lunes, 13 de enero de 2014

El Cliente -> Capítulo 9


La vida nunca es fácil pero, ¿para qué complicárnosla a posta? Muchas veces, nos la complicábamos porque sí. Algo absurdo.

-¿Has leído este libro? –me preguntó Kira enseñándome un libro.
-“Mírame y dispara”. No, ¿de qué va?
-De la mafia italiana y… del amor.
-Por cómo miras la portada, deduzco que es tu libro favorito.
-Lo leí hace un año. Me identifico mucho con él, ¿sabes?
-¿Por qué?
-Porque crean un virus al igual que lo creó mi padre. Pero por otra parte, hay dos adolescentes que se quieren pero no pueden estar juntos. Los padres de ella no le aceptan. Quieren que se case con un chico al que no quiere pero tiene mucho dinero. Intentan escapar juntos pero… bueno, todo se complica.
-¿Qué pasa?
-La familia de ella la encuentra y se la llevan a la fuerza.
-¿Siendo de la mafia, él no les detiene?
-No puede, se la llevan en un coche.
-¿Qué más pasa?
-No lo sé. No se ha publicado la segunda parte.
-¿Alguna vez has considerado la idea de escribir una novela sobre lo que has vivido? Sería una gran historia.
-¿Sabes una cosa? Este sería mi capítulo favorito.
-Pues escribamos el próximo párrafo. Te aviso de que va a ser de un contenido… ardiente –dije guiñándole un ojo.
-Eso me gusta –dijo con voz muy provocativa mientras tiraba de mí hasta llegar al sofá.

Sus caricias y sus besos me volvían loco y era por eso por lo que no podía estar ni un minuto separado de ella. Desde que había decidido quedarme con ella protegiéndola, lo hacíamos todo juntos. Me encantaban los hoyuelos de sus mejillas cuando sonreía por alguna tontería que yo había dicho. Muchas veces, decía cosas al tuntún solo para verla sonreír. Quería que fuera feliz a pesar de las circunstancias en las que nos encontrábamos.

Llevábamos una semana en esta suite metidos y no habían ni un solo momento en el que pensara en salir a la calle. Porque ahora por fin tenía un hogar. Mi hogar era cualquier sitio en el que ella estuviera. No importaba dónde ni cuándo, solo pensaba en estar a su lado abrazándola por las noches y cuidándola cuando estuviera enferma. Pero un día me di cuenta de que me había olvidado por completo de quién era realmente la mujer de la que estaba enamorado. Era una mafiosa y quería matar al presidente de Estados Unidos por unas puñeteras bombas nucleares. Con todo lo que había pasado, no habíamos vuelto a hablar de sus planes ni de los míos de cuando nos conocimos.
-¿Cuándo continuarás con el plan? –le pregunté una tarde en la que estábamos los dos tumbados sobre el sofá sin hacer nada.
-¿Qué plan? –me preguntó sin mirarme.
-El de matar al presidente.
-Ah, ese. Pues cuando todo esto se solucione. Mis guardaespaldas ya han hablado con mis socios explicándoles la situación y al parecer han sido comprensivos. También tenemos que concluir tu plan de venganza.
-Ya, bueno. No hay prisa.
-¿Acaso ya no quieres matar al asesino de tu difunta esposa?
-Sí pero ahora tengo algo por lo que vivir y si esto sale mal…
-Shhhh –soltó por sus labios poniendo su dedo índice sobre mis labios -. No va a salir nada mal, ¿me oyes?
-Ya perdí una vez a la mujer a la que amaba y no dejaré que esto vuelva a ocurrir.
-A mí no me pasará nada. Uno de mis hombres se encargará de mandar el pastel envenenado al malnacido y en el tema del asesinato del presidente, estaremos cubiertos. No nos pasará nada.

Aunque en mí sonara raro, todo lo que decía era verdad. Tenía miedo de que alguien me la arrebatara. No podría soportar perderla. Muchas noches, soñaba con ser inmortal para así pasar mi vida entera junto a ella sin la preocupación de que al siguiente segundo, ya no estuviera a mi lado. Pero sabía perfectamente que eso jamás pasaría. Esto no era ningún cuento de hadas. Esto era la realidad, la cruda realidad. Aquí no existían princesas que esperaban ser rescatadas de sus torres ni caballeros que fueran a rescatarlas. En este mundo, nada es fácil.

-Nunca me has hablado de tu familia –me dijo Kira un día en el que estábamos desayunando en la cama.
-Porque no hay nada que decir sobre ella.
-¿Te llevas mal con ellos? –preguntó mientras cogía una galleta de la bandeja plateada que estaba sobre nuestras piernas.
-Algo así –respondí secamente. No quería que supiera sobre la existencia de nadie de mi familia. Estaba enamorado de ella pero no podía olvidarme de quién era ella realmente.
-¿Qué pasó?
-No importa. Fue hace mucho tiempo.
-Está bien –dijo sabiendo que no le contaría nada al respecto.

Aquella noche no pude dormir. No podía dejar de pensar en mi familia y en el riesgo que corrían. Mi hermano hacía unos días me había enviado un mensaje contándome lo bien que le fue su cita con esa tal Ainlena Irwin. Estaba claro que Gabi se había enamorado de ella porque no me escribió nada sobre el tema sexual. Quería ir despacio con ella y yo estaba muy orgulloso de él. Era un buen hermano pero sobre todo, un hombre respetable. Sabía tratar a las mujeres como se merecían. Estaba deseando conocer a la mujer que le había robado el corazón en menos de una hora.
Lo que más lamentaba de este tema era que si me quedaba con Kira, jamás podría estar con mi familia como antes. Y para mí, ellos eran lo más importante. Era demasiado joven para comprometerme. Tenía que vivir la vida. Pero mi corazón estaba emperrado en llevarme la contraria. No dejaba a mi mente pensar con claridad y eso me molestaba con creces. ¿Pero qué podía hacer si me sentía extremadamente atraído por Kira?
Necesitaba despejarme. Me levanté cuidadosamente de la cama y comencé a vestirme. Kira estaba dormida y realmente lo agradecía porque no quería aguantar ningún interrogatorio.
Me puse mi abrigo y salí de la suite no sin antes convencer a los guardaespaldas. Les dije la excusa más verosímil que se me ocurrió. Necesitaba salir de allí. Notar el aire fresco del invierno azotarme en la cara. Escuchar los ruidosos motores de los cientos de miles de coches que había por la ciudad.
En cuanto salí, noté un gran alivio. Los asesinos no estaban en el bar y eso me ponía nervioso y relajado a la vez. Anduve por las calles abarrotadas de gente como siempre. Ya casi no recordaba ni lo que era sentir agobio al tener que pasar entre tanta gente. Decidí ir a mi piso a coger un poco de ropa limpia. Al llegar a mi portal, allí estaba ella.
-Elizabeth.
-Jefferson, hola –dijo entre susurros como si le diera vergüenza mirarme a la cara.
-¿Qué haces aquí?
-Estaba preocupada por ti.
-¿Por qué?
-Aquella mañana en la que te esperé en la calle y te conté todo lo que me sucedía, bueno, pues te esperé hasta la noche pero no volviste. Quería explicártelo todo mejor para que no pensaras que quería aprovecharme de ti. Y siguieron pasando los días y tú no volvías. Le pregunté a tu hermano un día que nos encontramos pero él tampoco sabía nada. Y desde entonces llevo viniendo todos los días aquí ya que no tengo nada mejor que hacer.
-¿Estás mejor?
-La verdad es que no. Con el poco dinero ahorrado que tengo, he conseguido alojarme en un hostal.
-Siento que todo te haya ido tan mal.
-Ya, bueno… Nunca nadie dijo que la vida fuera fácil –dijo haciendo una mueca.

No sabía cómo comportarme frente a esa situación. No sabía si mi deber era consolarla o ignorarla ya que técnicamente no nos conocíamos.
-¿Quieres subir a tomar un café? –le ofrecí mientras sacaba las llaves de mi abrigo.
-No, gracias. Sólo quería aclarar las cosas.
-Pues aclarémoslas arriba. Las cosas se hablan mejor con el estómago lleno –dije abriendo la puerta y apartándome para que ella entrara primero.

Subimos en el ascensor en absoluto silencio algo que me desquiciaba de una manera descomunal. Ella quería aclarar las cosas y yo enterarme de qué iba todo este asunto pero si ella no hablaba, no había manera de conseguir llegar a alguna parte. Quería saber por qué narices venía en mi busca. ¿Acaso se había convertido en mi acosadora? No lo sabía pero si así era, lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Con leche o descafeinado? –le pregunté mientas sacaba dos tacitas del armario de la cocina.
-Con leche, por favor.

Cuando los dos estábamos sentados uno enfrente del otro, decidí acabar con aquel extraño silencio. No disponía de mucho tiempo.
-¿Por qué has venido a dónde mí?
-Ya te lo dije. Porque me protegiste ante el imbécil de mi ex.
-¿Qué esperas de mí?
-Que me ayudes. Necesito encontrar un piso y un trabajo.
-¿Y qué tengo yo que ver con todo eso?
-Pensé que me ayudarías –dijo agachando la cabeza.
-Elizabeth, apenas nos conocemos. Si nos conociéramos más no me importaría ayudarte y dejar que te quedaras en mi piso a vivir hasta que encontraras algo mejor pero no puedo. ¿Lo entiendes?
-Sí –susurró.
-Lo siento.
-No, no importa. Ha sido culpa mía.
-Tampoco es eso. Estás pasando por una mala racha, sólo es eso.
-No sé qué hacer, Jefferson.
-¿Tranquila, vale? –dije acariciándole el hombro.
-No sé cómo he podido caer tan bajo –dijo con la voz apagada. Tenía la impresión de que en cualquier momento se iba a poner a llorar, pero no lo hizo.
-Aún puedes salir de esta situación, eres joven y fuerte.
-Gracias –dijo apoyando su cabeza en mi hombro.

La confianza que nos transmitíamos era como si nos conociéramos de toda la vida. Siempre me habían dicho que era bueno consolando y apoyando a la gente aunque era algo que no me gustaba en absoluto por el hecho de saber que alguien lo está pasando mal.
Elizabeth alzó el rostro y me miró con intensidad. Sus dedos me agarraron el cuello de la camisa y su rostro se fue acercando poco a poco al mío.
-Elizabeth…no.
-¿Qué pasa?
-Tengo pareja estable. Y aunque estuviera soltero, tampoco me lanzaría.
-¿Acaso no me deseas?
-No es eso, es que ahora mismo estás vulnerable y no piensas con claridad y sé que si me dejase llevar, mañana por la mañana te arrepentirías.
-Lo siento, llevas razón. Debo irme –dijo levantándose con rapidez de la silla de la cocina.
-¿Estarás bien?
-Sí, tranquilo.
-Llámame si necesitas algo.
-Pero antes dijiste…
-Sé lo que he dicho. Pero yo creo que ya hay suficiente confianza como para que hablemos si te encuentras mal.
-Vale. Hasta otro día –dijo alzando la mano a la vez que abría la puerta de la entrada para segundos después salir de mi piso.

Elizabeth era una chica que no se merecía sufrir. El capullo de su ex había conseguido convertir su vida en un infierno y encima ahora ella había perdido al bebé. Lo que no entendía era por qué su familia le había dejado de lado. Ante todo eran familia y un padre, pase lo que pase, siempre querrá a su hijo.

Eran las cuatro de la mañana y estaba terminando de poner un poco de ropa limpia en una bolsa de deporte. Desde mi cuarto, podía oír los ronquidos de mi hermano pequeño que tenía el sueño tan profundo, que no se había enterado de que había alguien en el piso. Estaba claro que no era la mejor persona a la que dejarle algo para que no te lo roben porque en cuento se durmiera…adiós.

Mis zapatos pisaban el suelo frío y duro con seguridad. Caminaba todo lo deprisa que podía, quería llegar cuanto antes al St. Regis. No quería llegar cuando Kira se hubiera despertado. Entré y saludé al camarero que estaba al otro lado de la barra. Miré a ver si estaban los asesinos. Sólo había una mujer con el cabello revuelto sentada en un taburete que estaba enfrente de la barra. Llevaba un vestido de cóctel y el maquillaje corrido. Sus manos sostenían un vaso lleno de whisky con hielo. La mujer miraba el vaso y ni si quiera se dio cuenta de mi entrada en la estancia.
Subí las escaleras rápido y sin pararme para recuperar el aire. Cuando llegué a mi planta, anduve por el largo y estrecho pasillo hasta llegar a la suite. Los guardaespaldas no estaban en la puerta como siempre. Pero la puerta de la suite estaba cerrada. Nervioso, cogí carrerilla y abrí la puerta de un empujón. Todo estaba en su sitio. Algo que me relajó pero lo que me extrañó fue que Kira no diera un grito del susto al oír el estruendoso ruido que había causado dándole un golpe a la puerta. Dejé la bolsa de deporte en el suelo y fui directo hacia la habitación. La cama estaba vacía pero no había nada tirado ni roto. Me acerqué a la cama y busqué algún tipo de pista que me pudiera decir qué había pasado aquí. Al remover las sábanas, encontré mechones largos de pelo, del mismo color que el de Kira, y algunas pequeñas manchas de sangre. ¿Qué diablos había pasado aquí? No tenía nunca que haberme ido de su lado. Sólo estando a su lado podía protegerla y ahora…no sabía qué hacer. Estaba bloqueado, de pie junto a la cama en la que hace unas horas habíamos estado los dos dándonos todo el cariño que habíamos añorado durante tanto tiempo.
Cuando mis piernas volvieron a responderme, fui al baño, necesitaba echarme agua bien fría sobre el rostro y la nuca. Me miré en el espejo. Ese hombre que estaba reflejado en el espejo, me parecía un total desconocido. Ojeras bajo los ojos, rostro pálido y extremadamente delgado… Ese no podía ser yo. ¿Cómo había ocurrido? Tantos días aquí dentro metido me habían afectado bastante mal sin contar con la escasa comida que nos cocinaban los guardaespaldas de Kira. A ella, cuatro trozos como una cuchara de grandes, eran más que suficiente. Sin embargo, yo necesitaba mi plato hasta arriba de comida con sustancia.
Anduve por la estancia sin rumbo fijo. De alenté para atrás, de atrás para adelante, y así. Notaba como mis manos temblaban sin yo poder hacer nada para paralizarlas. Entonces se me vino a la cabeza de que tal vez Joe ya estuviera al tanto y estuviera investigando. Saqué el móvil del bolsillo del abrigo y marqué su número nerviosamente.
-¿Joe?
-¿Jefferson, estás bien?
-Yo…yo creo que sí –dije titubeante.
-¿Qué ha pasado?
-Salí durante un rato a tomar aire fresco y de paso coger ropa limpia  cuando volví, ella ya no estaba.
-¿Kira ha desaparecido? –preguntó mi jefe alarmado.
-Sí. Hay restos de sangre y de cabello en la cama, seguramente de Kira.
-Ahora mismo mando un equipo para allá.
-¡Pensé que estabais vigilándonos! –grité histérico.
-Jefferson, cálmate. La encontraremos.
-¿Cómo puede calmarme algo que es una posibilidad? Necesito tener la certeza de que volverá sana y salva.
-Tenemos al mejor equipo de hombres ya en busca de pistas.
-Los que la han secuestrado han sido unos profesionales y más de cuatro.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque para derribar a todos sus guardaespaldas, se necesitan muchos hombres y luego para llevarse a Kira que no es fácil de manejar.
-Está bien. Ah, por cierto, sal de ahí y vete a casa a descansar, lo necesitas.
-Entendido –dije arrastrando cada sílaba.

Cogí mi bolsa de deporte nada más colgar y salí de allí como alma que lleva el diablo. Caminé por la calle a paso lento, necesitaba pensar, encontrarle alguna coherencia a lo que acababa de pasar. ¿Por qué habían actuado justo cuando yo estaba fuera? ¿Me estarían vigilando? ¿Me estarán vigilando ahora?
El dolor de cabeza comenzaba a ser insoportable. Cada vez que me estresaba o me ponía muy nervioso, tenía migrañas y eso hacía que no me pudiese concentrar.
Cuando llegué a casa –serían las 6 de la mañana-, mi hermano estaba levantado. Se estaba haciendo un café.
-¡Jefferson, dichosos los ojos! –dijo mi hermano con alegría mientras se acercaba para darme un abrazo –Has adelgazado un huevo –dijo observándome de arriba abajo.
-Lo sé, la comida de los ricos es una mierda –mi hermano soltó una sonora carcajada mientras me daba otro abrazo.
-¿Estás bien? –me preguntó mirándome a los ojos.
-Si… bueno…es…es Kira –dije mirando al suelo.
-¿Qué ha pasado? ¿Te ha dejado?
-La han secuestrado –dije con un nudo en la garganta.


-¿Has leído este libro? –me preguntó Kira enseñándome un libro.

-“Mírame y dispara”. No, ¿de qué va?

-De la mafia italiana y… del amor.

-Por cómo miras la portada, deduzco que es tu libro favorito.

-Lo leí hace un año. Me identifico mucho con él, ¿sabes?

-¿Por qué?

-Porque crean un virus al igual que lo creó mi padre. Pero por otra parte, hay dos adolescentes que se quieren pero no pueden estar juntos. Los padres de ella no le aceptan. Quieren que se case con un chico al que no quiere pero tiene mucho dinero. Intentan escapar juntos pero… bueno, todo se complica.

-¿Qué pasa?

-La familia de ella la encuentra y se la llevan a la fuerza.

-¿Siendo de la mafia, él no les detiene?

-No puede, se la llevan en un coche.

-¿Qué más pasa?

-No lo sé. No se ha publicado la segunda parte.

-¿Alguna vez has considerado la idea de escribir una novela sobre lo que has vivido? Sería una gran historia.

-¿Sabes una cosa? Este sería mi capítulo favorito.

-Pues escribamos el próximo párrafo. Te aviso de que va a ser de un contenido… ardiente –dije guiñándole un ojo.

-Eso me gusta –dijo con voz muy provocativa mientras tiraba de mí hasta llegar al sofá.



Sus caricias y sus besos me volvían loco y era por eso por lo que no podía estar ni un minuto separado de ella. Desde que había decidido quedarme con ella protegiéndola, lo hacíamos todo juntos. Me encantaban los hoyuelos de sus mejillas cuando sonreía por alguna tontería que yo había dicho. Muchas veces, decía cosas al tuntún solo para verla sonreír. Quería que fuera feliz a pesar de las circunstancias en las que nos encontrábamos.



Llevábamos una semana en esta suite metidos y no habían ni un solo momento en el que pensara en salir a la calle. Porque ahora por fin tenía un hogar. Mi hogar era cualquier sitio en el que ella estuviera. No importaba dónde ni cuándo, solo pensaba en estar a su lado abrazándola por las noches y cuidándola cuando estuviera enferma. Pero un día me di cuenta de que me había olvidado por completo de quién era realmente la mujer de la que estaba enamorado. Era una mafiosa y quería matar al presidente de Estados Unidos por unas puñeteras bombas nucleares. Con todo lo que había pasado, no habíamos vuelto a hablar de sus planes ni de los míos de cuando nos conocimos.

-¿Cuándo continuarás con el plan? –le pregunté una tarde en la que estábamos los dos tumbados sobre el sofá sin hacer nada.

-¿Qué plan? –me preguntó sin mirarme.

-El de matar al presidente.

-Ah, ese. Pues cuando todo esto se solucione. Mis guardaespaldas ya han hablado con mis socios explicándoles la situación y al parecer han sido comprensivos. También tenemos que concluir tu plan de venganza.

-Ya, bueno. No hay prisa.

-¿Acaso ya no quieres matar al asesino de tu difunta esposa?

-Sí pero ahora tengo algo por lo que vivir y si esto sale mal…

-Shhhh –soltó por sus labios poniendo su dedo índice sobre mis labios -. No va a salir nada mal, ¿me oyes?

-Ya perdí una vez a la mujer a la que amaba y no dejaré que esto vuelva a ocurrir.

-A mí no me pasará nada. Uno de mis hombres se encargará de mandar el pastel envenenado al malnacido y en el tema del asesinato del presidente, estaremos cubiertos. No nos pasará nada.



Aunque en mí sonara raro, todo lo que decía era verdad. Tenía miedo de que alguien me la arrebatara. No podría soportar perderla. Muchas noches, soñaba con ser inmortal para así pasar mi vida entera junto a ella sin la preocupación de que al siguiente segundo, ya no estuviera a mi lado. Pero sabía perfectamente que eso jamás pasaría. Esto no era ningún cuento de hadas. Esto era la realidad, la cruda realidad. Aquí no existían princesas que esperaban ser rescatadas de sus torres ni caballeros que fueran a rescatarlas. En este mundo, nada es fácil.



-Nunca me has hablado de tu familia –me dijo Kira un día en el que estábamos desayunando en la cama.

-Porque no hay nada que decir sobre ella.

-¿Te llevas mal con ellos? –preguntó mientras cogía una galleta de la bandeja plateada que estaba sobre nuestras piernas.

-Algo así –respondí secamente. No quería que supiera sobre la existencia de nadie de mi familia. Estaba enamorado de ella pero no podía olvidarme de quién era ella realmente.

-¿Qué pasó?

-No importa. Fue hace mucho tiempo.

-Está bien –dijo sabiendo que no le contaría nada al respecto.



Aquella noche no pude dormir. No podía dejar de pensar en mi familia y en el riesgo que corrían. Mi hermano hacía unos días me había enviado un mensaje contándome lo bien que le fue su cita con esa tal Ainlena Irwin. Estaba claro que Gabi se había enamorado de ella porque no me escribió nada sobre el tema sexual. Quería ir despacio con ella y yo estaba muy orgulloso de él. Era un buen hermano pero sobre todo, un hombre respetable. Sabía tratar a las mujeres como se merecían. Estaba deseando conocer a la mujer que le había robado el corazón en menos de una hora.

Lo que más lamentaba de este tema era que si me quedaba con Kira, jamás podría estar con mi familia como antes. Y para mí, ellos eran lo más importante. Era demasiado joven para comprometerme. Tenía que vivir la vida. Pero mi corazón estaba emperrado en llevarme la contraria. No dejaba a mi mente pensar con claridad y eso me molestaba con creces. ¿Pero qué podía hacer si me sentía extremadamente atraído por Kira?

Necesitaba despejarme. Me levanté cuidadosamente de la cama y comencé a vestirme. Kira estaba dormida y realmente lo agradecía porque no quería aguantar ningún interrogatorio.

Me puse mi abrigo y salí de la suite no sin antes convencer a los guardaespaldas. Les dije la excusa más verosímil que se me ocurrió. Necesitaba salir de allí. Notar el aire fresco del invierno azotarme en la cara. Escuchar los ruidosos motores de los cientos de miles de coches que había por la ciudad.

En cuanto salí, noté un gran alivio. Los asesinos no estaban en el bar y eso me ponía nervioso y relajado a la vez. Anduve por las calles abarrotadas de gente como siempre. Ya casi no recordaba ni lo que era sentir agobio al tener que pasar entre tanta gente. Decidí ir a mi piso a coger un poco de ropa limpia. Al llegar a mi portal, allí estaba ella.

-Elizabeth.

-Jefferson, hola –dijo entre susurros como si le diera vergüenza mirarme a la cara.

-¿Qué haces aquí?

-Estaba preocupada por ti.

-¿Por qué?

-Aquella mañana en la que te esperé en la calle y te conté todo lo que me sucedía, bueno, pues te esperé hasta la noche pero no volviste. Quería explicártelo todo mejor para que no pensaras que quería aprovecharme de ti. Y siguieron pasando los días y tú no volvías. Le pregunté a tu hermano un día que nos encontramos pero él tampoco sabía nada. Y desde entonces llevo viniendo todos los días aquí ya que no tengo nada mejor que hacer.

-¿Estás mejor?

-La verdad es que no. Con el poco dinero ahorrado que tengo, he conseguido alojarme en un hostal.

-Siento que todo te haya ido tan mal.

-Ya, bueno… Nunca nadie dijo que la vida fuera fácil –dijo haciendo una mueca.



No sabía cómo comportarme frente a esa situación. No sabía si mi deber era consolarla o ignorarla ya que técnicamente no nos conocíamos.

-¿Quieres subir a tomar un café? –le ofrecí mientras sacaba las llaves de mi abrigo.

-No, gracias. Sólo quería aclarar las cosas.

-Pues aclarémoslas arriba. Las cosas se hablan mejor con el estómago lleno –dije abriendo la puerta y apartándome para que ella entrara primero.



Subimos en el ascensor en absoluto silencio algo que me desquiciaba de una manera descomunal. Ella quería aclarar las cosas y yo enterarme de qué iba todo este asunto pero si ella no hablaba, no había manera de conseguir llegar a alguna parte. Quería saber por qué narices venía en mi busca. ¿Acaso se había convertido en mi acosadora? No lo sabía pero si así era, lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos.

-¿Con leche o descafeinado? –le pregunté mientas sacaba dos tacitas del armario de la cocina.

-Con leche, por favor.



Cuando los dos estábamos sentados uno enfrente del otro, decidí acabar con aquel extraño silencio. No disponía de mucho tiempo.

-¿Por qué has venido a dónde mí?

-Ya te lo dije. Porque me protegiste ante el imbécil de mi ex.

-¿Qué esperas de mí?

-Que me ayudes. Necesito encontrar un piso y un trabajo.

-¿Y qué tengo yo que ver con todo eso?

-Pensé que me ayudarías –dijo agachando la cabeza.

-Elizabeth, apenas nos conocemos. Si nos conociéramos más no me importaría ayudarte y dejar que te quedaras en mi piso a vivir hasta que encontraras algo mejor pero no puedo. ¿Lo entiendes?

-Sí –susurró.

-Lo siento.

-No, no importa. Ha sido culpa mía.

-Tampoco es eso. Estás pasando por una mala racha, sólo es eso.

-No sé qué hacer, Jefferson.

-¿Tranquila, vale? –dije acariciándole el hombro.

-No sé cómo he podido caer tan bajo –dijo con la voz apagada. Tenía la impresión de que en cualquier momento se iba a poner a llorar, pero no lo hizo.

-Aún puedes salir de esta situación, eres joven y fuerte.

-Gracias –dijo apoyando su cabeza en mi hombro.



La confianza que nos transmitíamos era como si nos conociéramos de toda la vida. Siempre me habían dicho que era bueno consolando y apoyando a la gente aunque era algo que no me gustaba en absoluto por el hecho de saber que alguien lo está pasando mal.

Elizabeth alzó el rostro y me miró con intensidad. Sus dedos me agarraron el cuello de la camisa y su rostro se fue acercando poco a poco al mío.

-Elizabeth…no.

-¿Qué pasa?

-Tengo pareja estable. Y aunque estuviera soltero, tampoco me lanzaría.

-¿Acaso no me deseas?

-No es eso, es que ahora mismo estás vulnerable y no piensas con claridad y sé que si me dejase llevar, mañana por la mañana te arrepentirías.

-Lo siento, llevas razón. Debo irme –dijo levantándose con rapidez de la silla de la cocina.

-¿Estarás bien?

-Sí, tranquilo.

-Llámame si necesitas algo.

-Pero antes dijiste…

-Sé lo que he dicho. Pero yo creo que ya hay suficiente confianza como para que hablemos si te encuentras mal.

-Vale. Hasta otro día –dijo alzando la mano a la vez que abría la puerta de la entrada para segundos después salir de mi piso.



Elizabeth era una chica que no se merecía sufrir. El capullo de su ex había conseguido convertir su vida en un infierno y encima ahora ella había perdido al bebé. Lo que no entendía era por qué su familia le había dejado de lado. Ante todo eran familia y un padre, pase lo que pase, siempre querrá a su hijo.



Eran las cuatro de la mañana y estaba terminando de poner un poco de ropa limpia en una bolsa de deporte. Desde mi cuarto, podía oír los ronquidos de mi hermano pequeño que tenía el sueño tan profundo, que no se había enterado de que había alguien en el piso. Estaba claro que no era la mejor persona a la que dejarle algo para que no te lo roben porque en cuento se durmiera…adiós.



Mis zapatos pisaban el suelo frío y duro con seguridad. Caminaba todo lo deprisa que podía, quería llegar cuanto antes al St. Regis. No quería llegar cuando Kira se hubiera despertado. Entré y saludé al camarero que estaba al otro lado de la barra. Miré a ver si estaban los asesinos. Sólo había una mujer con el cabello revuelto sentada en un taburete que estaba enfrente de la barra. Llevaba un vestido de cóctel y el maquillaje corrido. Sus manos sostenían un vaso lleno de whisky con hielo. La mujer miraba el vaso y ni si quiera se dio cuenta de mi entrada en la estancia.

Subí las escaleras rápido y sin pararme para recuperar el aire. Cuando llegué a mi planta, anduve por el largo y estrecho pasillo hasta llegar a la suite. Los guardaespaldas no estaban en la puerta como siempre. Pero la puerta de la suite estaba cerrada. Nervioso, cogí carrerilla y abrí la puerta de un empujón. Todo estaba en su sitio. Algo que me relajó pero lo que me extrañó fue que Kira no diera un grito del susto al oír el estruendoso ruido que había causado dándole un golpe a la puerta. Dejé la bolsa de deporte en el suelo y fui directo hacia la habitación. La cama estaba vacía pero no había nada tirado ni roto. Me acerqué a la cama y busqué algún tipo de pista que me pudiera decir qué había pasado aquí. Al remover las sábanas, encontré mechones largos de pelo, del mismo color que el de Kira, y algunas pequeñas manchas de sangre. ¿Qué diablos había pasado aquí? No tenía nunca que haberme ido de su lado. Sólo estando a su lado podía protegerla y ahora…no sabía qué hacer. Estaba bloqueado, de pie junto a la cama en la que hace unas horas habíamos estado los dos dándonos todo el cariño que habíamos añorado durante tanto tiempo.

Cuando mis piernas volvieron a responderme, fui al baño, necesitaba echarme agua bien fría sobre el rostro y la nuca. Me miré en el espejo. Ese hombre que estaba reflejado en el espejo, me parecía un total desconocido. Ojeras bajo los ojos, rostro pálido y extremadamente delgado… Ese no podía ser yo. ¿Cómo había ocurrido? Tantos días aquí dentro metido me habían afectado bastante mal sin contar con la escasa comida que nos cocinaban los guardaespaldas de Kira. A ella, cuatro trozos como una cuchara de grandes, eran más que suficiente. Sin embargo, yo necesitaba mi plato hasta arriba de comida con sustancia.

Anduve por la estancia sin rumbo fijo. De alenté para atrás, de atrás para adelante, y así. Notaba como mis manos temblaban sin yo poder hacer nada para paralizarlas. Entonces se me vino a la cabeza de que tal vez Joe ya estuviera al tanto y estuviera investigando. Saqué el móvil del bolsillo del abrigo y marqué su número nerviosamente.

-¿Joe?

-¿Jefferson, estás bien?

-Yo…yo creo que sí –dije titubeante.

-¿Qué ha pasado?

-Salí durante un rato a tomar aire fresco y de paso coger ropa limpia  cuando volví, ella ya no estaba.

-¿Kira ha desaparecido? –preguntó mi jefe alarmado.

-Sí. Hay restos de sangre y de cabello en la cama, seguramente de Kira.

-Ahora mismo mando un equipo para allá.

-¡Pensé que estabais vigilándonos! –grité histérico.

-Jefferson, cálmate. La encontraremos.

-¿Cómo puede calmarme algo que es una posibilidad? Necesito tener la certeza de que volverá sana y salva.

-Tenemos al mejor equipo de hombres ya en busca de pistas.

-Los que la han secuestrado han sido unos profesionales y más de cuatro.

-¿Cómo lo sabes?

-Porque para derribar a todos sus guardaespaldas, se necesitan muchos hombres y luego para llevarse a Kira que no es fácil de manejar.

-Está bien. Ah, por cierto, sal de ahí y vete a casa a descansar, lo necesitas.

-Entendido –dije arrastrando cada sílaba.



Cogí mi bolsa de deporte nada más colgar y salí de allí como alma que lleva el diablo. Caminé por la calle a paso lento, necesitaba pensar, encontrarle alguna coherencia a lo que acababa de pasar. ¿Por qué habían actuado justo cuando yo estaba fuera? ¿Me estarían vigilando? ¿Me estarán vigilando ahora?

El dolor de cabeza comenzaba a ser insoportable. Cada vez que me estresaba o me ponía muy nervioso, tenía migrañas y eso hacía que no me pudiese concentrar.

Cuando llegué a casa –serían las 6 de la mañana-, mi hermano estaba levantado. Se estaba haciendo un café.

-¡Jefferson, dichosos los ojos! –dijo mi hermano con alegría mientras se acercaba para darme un abrazo –Has adelgazado un huevo –dijo observándome de arriba abajo.

-Lo sé, la comida de los ricos es una mierda –mi hermano soltó una sonora carcajada mientras me daba otro abrazo.

-¿Estás bien? –me preguntó mirándome a los ojos.

-Si… bueno…es…es Kira –dije mirando al suelo.

-¿Qué ha pasado? ¿Te ha dejado?

-La han secuestrado –dije con un nudo en la garganta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario