Llevaba varias semanas con depresión. Joe no me había echado del
trabajo ya que él creía que la culpa de todo era de Kira. La razón de mi
existencia, estaba encarcelada en una de las mejores cárceles del país y como
no, me tenían prohibido ir.
Gabi y Ainlena intentaban animarme todos los días con planes que, en
otras circunstancias, habría aceptado sin pensármelo dos veces.
No se sabía nada de Elizabeth y eso me ponía de los nervios porque
podría venir a matarme en cualquier momento aunque Joe había puesto a mi
servicio a un grupo de espías que me vigilaban día y noche.
-Jeff, no puedes estar así toda tu vida –me dijo Ainlena una mañana al
ver que no me levantaba de la cama.
-¿Y qué harías tú si estuvieras en mi lugar? –inquirí cabreado.
-Luchar.
-¿Luchar?
-Jeff, mira todos sabemos que ella es una criminal pero tú estás fatal
y si tanto la quieres, luchar por ser feliz, Recupérala.
-Estás loca.
-Soy optimista.
-¿Me estás diciendo que entre en la cárcel y la saque de allí?
-Ésa es una opción y la más rápida aunque ilegal.
-¿Y cuál es la otra?
-La segunda opción es la que cumplen los que tienen mucho que perder,
los que son unos angelitos que siguen las leyes sin rechistar. Esperar a que
salga de la cárcel cuando termine de cumplir su condena.
-Gabi no te lo ha contado, ¿verdad? –pregunté sabiendo lo que me iba a
responder.
-¿El qué?
-La sentenciaron a condena de muerte. Será dentro de tres días.
-¿Joe sabe que tú lo sabes?
-No, sino, me habría atado a la pata de su cama para que no arme una de
las mías.
-Jefferson, necesito que me hagas un favor.
-Dime.
-Enséñame a pelear y a usar un arma.
Al principio, me negué pero Ainlena era una cabezota. Jamás podría
convencerla de lo contrario e iría aunque yo no la hubiera instruido para que
no la matasen al segundo de pisar aquel infernal matadero.
Tras dejarle un par de armas, lógicamente descargadas, le enseñé unas
cuantas llaves de yudo.
Ainlena me prometió que convencería a Gabi para que nos ayudase aunque
a mí no me gustase ni pizca tener que jugar con su vida.
-Ainlena, sólo somos tres. Esto no va a funcionar.
-¿Creías que no había pensado en ello? Tengo un grupo bastante grande
de amigos que están de nuestra parte.
-¿Cuántos son?
-700 amigos listos para ayudarnos.
-¡700!
-Son todos los trabajadores que echaron de la fábrica en la que estuve
trabajando.
-No saben a lo que se enfrentan.
-Jeff, lo han perdido todo y ahora, por fin, tienen algo por lo que
luchar.
-Yo lo hago por amor ellos lo hacen por venganza contra el Estado.
-Da igual la razón por la que quieran hacerlo, lo que importa es que nos
van a ayudar.
-¿Por qué haces esto?
-Porque tu hermano ya no es el mismo. Desde que secuestraron a Kira ya
no es el mismo chico. Ya no hace tonterías, ya no está alegre todo el tiempo,
ya no me mira igual que antes.
-¿Quieres decir que esto lo haces por ti?
-Lo hago por los tres.
Joe me tenía ocupado con papeleo siempre que estaba en la empresa.
Odiaba ésta parte de mi trabajo, era tan aburrida.
Un día, conseguí terminar antes de tiempo el taco de papeles que me
había traído como todas las mañanas mi secretaria. Por lo que saqué un folio y
me puse a hacer garabatos. Al principio, todo eran líneas sin sentido pero poco
a poco, iban recobrando forma. Inconscientemente había dibujado la cárcel en la
que estaba Kira.
La prisión era un cuadrado perfecto, los muros de hormigón tenían diez
metros de alto, imposibles de escalar. En las torres de vigilancia, había
metralletas siempre preparadas para disparar y cómo no, muchas cámaras de
seguridad, imposibles de burlar.
Las ventanas eran muy estrechas. A mí me recordaban a las de los
castillos del siglo XV, por las que tiraban las flechas. Están diseñadas así
para que ningún preso pueda escapar.
Para entrar en cada celda, hay que usar un código que sólo el mandamás
y su segundo al cargo saben. Si intentas forzar la puerta, te electrocutas.
Suena divertido, ¿verdad? He de admitir, que cuando me contaron toda la
seguridad que tenía, me eché a reír. Me gustaría saber cómo evacuarían todo
aquello en caso de incendio ya que por dentro eso es como un laberinto.
Una vez tuve que hacer guardia para espiar a un policía que creían que
era un traidor y en el camino de ir al baño o al comedor y volver, me perdí
seis veces. Al final, me tuvo que acompañar un soldado y gracias a él, pude
pillar al policía con las manos en la masa.
De repente, me di cuenta de la gran idea que acababa de tener y que se
me había pasado por alto. Fuego.
-¿Estás loco? –me gritó mi hermano mientras no paraba de ir de un lado
para otro de la habitación- ¡No podemos quemar una prisión!
-Gabi, sólo tenemos tres días y es la mejor opción que se me ha ocurrido.
-¿Y si sale mal? ¡No hay marcha atrás!
-¿Crees que no lo sé? –le grité desesperado.
-¿Cómo vas a llevarlo a acabo sin que se queme Kira? –preguntó Ainlena
intentando que los dos nos calmáramos.
-Ésta tarde me he infiltrado en la base de datos de la empresa y sé
cuál es su celda. Quemaremos la otra parte de la prisión y tendrán que
desalojarlos a todos.
-¿Cómo escaparemos de allí? –preguntó Ainlena mientras se mordía las
uñas.
-Aún debo conseguir algo más rápido que lo que ellos tengan.
-¿Y qué pasará si consigues sacarla de allí? –preguntó mi hermano ahora
preocupado.
-Nos fugaremos, lejos. A un sitio en el que nunca puedan encontrarnos.
Y da por hecho que vosotros os venís con nosotros. Aquí no estaréis a salvo.
Pasamos todo el tiempo que pudimos en casa metidos ya que era el único
sitio en el que los agentes que me vigilaban, no podían ni verme ni oírme. Les
enseñé a combatir por si algo salía mal ya que con el plan que más o menos
tenía en la cabeza, no haría falta ni que disparasen.
Cuando Ainlena y Gabi salían para ir al cine, o eso decían ellos, yo me
sentaba en el sofá con un boli y una libreta en la mano esperando a que me
llegase la inspiración para poder terminar de planear mi plan infalible. Bueno,
más bien, esperaba que fuera lo suficientemente bueno como para que todo
saliera bien y que no hubiera heridos o muertos.
-¿Qué tal lo llevas? -me preguntó Ainlena cuando llegaron ella y mi
hermano a casa.
-Lo llevo, que no es poco –dije encogiéndome de hombros.
-¿Ya sabes la manera de llegar allí?
-Tengo algo en mente pero es difícil de conseguir. Tiene mucha
vigilancia.
-¿De qué se trata? –preguntó curiosa mientras daba saltitos de emoción.
-De un Mikoyan MiG-25. Es el avión ruso de combate más rápido del
mundo. Es un avión bastante grande por lo que está en un sector restringido,
como en un almacén o algo por el estilo. Hay guardias en la entrada y dentro.
No será nada fácil entrar.
-Tengo una amiga que es maquilladora profesional. Puedo decirle que te
maquille para que te parezcas al piloto que conduce ese avión.
-¡Es una gran idea, Ainlena! No tenemos mucho tiempo. Mañana le sacaré
una foto en la oficina y así ella podrá maquillarme perfectamente.
-Le diré que venga mañana para que hagáis pruebas –dijo mientras se iba
a su cuarto dando saltitos de alegría.
Al parecer, las cosas iban mejor entre ella y mi hermano y Ainlena
volvía a ser la chica con espíritu de niña pequeña que conocí en el cine. Y yo
esperaba estar igual de bien dentro de tres eternos días.
Aquella noche, me fui pronto a la cama, tenía que descansar todo lo que
pudiera para estar en perfectas condiciones cuando llegara el momento de la
verdad.
Cuando llegué a la empresa, Sarah me había dejado, como todas las
mañanas, el dichoso taco de folios. Cuando eran las once de la mañana, decidí
irme a tomar un café. Mientras charlaba con un compañero, vi pasar al piloto
del Mikoyan MiG-25. Nada más verle, me deshice de mi compañero como pude y fui
detrás de él. Tenía una mini cámara en la corbata. Tan solo necesitaba que se
diera la vuelta. Tiré un papel al suelo.
-Perdona, creo que se te ha caído esto –dije recogiendo el papel que yo
mismo había tirado.
El piloto se dio la vuelta y pude sacarle una foto perfecta. Miró
dentro de su carpeta para saber si era suyo.
-No, no es mío –dijo seriamente mientras se daba media vuelta y seguía
andando por el largo y estrecho pasillo blanco.
Aquel hombre no parecía ser muy simpático y las facciones de su rostro
daban la pista de que tenía muy mal genio. Estaba claro que para esta clase de
oficio, necesitaban a alguien frío y sin corazón que no le temblara el pulso al
tener que tirar un misil sobre personas y niños inocentes.
Nada más llegar a casa, imprimí la foto en alta calidad para que
pudiera maquillarme sin cometer ni un solo error.
-Jeff, te presento a mi amiga, Chloe –dijo agarrándome por los hombros
para llevarme enfrente de su amiga.
-Encantado, yo soy Jefferson –dije dándole dos besos.
-¿Jeff, tienes la foto? –me preguntó impaciente la novia de mi hermano.
-Sí y creo que ha salido bastante bien. ¿Tú qué crees? –dije
enseñándole la foto a Chloe.
-Podré apañármelas –dijo sonriente mientras cogía un maletín que había
traído.
Lo puso encima de la mesa de la cocina y me dijo que me sentara. Nada
más lo abrió, pude ver un millón de colores y muchos pinceles y algodón. Me
sentía como una estrella de cine en una sesión de maquillaje.
Chloe era una mujer de baja estatura con el cabello negro y largo y con
unos ojos enormes grises. La verdad es que era una mujer bastante atractiva y
simpática aunque por algunas cosas que hizo, me di cuenta de que también estaba
algo loca como Ainlena.
-Bueno, guapetón, empecemos –dijo frotándose las manos y dando saltitos
mientras me ponía pañuelos en el cuello de la camisa para que no se mancharan
de maquillaje.
Estuvo más de dos horas maquillándome aunque claro, lo que tenía que
hacer era una obra maestra y tenía que quedar perfecto. Ainlena no paraba de
revolotear alrededor y eso me ponía muy nervioso. Cuando me miré al espejo, me
quedé con la boca abierta. Era la viva imagen del piloto. Era realmente
increíble.
-¡Has hecho un trabajo increíble! –la felicité a Chloe.
-Gracias –dijo riéndose al ver cómo me miraba fascinado en el espejo.
-¿Podrás repetirlo dentro de dos días?
-Claro, sin problema.
-Dime cuánto te debo.
-No me debes nada, Jefferson –dijo alzando una mano.
-Claro que sí. Has hecho una obra maestra y mereces una compensación
por ello y por el gasto de tiempo y maquillaje. Toma –dije mientras sacaba de
mi cartera dos billetes de 50 dólares.
-Esto es demasiado –dijo mirándolos con los ojos de par en par.
-Calla y acéptalos, por favor –dije poniéndolos en sus delgadas y
blancas manos.
La invité a tomar café y estuvimos los tres hablando. Al parecer, Chloe
quería conseguir trabajar de maquilladora de estrellas de cine. Era realmente
buena por lo que no dudaba en que lo conseguiría tarde o temprano.
Los días pasaron y hoy era el día de la verdad. Chloe vino a primera
hora de la mañana para maquillarme. Volví a convertirme en la viva imagen del
piloto. Me puse unas lentillas que habían sido diseñadas para que pasase por
los ojos verdaderos del piloto por si había un escáner de retina. Mi hermano se
puso unas gafas de sol enormes y un uniforme de piloto igual que el mío.
Anduvimos por el pasillo de la empresa sin hacer ruido.
El verdadero piloto, estaba sedado y atado a una silla en mi despacho.
Le había ordenado a Sarah que no dejase entrar a nadie ya que estaría “muy
ocupado haciendo papeleo”.
Llegamos al garaje en el que estaba el Mikoyan MiG-25 pero cómo no,
había guardias y había un escáner de retina para que las puertas blindadas se
abrieran.
-¿Indentificación? –nos preguntó uno de los guardias.
Saqué una tarjeta que le había quitado al verdadero piloto y se la
enseñé. La pasó por una especie de láser el cual dio positivo y me dejó
acercarme al escáner de retina tras decirle que mi hermano era un nuevo piloto
y le estaba enseñando.
La puerta se abrió y allí dentro estaba el avión de combate más enorme
e increíble que jamás había visto.
Metí las manos en el bolsillo del uniforme y allí encontré las llaves
para poner en marcha aquel enorme avión.
Mi hermano se ató rápidamente el cinturón y cerró los ojos con fuerza.
Le tenía pánico a los aviones y aquella situación le causaba náuseas. Pero
gracias a dios, aguantó el tipo como un campeón.
Arranqué y el techo del garaje comenzó a abrirse. Estábamos a unos diez
mil metros del suelo cuando noté un olor raro. Puse el motor automático después
de cerciorarme de que no nos seguían. Me levanté del asiento y allí estaba.
-Hola Jefferson. ¿Me echabas de menos? –dijo burlona mientras me
apuntaba con una pistola.
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