Estábamos los tres en el
cuarto de mi hermano mientras hablábamos de qué podría poner en el papel de la
agenda de Keira. Tenía que ser algo que solo Keira supiera porque no habían
abierto los cajones de Fer. Miramos todas las carpetas que habíamos cogido del
escritorio de Fer pero para nosotros era como leer en chino. Eran todo números
y palabras ininteligibles. Estaba escrito de un modo tan culto, que parecía
escrito por políticos. Había alguna que otra gráfica pero no había nada que nos
diera alguna pista para empezar.
Noté como vibraba mi móvil en
el bolsillo de mis vaqueros. Lo saqué y vi en la pantalla que ponía Johnny. Ni
mi hermano ni Teresa prestaron atención a mi móvil. Me levanté de la cama de
Robert y me dirigí hacia mi cuarto para coger la llamada de Johnny.
-Hola, boba. ¿Qué tal estás?
-Bien aunque un poco cansada.
-¿Y eso? ¿No has dormido
bien?
-No muy bien la verdad.
-Te iba a preguntar si
querías salir a dar una vuelta pero por lo que veo, tendrá que ser otro día.
-Soy fuerte. ¿A dónde quieres
llevarme?
Oí como Johnny se reía al
otro lado del teléfono. Me encantaba que se preocupara tanto por mí.
-Pues aún no lo sé pero a
donde mi niña quiera.
-¿Qué te parece al cine?
-Me parece bien mientras no
te me duermas a mitad de la película –bromeó.
-Tranquilo, me tomaré mucho
café para estar despierta –dije con tono burlón.
-A las 4 estaré delante de tu
casa esperándote. Te quiero mi niña.
-Te quiero.
Nunca le había dicho “te
quiero” a ningún chico porque sabía que solo eran chicos de una sola noche.
Pero este sería de mil y una noches. Con él quería poner a prueba el “y fueron
felices para siempre”. En los cuentos siempre sale pero en la vida real creo
que no ha salido ningún caso y yo quería ser la excepción, bueno, yo quería que
fuéramos la excepción. Rezar para no tener nunca que firmar un papel de
divorcio ni llorar por no volver a notar sus labios ardientes cuando besan los
míos. Mirar al cielo y pedir con todas mis fuerzas que el único papel que
firmáramos, fuera el de matrimonio.
Suspiré y bajé al comedor
para ayudar a poner los platos y los cubiertos encima de la mesa. De vez en
cuando, mi madre alzaba la mirada y abría la boca como para decirme algo pero
acto seguido, la cerraba, agachaba la cabeza y volvía a mover la escoba por el
suelo de la cocina. Seguramente querría preguntarme si habíamos encontrado
alguna pista sobre Keira y Fer.
Cuando terminé de poner todo
sobre la mesa, mi padre vino con una cazuela llena de sopa y la dejó con mucho
cuidado encima de la mesa de madera. Acto seguido, todos bajaron por el
riquísimo olor que la sopa desprendía.
Lucy vino corriendo y justo a
menos de 30
centímetros de mí, saltó para que la cogiera en brazos y
la pusiera en la trona.
Robert les contó a mis padres
lo que habíamos descubierto hoy. Mi madre se puso bastante triste al saber que
no teníamos ningún hilo por el que tirar.
-Cariño, tranquila seguro que
pronto aparecen, ya verás.
-Eso espero –le dijo Teresa a
mi madre mientras ésta acariciaba la mano de mi mejor amiga.
Comimos en silencio y al
terminar, entre todos recogimos lo que había encima de la mesa. Mi padre se
subió a su habitación a dormir unas horas y mi madre limpió la cocina. Yo
estaba jugando con Lucy a pasarnos la pelota de goma por el suelo. Cada dos por
tres miraba el reloj de la pared del comedor. Aun queda para que Johnny viniera
a recogerme. Cada segundo sin él era una eternidad, un infierno.
Robert y Teresa estaban en el
sofá abrazados acariciándose mientras veían la televisión.
De repente, la luz de toda la
casa se fue. Lucy empezó a llorar porque tenía miedo a la oscuridad. Yo me
levanté del suelo y rebusqué entre unos cajones del mueble de la entrada y
encontré un par de linternas.
En cuanto las encendí, miré
por la ventana. Parecía de noche y estaba diluviando. Cada diez minutos, se
veía un rayo en el cielo oscuro y segundos más tarde, el sonido de éste. Cada
vez que tronaba, Sáhara ladraba y temblaba. Les di una linterna a la pareja y
yo me quedé en el suelo abrazando a Lucy y a Sáhara.
El reloj dio las cuatro y un
minuto más tarde, oí dos bocinazos del coche de Johnny. Me levanté del suelo,
cogí mi abrigo, un gorro gris de lana y un paraguas. Sáhara me seguía pero no
podía llevarlo conmigo. Cogí la pelota de goma, y la tiré al ras del suelo y
Sáhara fue corriendo detrás de ella. En cuanto Sáhara se despegó de mí, salí
como un rayo por la puerta de casa. Casi no podía ver el coche de Johnny con
todo lo que llovía. Fui corriendo hacia el coche mientras la lluvia me
salpicaba los pantalones. Entré y Johnny me miró con esos ojos verdes que
podían enamorar a cualquiera. Tenía el pelo mojado al igual que su chaqueta de
cuero negra. Le sonreí y nuestros labios volvieron a ser uno.
-Te he echado de menos.
-No me lo creo –le dije
bromeando mientras me acercaba para darle otro beso.
Arrancó el coche y nos
dirigimos hacia nuestro sitio secreto ya que con la tormenta, toda la ciudad se
había quedado sin luz y el cine no funcionaba. El camino de hierba estaba muy
embarrado y lleno de charcos. En la catedral en ruinas, había un sitio donde el
tejado resistía a caerse. Nos pusimos allí para no mojarnos. Johnny sacó su
móvil y puso música. Primero una con bastante ritmo. Me cogió de la mano y
empezamos a bailar. Estábamos tan embobados mirándonos, que no notamos que ya
no oíamos la música de todo lo que nos habíamos alejado y de que la lluvia
había mojado nuestros cuerpos. Pero no paramos de bailar intentando seguir
aquel ritmo que no oíamos. Johnny me cogió de la cintura y me atrajo contra su
cuerpo.
-El cielo existe –me susurró.
Sonreí tímidamente mientras
escondía mi rostro en su cuello. Le abracé más fuerte y seguimos bailando. Noté
como mis pies empezaban a empaparse y que mi ropa empezaba a pesar más de lo
costumbre. Johnny también debió notarlo porque me apartó de su cuerpo pero
nuestras manos siguieron unidas. Me besó mientras me empujaba para que
retrocediera para atrás y así llegar a la parte donde había techo.
Teníamos mucho frío por lo
que fuimos al coche a por unas mantas. Pero como seguíamos teniendo frío por la
ropa mojada, decidimos hacer una pequeña hoguera. Nos sentamos en el suelo de
piedra acurrucados entre las mantas.
Johnny me miró con sus ojos
verdes y sonrió. Pero no era una sonrisa de felicidad sino de travieso. Tenía
alguna idea. Sacó de un bolsillo de su chaqueta de cuero una cajita. La abrió y
sacó un cigarro.
-¿Fumas? –le pregunté.
-Sí. Mi padre me ha pegado
este dichoso vicio. ¿Tú fumas? –me preguntó mientras se encendía un cigarrillo.
-No. Mi familia no es
fumadora.
-¿Quieres probar? –me
preguntó tendiéndome el cigarrillo.
Miré con asco aquel tubito de
papel con hierba en el interior.
-¿Quieres o no? –me volvió a
preguntar.
-No, gracias.
Johnny acerco el cigarrillo a
su boca y pocos segundos después, echo una nube de humo por su boca.
Le abracé con fuerza mientras
él estaba entretenido con su cigarro. Se llevaba el cigarro a la boca, absorbía,
más tarde echaba la nube de humo y todo volvía a empezar.
Minutos más tarde, estrujó el
cigarro contra el suelo y me dio un beso en la frente. Alcé la cabeza y me besó
pero me aparté enseguida.
-¿Qué pasa? –me preguntó
preocupado.
-Tus labios saben a tabaco
–le dije susurrando.
-Es lo que tiene fumar.
-¿Y como es que otras veces
no te sabían a tabaco?
-Porque solo fumo en casa, en
reuniones o asuntos importantes y en fiestas.
-¿Y ahora estás en casa o en
una reunión o en una fiesta? –le pregunté algo enfadada.
-Ahora estoy con la persona
que más quiero en esta puñetera vida. Porque fume, no soy otro Johnny.
-No me gusta que fumes.
-Es un vicio y es difícil
dejarlo. Lo he intentado mil veces pero es tradición en mi familia que los
hombres fumemos. No me preguntes por qué pero siempre ha sido así. Así que no
te enfades boba que soy el mismo Johnny, ¿vale? –me dijo mientras me abrazaba
con todas su fuerzas.
Le aparté un poco hasta
poderle ver la cara y le acaricié la mejilla con la mano. Él tenía razón. Ya
fumaba cuando le conocí y si estaba enamorada de él, eso no podía separarnos.
Johnny se acercó para besarme pero me aparté y en milésimas de segundo, le metí
un caramelo de menta en la boca.
Abrió los ojos al notar el
caramelo y se rió.
-No volveré a fumar antes o
cuando esté contigo que no quiero quedarme sin tus besos.
Le sonreí y me senté encima
de él. Rodeé su cuello con mis brazos y acerqué mis labios a su mejilla.
-Ya no huelo a tabaco –me
dijo mientras me guiñaba un ojo.
Le agarré de la barbilla y le
atraje hacia mí. Nuestros labios estaban congelados pero pronto entraron en
calor. Sus manos estaban en mis caderas y subieron hasta llegar a mi cuello y
empezó a bajarme la cremallera del abrigo. Me quitó el abrigo y yo le quité su
chaqueta de cuero. Sus manos volvieron a mis caderas. Sentí un frío intenso.
Sus manos estaban en pleno contacto con mi piel. Yo le imité y él tuvo un
escalofrío.
-Ups –le dije burlona.
Me sonrió y vi como me miraba
con sus ojos brillantes mientras sus manos seguían subiendo por mi espalda. De repente,
no sentí presión en el pecho.
-Ups –me dijo imitándome.
Me había desabrochado el
sujetador por lo que me vengué y le quité la camiseta. No teníamos frío gracias
a la hoguera y las mantas.
Johnny me tumbó en el suelo y
acercó sus labios a mi cuello. Me empecé a reír.
-¿Pasa algo? –me preguntó
sonriente.
-Tengo un pequeño defecto.
-¿Eres un hombre?
-¿Qué? ¡No! –me reí.
-Entonces eres perfecta.
-Mi defecto es que tengo
muchas cosquillas.
Johnny al oírlo, empezó a
hacerme muchísimas cosquillas. Yo no podía parar de moverme bruscamente y
reírme a carcajadas. Johnny también se reía.
-¡Por favor, para! –le
supliqué entre carcajadas.
Johnny paró y me besó.
-Vale, tomatito –me dijo
mientras se reía por lo roja que me había puesto.
Le acerqué a mi cuerpo y volvió
a besarme el cuello pero esta vez no me hizo cosquillas solo notaba besos
cálidos que recorrían todo mi cuello. Mientras tanto, me quitó la camiseta
empapada que llevaba puesta.
Johnny se acercó y puso su
pecho encima del mío. Notaba su respiración y los latidos de su corazón.
Sus labios bajaron por mi
cuello hasta llegar a mi pecho. Pero en vez de seguir besándome, paró y se
apartó de encima de mí. Se sentó en el suelo de piedra y nos tapó con las
mantas.
-Nunca he ido lento con
alguien. Ya sabes, eso que dicen de ir poco a poco. Siempre he ido a tope y a
los dos o tres meses, iba a tope a por otra sin importarme las demás. Pero tú
no eres como ellas. Simplemente porque no te conocí borracho en una discoteca.
Nos vemos todos los días y no eres una cualquiera eres Alice, mi Alice y no
quiero que eso cambie. ¿Y sabes una cosa? Cuando estuviste enferma y fui a
verte, estabas preciosa recién levantada y he de confesarte, que me gustaría
verte recién levantada todos y cada uno de los días que me quedan por vivir.
Me puse roja como un tomate y
le abracé mientras me sentaba y me acurrucaba a su lado.
-Espero que este discurso no
se lo des también a todas.
-Alice, no soy tan capullo.
Es ilegal hacerle daño y mentirle a un ángel.
-Eres un zalamero, que sepas
–le dije mientras le besaba el cuello.
Sus manos me acariciaron la
espalda mientras mis manos recorrían su pecho desnudo. Nos tumbamos de nuevo en
el suelo. Yo me tumbé encima de su pecho mientras él me apretaba para que no
pudiera ni moverme.
Debí de quedarme dormida
porque me desperté en mi cama. Le busqué a ciegas pero él no estaba. Me movía y
noté que seguía vestida. Estaba rabiosa conmigo misma porque me había perdido
la mitad de la tarde. Me senté en mi cama para mirar el reloj. Eran las 10 de la
noche por lo que me quité la ropa y me puse el pijama pero al quitarme los
pantalones, de uno de los bolsillos, se cayó una nota. Encendí la luz de la
mesilla y empecé a leerla.
Discúlpame
por haberte vestido pero es que no te iba a llevar sin camiseta a tu casa.
Cuando llegué a tu casa, solo estaba tu hermano y le he pedido que no dijera
nada porque te podrías meter en un buen lío o me la podría cargar yo porque tu
madre pensaría que te he drogado o algo por el estilo.
Y
no te preocupes boba que ya me dijiste que estabas cansada pero he podido
comprobar que eres preciosa mientras duermes y que tienes un sueño bastante
profundo porque llovía cuando te llevé a tu casa y no te despertaste ni con la
lluvia.
Te
quiero boba y descansa mi amor.
Johnny.
Cuando terminé de leerla, guardé
la nota en uno de los cajones de mi mesilla y me metí de nuevo en la cama.
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