miércoles, 26 de noviembre de 2014

Capítulo 12 -> Al otro lado de la puerta

Mientras leía y me hacía fantasías en mi cabeza, mi móvil empezó a sonar. Miré en la pantalla. Era un número oculto.
-Hola, boba, ¿te apetece salir a dar una vuelta?
-¿Johnny? –pregunté extrañada.
-Claro, ¿acaso otro también te llama boba?
-¿Por qué me llamas por un número oculto?
-Le he cogido el móvil a mi padre. El mío se quedó sin batería. Bueno, ¿te apetece salir por ahí?
-Creo que mis padres y mi hermano van a salir y Teresa y Lucy se irán con mi hermano por lo que me dejarán sola en casa y hoy no tengo ganas de salir así que, ¿qué tal si te vienes y vemos una película?
-Me encantaría. Yo llevo las palomitas.
-Me parece bien. Te quiero aquí a las cuatro y media.
-Seré puntual, mi niña.
-Eso espero.

Los dos nos reímos y colgamos. Volví hacia mi cama y me senté. Me quité las botas y la ropa y me puse un chándal y unas zapatillas. Me tumbé y no paré de mirar el reloj. Fue un alivio oír el sonido de la puerta de la entrada cerrarse media hora antes de que Johnny viniera. Bajé y puse música en la cadena de música de mi padre que estaba en el salón. Mientras pensaba qué hacer para no aburrirme hasta que él llegara, abrí el frigorífico y me cogí unas cuatro onzas de chocolate. Me encanta el chocolate excepto el que sabe demasiado a cacao.
Cuando mi reloj de muñeca dio y media, Johnny tocó el timbre. Iba a pasar una tarde de lo más relajada. Fui corriendo a abrir pero no me dio tiempo a reaccionar cuando dos hombres encapuchados me ataron las manos, la boca, me vendaron los ojos y me llevaron lejos de mi casa.
Estaba aterrada. No sabía dónde ni con quién estaba. Solo veía oscuridad.
Pero de repente oí dos voces.
No podía reconocerlas aunque sabía que llevarían algún pañuelo para que no pudiera identificarles.
Me quitaron la venda de los ojos y vi mis pies atados y estaba en una especie de jaula solo que sin rejas. Cuatro paredes de hormigón y una alcantarilla en una esquina del suelo. Vi un hombre muy musculoso delante de mí vestido de negro con una máscara y unos guantes también negros.

Detrás de aquel hombre, había otros dos hombres con la misma vestimenta solo que éstos llevaban armas en las manos. El hombre que estaba delante de mí, me cogió con mucha fuerza de la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos.
-En mi familia hay un dicho –me dijo el hombre con una voz muy grave- si me haces algo a mí, te mataré, pero como hagas algo a alguien de mi familia o a un amigo, estás perdido porque no habrá escondite donde no te encontremos.
-No he hecho nada –dije aterrorizada mientras un par de lágrimas caían por mis mejillas.
-Eso dicen todos hasta que yo demuestro todo lo contrario.

El hombre tenía acento italiano y cada vez que se acercaba a mí, podía olerle el aliento a un asqueroso aroma de tabaco.
-Dime que no es verdad que pegaste a mi amigo Christoph.
-¿Quién es Christoph?  ¡Yo no he pegado a nadie, lo juro! –grité mientras mis lágrimas seguían cayendo hasta llegar a mi barbilla.

El hombre me pegó en la cara y mi cabeza dio contra el frío y duro suelo. El hombre me cogió de la camiseta y pude notar como mi nariz y mi boca estaban llenas de sangre.
-Odio a los mentirosos –dijo mientras me daba un golpe contra la pared de hormigón.
-Te digo la verdad, no sé quién es ese hombre.
-Christoph es mi mejor socio desde hace años y me contó que unos niños le agredieron mientras trabajaba un día antes de que yo fuera allí a hacer negocios con él.
-¿Y por qué piensas que soy yo la que pegó a tu socio? –pregunté mientras escupía sangre al suelo.
-Eras tú o un chico alto que de seguro que es tu hermano.

Me puse pálida. Ya sabía quien era Christoph. Era el mayordomo del restaurante francés y el hombre al que mi hermano pegó. Y sabía quién era, porque habría cámaras de seguridad.
-Si quieres, te dejamos libre y vamos a por el chico. Pero él no volverá vivo eso te lo puedo asegurar.
-¡No le hagáis nada! –grité histérica.
-Así que es tu hermano, ¿eh? Sé que él fue quien pegó a mi socio. Pero fue listo y no salió ni se quedó solo. ¿Cuánto crees que dará tu familia por tu rescate? –dijo mientras me miraba fijamente.

No hablé. Estuve en silencio durante varios minutos. El hombre me apretó la mandíbula y las lágrimas no paraban de salir de mis ojos. Esos hombres eran unas bestias y no tenían escrúpulos. Uno de los dos hombres que llevaban un arma, se acercó y le dijo algo al oído al hombre que me apretaba la mandíbula.
-¿Quién a mandado esa orden tan absurda? ¿Quiere que esta mocosa nos delate a la policía? –dijo el hombre muy alterado.
-Lo manda el jefe –dijo el otro hombre de acento italiano por lo bajo.

El hombre del arma sacó un pañuelo de un bolsillo y sacó una botellita de otro. Se acercó a mí y el otro hombre se apartó. El hombre del arma empapó el pañuelo con el líquido de la botellita y lo acercó a mi cara. Yo intentaba resistirme pero aquel hombre era muchísimo más fuerte que yo.

Cuando me desperté, estaba en la acera de enfrente de mi casa. La sangre ya estaba seca pero aún me dolía la parte golpeada. Cuando abrí los ojos, vi unas botas y unos pantalones negros. Me asusté pensando que serían ellos de nuevo por lo que intenté levantarme e intentar escapar. Pero una mano me agarró del brazo y me ayudó a levantar.
-¿Alice, estás bien? –me preguntó Johnny mientras me miraba la cara y sus manos cálidas se colocaban en mi cuello y me acercaba hacia él.
-Johnny –dije en un susurro mientras mis ojos volvían a humedecerse.
-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? –me preguntó con los nervios de punta.
-Creo que estoy bien. ¿Has visto quién me ha traído?
-No. Pero ojalá le hubiera visto porque le hubiera roto las piernas.

Entramos en mi casa y me llevó al sofá del salón. Me ayudó a sentarme y Sáhara vino a acurrucarse entre mis piernas. Johnny salió del salón y se fue hacia la cocina. Unos minutos más tarde trajo una taza que echaba nubes de humo.
-Creo que con esta tila te tranquilizarás y te sentirás mejor –me dijo con voz dulce mientras se sentaba a mi lado y me daba la taza.

Di un pequeño sorbo pero al notar lo caliente que estaba, dejé la taza en la mesita de enfrente. Me acurruqué a su lado mientras él no paraba de decirme que me tranquilizara y que estaba a salvo mientras estuviera a su lado.
-¿Qué te han hecho esos desalmados? –inquirió furioso.
-Todo empezó a las cuatro y media.
-¿Cuándo habías quedado conmigo?
-Sí y llegaste tarde.
-Lo siento muchísimo, Alice. Si hubiera llegado a la hora, no te habría pasado nada.
-Eran tres hombres y llevaban armas, te habrían matado.
-Como si llevan tanques, joder. Te habría protegido y tendrían que vérselas conmigo antes de que pudieran tocarte un pelo.

Le abracé con fuerza y él hizo lo mismo mientras intentaba quitarse de encima el cabreo que tenía.
-Bueno, cuéntame qué te hicieron y por qué.
-Cuando abrí la puerta pensando que eras tú, unos hombres encapuchados me ataron y me llevaron a un lugar de hormigón donde la única salida era una alcantarilla porque las cuatro paredes que había, eran de hormigón y no había ninguna puerta.
-Una sala de torturas.
-Sí, algo así. Allí me empezaron a preguntar por un tal Christoph. Yo no sabía quién era pero no me creyeron por lo que uno de los hombres al pensar que mentía, me pegó. Y me dijo que si no confesaba, me tendrían allí secuestrada.
-Vaya hijos de puta. ¿Y qué pasa con ese Christoph?
-Piensan que yo le pegué. Al parecer es un socio de ellos que trabaja en un lujoso restaurante francés. Y yo les dije que no le había pegado pero no me creyeron por lo que empezaron las amenazas. Iban a ir a por toda mi familia –dije balbuceando mientras escondía mi rostro en su pecho.
-Tú no matarías ni a una mosca.
-Ellos no me conocen pero pasó algo muy raro. El jefe de ese grupo, les comunicó que me soltaran así que me dieron cloroformo y cuando me desperté tú estabas en la acera.
-Tranquila, ¿vale? No me voy a ir de tu lado y nadie jamás volverá a hacerte daño.

Me abrazó con fuerza y me besó en la frente.
-Johnny.
-Dime.
-Quiero distraerme un poco para olvidar lo que acabo de vivir y habíamos quedado en ver una película, ¿no?
-¿Estás segura? ¿No prefieres descansar un poco?
-Tendré pesadillas y así sé que estás a mi lado protegiéndome.

Me besó y yo cogí el mando a distancia y le di al play.
Vimos la película de “Todos los días de mi vida”. Y cuando terminó, Johnny me miró triste y me puso encima de él mientras me susurraba al oído:
-Si algún día pierdes la memoria, conseguiré que vuelvas a enamorarte de mí aunque jamás vuelvas a recordar lo antes vivido.

Le sonreí mientras le acariciaba las mejillas. Notaba como sus verdes ojos brillaban con más intensidad cuando nuestras pieles estaban en contacto. Me acerqué hacia su rostro y noté como mis labios anhelaban los suyos.
-Hemos olvidado una cosa –susurró entre mis labios.
-¿El qué? -pregunté extrañada.
-Las palomitas.

Nos empezamos a reír los dos mientras nuestros rostros estaban a milímetros el uno del otro. Su aliento olía a menta fresca y sus dientes eran completamente blancos y rectos. Era perfecto.
-Aún tienes un poco de restos de sangre seca por la nariz. Ven que te limpio.

Fuimos al baño y me hizo un gesto para que me sentara en el lavabo. Humedeció un pequeño trozo de papel higiénico y me limpió los restos de sangre. Cuando terminó de limpiarme, me dio la mano y me ayudó a bajar del lavabo.
-Estás preciosa.
-Lo dudo –le dije mientras salía del baño.
-Pues no lo dudes. Yo no miento y si te digo que estás preciosa, es la pura verdad, ¿entendido? –dijo mientras me abrazaba por la espalda.
-Entendido –le dije mientras me daba la vuelta y le besaba.
-Alice, sabes que quiero protegerte pero es tarde y tengo que irme a casa.
-¿Y me vas a dejar aquí sola sabiendo que pueden volver en cualquier momento?
-Tu familia llegará en unos minutos.
-Quédate –le supliqué mientras tiraba de él para alejarle lo más lejos posible de la puerta.

Se rió y suspiró mientras sus manos acunaban mi rostro triste.
-Quédate –le repetí.
-Vale mi niña. Sabes perfectamente que no puedo resistirme a esos ojos tristes.

Le abracé con todas mis fuerzas mientras Johnny me cogía de las piernas para llevarme en sus brazos y depositarme con delicadeza en el sofá.
Estuvimos hablando y dándonos mimos hasta que llegaron mis padres con Lucy.
-Hola Johnny, ¿Qué hacéis aquí metidos? –preguntó mi madre mientras Johnny cogía su chaqueta de cuero para irse.
-Ver una película –dije antes de que Johnny pudiera contestar.
-Sí, y yo debo irme. Un gusto verles. Alice, mañana nos vemos.
-Vale –dije por lo bajo.

Minutos más tarde de que Johnny se fuera, llegaron Robert y Teresa. Parecían bastante animados.
-Hola Alice, ¿qué has hecho esta tarde? –me preguntó Teresa mientras dejaba su abrigo en el perchero de la entrada y venía al sofá para sentarse a mi lado.
-Ha estado viendo una película con el nuevo vecino. Es muy majo y parece muy responsable –dijo mi madre mientras me guiñaba un ojo y empezaba a cocinar en la cocina.
-¿Has estado con Johnny? ¿Y qué tal?
-Genial. ¿Y vosotros? –dije intentando taparme el labio inferior para que no vieran la herida.
-Me alegro. Pues nosotros fuimos a un parque y nos hicimos unas cuantas fotos y después fuimos a una nueva cafetería italiana. Tienes que ir. El café es riquísimo y ponen unos bollos…
-Cuidado que se te cae la baba –dije bromeando.
-Vete un día con Johnny –dijo mi hermano mientras daba de comer a Sáhara.
-Ya veremos –dije desanimada.
-¿Te pasa algo? –me preguntó Teresa mientras se acercaba más a mí.
-Sí. Y tiene que ver con Robert.
-¿Qué he hecho ahora? –saltó mi hermano desconcertado.
-¿Sabes ese dicho de “quien rompe paga”? Bueno pues los italianos también se lo conocen solo que lo paga toda la familia.
-¿A qué te refieres?
-¿Te acuerdas del mayordomo ese que pegaste en el restaurante francés? –le pregunté en voz baja para que mis padres no nos escucharan.
-Sí. ¿Ha aparecido por aquí?
-Él no pero sus socios italianos sí y me han tenido retenida en una especie de sala de torturas durante horas.
-¿Qué te han hecho esos cabrones?
-Un hombre me pegó y sangré de la boca y de la nariz pero no me hicieron nada más. Su jefe les dijo que me soltasen y creo que ahora van a ir a por ti. Así que no te quedes ni un segundo solo. ¿Entendido?
-Entendido. Y siento que hayas tenido que pagar mis platos rotos –me dijo susurrando mi hermano mientras se le humedecían los ojos y me abrazaba muy fuerte.

Teresa estaba sentada a mi lado con la mirada perdida y la boca medio abierta.
-¿Y cómo saben que fui yo? –inquirió mi hermano mientras le cogía la mano a Teresa.
-En el restaurante había cámaras de seguridad y nos identificaron.

Robert me abrazó de nuevo y me dio un beso en la frente.
-Chicos mientras vuestra madre hace la cena, voy a sacar a pasear a Sáhara –dijo mi padre mientras cogía su abrigo.
-Id con él –les dije a Teresa y a Robert.

Ellos me obedecieron y se fueron con él mientras yo le hacía cosquillas a la hermana de Teresa. Lucy era la única persona de esta casa que no se enteraba de nada pero también era la única que era feliz.
Media hora más tarde, volvieron mi padre y la parejita y nos sentamos todos a cenar. Decidimos no contarles a mis padres ni a nadie lo ocurrido simplemente para que no se preocuparan.
Cuando terminé, recogí mis platos y los fregué. Iba a subirme a mi cuarto pero no quería dormir sola por lo que decidí llevarme a Sáhara a mi cuarto para que pasara la noche conmigo.
No tenía sueño por lo que encendí el portátil y hablar con alguien. Sáhara se acurrucó entre mis piernas y se quedó allí sin moverse y con los ojos cerrados.

Johnny no estaba conectado ni nadie de clase que me interesara. Decidí cerrar el chat y ponerme a ver un vídeo de cuando yo era pequeña. Pero antes de que acabara, me quedé dormida.

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