domingo, 26 de octubre de 2014

Capítulo 9 -> De búsqueda

Era sábado y había decidido acompañar a Teresa a buscar a sus padres. Me puse una camiseta larga y un jersey de lana encima. Busqué en mi armario unas botas que me abrigaran bastante y no dejaran pasar el agua. Me puse una bufanda y cogí unos guantes y el abrigo y bajé por las escaleras. Teresa ya estaba abajo desayunando. Yo dejé el abrigo y los guantes encima del respaldo del sofá y cogí una galleta de chocolate y me fui al baño a arreglarme. Cuando me terminé la galleta, me puse el abrigo, los guantes y cogí las llaves de mi coche. Justo cuando íbamos a salir, Sáhara empezó a ladrar y despertó a mi hermano. Robert vino y tras una larga discusión, decidió acompañarnos porque él decía que necesitábamos protección. Sáhara no dejó de ladrar y lo saqué al patio trasero para que no despertara a mis padres mientras mi hermano se vestía para venir con nosotras.

Cerramos la puerta de la entrada y salimos a la congelada y húmeda calle. Mi hermano decidió conducir por lo que cogió su coche blanco. Teresa se sentó en el asiento del copiloto y yo detrás de ellos. Antes de arrancar, decidimos a los sitios que tendríamos que ir.

Primero fuimos al restaurante donde habían ido a cenar los padres de Teresa. Era un restaurante de lujo con aparca-coches. Un aparca-coches vestido con un frac, nos aparcó el coche mientras nosotros entrábamos en el restaurante. Un hombre, que parecía un mayordomo, vino hacia nosotros.
-Buenos días. Lamento decirles que no servimos desayunos y que vestidos como campesinos no pueden comer en nuestro restaurante –nos dijo con acento francés y con cara de asco mientras nos miraba de arriba abajo.
-No venimos a comer. Venimos para preguntarle sobre un matrimonio que cenó aquí hace una semana. Era una cena de negocios y nos preguntábamos si les habríais visto. Los dos eran bastante altos y muy bien vestidos.
-Tengo una foto de ellos si quiere se la enseño –dijo en voz baja Teresa mientras daba un par de pasos hacia el señor con pintas de mayordomo.
-¿Qué día de la semana vino la pareja desaparecida a notre incroyable restaurant?
-El domingo. Aquí tiene la foto. ¿Los recuerda?
-El domingo, ¿eh? A simple vista no sabría decirles –dijo mientras se ponía unas pequeñas gafas que tenía en el bolsillo de la chaqueta.
-¿No tiene los típicos libros de reserva? En los que se apuntan quién lo reserva y todas esas cosas –inquirió mi hermano nervioso.
-Monsieur, sé perfectamente lo que es un libro de reservas –dijo con un tono de voz borde mientras miraba en una pequeña agenda con tapas de cuero marrón-. Domingo, 13 de enero. Hay una reserva pero que no llegó a confirmarse. Y como ustedes han dicho, era para hacer negocios.
-¿Quiere decir que mis padres jamás llegaron a entrar aquí?
-Por lo que mi libro dice, jamás hubo tal cena. Lo siento. Y ahora si no les importa, váyanse de mi restaurant que me espantan a la clientela de gran fortuna. Que como les vean, pensarán que esto es un comedor para sucios vagabundos.

Todos le miramos con odio y asco y nos fuimos de aquel lujoso restaurante francés. Mientras nos dirigíamos a la salida, oímos varios insultos que murmuraba el mayordomo. Decidimos ignorarle.
-Sois unos sinvergüenzas –gritó el mayordomo hacia nuestra dirección.

Mi hermano se dio media vuelta lleno de ira y le propinó un buen puñetazo en la nariz. Creo que se la rompió.
-Y tú un mal educado –dijo mi hermano mientras sacudía la mano con la que le había pegado.

Teresa cogió a Robert por la mano y salimos del restaurante dejando al mayordomo en el suelo tirado llorando del dolor mientras se limpiaba la sangre de la nariz con un pañuelo de tela.

Entramos en el coche de Robert cuando el aparca-coches nos lo trajo a la entrada pero Robert no arrancó. Se quedó parado, sentado en su asiento con la mirada perdida. Sabía perfectamente en qué estaba pensando. ¿Ahora a dónde podríamos ir? No teníamos ni una sola pista que seguir. Pero de repente supe algo.
-Teresa, ¿antes de la cena fueron a alguna parte?
-No lo sé. Supongo que a recoger a la persona o personas que iban a cenar con ellos o puede que a la oficina.
-Pues ya sabemos a dónde ir. Robert ve hacia la oficina de sus padres.

Robert arrancó el coche y durante el trayecto, Teresa le iba indicando por el camino que debía ir.
Cuando llegamos, aparcamos en un lugar cercano y nos dirigimos a la entrada de la gran oficina de negocios. Era el edificio más alto de Ohio. Desde la calle solo se veían cristales excepto en la primera planta que se veía a dos guardias con pistolas, uniformes, gafas y chalecos anti-balas y a una chica con un moño, gafas y con un pinganillo en el oído derecho que seguramente sería la secretaria.
Entramos pero medio segundo más tarde, los dos policías, se pusieron delante nuestro cortándonos el paso. Se cruzaron de brazos y pusieron cara de pocos amigos.
-No se puede pasar si no trabajan en esta empresa –dijo uno de los dos policías con una voz muy fuerte.
-Soy la hija de Keira y Fer Wilson. Ha surgido una emergencia en casa y necesito contactar con ellos –dijo de inmediato Teresa.
-Identificación por favor –dijo el segundo policía.

Teresa sacó su carnet de identidad y se lo dio. El policía lo miró y comprobó que no era falso y nos hizo un gesto para que pasáramos pero no sin antes cachearnos.
Cuando se quedaron contentos de saber que no llevábamos nada, se quitaron de nuestro camino y nos subimos en el ascensor. Subimos hasta la planta 27. Los pasillos eran largos y un poco estrechos. El suelo era blanco y brillante y las paredes de un gris muy claro con algún que otro cartel publicitario de su empresa. Teresa se sabía el camino así que no tuvimos ningún problema en llegar al despacho de sus padres.
Por fortuna, solo había un despacho para el matrimonio por lo que no tuvimos que recorrernos otros 50 metros en llegar al otro despacho. Entramos pero como ya sospechábamos, no había nadie. Cerramos la puerta a nuestras espaldas y empezamos a abrir cajones y armarios buscando información intentando hacer el menor ruido posible.
-Aquí está la agenda de mi madre –dijo Teresa mientras sacaba una pequeña agenda de piel color negra del escritorio de su madre.
-Ahí tiene que darnos la pista de con quién estuvieron tus padres o con quién iban a quedar esa noche.

Teresa abrió la pequeña agenda y empezó a pasar hojas hasta encontrar la fecha deseada. Mi hermano y yo nos acercamos aún más a ella y miramos junto a ella la hoja de la agenda. No estaba la hoja del día 13 de enero. Alguien conocía muy bien a sus padres como para saber que lo apuntarían en una agenda.
-Genial, volvemos al principio –dijo mi hermano desanimado pero lleno de ira.
-Nada de al principio. Ya sabemos que pasó algo ese día porque sino, nadie se habría molestado en quitar la hoja de la agenda de tu madre –inquirí pensativa mientras iba hacia el escritorio de Fer.

Abrí el cajón que no tenía cerradura pero solo había bolis y una calculadora. Mi hermano se encargó de abrir los que tenían cerradura, es decir, utilizando la fuerza.

Consiguió abrirlos después de muchos intentos. Menos mal que él siempre llevaba encima una navaja que le regaló mi padre. En uno de ellos, había una agenda y en los demás mogollón de carpetas llenas de folios llenos de documentos. Teresa y yo siempre llevábamos bolsos bastante grandes por lo que metimos todos los documentos en nuestros bolsos y abrimos la agenda de Fer. Estaba el día pero solo ponía el dato de la cena. Metí la agenda en mi bolso y Teresa guardó la de su madre en su bolso. Cerramos todos los cajones y nos fuimos de aquel oscuro despacho.

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