esto no
era ningún cuento de hadas. Esto era la realidad, la cruda realidad. Aquí no
existían princesas que esperaban ser rescatadas de sus torres ni caballeros que
fueran a rescatarlas. En este mundo, nada es fácil.
-Nunca me has hablado de tu
familia –me dijo Kira un día en el que estábamos desayunando en la cama.
-Porque no hay nada que decir
sobre ella.
-¿Te llevas mal con ellos?
–preguntó mientras cogía una galleta de la bandeja plateada que estaba sobre
nuestras piernas.
-Algo así –respondí secamente. No
quería que supiera sobre la existencia de nadie de mi familia. Estaba enamorado
de ella pero no podía olvidarme de quién era ella realmente.
-¿Qué pasó?
-No importa. Fue hace mucho
tiempo.
-Está bien –dijo sabiendo que no
le contaría nada al respecto.
Aquella noche no pude dormir. No
podía dejar de pensar en mi familia y en el riesgo que corrían. Mi hermano
hacía unos días me había enviado un mensaje contándome lo bien que le fue su
cita con esa tal Ainlena Irwin. Estaba claro que Gabi se había enamorado de
ella porque no me escribió nada sobre el tema sexual. Quería ir despacio con
ella y yo estaba muy orgulloso de él. Era un buen hermano pero sobre todo, un
hombre respetable. Sabía tratar a las mujeres como se merecían. Estaba deseando
conocer a la mujer que le había robado el corazón en menos de una hora.
Lo que más lamentaba de este tema
era que si me quedaba con Kira, jamás podría estar con mi familia como antes. Y
para mí, ellos eran lo más importante. Era demasiado joven para comprometerme.
Tenía que vivir la vida. Pero mi corazón estaba emperrado en llevarme la
contraria. No dejaba a mi mente pensar con claridad y eso me molestaba con
creces. ¿Pero qué podía hacer si me sentía extremadamente atraído por Kira?
Necesitaba despejarme. Me levanté
cuidadosamente de la cama y comencé a vestirme. Kira estaba dormida y realmente
lo agradecía porque no quería aguantar ningún interrogatorio.
Me puse mi abrigo y salí de la
suite no sin antes convencer a los guardaespaldas. Les dije la excusa más
verosímil que se me ocurrió. Necesitaba salir de allí. Notar el aire fresco del
invierno azotarme en la cara. Escuchar los ruidosos motores de los cientos de
miles de coches que había por la ciudad.
En cuanto salí, noté un gran
alivio. Los asesinos no estaban en el bar y eso me ponía nervioso y relajado a
la vez. Anduve por las calles abarrotadas de gente como siempre. Ya casi no
recordaba ni lo que era sentir agobio al tener que pasar entre tanta gente. Decidí
ir a mi piso a coger un poco de ropa limpia. Al llegar a mi portal, allí estaba
ella.
-Elizabeth.
-Jefferson, hola –dijo entre
susurros como si le diera vergüenza mirarme a la cara.
-¿Qué haces aquí?
-Estaba preocupada por ti.
-¿Por qué?
-Aquella mañana en la que te
esperé en la calle y te conté todo lo que me sucedía, bueno, pues te esperé
hasta la noche pero no volviste. Quería explicártelo todo mejor para que no
pensaras que quería aprovecharme de ti. Y siguieron pasando los días y tú no
volvías. Le pregunté a tu hermano un día que nos encontramos pero él tampoco
sabía nada. Y desde entonces llevo viniendo todos los días aquí ya que no tengo
nada mejor que hacer.
-¿Estás mejor?
-La verdad es que no. Con el poco
dinero ahorrado que tengo, he conseguido alojarme en un hostal.
-Siento que todo te haya ido tan
mal.
-Ya, bueno… Nunca nadie dijo que la vida fuera fácil –dijo haciendo una mueca.
No sabía cómo comportarme frente
a esa situación. No sabía si mi deber era consolarla o ignorarla ya que
técnicamente no nos conocíamos.
-¿Quieres subir a tomar un café?
–le ofrecí mientras sacaba las llaves de mi abrigo.
-No, gracias. Sólo quería aclarar
las cosas.
-Pues aclarémoslas arriba. Las
cosas se hablan mejor con el estómago lleno –dije abriendo la puerta y
apartándome para que ella entrara primero.
Subimos en el ascensor en
absoluto silencio algo que me desquiciaba de una manera descomunal. Ella quería
aclarar las cosas y yo enterarme de qué iba todo este asunto pero si ella no
hablaba, no había manera de conseguir llegar a alguna parte. Quería saber por
qué narices venía en mi busca. ¿Acaso se había convertido en mi acosadora? No
lo sabía pero si así era, lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Con leche o descafeinado? –le
pregunté mientas sacaba dos tacitas del armario de la cocina.
-Con leche, por favor.
Cuando los dos estábamos sentados
uno enfrente del otro, decidí acabar con aquel extraño silencio. No disponía de
mucho tiempo.
-¿Por qué has venido a dónde mí?
-Ya te lo dije. Porque me
protegiste ante el imbécil de mi ex.
-¿Qué esperas de mí?
-Que me ayudes. Necesito
encontrar un piso y un trabajo.
-¿Y qué tengo yo que ver con todo
eso?
-Pensé que me ayudarías –dijo
agachando la cabeza.
-Elizabeth, apenas nos conocemos.
Si nos conociéramos más no me importaría ayudarte y dejar que te quedaras en mi
piso a vivir hasta que encontraras algo mejor pero no puedo. ¿Lo entiendes?
-Sí –susurró.
-Lo siento.
-No, no importa. Ha sido culpa
mía.
-Tampoco es eso. Estás pasando
por una mala racha, sólo es eso.
-No sé qué hacer, Jefferson.
-¿Tranquila, vale? –dije
acariciándole el hombro.
-No sé cómo he podido caer tan
bajo –dijo con la voz apagada. Tenía la impresión de que en cualquier momento
se iba a poner a llorar, pero no lo hizo.
-Aún puedes salir de esta
situación, eres joven y fuerte.
-Gracias –dijo apoyando su cabeza
en mi hombro.
La confianza que nos transmitíamos
era como si nos conociéramos de toda la vida. Siempre me habían dicho que era
bueno consolando y apoyando a la gente aunque era algo que no me gustaba en
absoluto por el hecho de saber que alguien lo está pasando mal.
Elizabeth alzó el rostro y me
miró con intensidad. Sus dedos me agarraron el cuello de la camisa y su rostro
se fue acercando poco a poco al mío.
-Elizabeth…no.
-¿Qué pasa?
-Tengo pareja estable. Y aunque
estuviera soltero, tampoco me lanzaría.
-¿Acaso no me deseas?
-No es eso, es que ahora mismo
estás vulnerable y no piensas con claridad y sé que si me dejase llevar, mañana
por la mañana te arrepentirías.
-Lo siento, llevas razón. Debo
irme –dijo levantándose con rapidez de la silla de la cocina.
-¿Estarás bien?
-Sí, tranquilo.
-Llámame si necesitas algo.
-Pero antes dijiste…
-Sé lo que he dicho. Pero yo creo
que ya hay suficiente confianza como para que hablemos si te encuentras mal.
-Vale. Hasta otro día –dijo
alzando la mano a la vez que abría la puerta de la entrada para segundos después
salir de mi piso.
Elizabeth era una chica que no se
merecía sufrir. El capullo de su ex había conseguido convertir su vida en un
infierno y encima ahora ella había perdido al bebé. Lo que no entendía era por
qué su familia le había dejado de lado. Ante todo eran familia y un padre, pase
lo que pase, siempre querrá a su hijo.
Eran las cuatro de la mañana y
estaba terminando de poner un poco de ropa limpia en una bolsa de deporte.
Desde mi cuarto, podía oír los ronquidos de mi hermano pequeño que tenía el
sueño tan profundo, que no se había enterado de que había alguien en el piso.
Estaba claro que no era la mejor persona a la que dejarle algo para que no te
lo roben porque en cuento se durmiera…adiós.
Mis zapatos pisaban el suelo frío
y duro con seguridad. Caminaba todo lo deprisa que podía, quería llegar cuanto
antes al St. Regis. No quería llegar cuando Kira se hubiera despertado. Entré y
saludé al camarero que estaba al otro lado de la barra. Miré a ver si estaban
los asesinos. Sólo había una mujer con el cabello revuelto sentada en un
taburete que estaba enfrente de la barra. Llevaba un vestido de cóctel y el
maquillaje corrido. Sus manos sostenían un vaso lleno de whisky con hielo. La
mujer miraba el vaso y ni si quiera se dio cuenta de mi entrada en la estancia.
Subí las escaleras rápido y sin
pararme para recuperar el aire. Cuando llegué a mi planta, anduve por el largo
y estrecho pasillo hasta llegar a la suite. Los guardaespaldas no estaban en la
puerta como siempre. Pero la puerta de la suite estaba cerrada. Nervioso, cogí
carrerilla y abrí la puerta de un empujón. Todo estaba en su sitio. Algo que me
relajó pero lo que me extrañó fue que Kira no diera un grito del susto al oír
el estruendoso ruido que había causado dándole un golpe a la puerta. Dejé la
bolsa de deporte en el suelo y fui directo hacia la habitación. La cama estaba
vacía pero no había nada tirado ni roto. Me acerqué a la cama y busqué algún
tipo de pista que me pudiera decir qué había pasado aquí. Al remover las
sábanas, encontré mechones largos de pelo, del mismo color que el de Kira, y
algunas pequeñas manchas de sangre. ¿Qué diablos había pasado aquí? No tenía
nunca que haberme ido de su lado. Sólo estando a su lado podía protegerla y
ahora…no sabía qué hacer. Estaba bloqueado, de pie junto a la cama en la que
hace unas horas habíamos estado los dos dándonos todo el cariño que habíamos
añorado durante tanto tiempo.
Cuando mis piernas volvieron a
responderme, fui al baño, necesitaba echarme agua bien fría sobre el rostro y
la nuca. Me miré en el espejo. Ese hombre que estaba reflejado en el espejo, me
parecía un total desconocido. Ojeras bajo los ojos, rostro pálido y
extremadamente delgado… Ese no podía ser yo. ¿Cómo había ocurrido? Tantos días
aquí dentro metido me habían afectado bastante mal sin contar con la escasa
comida que nos cocinaban los guardaespaldas de Kira. A ella, cuatro trozos como
una cuchara de grandes, eran más que suficiente. Sin embargo, yo necesitaba mi
plato hasta arriba de comida con sustancia.
Anduve por la estancia sin rumbo
fijo. De alenté para atrás, de atrás para adelante, y así. Notaba como mis
manos temblaban sin yo poder hacer nada para paralizarlas. Entonces se me vino
a la cabeza de que tal vez Joe ya estuviera al tanto y estuviera investigando.
Saqué el móvil del bolsillo del abrigo y marqué su número nerviosamente.
-¿Joe?
-¿Jefferson, estás bien?
-Yo…yo creo que sí –dije
titubeante.
-¿Qué ha pasado?
-Salí durante un rato a tomar
aire fresco y de paso coger ropa limpia
cuando volví, ella ya no estaba.
-¿Kira ha desaparecido? –preguntó
mi jefe alarmado.
-Sí. Hay restos de sangre y de
cabello en la cama, seguramente de Kira.
-Ahora mismo mando un equipo para
allá.
-¡Pensé que estabais
vigilándonos! –grité histérico.
-Jefferson, cálmate. La encontraremos.
-¿Cómo puede calmarme algo que es
una posibilidad? Necesito tener la certeza de que volverá sana y salva.
-Tenemos al mejor equipo de
hombres ya en busca de pistas.
-Los que la han secuestrado han
sido unos profesionales y más de cuatro.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque para derribar a todos sus
guardaespaldas, se necesitan muchos hombres y luego para llevarse a Kira que no
es fácil de manejar.
-Está bien. Ah, por cierto, sal
de ahí y vete a casa a descansar, lo necesitas.
-Entendido –dije arrastrando cada
sílaba.
Cogí mi bolsa de deporte nada más
colgar y salí de allí como alma que lleva el diablo. Caminé por la calle a paso
lento, necesitaba pensar, encontrarle alguna coherencia a lo que acababa de
pasar. ¿Por qué habían actuado justo cuando yo estaba fuera? ¿Me estarían
vigilando? ¿Me estarán vigilando ahora?
El dolor de cabeza comenzaba a
ser insoportable. Cada vez que me estresaba o me ponía muy nervioso, tenía
migrañas y eso hacía que no me pudiese concentrar.
Cuando llegué a casa –serían las
6 de la mañana-, mi hermano estaba levantado. Se estaba haciendo un café.
-¡Jefferson, dichosos los ojos!
–dijo mi hermano con alegría mientras se acercaba para darme un abrazo –Has
adelgazado un huevo –dijo observándome de arriba abajo.
-Lo sé, la comida de los ricos es
una mierda –mi hermano soltó una sonora carcajada mientras me daba otro abrazo.
-¿Estás bien? –me preguntó
mirándome a los ojos.
-Si… bueno…es…es Kira –dije
mirando al suelo.
-¿Qué ha pasado? ¿Te ha dejado?
-La han secuestrado –dije con un
nudo en la garganta.
-¿Has leído este libro? –me
preguntó Kira enseñándome un libro.
-“Mírame y dispara”. No, ¿de qué va?
-De la mafia italiana y… del
amor.
-Por cómo miras la portada,
deduzco que es tu libro favorito.
-Lo leí hace un año. Me
identifico mucho con él, ¿sabes?
-¿Por qué?
-Porque crean un virus al igual
que lo creó mi padre. Pero por otra parte, hay dos adolescentes que se quieren
pero no pueden estar juntos. Los padres de ella no le aceptan. Quieren que se
case con un chico al que no quiere pero tiene mucho dinero. Intentan escapar
juntos pero… bueno, todo se complica.
-¿Qué pasa?
-La familia de ella la encuentra
y se la llevan a la fuerza.
-¿Siendo de la mafia, él no les
detiene?
-No puede, se la llevan en un
coche.
-¿Qué más pasa?
-No lo sé. No se ha publicado la
segunda parte.
-¿Alguna vez has considerado la
idea de escribir una novela sobre lo que has vivido? Sería una gran historia.
-¿Sabes una cosa? Este sería mi
capítulo favorito.
-Pues escribamos el próximo
párrafo. Te aviso de que va a ser de un contenido… ardiente –dije guiñándole un
ojo.
-Eso me gusta –dijo con voz muy
provocativa mientras tiraba de mí hasta llegar al sofá.
Sus caricias y sus besos me
volvían loco y era por eso por lo que no podía estar ni un minuto separado de
ella. Desde que había decidido quedarme con ella protegiéndola, lo hacíamos
todo juntos. Me encantaban los hoyuelos de sus mejillas cuando sonreía por
alguna tontería que yo había dicho. Muchas veces, decía cosas al tuntún solo
para verla sonreír. Quería que fuera feliz a pesar de las circunstancias en las
que nos encontrábamos.
Llevábamos una semana en esta
suite metidos y no habían ni un solo momento en el que pensara en salir a la
calle. Porque ahora por fin tenía un hogar. Mi hogar era cualquier sitio en el
que ella estuviera. No importaba dónde ni cuándo, solo pensaba en estar a su
lado abrazándola por las noches y cuidándola cuando estuviera enferma. Pero un
día me di cuenta de que me había olvidado por completo de quién era realmente
la mujer de la que estaba enamorado. Era una mafiosa y quería matar al
presidente de Estados Unidos por unas puñeteras bombas nucleares. Con todo lo
que había pasado, no habíamos vuelto a hablar de sus planes ni de los míos de cuando
nos conocimos.
-¿Cuándo continuarás con el plan?
–le pregunté una tarde en la que estábamos los dos tumbados sobre el sofá sin
hacer nada.
-¿Qué plan? –me preguntó sin
mirarme.
-El de matar al presidente.
-Ah, ese. Pues cuando todo esto
se solucione. Mis guardaespaldas ya han hablado con mis socios explicándoles la
situación y al parecer han sido comprensivos. También tenemos que concluir tu
plan de venganza.
-Ya, bueno. No hay prisa.
-¿Acaso ya no quieres matar al
asesino de tu difunta esposa?
-Sí pero ahora tengo algo por lo
que vivir y si esto sale mal…
-Shhhh –soltó por sus labios
poniendo su dedo índice sobre mis labios -. No va a salir nada mal, ¿me oyes?
-Ya perdí una vez a la mujer a la
que amaba y no dejaré que esto vuelva a ocurrir.
-A mí no me pasará nada. Uno de
mis hombres se encargará de mandar el pastel envenenado al malnacido y en el
tema del asesinato del presidente, estaremos cubiertos. No nos pasará nada.
Aunque en mí sonara raro, todo lo
que decía era verdad. Tenía miedo de que alguien me la arrebatara. No podría
soportar perderla. Muchas noches, soñaba con ser inmortal para así pasar mi
vida entera junto a ella sin la preocupación de que al siguiente segundo, ya no
estuviera a mi lado. Pero sabía perfectamente que eso jamás pasaría. Esto no
era ningún cuento de hadas. Esto era la realidad, la cruda realidad. Aquí no
existían princesas que esperaban ser rescatadas de sus torres ni caballeros que
fueran a rescatarlas. En este mundo, nada es fácil.
-Nunca me has hablado de tu
familia –me dijo Kira un día en el que estábamos desayunando en la cama.
-Porque no hay nada que decir
sobre ella.
-¿Te llevas mal con ellos?
–preguntó mientras cogía una galleta de la bandeja plateada que estaba sobre
nuestras piernas.
-Algo así –respondí secamente. No
quería que supiera sobre la existencia de nadie de mi familia. Estaba enamorado
de ella pero no podía olvidarme de quién era ella realmente.
-¿Qué pasó?
-No importa. Fue hace mucho
tiempo.
-Está bien –dijo sabiendo que no
le contaría nada al respecto.
Aquella noche no pude dormir. No
podía dejar de pensar en mi familia y en el riesgo que corrían. Mi hermano
hacía unos días me había enviado un mensaje contándome lo bien que le fue su
cita con esa tal Ainlena Irwin. Estaba claro que Gabi se había enamorado de
ella porque no me escribió nada sobre el tema sexual. Quería ir despacio con
ella y yo estaba muy orgulloso de él. Era un buen hermano pero sobre todo, un
hombre respetable. Sabía tratar a las mujeres como se merecían. Estaba deseando
conocer a la mujer que le había robado el corazón en menos de una hora.
Lo que más lamentaba de este tema
era que si me quedaba con Kira, jamás podría estar con mi familia como antes. Y
para mí, ellos eran lo más importante. Era demasiado joven para comprometerme.
Tenía que vivir la vida. Pero mi corazón estaba emperrado en llevarme la
contraria. No dejaba a mi mente pensar con claridad y eso me molestaba con
creces. ¿Pero qué podía hacer si me sentía extremadamente atraído por Kira?
Necesitaba despejarme. Me levanté
cuidadosamente de la cama y comencé a vestirme. Kira estaba dormida y realmente
lo agradecía porque no quería aguantar ningún interrogatorio.
Me puse mi abrigo y salí de la
suite no sin antes convencer a los guardaespaldas. Les dije la excusa más
verosímil que se me ocurrió. Necesitaba salir de allí. Notar el aire fresco del
invierno azotarme en la cara. Escuchar los ruidosos motores de los cientos de
miles de coches que había por la ciudad.
En cuanto salí, noté un gran
alivio. Los asesinos no estaban en el bar y eso me ponía nervioso y relajado a
la vez. Anduve por las calles abarrotadas de gente como siempre. Ya casi no
recordaba ni lo que era sentir agobio al tener que pasar entre tanta gente. Decidí
ir a mi piso a coger un poco de ropa limpia. Al llegar a mi portal, allí estaba
ella.
-Elizabeth.
-Jefferson, hola –dijo entre
susurros como si le diera vergüenza mirarme a la cara.
-¿Qué haces aquí?
-Estaba preocupada por ti.
-¿Por qué?
-Aquella mañana en la que te
esperé en la calle y te conté todo lo que me sucedía, bueno, pues te esperé
hasta la noche pero no volviste. Quería explicártelo todo mejor para que no
pensaras que quería aprovecharme de ti. Y siguieron pasando los días y tú no
volvías. Le pregunté a tu hermano un día que nos encontramos pero él tampoco
sabía nada. Y desde entonces llevo viniendo todos los días aquí ya que no tengo
nada mejor que hacer.
-¿Estás mejor?
-La verdad es que no. Con el poco
dinero ahorrado que tengo, he conseguido alojarme en un hostal.
-Siento que todo te haya ido tan
mal.
-Ya, bueno… Nunca nadie dijo que la vida fuera fácil –dijo haciendo una mueca.
No sabía cómo comportarme frente
a esa situación. No sabía si mi deber era consolarla o ignorarla ya que
técnicamente no nos conocíamos.
-¿Quieres subir a tomar un café?
–le ofrecí mientras sacaba las llaves de mi abrigo.
-No, gracias. Sólo quería aclarar
las cosas.
-Pues aclarémoslas arriba. Las
cosas se hablan mejor con el estómago lleno –dije abriendo la puerta y
apartándome para que ella entrara primero.
Subimos en el ascensor en
absoluto silencio algo que me desquiciaba de una manera descomunal. Ella quería
aclarar las cosas y yo enterarme de qué iba todo este asunto pero si ella no
hablaba, no había manera de conseguir llegar a alguna parte. Quería saber por
qué narices venía en mi busca. ¿Acaso se había convertido en mi acosadora? No
lo sabía pero si así era, lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Con leche o descafeinado? –le
pregunté mientas sacaba dos tacitas del armario de la cocina.
-Con leche, por favor.
Cuando los dos estábamos sentados
uno enfrente del otro, decidí acabar con aquel extraño silencio. No disponía de
mucho tiempo.
-¿Por qué has venido a dónde mí?
-Ya te lo dije. Porque me
protegiste ante el imbécil de mi ex.
-¿Qué esperas de mí?
-Que me ayudes. Necesito
encontrar un piso y un trabajo.
-¿Y qué tengo yo que ver con todo
eso?
-Pensé que me ayudarías –dijo
agachando la cabeza.
-Elizabeth, apenas nos conocemos.
Si nos conociéramos más no me importaría ayudarte y dejar que te quedaras en mi
piso a vivir hasta que encontraras algo mejor pero no puedo. ¿Lo entiendes?
-Sí –susurró.
-Lo siento.
-No, no importa. Ha sido culpa
mía.
-Tampoco es eso. Estás pasando
por una mala racha, sólo es eso.
-No sé qué hacer, Jefferson.
-¿Tranquila, vale? –dije
acariciándole el hombro.
-No sé cómo he podido caer tan
bajo –dijo con la voz apagada. Tenía la impresión de que en cualquier momento
se iba a poner a llorar, pero no lo hizo.
-Aún puedes salir de esta
situación, eres joven y fuerte.
-Gracias –dijo apoyando su cabeza
en mi hombro.
La confianza que nos transmitíamos
era como si nos conociéramos de toda la vida. Siempre me habían dicho que era
bueno consolando y apoyando a la gente aunque era algo que no me gustaba en
absoluto por el hecho de saber que alguien lo está pasando mal.
Elizabeth alzó el rostro y me
miró con intensidad. Sus dedos me agarraron el cuello de la camisa y su rostro
se fue acercando poco a poco al mío.
-Elizabeth…no.
-¿Qué pasa?
-Tengo pareja estable. Y aunque
estuviera soltero, tampoco me lanzaría.
-¿Acaso no me deseas?
-No es eso, es que ahora mismo
estás vulnerable y no piensas con claridad y sé que si me dejase llevar, mañana
por la mañana te arrepentirías.
-Lo siento, llevas razón. Debo
irme –dijo levantándose con rapidez de la silla de la cocina.
-¿Estarás bien?
-Sí, tranquilo.
-Llámame si necesitas algo.
-Pero antes dijiste…
-Sé lo que he dicho. Pero yo creo
que ya hay suficiente confianza como para que hablemos si te encuentras mal.
-Vale. Hasta otro día –dijo
alzando la mano a la vez que abría la puerta de la entrada para segundos después
salir de mi piso.
Elizabeth era una chica que no se
merecía sufrir. El capullo de su ex había conseguido convertir su vida en un
infierno y encima ahora ella había perdido al bebé. Lo que no entendía era por
qué su familia le había dejado de lado. Ante todo eran familia y un padre, pase
lo que pase, siempre querrá a su hijo.
Eran las cuatro de la mañana y
estaba terminando de poner un poco de ropa limpia en una bolsa de deporte.
Desde mi cuarto, podía oír los ronquidos de mi hermano pequeño que tenía el
sueño tan profundo, que no se había enterado de que había alguien en el piso.
Estaba claro que no era la mejor persona a la que dejarle algo para que no te
lo roben porque en cuento se durmiera…adiós.
Mis zapatos pisaban el suelo frío
y duro con seguridad. Caminaba todo lo deprisa que podía, quería llegar cuanto
antes al St. Regis. No quería llegar cuando Kira se hubiera despertado. Entré y
saludé al camarero que estaba al otro lado de la barra. Miré a ver si estaban
los asesinos. Sólo había una mujer con el cabello revuelto sentada en un
taburete que estaba enfrente de la barra. Llevaba un vestido de cóctel y el
maquillaje corrido. Sus manos sostenían un vaso lleno de whisky con hielo. La
mujer miraba el vaso y ni si quiera se dio cuenta de mi entrada en la estancia.
Subí las escaleras rápido y sin
pararme para recuperar el aire. Cuando llegué a mi planta, anduve por el largo
y estrecho pasillo hasta llegar a la suite. Los guardaespaldas no estaban en la
puerta como siempre. Pero la puerta de la suite estaba cerrada. Nervioso, cogí
carrerilla y abrí la puerta de un empujón. Todo estaba en su sitio. Algo que me
relajó pero lo que me extrañó fue que Kira no diera un grito del susto al oír
el estruendoso ruido que había causado dándole un golpe a la puerta. Dejé la
bolsa de deporte en el suelo y fui directo hacia la habitación. La cama estaba
vacía pero no había nada tirado ni roto. Me acerqué a la cama y busqué algún
tipo de pista que me pudiera decir qué había pasado aquí. Al remover las
sábanas, encontré mechones largos de pelo, del mismo color que el de Kira, y
algunas pequeñas manchas de sangre. ¿Qué diablos había pasado aquí? No tenía
nunca que haberme ido de su lado. Sólo estando a su lado podía protegerla y
ahora…no sabía qué hacer. Estaba bloqueado, de pie junto a la cama en la que
hace unas horas habíamos estado los dos dándonos todo el cariño que habíamos
añorado durante tanto tiempo.
Cuando mis piernas volvieron a
responderme, fui al baño, necesitaba echarme agua bien fría sobre el rostro y
la nuca. Me miré en el espejo. Ese hombre que estaba reflejado en el espejo, me
parecía un total desconocido. Ojeras bajo los ojos, rostro pálido y
extremadamente delgado… Ese no podía ser yo. ¿Cómo había ocurrido? Tantos días
aquí dentro metido me habían afectado bastante mal sin contar con la escasa
comida que nos cocinaban los guardaespaldas de Kira. A ella, cuatro trozos como
una cuchara de grandes, eran más que suficiente. Sin embargo, yo necesitaba mi
plato hasta arriba de comida con sustancia.
Anduve por la estancia sin rumbo
fijo. De alenté para atrás, de atrás para adelante, y así. Notaba como mis
manos temblaban sin yo poder hacer nada para paralizarlas. Entonces se me vino
a la cabeza de que tal vez Joe ya estuviera al tanto y estuviera investigando.
Saqué el móvil del bolsillo del abrigo y marqué su número nerviosamente.
-¿Joe?
-¿Jefferson, estás bien?
-Yo…yo creo que sí –dije
titubeante.
-¿Qué ha pasado?
-Salí durante un rato a tomar
aire fresco y de paso coger ropa limpia
cuando volví, ella ya no estaba.
-¿Kira ha desaparecido? –preguntó
mi jefe alarmado.
-Sí. Hay restos de sangre y de
cabello en la cama, seguramente de Kira.
-Ahora mismo mando un equipo para
allá.
-¡Pensé que estabais
vigilándonos! –grité histérico.
-Jefferson, cálmate. La encontraremos.
-¿Cómo puede calmarme algo que es
una posibilidad? Necesito tener la certeza de que volverá sana y salva.
-Tenemos al mejor equipo de
hombres ya en busca de pistas.
-Los que la han secuestrado han
sido unos profesionales y más de cuatro.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque para derribar a todos sus
guardaespaldas, se necesitan muchos hombres y luego para llevarse a Kira que no
es fácil de manejar.
-Está bien. Ah, por cierto, sal
de ahí y vete a casa a descansar, lo necesitas.
-Entendido –dije arrastrando cada
sílaba.
Cogí mi bolsa de deporte nada más
colgar y salí de allí como alma que lleva el diablo. Caminé por la calle a paso
lento, necesitaba pensar, encontrarle alguna coherencia a lo que acababa de
pasar. ¿Por qué habían actuado justo cuando yo estaba fuera? ¿Me estarían
vigilando? ¿Me estarán vigilando ahora?
El dolor de cabeza comenzaba a
ser insoportable. Cada vez que me estresaba o me ponía muy nervioso, tenía
migrañas y eso hacía que no me pudiese concentrar.
Cuando llegué a casa –serían las
6 de la mañana-, mi hermano estaba levantado. Se estaba haciendo un café.
-¡Jefferson, dichosos los ojos!
–dijo mi hermano con alegría mientras se acercaba para darme un abrazo –Has
adelgazado un huevo –dijo observándome de arriba abajo.
-Lo sé, la comida de los ricos es
una mierda –mi hermano soltó una sonora carcajada mientras me daba otro abrazo.
-¿Estás bien? –me preguntó
mirándome a los ojos.
-Si… bueno…es…es Kira –dije
mirando al suelo.
-¿Qué ha pasado? ¿Te ha dejado?
-La han secuestrado –dije con un
nudo en la garganta.
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