Cuando quedaba solo un día para poner en marcha la misión, Joe me llamó
al móvil. Quería que llevara a mi hermano a la empresa. Me aseguró que lo
entendería cuando llegásemos allí.
No me costó mucho convencer a Gabi. Estaba deseando ver el lugar en el
que trabajo y notar la tensión que hay cada vez que tenemos que poner en marcha
un plan. A veces sentía que estaba en una película.
Le ordené a Gabi que se pusiera traje al igual que yo hacía todos los
días y cuando estuvimos preparados, conduje hasta mi empresa.
-Ya estamos aquí Joe. ¿Para qué le querías? –dije sentándome en un
sillón que estaba libre ya que estábamos en la sala de reuniones y aquello
estaba lleno de espías que trabajaban aquí.
-Se nos olvidó un detalle de lo más importante que es el mismo que
podría haber mandado todo este plan a la mierda.
-¿De qué se trata?
-Los secuestradores te conocen. No puedes presentarte allí como si
fueras otra persona distinta, un chef.
-No voy a dejar que metas a mi hermano en esto –dije firmemente
mientras me levantaba del sillón.
-No hay otra salida.
-¡Gabi no sabe pelear! ¡Le matarán!
-No, no lo harán.
-¿Y quién se supone que va a ser él y qué va a hacer?
-Él va a distraerles mientras tú entras por una ventana y sacas a Kira
de allí.
-¿Y si le hacen algo?
-No irá solo. Irá con una agente, de las mejores de nuestra empresa.
Podía notar cómo Gabi estaba hecho un manojo de nervios. Sabía que en
esta misión corría un grave peligro con tan solo meter un poco la pata.
-¿No podías haber utilizado a un agente para eso?
-Jefferson, tú y tu hermano os parecéis muchísimo, sois como dos gotas
de agua. Necesitamos que crean que él es tú. Y de esta forma, también
conseguimos que Kira no te mande a tomar por saco.
-Gracias por la delicadeza –dije de forma sarcástica.
-Te digo las cosas tal y como son, aunque a veces duelan pero sabes que
es lo correcto.
-Sí, señor –dije sin levantar la mirada del suelo.
-¿Gabi, crees que podrás hacerles creer que eres tu hermano? –le
preguntó Joe a Gabi.
-Le conozco mejor que nadie, señor. Creo que podré aunque voy a
necesitar ensayar.
-Perfecto.
-Una cosa, señor. ¿Cómo voy a distraerles?
-Eso es muy fácil. Diles que bienes a detenerles por todos los delitos
que han cometido, les echas un sermón y antes de que te quedes en blanco, tu
hermano ya tendrá a la mafiosa y la agente que te va a acompañar te ayudará a
salir de allí sin sufrir daño alguno.
-Vale, gracias –dijo mientras mi jefe le indicaba que se fuera a una
sala a ensayar con la ayudante que le habían proporcionado.
Nada más se cerró la puerta, estallé.
-¿Por qué me hace esto? –le inquirí a Joe.
-Hago lo que es mejor para la empresa. Está con una profesional, no le
pasará nada.
-Eso no lo sabemos, señor.
-¿Quieres hacernos el favor de tranquilizarte? Nos estás poniendo a
todos de los nervios y eso nos perjudica enormemente.
-Lo siento, señor pero no puedo controlar el miedo interior que tengo.
Él es mi única familia, no puedo perderle.
-Jefferson, ya le he dicho que no le pasará nada. Y tú mañana
recuperarás a la mafiosa esa de la que te has enganchado.
Le fulminé con la mirada pero sabía que al ser él mi jefe, lo que yo le
dijera, le entraba por un oído y le salía por el otro y encima, mi hermano
estaba encantado por tener la ocasión de participar. Era tan frustrante…
Cogí mi abrigo y me fui a mi despacho, necesitaba calmarme.
-¿Señor, quiere que le traiga una tila?
Alcé la mirada al notar la presencia de una mujer en mi despacho.
Delante de mí estaba mi secretaria. Aquella chica que afortunadamente, estaba
al margen de todo lo que se cocía en esta empresa.
-Gracias, Sarah. Me vendría muy bien –dije acomodándome en mi silla de
escritorio.
Un minuto y medio más tarde, sobre mi mesa posaba una taza humeante con
un saquito blanco dentro. Me lo tomé lentamente ya que aparte de que ardía, no
tenía prisa alguna. Miré por la ventana. No miraba nada en especial ya que
tenía la mirada perdida.
-¡Este sitio es increíble! Se nota la adrenalina, la presión, los
nervios de todos. ¿Puedes enchufarme en tu empresa? –dijo mi hermano eufórico.
-Gabi, esto no es un juego. Mañana vas a jugarte la vida y tú estás tan
tranquilo, tan…
-¿Tan emocionado?
-Sí. No lo entiendo.
-Hermano, es la primera vez en mucho tiempo que hago algo emocionante.
Deja que lo disfrute.
-Bien dejado que estás pero tan solo recuerda una cosa. Esto no es como
las películas que vemos de espías inmortales, esto es la vida real. No hagas
ninguna tontería.
-Tranquilízate, ¿vale? Sé lo que me hago.
-¿Vas a contárselo a Ainlena?
-Sí, ella es mi novia y no quiero ocultarle nada. Además, tiene derecho
a saberlo.
-Ahora que lo pienso, no sé si Joe te dejará contárselo. Recuerda que
yo nunca te he contado nada de lo que tenía entre manos. Simplemente por no
ponerte en peligro.
-Tienes razón. No quiero que le pase nada.
-¿Y qué le vas a decir para que no se preocupe al no saber nada de ti
en todo el día?
-Le diré que me voy con unos amigos a un camping y que no tendré
cobertura.
-Pasarán todo el día juntas Ainlena y Elizabeth. ¿Crees que se caerán
bien?
-Yo creo que sí. ¿Y por qué van a estar todo el día juntas? Ainlena
vive en su casa.
-Porque le vas a pedir que vaya a hacerle compañía a nuestra compañera
de piso.
-¿Por qué?
-Porque te preocupa que estando tú fuera, ella esté sola en su casa. Además
así, Elizabeth no preguntará a dónde vamos si tu novia la entretiene.
-Está bien, lo intentaré.
-Por cierto, ¿qué tal con tu compañera?
-Es genial. Me ha explicado cómo escaparemos y cómo debo actuar.
También me ha escrito una lista de todas las armas y protecciones que llevaré
encima. Voy a pesar más que un soldado de la Edad Media.
Me reí ante su comentario. Me gustaba que estuviera de tan buen humor sabiendo
a lo que se enfrentaba. Aunque sabía perfectamente que mañana estaría un poco
más sensible. Tenía que intentar que al comentárselo a su novia, no se
despidiera de ella como si se fuera a la guerra en vez de a un camping.
-Bueno, hermano luego nos vemos. Voy a ir a casa de Ainlena a contarle
mis planes “con los amigos”.
-Está bien pero intenta actuar normal. Recuerda que te vas a pasarlo
bien.
-Lo sé. Tranquilo, sé actuar.
Al llegar a casa, me encontré con Elizabeth. Estaba sentada en el sofá
del salón mientras hablaba por teléfono. No pareció haberme oído al entrar ya
que cuando yo salí del baño y me encontré con ella de frente, pegó un gritó
agudísimo y por poco me pega en toda la cara.
-¿Cuándo has llegado? –preguntó aún alterada.
-Hace diez minutos. Estabas hablando por el móvil, por eso no te he
saludado.
-Me has pegado un susto de muerte.
-Lo siento.
-Tranquilo –dijo sonriéndome mientras oía como su corazón iba a mil por
hora.
-¿Qué tal el día? –pregunté mientras entraba en mi cuarto y me
desabrochaba la camisa blanca.
-Bien. Los niños me aman.
-¿Todavía no te han manchado con pintura para dedos?
-No, ¿por qué?
-Porque ahí se demuestra si de verdad te quieren o no.
-Jefferson, son niños, solo quieren divertirse.
-No te digo que no pero yo he conocido a niños que para divertirse, te
hacían la vida imposible.
-Eso sería porque les caías mal.
-Ah, es cierto que a ti te adoran. Eres su propio dios –dije bromeando
mientras me ponía los pantalones del pijama-. Ah, por cierto, mi hermano y yo
nos vamos mañana con unos amigos a un camping. Ainlena vendrá aquí esta misma
noche y se quedará contigo hasta que volvamos.
-¿Por qué?
-Porque mi hermano no quiere que ella esté sola mientras él está lejos
y sin cobertura.
-Pero va a pasar la mayor parte del tiempo sola igualmente. Mañana es
viernes y yo trabajo.
-Lo sé pero el fin de semana no. Pórtate bien con ella, ¿vale?
-El otro día tu hermano me dijo que os llevabais como el perro y el
gato. ¿Tan mala es?
-No es que sea mala sino que me da mala espina.
-¿A qué te refieres?
-No sé nada sobre ella. No sé cómo es y qué e capaz de hacer y eso es
lo que me preocupa, que le haga algo a mi hermano.
-A lo mejor, simplemente, tienes que conocerla mejor. Así te quedarías
más tranquilo.
-Es muy posible –dije mientras me hacía la cena en la cocina.
-Hablando de tu hermano, ¿dónde está?
-En casa de Ainlena. Ha ido a ayudarle con el equipaje. Estarán aquí
dentro de nada así que ayúdame a preparar la cena para los cuatro.
Asintió y acto seguido comenzó a lavar verduras para hacer una ensalada
mientras yo freía patatas fritas y cuatro filetes de cerdo.
Después, me ayudó a poner la mesa y nada más terminar, la pareja llegó.
-Ainlena, te presento a Elizabeth –dijo Gabi presentándolas.
-Creía que aquí solo vivíais tú y tu hermano.
-Elizabeth es una amiga de Jefferson. Se vino a vivir con nosotros hace
unos días.
Las dos chicas se dieron un par de besos aunque notaba la tensión que
había entre ellas. Podía leerle el pensamiento a Ainlena, pensaba que era una
amenaza.
-Elizabeth es profesora infantil –dije yo intentando que se conocieran
más.
-Y cobrando tan bien como cobran los profesores, ¿por qué te has venido
a vivir aquí?
-Porque llevo menos de una semana trabajando como profesora. No tenía
dinero para pagarme un sitio en el que poder vivir y por eso Jefferson me
ofreció quedarme temporalmente en su casa. ¿Tú trabajas?
-No, mi empresa cerró.
-¿De qué era tu empresa?
-Fabricábamos persianas. Se usan en Europa y aquí no y por eso el que
era mi jefe, creía que nos serían muy útiles y que nos forraríamos con ello.
-¿Qué son las persianas? –pregunté mientras me servía en mi plato.
-Pues con ellas, no hace falta que usemos cortinas gruesas y oscuras
para que no entre la luz de la calle y así poder dormir. Solo hay que tirar de
una correa y ves como tu ventana se va taponando por una placa, blanca
normalmente, y cuando se ha bajado del todo, no entra la luz. Pero salía más
caro que poner cortinas y por eso no tuvo éxito.
-Pues a mí me parece un buen invento –dijo Elizabeth sonriente.
-Ya, bueno. Supongo que no se lo pareció a todo el mundo –dijo
encogiéndose de hombros.
Estaba contento porque las chicas se habían caído medianamente bien. La
verdad era que me extrañaba que Ainlena no le hubiera empezado a tirar de los
pelos por vivir con nosotros.
La cena transcurrió con normalidad. Ainlena y Gabi no paraban de contar
con todo detalle cómo se conocieron y después nos pidieron que nosotros les
explicáramos lo mismo. No me gustaba hablar de mi vida privada pero a Elizabeth
no parecía importarle. Les contó cómo la salvé del capullo de su exnovio y lo
caballeroso que fui con ella después. Gracias a Dios, no dio detalles sobre lo
que pasó en mi cama aunque sabía que la pareja ya se lo imaginaba.
-¿Elizabeth, tienes familia? –le preguntó Ainlena mientras comíamos el
postre.
-Sí. Tengo a mis padres y a mis cuatro hermanos.
-¿Viven aquí?
-No, ojalá. ¿Tu familia vive aquí?
-Mis padres se divorciaron cuando yo tenía dieciséis años. Soy hija
única por lo que cada dos semanas, me iba de casa de mi madre para irme con mi
padre y al revés. Pero a mí no me gustaba porque yo tenía que ir al instituto y
mis padres no vivían en la misma ciudad por lo que cuando estaba con mi padre,
tenía que levantarme una hora antes para coger el autobús. Con dieciocho años,
me di cuenta de que no era feliz estando de un lado para otro por lo que con el
dinero ahorrado que tenía, me vine a vivir con unas amigas. Y bueno, he
trabajado en muchos sitios y sigo sin encontrar un trabajo que realmente me
guste.
Con lo que acababa de contar Ainlena, podía entender por qué quería
estar siempre con mi hermano. Él era como para mí, su única familia. Sentía un
poco de lástima por ella porque se había tenido que sacar las castañas del
fuego desde los dieciocho mientras que yo estuve viviendo con mi hermano desde
esa edad hasta hoy. Aunque un hermano no es lo mismo que un padre, tienes la
certeza de que al ser familia, no te va a dejar de lado, que te va a apoyar
siempre y que siempre estaréis unidos.
Nada más pensar en mi hermano, los nervios volvieron a apoderarse de
mí. Mañana era el gran día y estaba más nervioso que un niño en la noche de
Navidad.
-¿Jefferson, estás bien? –me preguntó Elizabeth.
-Sí, es solo que tengo frío. Ahora vengo.
Desde mi cuarto, podía oír la conversación que estaban teniendo. Gabi
participaba en ella animadamente. ¿Cómo podía estar tan tranquilo?
Me puse un jersey gordo de lana y volví al comedor.
Serían las once de la noche cuando decidimos irnos todos a la cama. A
los quince minutos, comencé a oír la voz de Ainlena.
-¿Cómo puedes hacerle esto? ¡Te matará!
No hubo respuesta. Cuando salí a comprobar que pasaba, ya no había
nadie en el pasillo. ¿Con quién estaría hablando Ainlena? ¿Quién iba a matar a
quién y por qué?
No sé por qué pero preferí dejarlo correr. Ya tenía bastante con los
nervios que tenía con lo de mañana como para preocuparme de algo más. Necesitaba
dormir, descansar, para estar en perfectas condiciones mañana.
-Buenos días, hermano –me saludó por la mañana mi hermano.
-Buenos días. ¿Con quién hablaba ayer Ainlena?
-¿Cuándo?
-Cuando nos metimos todos en la cama. Hablaba con alguien en el pasillo.
Aunque si tú no sabes nada, es porque hablaba con Elizabeth.
-¿De qué hablaban?
-De que Elizabeth iba a hacerle algo a alguien y de que ese alguien
podría matarla.
-¿Se conocen?
-No lo sé pero al parecer sí.
-¿Estás seguro de que oíste eso?
-Sabes que tengo un oído muy fino, hermano.
-Solo digo que a lo mejor con los nervios de hoy, has escuchado algo
que no es.
Decidí no contestarle. Es posible que hubiera escuchado algo que jamás
se dijo por los nervios que tenía.
Cuando llegamos a la empresa, todo el mundo nos estaba esperando.
-Buenos días, señor –le dije a mi jefe.
-Jefferson, pasad tú y tu hermano al baño y poneros el traje antibalas.
Mi hermano y yo asentimos a la vez y nos metimos en el baño. A Gabi le
estaba costando bastante ponerse el traje antibalas ya que era como un
neopreno. Encima de él, llevaríamos un traje, como siempre.
-¿Nervioso? –le pregunté a Gabi mientras nos peinábamos.
-Más bien emocionado –contestó sonriente.
Durante el trayecto, Joe nos fue recordando el plan punto por punto.
Resultaba ser un hombre bastante repetitivo y cansino.
Cuando el coche paró a unos metros del motel, Joe nos deseó suerte y
nos avisó de que los francotiradores estaban preparados en sus posiciones.
Estaba escalando por la pared del motel hasta que la vi. Observé con
cuidado de que los hombres no me vieran. Kira estaba atada en una silla y con
una mordaza para que no pudiera gritar.
A los pocos segundos, oí como las ventanas del lado opuesto estallaban.
Los hombres comenzaron a disparar hacia las ahora rotas ventanas, pero no se
vio a nadie.
-¿Gabi, estás bien? –le pregunté sabiendo que me escucharía por el
pinganillo que llevábamos todos los agentes puesto.
-Sí, tranquilo. Ha sido una maniobra de despiste. Se quedarán sin balas
antes de lo previsto.
Unos minutos más tarde, mientras observaba por la ventana, vi como una
parte del techo se venía abajo y entraban mi hermano y la agente que le habían
puesto como guardaespaldas.
Los hombres no dispararon. Se separaron los unos de los otros y de
entre ellos salió una mujer.
-Vaya, vaya. Y yo que esperaba que viniera tu hermano –dijo la mujer
sonriente.
-¿Elizabeth? –preguntó mi hermano desconcertado.
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