lunes, 30 de diciembre de 2013

El Cliente -> Capítulo 8



El padre de Kira había muerto y la llegada de esos hombres complicaba con creces la situación. Kira, si tuviera que enfrentarse a ellos, no actuaría con la cabeza sino vía impulsos y eso le acabaría llevando a la tumba. Necesitaba tranquilizarla. La muerte de un padre es un golpe muy duro pero ahora no podía dejarse llevar por las emociones porque acabaría terminando con ambas vidas. Con la suya, por actuar sin pensar y con la mía, por intentar protegerla e intentar controlarla.

Jamás creí que un caso tan sencillo como este, se pudiera complicar tan fácilmente y de este modo. Kira llevaba días sin dormir por miedo a que en cualquier momento, aquellos hombres entraran en su suite, tras haber acabado con sus guardaespaldas, y la mataran. Aunque yo le juraba y le perjuraba que cuidaría de ella, no confiaba plenamente en mis facultades ya que para ella, era un simple cocinero.
Todas las noches, cerrábamos la puerta de la entrada y la de la habitación dándole un millón de vueltas a la llave y poniendo los mejores cerrojos del mercado. Aunque los dos éramos conscientes de que si querían matarla, harían hasta lo imposible por conseguir entrar y llevar a cabo su cometido.
-¿Por qué vienen a por ti? –pregunté mientras le acariciaba el pelo.
-Antes de venir aquí, había llevado a cabo un golpe bastante grande y ellos estaban al tanto de mi próximo golpe.
-¿Cuál fue tu anterior golpe?
-Crear un veneno que acaba con la vida de una persona en menos de un minuto y que en cuanto la persona muere, desaparece todo rastro del veneno. Es imposible encontrar cuál es la causa de la muerte y es totalmente letal. No existe antídoto. Bueno, eso no es del todo cierto. Solo hay un antídoto, una única muestra.
-¿Quién lo tiene?
-Yo. Mi padre me lo dio antes de que me fuera. Me quieren matar porque mi padre extendió el virus por las familias de los asesinos por habernos traicionado. Ellos no murieron porque es un virus que no se contagia. Mi padre lo hizo así para que sus enemigos sufrieran viendo como mueren sus seres queridos.
-¿Quieren el antídoto para fabricar más?
-No, porque nadie más ha sido envenenado.
-¿Entonces?
-Lo quieren para matarme y no tener forma alguna para salvarme.
-¿Tienen el veneno?
-Mi padre lo tenía en una caja fuerte y como le vencieron, lo tendrán en su poder.
-¿Por qué no te echaron el veneno en la copa en vez de una droga?
-Todos los asesinos capullos, te echan un sermón antes de matarte. Matar a sangre fría no tiene gracia alguna.
-¿Entonces, para qué te durmieron?
-Seguramente para atarme, torturarme y antes de pincharme el veneno, echarme un sermón de esos que te rompen por dentro.
-Hijos de puta –susurré mientras la abrazaba con fuerza.

Kira me abrazaba con fuerza y cuando se quedaba dormida, tenía pesadillas. Solía asustarme porque no paraba de gritar y pensaba que los asesinos del padre de Kira habían entrado en la suite. Pero afortunadamente, eso no pasaba. La puerta solo se abría cuando nos traían la comida. Las cortinas estaban corridas y desde que nos despertábamos hasta que nos acostábamos, teníamos las luces encendidas.

Una noche, mientras dormía, sentí que alguien me daba golpes en la pierna. Era extraño porque normalmente, alguien que quiere matarte no te da golpes que ni siquiera te dejan cardenales en la pierna. Te pegan un tiro y van a por su verdadero objetivo, que en estos momentos era ella. La mujer de la que estaba perdidamente enamorado, la mujer con la que quería pasar el resto de mis días, la mujer que era la razón de mi existencia, mi debilidad. Ahora entendía la frase del padre de Kira, “El amor es debilidad”.

Abrí los ojos por los leves golpes que notaba en mi espinilla. Estaba todo a oscuras y la respiración de Kira estaba agitada. Encendí la lámpara que estaba encima de la mesita de noche. Al girarme para ver a Kira, pude verla dando vueltas en la cama, moviéndose nerviosamente.
-Kira –le susurré -, despierta.
-¿Qué pasa? –me preguntó con la voz ronca y con los ojos cerrados.
-Has tenido una pesadilla.
-No lo sé.
-¿No recuerdas por qué estabas moviéndote nerviosamente?
-No. Además hay un estudio que dice que no nos acordamos del 90% de nuestros sueños.
-Estás informada y todo –dije divertido mientras la abrazaba por la espalda.
-Soy una mujer del siglo XXI, es normal que esté informada sobre todo lo que me rodea.
-En eso estoy de acuerdo contigo. Aunque no me negarás que existe mucha ignorancia.
-Una vez leí en un libro una cita que decía “La paz es la guerra. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es el poder”.
-Por eso hay filósofos que dicen que hay que ser cultos para que no te puedan dominar a su antojo.
-No somos las marionetas de nadie.

Tras una larga charla, decidí que era hora de volverse a dormir. Kira debía descansar todo lo que pudiera para que cuando vinieran los asesinos a por ella, tuviera la fuerza suficiente como para enfrentarse a ellos.
Kira era una mujer fuerte y sabía que si se lo proponía, podría matarlos con sus propias manos. Era valiente y no le daba miedo la muere. Aunque era nihilista, nunca se había rendido. Sabía que si esta era la única vida que tenía, la quería aprovechar hasta desgastarla.

Serían las cuatro de la mañana cuando noté que alguien tiraba de mí. Pensando que era Kira, no puse resistencia. Noté como mi espalda rozaba el suelo. En cuanto noté como se cerraba una puerta a mí lado, abrí los ojos.
-Tienes el sueño más profundo del mundo –dijo una voz masculina a mis espaldas.
-Y tú eres el mayor cabrón del mundo –respondí mirándole a la cara.
-Lo sé, ¿y sabes por qué lo soy? Porque soy tu jefe y puedo hacer lo que me venga en gana. ¿Qué has descubierto?
-Los hombres trajeados son asesinos. Han matado al padre de Kira y tienen un virus que es letal en menos de un minuto. Sólo existe un antídoto.
-¿Dónde está? ¿Quién lo tiene?
-Está al otro lado de la puerta. Su padre se lo dio antes de que se marchara de su tierra.
-Vale, consíguelo.
-¿Cómo? No sé dónde está.
-Llevas años trabajando para mí. Ya sabes cómo van las cosas.
-Entendido, señor. Por cierto, ¿cómo has entrado?
-Por la ventana. Hemos desactivado todas las cámaras de vigilancia y todas las alarmas y con un equipo especializado en este tipo de tareas, he entrado sin hacer ni el más mínimo ruido.
-¿Les vigiláis?
-Ya sabes que sí aunque son bastante aburridos. Todos los días hacen lo mismo. Comen, beben, juegan a las cartas, fuman, vuelven a beber… No hacen mucho más.
-No entiendo por qué no actúan.
-Porque saben que antes de matarla, tendrán que pelear con sus guardaespaldas y todo el jaleo que eso cause, alertará a Kira y tendrá oportunidad de escaparse. Esperarán a que salga de aquí.
-Pues ella no quiera ni asomarse por la ventana.
-Y que ni se le ocurra hacerlo. Nosotros nos encargaremos de ellos. Mientras tanto, quedaros aquí.
-Entendido, señor.
-Ahora vuelve ahí fuera y métete en esa cama en la que estás tan bien acompañado.
-¿Sabe qué? No voy a ponerle ninguna pega ante esta orden.
-Ya me lo suponía.

Me metí de nuevo en la cama y me tapé con las mantas hasta el cuello. Me di media vuelta y abracé a Kira. Su respiración era relajada. Así, dormida, parecía un ángel. En su rostro había una tímida sonrisa protagonizada por sus labios color rosado. Aquello me recordó a mi hermano pequeño. Llevaba días sin saber nada de él ni él de mí. ¿Estaría preocupado? ¿Joe habría contactado con él para ponerle al corriente de lo ocurrido?
Le echaba de menos. Necesitaba hablar con él. Irnos de bares y no volver a casa hasta el amanecer como cuando éramos unos críos inmaduros y nos creíamos los reyes del mundo. Aquellos sí que eran buenos tiempos.

Supuse que eran las 10 de la mañana cuando oí mi móvil sonar. Me di media vuelta y descolgué antes de que Kira se despertara.
-Espera un segundo –susurré mientras me ponía un jersey y me metía en el cuarto de baño-. Vale, ya.
-¿Se puede saber dónde te has metido? ¡Llevas días desaparecido del mapa!
-Se ha acabado el licor de mi mini bar, ¿verdad?
-¡Déjate de gilipolleces, Jefferson!
-Gabi, cálmate porque no me ha pasado nada.
-¿Entonces por qué llevas varios días sin volver a casa?
-Porque han surgido unos pequeños imprevistos en el trabajo y he tenido que quedarme a pasar la noche.
-¿Qué ha pasado?
-Los hombres de los que te hablé son asesinos y van a por Kira. No puedo protegerla si no estoy con ella.
-¡Eres un capullo! Te estás aprovechando de la situación para tirártela.
-Joder, hermano, ¡qué mala imagen tienes sobre mi persona!
-Te conozco y sé que te has acostado con ella.
-La he enamorado así que como comprenderás…
-Ya me gustaría a mí tener un trabajo como el tuyo.
-Para eso hay que buscar trabajo, algo que tú no haces por pura vagancia.
-Eso me ha ofendido.
-Eres un teatrero.
-Aprendí del mejor.
-Bueno, Gabi, tengo que colgar. No quiero que Kira se despierte y nos oiga.
-Claro, hermano. Cuídate, capullo.
-Que te den, envidioso.
Tras colgar, abría la puerta del cuarto de baño.
-¿Con quién hablabas? –me preguntó Kira antes de que pudiera ni un solo paso al interior de la habitación.
-Nadie, un amigo.
-¿Qué quería?
-Saber dónde me he metido todos estos días.
-Perdona.
-¿Por qué?
-Por tenerte aquí como a un prisionero.
-Estoy aquí para protegerte de esos malnacidos.
-Pero no puedes protegerme siempre. Tu familia y tus amigos están preocupados por ti. Y yo no soy una egoísta.
-No voy a dejarte aquí sola.
-No estoy sola. Tengo a mis guardaespaldas. He podido defenderme muy bien antes de que tú aparecieras así que estate tranquilo.
-No me vas a convencer.
-Luigi, vete –me dijo con el rostro serio. Sus palabras eran severas y se clavaban en mi corazón cono puñales.
-¿Quieres que me vaya?
-Quiero que seas feliz, libre. Y aquí no lo vas a ser. Además, todos tus amigos se preguntan dónde estás. Ve y diviértete.
-No voy a irme sin ti.
-Sabes perfectamente que no puedo salir. Pero tú sí.
-¿Por qué tanto interés en que me vaya?
-Luigi, ya te lo he dicho. Parece que te tengo retenido y eso es muy egoísta por mi parte. Sal durante una hora o dos y luego vuelves. No me pasará nada, ya lo verás.

Tuve que aceptar porque sabía que si se lo proponía, me sacaría hasta de las orejas. No me gustaba ni una pizca dejarla desprotegida. Me sentía como si fuera su chaleco antibalas.
Cuando llegué al bar, mi hermano estaba sentado en un taburete mientras bebía whisky de un vaso de cristal. Llevaba la corbata que le había regalado yo por su cumpleaños. Nada más verme, su rostro se iluminó y en cuanto estuve los suficientemente cerca de él, me dio el abrazo más fuerte que jamás me habían dado.
-Ya veo que me has echado mucho de menos –dije apartándome de él para poder respirar.
-La verdad es que sí.

Le observé de arriba abajo. Parecía ser mi hermano pero a la vez algo no encajaba en él. Estaba distinto aunque no sabría explicaros exactamente el porqué.
-¿Me he perdido algo?
-He comenzado a ir al gimnasio.
-No. No es eso. Aunque me alegra saber de que por fin vas a tonificarte.
-Lo hago para después hacerte la competencia.
-Ya sabía yo que esto no lo hacías por ti.

Volví a observarle de arriba abajo.
-¿Tengo monos en la cara?
-Te juro que te veo distinto.
-Eso es por pasar tantos días desparecido.
-¿Qué me ocultas?
-¿De qué me hablas?
-Sabes que soy bueno calando a la gente así que ya estás hablando.

Le miré fijamente a los ojos y Gabi soltó un sonoro suspiro. Sabía que no me podía mentir.
-He conocido a una chica.
-¿Cómo se llama?
-Ainlena Irwin.
-¿Cómo os conocisteis?
-Pues estaba una mañana tomando un café en una cafetería nueva que han abierto en tu barrio. El local estaba hasta los topes y ella iba con libros que pesaban un huevo por lo que la invité a que se sentara conmigo ya que sobraba un sitio. Ella aceptó y comenzamos a hablar. Era una chica encantadora, inteligente, guapa… Y le pedí una cita.
-¿El mismo día?
-Sí. No quería perder la oportunidad ya que era muy probable que no volviera a verla.
-¿Aceptó?
-Claro. Me dijo que parecía un tipo muy majo y que quería conocerme mejor. También me dijo que tenía reglas sobre las citas.
-¿Reglas?
-Sí. Como condiciones o algo así.
-¿Cuándo habéis quedado?
-Esta noche.
-¿Nervioso? –pregunté alzando una ceja.
-Un poco. Es la primera vez que voy tan enserio con una chica.
-Eres un envidioso. Me copias en todo.
-¿A qué te refieres?
-Yo me enamoro y tú también.
-Espera, espera. ¿Cómo que te has enamorado? Dijiste que sólo te gustaba.
-Pues me equivoqué. Estoy enamorado y ella siente lo mismo. Creo que estamos medio saliendo.
-¡Qué suerte tienes, cabrón!
-¿Y tú no?
-No he dicho que no –dijo con una amplia sonrisa.
-¿Me la presentarás?
-Si lo de esta noche sale bien, sí.
-Seguro que sale genial. Va a tener una cita con el mejor soltero de Nueva York.
-¿Y tú?
-He dicho soltero –dije guiñándole un ojo.

Pasamos un par de horas hablando y contándonos todo lo sucedido durante estos días que había estado medio desaparecido por el caso de Kira. Gabi parecía feliz. Siempre lo estaba pero aquella tarde tenía otro toque.
Cuando llegó la hora de irse, le di un fuerte abrazo a mi hermano pequeño y le prometí que le mandaría mensajes contándole las nuevas noticias o sucesos. Y como no, él me prometió enviarme un mensaje fardando de su gran cita con Ainlena Irwin.
Yo sólo quería que la chica fuera lo bastante buena y legal para él. No quería que fuera una zorra que le partiera el corazón. Él era mi hermano y no iba a dejar que nada ni nadie le jodiese la vida. Eso era una cosa que tenía muy claro. La familia es lo primero y los amantes después. Siempre ha sido y será así. Sabía que él haría lo mismo si fuera al revés. Ya que mi padre nos había educado de una manera en la que siempre teníamos que estar alerta. No bajar nunca la guardia por si alguien quiere herir a tu familia. Protegerla hasta la muerte si es necesario. No rendirse jamás y aunque caigas al suelo mil veces, otras tantas que te levantes con la cabeza bien alta y con más fuerza que nunca.

Los entrenamientos de la empresa me habían ayudado bastante en el asunto de proteger a mi familia. Nadie se espera que yo sepa pelear y ese es mi arma secreta.

-¿Te has divertido? –me preguntó Kira nada más cerrar la puerta de la entrada.
-Bastante aunque no es lo mismo sin ti.
-Mentiroso. Sé que no he pasado por tu cabeza ni un solo segundo.
-Deberías creer todo lo que te digo porque es la pura verdad.
-Me han mentido demasiadas veces.
-¿Y por eso tienes que desconfiar de mí?
-Lo hago inconscientemente. Estoy acostumbrada a no confiar ni en mi sombra.
-Pues debería empezar a confiar en los que bien te quieren.
-¿Cómo quién?
-Yo, por ejemplo. Resulta que me has hipnotizado con esos ojos tan brillantes y hermosos que tienes. Intento contenerme pero me lo ponen muy difícil –dije acercándome a ella para empezar a besarle el cuello.
-¿Y cómo sé que no me mientes?
-Porque te lo demuestro. He vuelto porque no me gusta estar separado de ti.
-Eso son solo palabras.
-No, son sentimientos expresados.
-¿Y qué pasa si confío en ti?
-Que jamás te dejaré ir de mi lado y me harás el hombre más feliz sobre la faz de la tierra.
-¿Me vas a secuestrar?
-Solo mientras tú me dejes –dije cogiéndola de la cintura para llevarla hacia la cama de matrimonio que había en su cuarto.

Noté como Kira comenzaba a desabrocharse su blusa blanca. Le besé los labios y ella respondió al beso. Le ayudé a desabrocharse la blusa y después ella me ayudó a mí con la camisa. Siempre que nos encamábamos, me pedía que no me quitara la corbata. Quería controlarme y yo dejaba que me dominase. Tiraba de ella a menudo para que me acercara a su rostro. Tenía sed de mis labios. Podía sentir como se retorcía de placer cada vez que la penetraba. Cada vez que paraba, tiraba de mi corbata para que siguiera. Pero como notaba que estaba cansado, me empujaba cayendo sobre el colchón y entoces era ella la que se ponía encima de mí. Sus pechos botaban con cada movimiento que hacía y eso hacía que mis pupilas se dilatasen con rapidez. 
Tras hacerla mía cinco veces en una sola noche, noté que estaba fatigada por lo que la abracé con fuerza.
-Te quiero –le susurré al oído.
-Ahora no puedes fallarme.
-Jamás te fallaré, te lo prometo –le prometí dándole un suave beso en esos labios que tan bien conocía y tantas veces mi lengua había recorrido.

Cuando me desperté, Kira estaba dormida y su cabeza estaba apoyada en mi pecho desnudo. Me quedé observándola. Era tan bella, parecía tan frágil…era mi muñeca de porcelana.
-¿Qué miras? –susurró Kira con voz ronca.
-A ti. No puedo apartar mis ojos de tu increíble cuerpo.
-Recuerda que lo nuestro no es sólo sexo.
-No lo he olvidado, tranquila. Tan sólo quería decir que me encanta observarte. Eres encantadora cuando duermes porque inconscientemente, sonríes al tener un buen sueño y me recuerda a cuando visitaba a mis tíos y tenía que dormir con mis primas pequeñas.

Me sonrió con timidez y se acomodó sobre mi pecho. Comencé a acariciar su cabello castaño claro. Era sedoso y largo.
-¿Quieres que desayunemos? –le pregunté con voz ronca.
-Todavía no, es temprano. Quédate en la cama un poco más –me suplicó con voz de niña pequeña.
-Vale pero solo porque eres tú, ¿eh? –dije dándole un beso en la frente.

Definitivamente estaba enamorado. ¿Dónde se había visto que Jefferson Smith dijera tales cursiladas? ¿Cuándo había vuelto a darle una oportunidad al amor? ¿Cuándo su corazón había comenzado a hacer algo más que bombear sangre? ¿Dónde había quedado el Jefferson extrovertido y mujeriego? Ahora era un Jefferson totalmente diferente. Amante de una sola mujer, un chico que no hace lo que sea por ser el centro de atención… Jefferson Smith se había convertido realmente en Luigi Giudici. Una persona madura, con un pasado doloroso…un hombre que vuelve a confiar en el amor después de todas las veces que le ha fallado, todas las veces que le ha hecho perder algo más importante que su dignidad, su razón para vivir.

Mi madre, cuando era un adolescente, siempre me decía que el amor es ciego y acaba haciendo daño. Tenía más razón que un santo. Mi madre. Llevaba meses sin verla. Era la única mujer que sabía que me quería de verdad, aquella mujer que me cuidaba cuando estaba enfermo y la que me leía cuentos cuando no podía dormirme. Era a la mujer a la que más he querido. A parte de porque era mi madre, porque me conocía mejor que nadie. Siempre me decía que era como un libro abierto.
En las tardes frías del invierno, jugábamos junto con mi hermano al parchís. Siempre nos dejaba ganar y se reía si la pillábamos. Ella decía que éramos los hombrecitos de la casa. Recuerdo que la primera vez que nos lo dijo, mi padre se puso celoso y dijo que para ser los hombres de la casa, teníamos que trabajar para poder mantener a nuestra familia. Pero con trece años, eso era imposible. Mi padre era más serio, menos cariñoso pero nos quería con todo su ser. Era de esos hombres que siempre tenían algo preparado para el aniversario de su boda y de esos que si haces algo bien, te da un pequeños “regalo”. Siempre nos decía a mi hermano y a mí que si le hacíamos caso, llegaríamos a ser unos hombres ejemplares. Mejor dotados que los del ejército. Tendríamos nuestras ideas bien claras y no nos dejaríamos asustar por nada ni nadie. Él era y es un luchador. Siempre que alguien hablaba mal de alguno de la familia, sacaba la cara por nosotros. Era un modelo paterno perfecto. Yo quería ser como él. Un hombre valiente, fiel, sincero…un hombre libre.

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