domingo, 19 de octubre de 2014

Capítulo 8 -> Necesito fuerzas

El reloj sonó como todas las mañanas pero en vez de apagarlo y levantarme, solo lo apagué.
10 minutos más tarde, oí el chirrido de la puerta del cuarto de mi hermano. Pensé que vendría a quitarme las mantas pero no entró en mi cuarto.
Me acurruqué en una esquina de mi cama y cerré los ojos con fuerza con la esperanza de volver a quedarme dormida. Pero al parecer, Teresa aún se acordaba de mí. O eso, o es que mi hermano pasaba de conducir y no querían ir andando hasta el instituto. Dio dos leves golpecitos en mi puerta pero no contesté. Segundos más tarde, Teresa abrió la puerta.
-¿Qué haces en la cama metida? ¿Te encuentras mal?

No contesté. Prefería que ella pensara que seguía dormida.
Me cogió del brazo y me zarandeó un poco para despertarme.
La gruñí y la dije que me encontraba mareada y que se fueran sin mí que hoy no iba a clase. Teresa asintió y se fue cerrando la puerta detrás de ella.
Oí como el sonido de sus pisadas cada vez era más inaudible. Y cuando ya no escuchaba nada, oí el sonido de la puerta principal cerrándose.

Cuando me desperté, eran las once de la mañana y hacía bastante frío en mi cuarto. Cogí mi móvil y vi que tenía dos mensajes. Uno era de Ariadna y otro de Johnny. Los dos me preguntaban el porqué de mi ausencia en clase. Llamé a Johnny sabiendo que me cogería el teléfono.
-Hola Alice, ¿Estás bien? ¿Por qué no has venido a clase?
-Hola Johnny –le dije con voz ronca -. Estoy mareada y por eso no he ido hoy a clase.
-Me has dejado solo en historia. Estoy enfadado contigo, jum.

Me reí por lo bajo aunque mis padres ya no estaban en casa.

-¿Qué puedo hacer para que me perdones?
-Mmm... No sé. ¿Qué te viene a la cabeza?
-Pues que ando aburridísima en mi cuarto tumbada en la cama y que no me vendría mal algo de compañía.
-Aún no hay exámenes pero sabes que quiero sacar buenas notas así que no puedo irme de clase, lo siento. Luego a la salida me pasaré por tu casa para pasarte los apuntes si quieres.
-Gracias –susurré.
-Alice, tengo que entrar en clase. Luego hablamos, ¿vale?
-Vale. Que te sea leve.

Colgó. Me tapé con las mantas y me puse música.
Debió de pasar media hora cuando oí como alguien metía la llave en la cerradura de la puerta de mi casa y entraba.
Supuse que sería mi madre o mi padre así que no le di demasiada importancia y cerré los ojos.
Noté un nuevo aroma y abrí los ojos. Johnny estaba al pie de mi cama. Grité y Johnny me tapó la boca mientras se reía.
-Solo soy yo, boba –me dijo mientras me quitaba la mano de mi boca y se arrodillaba.
-¿Has forzado mi cerradura?
-Sé como se fuerzan pero no, no la he forzado. Tu hermano me dio la llave.
-Pensé que querías sacar buenas notas.
-Y las sacaré pero no todos los días puedo verte recién levantada.
-Pues no hay mucho que ver. Estoy despeinada, sin maquillar, con el pijama….
-Lo que yo pensaba. Lo más bonito después de tu sonrisa.

Seguramente me puse rojísima pero oculté mi rostro entre las sábanas. Johnny me acarició una mano.
-No podía dejarte sola en una casa vacía  –me guiñó un ojo.

Empezamos a hablar y le invité a sentarse en mi cama. Cuando él hablaba, era imposible no fijarse en sus enormes ojos verdes. Eran brillantes y se habían convertido en mi paisaje favorito.
-¿Te encuentras mejor?
-Sí. Gracias por haber venido. Espero que me perdones por haberte dejado solo en la clase de historia.
-No te preocupes. Hitler me ha hecho compañía – dijo riéndose-. Aunque  si quieres conseguir mi perdón….
-A ver, ¿qué quieres? –pregunté mientras me cruzaba de brazos.
-Levántate de la cama y arréglate. Te doy 10 minutos.
-Pero… -me tapó la boca antes de que pudiera terminar la frase -10 minutos – repitió y se fue de mi cuarto.

Me levanté de mi cama medio deshecha y me vestí a todo correr. No le di demasiada importancia a si la ropa que había escogido combinaba o no. Salí de mi cuarto y fui al baño. Allí, me peiné, me puse gotas de perfume en el cuello y en las muñecas y me maquillé. Bajé las escaleras silenciosamente.
-¡Y diez! – grité en un oído de Johnny. Johnny dio un saltó y yo me reí.
-Toma tu abrigo. Nos vamos  –dijo mientras me daba mi abrigo y abría la puerta de la entrada.
-¿Se puede saber a dónde vamos?
-Sé que tu cumpleaños ha sido hace poco y me parece de mala educación no regalarte nada así que ven conmigo.
-No hace falta que me regales nada. Con esta sorpresa de venir a mi casa, me doy por satisfecha.
-No me engañes Alice y ahora calladita –me dijo mientras me ponía un pañuelo negro en los ojos.

Me sentó en un coche y el camino no fue muy largo. Cuando paró el coche, él se bajó y acto seguido, abrió mi puerta y me ayudó a salir del coche.
-¿Dónde estamos?
-No soy de Ohio pero siempre me he interesado por este lugar y sus alrededores y debo decir que son increíbles. Descubrí este sitio un día que me enfadé con mis padres y me fui de casa –me dijo mientras me quitaba la venda de los ojos.

Durante unos metros, solo había hierba pero más lejos, vi una especie de catedral en ruinas. Me agarró de la mano y comenzamos a andar.
-Desde que me mudé, vengo aquí cada vez que quiero estar solo y si miras hacia el fondo de estas ruinas, hay como una fuente de piedra. Me he informado y esta catedral o lo que queda de ella, es de estilo gótico y tiene más años que tú y que yo multiplicados por 100.

No lo calculé. Solo podía pensar en lo hermoso que era ese lugar. Johnny me apretó la mano y nos metimos dentro de las ruinas. Las enredaderas casi no dejaban ver las paredes de piedra aunque me parecía igual de hermoso.
 Al lado de la fuente de piedra, había un banco también de piedra. Nos sentamos en él y Johnny no paraba de mirarme y de acariciarme las manos. Adoraba su mirada y el tacto de su piel cuando acariciaba la mía. Creo que estaba empezando a sentir algo por Johnny.

-¿Te gusta la sorpresa?
-Me encanta –sonreí y Johnny me devolvió la sonrisa.

Hubo un silencio incómodo y los dos estábamos algo nerviosos. De repente, él se levantó y soltó mi mano. Se fue hacia una ventana medio derruida y cuando pensé que se iba a sentar en el marco, saltó.
Me levanté de golpe y corrí hacia la ventana. En cuanto me asomé y miré para abajo, Johnny se alzó rápidamente y me cogió de la nunca para acercar mis labios a los suyos. No me dio tiempo a reaccionar.
Sus labios eran suaves y eran el perfecto molde de los míos. Una sensación ardiente recorrió mis venas e hizo que me sentara en el marco de la ventana de piedra y que mis brazos rodearan el cuello de Johnny mientras mis piernas rodeaban su cintura.
No quería que sus labios se separasen de los míos. Su aliento se había convertido en mi oxígeno y el latido de su corazón era la fuerza que hacía que el mío también latiera.
Johnny me cogió de la cintura para apretarme más contra su cuerpo.
-Te quiero, boba –dijo entre mis labios.

Le apreté más contra mi cuerpo y volví a acercar sus labios a los míos. Sus labios no se separaron de los míos en toda la mañana. Cuando fue la una del al mediodía, Johnny me llevó a casa aunque le pedí que se quedara conmigo y así lo hizo.
Subimos a mi cuarto y nos tumbamos en mi cama. Me acurruqué en su pecho mientras él me acariciaba el pelo.
Cada vez que levantaba la mirada, Johnny me daba un beso y me apretaba más contra su pecho.
Johnny se fue antes de que nadie se enterara de que él había estado aquí.
Cuando se fue, no podía para de sonreír y de saltar en mi cuarto. No paraba de hacer tonterías. Supongo que eso es lo que se hace cuando una persona está enamorada.
Johnny había conseguido sacarme de mi agujero negro.
Hice mi cama y bajé a la cocina a hacer la comida. Mis padres fueron los primeros en llegar a casa.
-Hola cariño, ¿qué tal te encuentras? –me preguntó mi padre mientras me daba un beso en la frente.
-Mejor.
-¿Estás así por lo que te dijo anoche tu hermano? –preguntó mi madre mientras dejaba su abrigo de piel en el perchero de la entrada.
-Se pasó tres pueblos mamá. Y vosotros no le callasteis la bocaza que tiene. –tiré al suelo el trapo de la cocina y me subí a mi cuarto.
-Alice baja, no te comportes como una niña pequeña –decía mi padre mientras recogía el trapo que yo había tirado.

Dí un portazo y me metí de nuevo en la cama. Cuando por fin estaba animada, habían vuelto a conseguir hundirme en el puñetero agujero negro de la depresión.
Mi madre llamó a la puerta pero puse el cerrojo para que nadie viniera a darme la charla.

Unos minutos más tarde, llegaron del instituto Robert, Teresa y Lucy. Seguramente mis padres les contaron lo que me pasaba y por eso nadie vino a mi cuarto.
Cogí el portátil y me conecté al chat rezando por que estuviera Johnny conectado. Lo estaba así que le conté lo que me pasaba.

-Tranquila boba. Si quieres luego a la tarde paso a buscarte y nos vamos a nuestro sitio secreto, ¿quieres? Esa sonrisa tan bonita no puede nunca estar triste, ¿entendido? Así que esta tarde te voy a animar y conseguiré que vuelvas a sonreír y que esos preciosos ojos vuelvan a brillar.

Cada palabra suya me enamoraba. Era obvio que me iba a ir a pasar la tarde con él. Le necesitaba. Necesitaba sus abrazos, necesitaba que esos ojos verdes me miraran tan intensamente que pareciera que me estuvieran leyendo el alma.

A las 4 de la tarde, oí la bocina de un coche. Me asomé por la ventana y vi el coche gris de Johnny. Salí de mi cuarto y me fui al baño a arreglarme y bajé corriendo por las escaleras.
-Alice, ¿a dónde vas? -me preguntó mi madre pero mi respuesta fue el sonido de la puerta de la entrada al cerrarse.

Sabía que mi madre miraría por la ventana así que fui corriendo hacia el coche de Johnny. Le besé y nos fuimos de allí. Esta vez pude ver el trayecto así que si quería estar sola, podría ir a la catedral en ruinas. Johnny me cogió de la mano más cercana a él y la puso en la palanca de marchas. Él puso su mano encima de la mía.

Cuando llegamos, salimos del coche y caminamos por la hierba embarrada. Johnny estaba detrás de mí por lo que aceleró su paso y me cogió de la mano. Al notar el contacto de su piel con la mía, sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Johnny lo notó y me apretó más contra su cuerpo. Seguimos andando hasta que llegamos a la catedral en ruinas y nos sentamos en el mismo sitio que esta mañana. Me cogió de las dos manos y me miró a los ojos.
-Tranquila Alice que yo siempre voy a estar a tu lado para sacarte sonrisas.
-Espero que cumplas tu promesa –dije mientras alzaba la mirada para mirar hacia la ventana de piedra.
-¿Dudas de mi?
-No. Solo espero que la cumplas nada más.
-Eso es dudar y la duda ofende.
-Pues no te ofendas –le susurré mientras le agarraba de su chaqueta de cuero negra para acercarle más a mi cuerpo.

Nuestras narices se tocaron. Tenía la nariz fría y algo húmeda por las gotas de lluvia que caían de vez en cuando. Sus labios también estaban fríos pero al tocar los míos, dejaron de estarlo.
Me gustaba la sensación que recorría mi cuerpo cada vez que no nos separaban ni un solo milímetro. Cuando estaba con él, me sentía como un puzzle completado. Él era la pieza que llevaba años buscando. Él era la pieza para completar mi felicidad y sus brazos el marco que me sostenían.

Pasamos toda la tarde hablando y riendo sentados en el marco de la ventana de piedra. Miré hacia abajo y la altura era de menos de medio metro. Ahora entendía por qué Johnny saltó con tanta confianza.
-Me alegro de haber podido conseguir que sonrías –me dijo mientras me acariciaba la mejilla sonrojada y me daba un beso en la frente.
-Tú siempre consigues hacerme sonreír hasta cuando peor estoy –me esforcé a decir.

Miré mi reloj de muñeca. Eran las 7 de la tarde y estaba empezando a oscurecer. Por lo que Johnny se levantó y me cogió de la mano para llevarme al coche. Mientras andábamos por el suelo embarrado, pasó un brazo por mi cintura y otro por debajo de mis piernas. Hizo un impulso y me levantó.
-Una princesa no puede mancharse esos zapatos tan bonitos de barro –me dijo mientras me sonreía y andaba dirección a su coche.

Escondí mi rostro en su pecho para que no viera lo roja que estaba. Cuando llegamos al coche, me dejó con delicadeza en el suelo y me abrió la puerta del copiloto para que entrara. Entré y saqué mi móvil del abrigo. Tenía unas cuantas llamadas perdidas de mis padres. Volví a guardar el móvil en el bolsillo y puse de nuevo la mano en la palanca de cambios. Unos segundos más tarde, cuando Johnny entró en el coche, puso su mano encima de la mía y arrancó. Johnny me miraba por el rabillo del ojo y cuando veía que yo le miraba, me sonreía y con la mano sobrante, le daba un pequeño golpe en el hombro para que mirara a la carretera.
Aparcó en la acera de enfrente de mi casa. No me quería bajar del coche y no volver a notar su suave piel rozando mi cuerpo. Johnny debió ver como mi rostro se entristecía porque me cogió de la nuca y me besó. Tenía los ojos cerrados pero podía notar como Johnny sonreía. Le acaricié la mejilla y me bajé de su coche gris.
El frío de la calle era helador por lo que me abroché hasta arriba la cremallera y me dirigí hacia mi casa. Cuando entré mi madre vino hacia donde yo me encontraba. Seguramente me echaría la bronca.
-¿Se puede saber dónde has estado, con quién y por qué no has respondido al teléfono?

Lo que yo decía. Me había ganado una buena bronca.
Mi padre vino del comedor con un gesto bastante enfadado y cruzado de brazos. No podía escabullirme porque mi madre taponaba las escaleras y mi padre ya se había colocado al lado mío para que no me escapara de nuevo de casa.
-Estoy harta de que solo apoyéis a vuestro hijo mayor. Ayer él se pasó conmigo y no le dijisteis nada. Y yo hoy salgo a tomar el aire y mirad la que me preparáis. Igualdad mamá, eso quiero.

Robert salió del comedor con Sáhara en brazos. El pelo color arena de Sáhara estaba mojado por lo que supuse que le habían sacado a la calle a dar un paseo.
-Alice, mira, puede que ayer me pasara contigo pero es que dijiste muchos disparates. Y como todos andamos de los nervios, pues exploté y te solté cosas que pensaba y otras muchas que no –dijo mientras acariciaba a Sáhara.

No levanté la mirada del suelo. Aparté a mi madre del paso de las escaleras con la mano y me subí a mi cuarto. Lucy estaba en mi cuarto dibujando mientras bebía de un vaso de cristal un poco de zumo de manzana. Al verme, levantó la mirada y me sonrió.
Me quité el abrigo y las botas de cuero y me tumbé en la cama. Me hice una coleta con la goma de la muñeca y cogí el portátil.
Ariadna estaba conectada por lo que la pregunté por los deberes.
Me dijo que no había por lo que podía relajarme en mi cama y mirar o más bien adivinar qué estaba dibujando Lucy.  Alguien tocó a mi puerta pero no respondí. La puerta se abrió y apareció la cara de Teresa detrás de ésta.
-Creo que tenías razón anoche –me susurró desde la puerta.
-¿Razón en qué? Solo digo chorradas ya oíste a mi hermano.
-Voy a aprovechar este fin de semana para encontrar pistas para buscar a mis padres.
-Ya claro, eso lo dices para que me sienta mejor, ¿no? Robert jamás te dejará ir a buscarles. Te dirá que para algo está la policía.
-Alice, tu hermano es mi pareja no mi padre. Si quiero buscarles, lo haré y espero que tú me acompañes.
-Me lo pensaré. ¿Querías algo más?
-Sí. Decirte que la cena está lista –dijo mientras cogía a su hermana en brazos.

Me estiré, dejé el portátil guardado en su funda y bajé a cenar. 

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