Colgué y salí del baño. Al llegar
a la habitación, contemplé una escena que me dejó algo confundido. Kira se
había quedado dormida. Me vestí rápidamente intentando ser lo más silencioso
posible. La desaté con lentitud aun sabiendo que el tiempo ahora mismo no
estaba de mi parte. No se despertó por lo que la tapé con una manta y salí de
su habitación.
Bajé por las escaleras y me fui
mezclando con la gente hasta tener en mi zona de visión la puerta por la que
podía salir sin que los mafiosos me vieran. En cuanto noté que nadie me miraba,
salí de allí como alma que lleva el diablo y cogí el coche de la empresa que
estaba en el parking del hotel.
Como todas las noches, aparqué el
coche en los aparcamientos de la empresa y cogí mi coche. Al llegar a casa,
dejé mi abrigo sobre el respaldo del sofá del salón y me desaté los botones de
las mangas de mi camisa blanca. Me arremangué y me aflojé la corbata. Noté la tensión acumulada en mi cuello y me
lo masajeé durante un par de minutos. Al notarme más relajado, cogí un vaso,
eché dos cubitos de hielo y eché whisky hasta que llegó a la mitad del vaso. Di
un gran trago mientras caminaba hacia mi sillón de cuero en el que solía leer
un libro detrás de otro. En mi cabeza había muchas piezas que no podía encajar.
¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué querían? ¿Tendrían algo que ver con Kira?
¿Habían sido citados por ella o Kira no tenía ni idea de su presencia?
Mi cabeza intentaba dar
respuestas racionales a todas esas preguntas mientras daba pequeños tragos a mi
vaso de whisky. Fruncí el ceño y me froté la frente con la mano mientras
intentaba sacar conclusiones válidas que ayudaran a encajar cada pieza del puzle.
Si Kira hubiera sabido que iba a
pasar la noche con ella, habría aplazado cualquier otra reunión que tuviera. A
no ser que esos hombres no hubieran avisado de su llegada. Sabiendo la clase de
persona que es, no sería una barbaridad pensar que esos hombres trajeados
estuvieran en su contra. Entonces me di cuenta de que si estaba en lo cierto,
la había dejado sola, dormida, sin protección…
Sentí un escalofrío recorriéndome
la espalda de arriba abajo. Mis manos comenzaron a estar sudorosas y mis
piernas comenzaron a temblarme al pensar en que había dejado sola a Kira sin
avisarla de mi marcha, la había abandonado a su suerte. Aunque sabía que era
una mujer fuerte y sabía defenderse, no lo tenía tan claro sabiendo que se
había quedado dormida, hecha una bola. Parecía una niña pequeña que después de
un largo día, cae rendida encima de su cama y no se molesta ni en desvestirse.
Pasé mis manos por el pelo con
nerviosismo y le di el último trago al vaso de whisky. Mientras me levantaba
para ir a la cocina a lavar el vaso, el timbre de la puerta sonó. Dejé el vaso
encima de la encimera y me acerqué apresuradamente a la puerta. Miré por la
mirilla pidiéndole a quien estuviera allí arriba que fuera Kira quien llamaba a
mi puerta y no esos hombres trajeados.
-¿Qué haces aquí?
-Yo también me alegro de verte
hermano –dijo Gabi mientras se acercaba para darme un fuerte abrazo.
-¿Cómo sabías que estaba en casa?
–pregunté correspondiéndole el abrazo.
-Pasaba por tu calle y vi que las
luces de tu piso estaban encendidas y sé que era muy pronto para que estuvieras
con una mujer y que jamás te traerías a la mujer mafiosa a tu propia casa por
miedo a que te descubriera y supiera dónde vives.
-Me conoces demasiado bien –dije
orgulloso de que Gabi fuera tan observador.
-Eres mi hermano. Como para no
conocerte –dijo mientras se quitaba su abrigo.
-¿Hoy no vas a ir a ningún bar?
–pregunté extrañado al ver como se acomodaba en el sofá del salón.
-He pasado toda la tarde en uno.
Me gustan los bares pero si te obsesionas, acabas aburriéndote y no quiero que
eso me pase.
-¡Vaya! Pareces maduro y todo
–dije bromeando.
-Soy maduro, capullo –dijo
mientras se levantaba para auto servirse una copa de ron.
-Bueno, cuéntame. ¿Qué tal esta
tarde?
-Como siempre, legendaria. ¿Qué
tal con la mafiosa?
-Pues no sé qué decirte.
-¿Ha pasado algo?
-No lo sé. Me pidió que pasara la
noche con ella y accedí. La cosa es que mientras nos besábamos, mi busca vibró
por lo que me las ingenié para irme al baño y coger el busca y mi móvil. Era el
código de emergencia. Llamé a mi jefe y me dijo que saliese del hotel. Había
hombres trajeados en la cafetería del hotel.
-¿También eran mafiosos?
-Eso es lo que pasa. Que no sé
quiénes son y no paro de comerme la cabeza pensando que a lo mejor son enemigos
de Kira y la pueden hacer daño porque cuando salí del baño, la encontré
dormida.
-Hermano, si tanto te importa esa
mujer, vete a buscarla y así te quedarás tranquilo al saber que está a salvo.
-Gracias hermano, no sé qué haría
sin ti.
-Vamos, vete a buscarla. Yo cuidaré
muy bien de tu piso.
-Lo sé –dije mientras le daba un
abrazo de despedida.
Conduje a toda velocidad hasta
que llegué al hotel. Aparqué en un callejón para que nadie viera mi coche. Me
até los botones del abrigo y salí del coche. Miré por todos lados por si
alguien me veía salir de allí. Vi dos parejas hablando animadamente en la
entrada del St. Regis. Al ver lo entretenidos que estaban, salí como si nada.
Entré al hotel con paso firme. Los hombres trajeados estaban en el restaurante
fumando puros y bebiendo algún licor de sus copas. Aunque no se les notaba ya
que eran profesionales, sabía que estaban armados hasta arriba. Me apoyé en la
barra del bar y observé a los hombres trajeados que estaban rodeados por un
humo espeso causado por el tabaco.
-¿Qué coño haces aquí? Te ordené
que te fueras a casa –me dijo mi jefe cabreado.
-¿Quiénes son? –pregunté
ignorando su enfado.
-Son mafiosos y al parecer, son
socios de Kira Slim. Ni se te ocurra acercarte a ellos, ¿entendido?
-Sí, señor.
-Y vete de aquí antes de que te
vean.
-¿Acaso hemos tratado con ellos
anteriormente?
-Hace un año y como te
reconozcan, estás perdido. Saben quién eres y a qué te dedicas y seguramente
dónde vives y quién es tu familia. Así que hazme caso y vete a casa.
-Necesito saber si Kira está
bien.
-Es ella la que tiene que
enamorarse de ti, no al revés.
-No es amor, es preocupación.
-Pues estate tranquilo porque ya
me he encargado de venir con el mejor equipo por si pasa algo.
-Insisto en ofrecer mis
servicios, señor.
-Como no obedezcas mis órdenes,
te retiraré del caso.
-No puede hacer eso, ella confía
en mí.
-Me las arreglaré para
engatusarla de nuevo. Jefferson, vete a casa y mañana te quiero a primera hora
de la mañana en mi despacho.
-Entendido, señor –dije
despidiéndome de él mientras que mi cuerpo no quería irse de aquel lugar.
-¿Está bien? –preguntó mi hermano
en cuanto cerré la puerta.
-Mi jefe dice que sí.
-¿Tu jefe?
-Ha ido al hotel a espiar a los
hombres trajeados y me ha dicho que ella está a salvo.
-Eso es bueno, ¿no?
-Supongo aunque me quedaría más
tranquilo si fuera yo quien la protege.
-¿Por qué tanta preocupación? Es
una mafiosa, una delincuente.
-No lo sé hermano. Como paso todo
el puñetero día con ella, no puedo sacármela de la cabeza.
-Vete a dormir hermano. Ella está
a salvo –me juró mientras me empujaba por el pasillo para llevarme hasta mi
habitación.
-¿Te quedas a dormir?
-Sí pero en distinta cama que no
quiero que me empieces a meter mano pensando que soy tu mafiosilla –dijo
bromeando mientras salía de mi cuarto para entrar en el que está enfrente.
-Buenas noches, imbécil.
-Buenas noches, nenaza –me
respondió mi hermano. Acto seguido cerró la puerta de su cuarto.
Era la primera vez en muchas
noches que dormía solo y eso me resultaba incómodo. No estaba enamorado de Kira
y no quería estarlo sabiendo el mundo al que ella pertenecía. Yo salvaba el
mundo y ella intentaba causar la 3º Guerra Mundial. Éramos como el agua y el
aceite, como el verano y el invierno, como el calor y el frío. Éramos polos
opuestos.
Me di media vuelta intentando huir
de mis pensamientos pero no conseguía despistarlos. Seguían invadiendo mi
cabeza haciendo que mi mente no pudiera pensar en otra cosa que no fuera ella.
Sentía como mi cabeza se colapsaba de todos los datos que tenía. Quería dormir
pero mi cabeza no me dejaba. Era lo que me faltaba. Pasé toda la noche dando
vueltas en la cama. Cuando eran las cuatro de la mañana y ya estaba hasta las
narices de mis pensamientos que eran como un disco rayado que repetía todo el
rato las mismas palabras, las mimas imágenes, las mismas sensaciones, me
destapé y miré por la ventana. Llovía a cántaros. Las calles de mi barrio
estaban desiertas y la única luz de todo el vecindario era la mía. Podía oír
como mi hermano roncaba en la habitación de enfrente. Tenía envidia de su
tranquilidad. Su vida era de lo más relajante. No trabajaba y tenía siempre una
mujer con la que pasar la noche. Aunque también reservaba parte de su tiempo
para estar conmigo y de paso, beber mis licores. Muchas veces, hablaba con él y
le contaba mis cuitas ya que él había nacido para ser psicólogo. Gabi daba los
mejores consejos y tenía un lema cuando le decía que intentaba ser feliz. “No
lo intentes. Hazlo o no lo hagas. Pero no lo intentes”. La verdad era que mi
hermano siempre era feliz, siempre iba por la calle luciendo su sonrisa y
haciendo que todos los que estábamos a su alrededor, nos contagiásemos de
aquellas infinita felicidad que él desprendía. Gabi era el mejor hermano y la
mejor persona del mundo. Al igual que él se preocupaba por mí, yo siempre me he
preocupado por él ya que es mi hermano pequeño y siempre he sido como su
guardaespaldas. Protegiéndole de los matones del colegio que intentaba pegarle
o meterle la cabeza en la taza del váter. Aunque muchas veces era yo quien
acababa recibiendo el castigo, no me importaba. Él era lo más importante para
mí y lo sigue siendo.
Me apoyé en el marco de la
ventana mientras observaba como diluviaba. Suspiré y apoyé mi espalda contra la
pared. Pasé mis manos por mi pelo con exasperación y acto seguido me froté los
ojos. Notaba como mi cuerpo me suplicaba que me metiera en la cama pero mi
cabeza seguía en sus trece. Me senté en el borde de la cama mientras no quitaba
ojo a la ventana.
-¿Estás bien? –me preguntó Gabi
entrando silenciosamente a mi cuarto haciendo que yo me sobresaltara.
-Sí, es solo que no puedo dormir.
-No puedes dejar de pensar en
ella, ¿verdad?
-Esa chica me importa mucho pero
no quiero nada con ella. ¡Es una mafiosa!
-Y eso es un problema porque…
-Porque somos muy diferentes, por
eso.
-Eso no tiene nada de malo. Sino
fíjate en mamá y papá. Eran polos opuestos. A mamá le gustaba la playa y a papá
el monte. A ella el calor y a él el frío. Y aun sabiendo que eran muy
diferentes, se quedaron juntos, ¿Y sabes por qué? Porque tenía una cosa en
común. Querían pasar el resto de sus vidas juntos.
-Joder, Gabi eres un genio –dije
mientras le abrazaba.
-Ya ves, no pasa nada porque
seáis de diferentes gustos si los dos queréis estar juntos.
-Tienes toda la razón.
-¿Vas a luchar por ella?
-Primero tengo que averiguar si
realmente me quiere o solo me está utilizando para cumplir su misión y
acostarse conmigo.
-No será una mujer tan
inteligente como la describes si no ve lo mucho que vales.
-Si no fuera porque sé que eres
mi hermano, pensaría que estás ligando conmigo –dije carcajeándome.
-No eres mi tipo –dijo mientras
me daba una colleja.
-No mientas, sé que te gusto
–dije bromeando.
-La falta de sueño te afecta,
hermanito.
-No es mi culpa que mi cabeza no
se calle.
-Ignora tus pensamientos.
-No es tan sencillo.
-Jefferson, la vida es fácil,
somos nosotros los que la complicamos sin necesidad alguna.
-Tienes más razón que un santo,
cabrón.
-Lo sé. Por eso soy el ojo
derecho de mamá –dijo con una sonrisa retadora en el rostro.
-Eres un mentiroso.
-Envidia cochina que tienes.
-Irás al infierno por pecador.
-No, que va. Me haré musulmán
para tener 7 mujeres allá a donde vaya –dijo bromeando.
-No aguantarías a 7 mujeres.
-Me subestimas. Duérmete ya,
pesado.
-¿No vas a irte a tu cuarto?
-Por hacerte la puñeta…no. Me voy
a quedar aquí.
-Eres imposible.
-Pero me quieres –dijo mientras
se sentaba en el borde opuesto de mi cama y se comenzaba a tapar con las
mantas.
-Imbécil.
-No tanto como tú, cariño.
Hice un gesto haciendo como que
me daban arcadas por lo cursi que había sonado aquello. Me reí y él me imitó.
Un minuto más tarde, ya estábamos los dos metidos en mi cama de 1,80, tapados
hasta la barbilla con las mantas de invierno y cada uno mirando para un lado.
Tras haber hablado con Gabi, mi
cabeza se había despejado notablemente. Seguía siendo un disco rayado pero las
voces se habían convertido en susurros y las imágenes ya no eran nítidas sino
borrosas y era imposible saber qué salía en ellas. Los párpados cada vez me
pesaban más y mi cuerpo se había relajado. Cerré los ojos y me dejé llevar por
la oscuridad de la noche.
La alarma de mi despertador sonó
ruidosamente. Mi hermano comenzó a quejarse y a darme codazos para que lo
apagara. Tras apagar el despertador, le devolví los golpes haciendo que se
tuviera que proteger poniéndose la almohada como escudo.
-¡Para! –gritó divertido.
-Esto por despertarme a base de
golpes –le dije mientras le daba un puñetazo en la tripa a lo que él se
encogió.
Tras pelear como cuando éramos
unos críos, me fui a la cocina a hacerme una taza caliente de café. La cocina
era la habitación más fría de la casa a causa del conducto de ventilación que
había en un extremo de la cocina. A mí no me gustaba pero era obligatorio
ponerlo. Por lo que intentaba pasar el menor tiempo posible allí dentro.
Puse la cafetera en
funcionamiento y mientras se hacía el café, me fui a mi cuarto a quitarme el
pijama para ponerme un traje de los muchos que tenía en el armario. Tras atarme
la camisa y la corbata, me puse una americana que iba a juego con el pantalón.
Me até los cordones de mis zapatos de charol negros y me dirigí hacia la
cocina. El café ya estaba listo por lo que cogí una taza de uno de los armarios
y eché en él el contenido de la cafetera. Cogí el azucarero y eché cuatro
cucharaditas ya que a mí todo me gustaba extremadamente dulce. Lo removí
lentamente para que el café no se saliera de la taza y me abrasara los dedos.
Tras un par de minutos soplando al café para que se enfriara un poco, le di el
primer sorbo.
En cuanto lo terminé, lavé la
taza y me comí una magdalena. En el tema del desayuno era algo peculiar por así
decirlo. No me gustaba mojar los bollos en la leche o en el café porque luego
al beberlo, tenía un sabor asqueroso. Por lo que primero bebía y después comía.
Tras despedirme de mi hermano que
creo que me dijo adiós en sueños, bajé a la calle. Mientras andaba por la acera
en busca de mi coche, pude ver a una mujer sentada en un banco. Tiritaba de
frío al igual que yo. Respiraba por la boca y eso causaba que le saliera humo
al expirar. Tenía la nariz roja como un tomarte y llevaba un gorro de lana rosa
pálido que hacía que no se le congelaran las orejas. Se frotaba las manos
continuamente y miraba para todos los lados. Esperaba a alguien. Pasé por
delante suyo sin mirarla. Mi coche estaba a unos pocos metros de allí.
-Te estaba esperando –dijo una
voz femenina a mis espaldas.
-¿Cómo dices? –pregunté
confundido mientras me daba media vuelta.
-¿Acaso no sabes quién soy?
–preguntó cruzándose de brazos.
-Si no me das más pistas…
-Soy Elizabeth.
-¿La chica embarazada?
-Soy esa chica pero no estoy
embarazada.
-Estoy confundido.
-Aborté. No quería tener el hijo
de ese desgraciado.
-¿Y por qué acudes a mí?
-Porque no tengo a donde ir.
-Sigues sin responder a mi pregunta.
-Toda mi familia me ha dejado de
lado. Perdí el contacto con todos mis amigos y la mayoría ni siquiera viven ya
aquí. Y al ver que si no encontraba a nadie iba a ser una mendiga, decidí
contactar contigo. Después de que me protegieras aquella noche, no sé, confío
en ti.
-Elizabeth, no nos conocemos y no
puedo ayudarte.
-Nos hemos acostado.
-Eso no significa que nos
conozcamos.
-Entiendo. Perdona por hacerte
perder el tiempo.
Me despedí de ella y con paso
ligero me aproximé a mi coche. Puse la calefacción en marcha y conduje hacia la
empresa. Mi cabeza comenzó a formular preguntas debido al encuentro con
Elizabeth. ¿Por qué se fiaría de un hombre de una sola noche? ¿Por qué todo el
mundo le ha dejado de lado? ¿Por qué se ha quedado sin un lugar en el que vivir?
Intentaba no pensar en lo que
debería estar pasando ya que no la conocía y no debería importarme lo que
hiciera o dejase de hacer. Era una mujer de una noche como otras tantas. Pero
sin embargo, siempre era bastante solidario con quien más lo necesitaba.
Cuando llegué a la empresa, me
metí en mi despacho y me quité el abrigo. Me senté en el sillón de cuero negro
que estaba detrás de mi escritorio y comencé a leer los documentos que habían
dejado sobre la mesa. Era un informe sobre los hombres trajeados de la noche
anterior. Mafiosos, asesinos, corruptos, timadores, morosos… unos angelitos,
vamos.
-Señor.
-Dime, Sarah –dije alzando la
vista de los documentos.
-El jefe quiere verle.
-Cierto, me quería en su despacho
a primera hora. Vaya cabeza la mía. Gracias, Sarah.
-De nada, señor. ¿Quiere una taza
de café para cuando vuelva?
-Sí, por favor. Estoy helado y
algo caliente me hará bien –dije alejándome de ella mientras me dirigía al
despacho de Joe.
Toqué con los nudillos en la
puerta. No oí respuesta. Volví a tocar.
-Estaba en el cuarto de baño.
Entra –dijo Joe detrás de mí haciéndome un gesto para que entrara en su
despacho antes que él.
-¿De qué quiere hablar conmigo?
-De su comportamiento. ¿Desde
cuándo un hombre se niega a obedecer las órdenes de su superior?
-Perdone per…
-No hay peros que valgan. Como
vuelva a poner alguna pega sobre las órdenes que mando, no cobrará durante seis
meses, ¿ha quedado claro?
-Como el agua, señor.
-Eso espero. ¿Has leído los
informes?
-Sí, me acuerdo de ellos. ¿No
tenían que cumplir una condena eterna en la cárcel?
-El dinero les hace poderosos.
-¿Qué quieren?
-No lo sabemos. Tendrás que
averiguarlo.
-¿Y qué pasa con Kira?
-Ella te dirá lo que quieren.
Seguramente ya se conocen y sino, esta mañana cuando ella baje a la entrada del
St. Regis, tendrá el placer de conocerlos.
-Son peligrosos.
-Pertenecen al mismo mundo. Harán
buenas migas.
-¿Cómo puede estar tan tranquilo?
-¿Por qué no debería estarlo?
-Porque si Kira Slim está
asociada con ellos, el daño que pueden hacerle a nuestro país no se puede
medir.
-Les paramos una vez los pies y
esta vez no será diferente. Tienes trabajo, deberías irte.
Salí del despacho de Joe y sin
levantar la mirada del suelo, entré en mi despacho. Me dejé caer sobre el
sillón de cuero y me froté la cara con las manos.
-¿Está bien? –me preguntó Sarah
mientras dejaba el vaso de cartón de café que le había pedido antes de hablar
con Joe sobre la mesa.
-Sí, es solo cansancio –mentí.
Vi como asentía seria y salía de
mi despacho sin mirarme. Ella me conocía bastante bien y sabía cuándo mentía.
Me froté de nuevo la cara y di pequeños sorbos a la taza de café.
Cogí los informes y los ojeé de
nuevo. Joe tenía razón, eran del mismo mundo y no sería extraño que fueran
socios.
Cogí las llaves del coche de la
empresa y me abroché el abrigo. Me puse una bufanda de lana que había dejado
unos días antes en el perchero de mi despacho. Cogí el vaso de cartón ahora
vacío y lo tiré a una papelera. Tras despedirme de Sarah, bajé al garaje de la
empresa y cogí el coche negro de siempre. Iba a ir al St. Regis a buscar a Kira
en busca de explicaciones. Necesitaba saber quiénes eran esos hombres, si ella
los conocía y qué habían venido a hacer aquí.
Llamé a la puerta de Kira Slim un
par de veces antes de ser recibido por una mujer despeinada y con la ropa
arrugada.
-Hola –dije casi en un susurro.
-No te quedaste como me
prometiste –dijo mirándome a los ojos.
-Te quedaste dormida y pensé que
sería mejor quedarme cuando no estuvieras tan cansada.
-Pasa –dijo mientras se hacía a
un lado para que entrara en su suite.
Me hizo un gesto para que me
sentara en uno de los dos sillones que había en la sala de estar y ella se
sentó en el otro, enfrente de mí.
-No estaba cansada en absoluto
–admitió mientras se frotaba el rostro con las manos.
-Los hechos dicen lo contrario.
-Aunque te lo explicara no lo
entenderías –me dijo mientras su voz cada vez sonaba más y más apagada.
-Inténtalo –le animé.
-Alguien hizo que me durmiera.
-¿Te refieres a que crees que te
han drogado? –pregunté alarmado tras oír sus palabras.
-¿No ves? No lo entiendes.
-¿El qué no entiendo?
-¿Tú sabes quién soy yo?
–preguntó apuntándose con el dedo índice.
-Kira Slim, una mujer
perteneciente a la mafia.
-Y tú crees que sólo han querido
dormirme. ¡Qué inocente eres!
-Si hubieran querido hacerte algo
más, lo habrían hecho.
-A ver. Me drogaron para que me
durmiera y así poder matarme pero no contaban con que tendría compañía. Al
parecer, no te vieron salir y es por eso por lo que no me mataron.
-¿Quién quiere matarte?
-Hombre, así de buenas… mucha
gente pero me han informado de que ha llegado un grupo de hombres que por la
apariencia son mafiosos. Al no haberles visto, no sé si les conozco o no. Pero
si me conocen, ellos son los causantes de que anoche me quedara dormida sin
tener un ápice de cansancio. Mis guardaespaldas me irán informando. Ellos serán
los que me traerán la comida para que ninguna sirvienta del hotel pueda echar
algo que me cause algún malestar. Y me he aconsejado a mí misma no salir de la
suite hasta que las aguas se calmen.
-¿Quieres que me quede contigo?
-Si no te vas, sí –dijo
sonriéndome de forma nerviosa.
-No dejaré que nadie te toque, te
lo prometo.
-Gracias –dijo mientras se
levantaba de su sillón para sentarse sobre mis piernas y apoyaba su cabeza en
mi hombro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario