miércoles, 19 de noviembre de 2014

Capítulo 11 -> No es lo que parece

A la mañana siguiente, me desperté muy temprano y el sol brillaba a través de las cortinas de mi cuarto. Me levanté de la cama y me puse un chándal viejo. Corrí las cortinas y en la repisa de enfrente de la ventana, había una rosa de un color bastante extraño. Era un naranja muy oscuro. Abrí la ventana y cogí la rosa. Entre unos pétalos había una minúscula notita. 

Como el color de tu pelo que hace que arda mi corazón.
Te quiero.

Cerré la ventana y olí la rosa. Olía a bosque pero con un toque dulce. La puse en un jarroncito que tenía guardado en el armario y puse el jarrón encima de la mesilla. Tenía un vaso en la mesilla por lo que decidí poner el agua que quedaba en el jarrón para que la rosa no se marchitase.

Salí de mi cuarto y bajé a hacerme el desayuno. Mi hermano ya estaba en la cocina desayunando.
-Vaya pero si está aquí la bella durmiente.
-Hola –dije entre susurros.
-Con que sales con Johnny, ¿eh?
-Y tú con Teresa y no te digo nada –le dije de forma borde mientras echaba leche en una taza.
-No sé como Johnny te aguanta. Aunque ahora entiendo por qué dicen que el amor es ciego –dijo mientras se reía.
-Sí. Teresa debe de estar muy ciega para estar con un patán como tú.
-¿Hermanita necesitas que te recuerde que yo tengo material para destruirte? A mamá no le gustaría saber que un chico te trajo dormida o como ella lo traduciría, drogada.
-Eres un capullo, Robert.
-Lo sé. Soy un encanto. Ah, por cierto. ¿Te vienes a buscar pistas?
-Son las 8 de la mañana.
-Lo sé así que vístete.
-¿Y Teresa?
-Ayer salimos y está cansada así que, que se quede dormida.
-Vale –le dije mientras me bebía de un trago la leche de la taza.

Subí a mi cuarto y me puse ropa que me abrigara bastante. Me puse unas botas que no estuvieran empapadas y una bufanda. Cuando salí, mi hermano ya estaba abajo esperándome. Salimos y nos montamos en su coche. Fuimos hasta una calle que estaba a pocos metros del restaurante francés del otro día. Decidimos ver a una distancia de 150 metros el restaurante porque había bastantes coches negros brillantes y de unas marcas italianas. Vimos salir a un grupo de hombres. Hablaban en italiano y todos los hombres tenían más de 40 años excepto uno. Fijé la vista en el más joven.
-¿Johnny? –dije asombrada.
-Ese no puede ser Johnny. Son mafiosos italianos. A ese noviete tuyo no le veo con cara de mafioso ni mucho menos.
-Pues se parece mucho a él. Y en tal caso serán mafiosos franceses…
-Se parecerá pero no es él. Son italianos por los coches. Y Johnny no es italiano porque se le notaría en el acento.
-Tienes razón.

Seguimos observándoles hasta que se metieron todos en sus lujosos coches italianos. Mi hermano mayor y yo nos fuimos hacia el coche de éste y decidimos buscar pistas en otro sitio.
Recorrimos toda la ciudad sin pista alguna. No sabíamos ni por dónde empezar. Era como buscar una aguja en un pajar.

Cuando íbamos a casa, pasamos por delante del restaurante y vimos muchísimas flores en la entrada y mucha gente trajeada y niños correteando en la entrada. De repente, vimos a una pareja. Era una boda. La chica tenía el pelo más hermoso que había visto nunca. Era un castaño tan claro que parecía rubio, tenía la tez muy clara, casi blanca y llevaba un vestido blanco con un escote echo con un bordado precioso y un velo largo que le tapaba la cara. En las manos llevaba un enorme ramo de rosas blancas. La cola del vestido la estaban sujetando tres damas de honor vestidas todas iguales con unos vestidos de color rosa muy claro.
El novio iba con un traje negro y no paraba de mirar a su esposa.
En cuanto salieron, la gente que había allí, les empezó a tirar arroz y se subieron corriendo al coche que estaba esperándoles a la entrada del restaurante.

Mi hermano y yo sonreímos a la vez al verles. Nunca habíamos estado en una boda y soñábamos con ir a una o en tal caso, en ser nosotros los rociados con arroz.

Cuando llegamos a casa, estaban todos sentados en la mesa preparados para empezar a comer. Mi madre nos miró enfadada y nosotros nos quitamos apresuradamente los abrigos y fuimos corriendo hacia el comedor. Nos sentamos en las dos sillas sobrantes y empezamos a comer.
-¿A dónde os habéis ido toda la mañana? –preguntó mi madre cabreada.
-Haciendo el gilipollas por ahí –soltó mi hermano de manera borde.
-¿El gilipollas? ¿Qué habéis hecho? –preguntó impaciente Teresa.
-Pues salimos a buscar pistas y como no hemos encontrado nada, hemos hecho el gilipollas.
-Yo no diría que es hacer el gilipollas.
-Sí que lo es y seguiré haciendo el gilipollas hasta encontrar a tus padres.

Teresa abrazó a Robert todo lo fuerte que pudo y mi padre le dio unas palmaditas en el hombro mientras en sus ojos se reflejaba lo orgulloso que estaba de él.
Todos ellos tuvieron una conversación bastante animada en la que yo apenas tomé parte.

Cuando terminamos de comer, decidí irme a mi cuarto y leí un par de capítulos de “Romeo y Julieta”. Era una historia interesante aunque bastante trágica. Aunque estaba segura que para suicidarse por la muerte de la persona a la que amas, debes de sentir un amor tan vivo que incluso notas como tiene un corazón propio. 

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